8 grandes pintores autorretratados en sus obras

Velázquez, Clara Peeters... descubre la historia detrás de los 'selfies' de artistas que se escondieron dentro de sus obras
El arte nos interpela, nos captura, llama nuestra atención. Muchas veces esa atracción tiene que ver con un simple goce estético, con sentirnos seducidos por los colores y la belleza. En otras ocasiones, sin embargo, son las escenas y el simbolismo lo que nos deja pensando.
En los ocho cuadros que analizaremos a continuación, existe un detalle extra que resulta, sin dudas, atrapante: los mismos autores de las imágenes se dejan ver a sí mismos. Algunos rompen el pacto implícito en sus obras y se atreven a mirarnos directamente, como si de un saludo a través del tiempo se tratara. Otros se revelan de forma ambigua y poética. Todos quieren expresar algo.
Analizamos ocho ejemplos de cuadros en los que sus autores decidieron dejar de ser invisibles para plasmarse a sí mismos sobre sus lienzos. ¿Por qué estos pintores aparecen escondidos dentro de sus obras? ¿Qué nos quisieron transmitir? ¡Descubre las razones de estos grandes autorretratos a continuación!
Las meninas, de Diego de Velázquez
Un signo de estatus

Este famosísimo cuadro pintado por Diego de Velázquez en el año 1656 retrata a la infanta Margarita, hija del rey de España Felipe IV, en el taller del pintor situado en el Palacio Real Alcázar de Madrid. Actualmente la obra se encuentra en el Museo del Prado de esa ciudad y las niñas se han convertido en un símbolo que puedes descubrir en sus calles en forma de estatuas, merchandising e, incluso, street art. Pero, aunque ellas son la mayor atracción de la obra, siempre resulta asombroso descubrir que el creador también está presente.

En pleno ambiente familiar, hogareño e íntimo de la realeza, Velázquez elige mostrarse serio, concentrado e intelectual. Dicen los especialistas que su irrupción resulta muy innovadora para la época. Y es que, si bien el cuadro representa un retrato corporativo de la corona, revela al mismo tiempo una suerte de detrás de escena que nos permite espiar el status que tenía la figura de los artistas en la corte por entonces.
La escuela de Atenas, de Rafael
Un guiño al espectador

Este cuadro de Rafael -pintado entre 1509 y 1511- es considerado una obra maestra del renacimiento. Cuando el artista lo realizó era muy conocido, sobre todo, por sus pequeños retratos y pinturas religiosas sobre madera. Pintar este fresco en el Vaticano, sin embargo, representó para él una oportunidad de mostrar su trabajo a otra escala. El Papa Julio II se lo encargó para la decoración de los apartamentos del segundo piso y se cree que la pintura fue realizada al mismo tiempo en que Miguel Ángel estaba pintando el techo de la Capilla Sixtina.

En La escuela de Atenas, Rafael representa un concepto intelectual en el que se homenajea la historia de la filosofía a través de personajes históricos como Platón y Aristóteles, Sócrates, Pitágoras, Euclides y Ptolomeo. Pero hay un detalle llamativo: de todas las figura retratadas, la única que mira hacia el espectador, como expresando la conciencia de ser mirado, es el mismo Rafael. Este gesto se consideró una verdadera osadía para la época. Hoy sigue despertando intriga cada vez que lo miramos.
Naturaleza muerta con quesos, almendras y pretzels, de Clara Peeters
Un reflejo poético

Autorretratarse siendo una mujer artista en el siglo XVII no era una tarea sencilla. En todo caso, había que hacerlo con discreción y ambigüedad. Y eso es exactamente lo que hizo Clara Peeters, una de las pintoras de bodegones más talentosas de su época. Esta artista se especializó en naturaleza muerta con hermosos objetos, deliciosas frutas y comida cara. Este tipo de cuadros se llama banketje, es decir, banquete, en holandés.

En la pintura que observas aquí hay rizos de mantequilla y un panecillo. También hay almendras e higos ¿pero dónde está Clara? Si miras bien, verás su reflejo en la tapa de la jarra detrás del queso. Si bien sus rasgos no se distinguen del todo, ella simplemente afirmó su presencia a través de una figura ambigua que, en ese momento, decía muchísimo.
El retrato de Arnolfini , de Jan van Eyck
El rol de testigo

En este cuadro, pintado en 1434, el matrimonio Arnolfini aparece de pie, en su cuarto. El esposo bendice a su mujer, que le ofrece su mano derecha, mientras apoya la izquierda en su vientre. La pose de los personajes resulta teatral y ceremoniosa y algunos especialistas ven en estas actitudes cierta comicidad. Se cree que la escena captura una boda secreta de la cual el artista fue el único testigo, pero no se sabe a ciencia cierto si esto fue así.

Esta obra, considerada una gran exponente del óleo, está rodeada de misterios. En 1842 la Galería Nacional de Londres se la compró a una familia inglesa. El cuadro había estado colgado entre dos ventanas del dormitorio matrimonial durante 13 años sin saber que había sido parte de la colección del Palacio Real de Madrid. Al parecer, la obra fue misteriosamente extraviada durante las Guerras Napoleónicas.
El espíritu de la electricidad, de Raoul Dufy
Un gesto de humildad

El artista francés heredero del impresionismo Raoul Dufy recibió en 1937 el encargo de pintar enormes frescos para la Exposición Internacional de 1937 en París. Su obra sería destinada a una pared ligeramente curvada de la entrada al Pavillon de la Lumière et de l'Électricité. El pintor siguió las instrucciones que le dio la compañía eléctrica para componer durante ocho meses la historia de la llegada de la electricidad a la capital francesa.

El artista llevó adelante la misión a lo largo de una obra de 600 m2 que convoca los usos de la energía y agrupa 110 retratos de científicos e inventores que contribuyeron al desarrollo de la electricidad. Entre ellos, hay lugar para importantes artistas que hicieron su aporte al desarrollo de la teoría del color, basada en la luz. Pero entre todas las figuras humanas, hay un hombre pequeñito vestido de azul. Muchos aseguran que este fue el modo humilde y discreto del artista de incluirse en su propio cuadro.
El juicio final, de Miguel Angel
Una metáfora bíblica

En esta obra maestra de Miguel Angel vemos más de 300 figuras pintadas magistralmente para contar una historia que es, ni más menos, la del juicio final. Cristo está sentado en el centro, con la mano levantada para juzgar a los condenados que se hunden en el infierno. A su izquierda se encuentra la Virgen María que mira hacia los que se han salvado. Inmediatamente alrededor de esta pareja central hay un grupo de santos.

Justo en el centro de la pintura podemos ver un autorretrato del artista. Si observas bien, verás la piel de Miguel Ángel colgada y su rostro sin ojos pendiendo de la mano de un santo, Santo Bartolomé. El mismo santo que fue martirizado después de ser desollado vivo sostiene el cuchillo que usaron para torturarlo, solo que ahora, en vez de sostener sus propio pellejo, sostiene el del artista.
La coronación del emperador Napoleón I y la coronación de la emperatriz Joséphine en la catedral de Notre-Dame, de Jacques-Louis David
La división de clases sociales
![La coronación del emperador Napoleón I y la coronación de la emperatriz Joséphine en la catedral de Notre-Dame[/i], Jacques-L](https://imgproxy.domestika.org/unsafe/w:820/plain/src://content-items/009/993/242/07-original.jpeg?1640692274)
Napoleón encargó al pintor Jacques-Louis David la creación de esta pintura en 1807. Es una representación el momento en que el propio Napoleón corona a su esposa, Josephine. Entre los personajes famosos de la multitud se encuentran el Papa Pío VII, varios embajadores, y la madre de Napoleón, Letizia Buonaparte, aunque en realidad no había asistido a la ceremonia.

El artista sí asistió al evento pero en una categoría de posicionamiento inferior ya que era solo un servidor. En el cuadro retrata su ubicación real, en la tribuna más alejada.
La deposición, de Jacopo Pontormo
Un autorretrato múltiple

La pintura de 1528 del artista manierista florentino Jacopo Pontormo, La deposición, muestra a María, la madre de Cristo y a otros, mientras éste es bajado de la cruz. En el extremo derecho se puede ver una figura que parece distinta y terrenal. Con su ropa marrón monótona y su ubicación en la escena, que se cree que es el mismo Pontormo el que figura en esta obra.

Algunos analistas, sin embargo, se atreven a ir más lejos y advierten sobre un hecho bastante particular: si miras de cerca, todas las figuras, masculinas y femeninas, incluido Jesús, parecen tener rasgos faciales similares. Algunos especulan con que cada personaje es, en realidad, de algún modo, un autorretrato de Pontormo.
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