Cati Gayá
Cati Gayá
@cati.gaya
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Arte

¿Por qué nadie sonríe en las obras de arte y fotografías clásicas?

  • por Cati Gayá @cati.gaya

Descubre las razones por las que la sonrisa era tan poco común en el arte y la fotografía antigua

“¡Sonríe!” Lo escuchamos prácticamente cada vez que posamos para una fotografía. Hoy en día, la sonrisa es casi un requisito para sacarnos fotos y selfies, un reflejo automático: al ver una cámara apuntándonos o al oír “Te hago una foto”, nuestro primer instinto es sonreír.

Pero eso no ha sido siempre así. Durante la mayor parte de la historia registrada, la sonrisa no ha sido muy popular. De hecho, no se ha reproducido mucho ni en el arte ni en la antigua fotografía. ¿Cuáles son los motivos?

¿Un asunto de vanidad?

Una de las hipótesis que muchos barajan para explicar este enigmático fenómeno es la vanidad de los sujetos retratados. Debido a la falta de higiene de siglos pasados, el estado de sus dientes debía dejar mucho que desear. Para evitar enseñar su dentadura, mantendrían los labios firmemente cerrados a la hora de plasmar su imagen para la posteridad.

Esa no es la verdad, por una sencilla razón: el mal estado de los dientes era algo tan común en la sociedad que, mal de muchos, no provocaba la timidez de los sujetos o la reticencia de sus pintores.

"Retrato de Inocencio X" de Diego Velázquez (1650)
"Retrato de Inocencio X" de Diego Velázquez (1650)

La energía de las sonrisas

Hoy en día, un selfie o una fotografía nos lleva solo un instante. No obstante, ¿qué pasa cuando la persona que está sacando la foto busca el mejor encuadre, o no conoce la cámara y le cuesta encontrar el disparador? El resultado es que nuestra sonrisa sencilla y natural solo tarda unos segundos en volverse forzada e incómoda. Imagínate, entonces, cómo sería tener que sonreír durante horas.

Posar ante el pintor implicaba mucha paciencia y podía hacer imposible mantener una sonrisa sincera, ya que es una reacción puntual y pasajera que llega tan rápido como se va.

"La joven de la perla" de Johannes Vermeer (1665)
"La joven de la perla" de Johannes Vermeer (1665)

Un acto radical


Aunque el tiempo y el esfuerzo de posar con una sonrisa es un motivo de peso para no plasmarla en un cuadro, existen otros motivos, más sociales que prácticos, para no plasmarla tampoco en retratos. Rápidamente, debido a su escasez, las sonrisas en el arte empezaron a considerarse algo radical e indecoroso. Si aparecían en una obra, pasaban a ser ellas las protagonistas del cuadro. Un retrato era la representación completa de una persona: su vida, su estatus, sus triunfos... y por tanto no se podía reducir a una sonrisa.


El pintor renacentista Antonello da Messina fue uno de los pocos artistas conocidos que se atrevía reiteradamente con la sonrisa. Su Retrato de un hombre joven de 1470 es muy anterior a la Mona Lisa (1503–19) de Da Vinci, aunque esta última fue la que pasó a la historia en parte por su discreta y enigmática sonrisa.

"Retrato de un hombre joven" de Antonello da Messina (1470)
"Retrato de un hombre joven" de Antonello da Messina (1470)

En el siglo XVIII en Europa estaba comúnmente aceptado entre la aristocracia que sonreír enseñando los dientes era una expresión lasciva y característica de las clases bajas, borrachos y comediantes. Solo los artistas holandeses, como Jan Steen, Franz Hals o Judith Leyster, estaban decididos a capturar sonrisas amplias y libres, debido a su interés por el naturalismo y por captar la vida cotidiana, especialmente la de las clases populares.

"Jolly Toper" de Judith Leyster (1629)
"Jolly Toper" de Judith Leyster (1629)

Fuera de los Países Bajos, los pintores que se atrevían con la sonrisa querían, en muchas ocasiones, causar escándalo. El amor victorioso de Caravaggio, pintado en 1602, buscaba provocar y su sonrisa destaca como una de las imágenes más radicales de la pintura.

"El amor victorioso" de Caravaggio (1602)
"El amor victorioso" de Caravaggio (1602)

Pero, ¿y la fotografía?

Las primeras fotografías compartían la seriedad de los retratos pictóricos, en cierta manera por los mismos motivos. Los tiempos de exposición para sacar una foto eran mucho mayores de lo que son ahora, aunque tampoco tan largos como para no poder permitirse la sonrisa.

La influencia del arte y la mala consideración de las amplias sonrisas en la sociedad del momento hizo que continuara la tradición pictórica de mantener los labios cerrados.

Fotografía de Edgar Allan Poe (1849)
Fotografía de Edgar Allan Poe (1849)

Existe otro factor que la fotografía comparte con la pintura: aquellas fotos, debido a su escasez, eran sumamente importantes para sus sujetos. Eran una manera de pasar a la posteridad . Abre la galería de tu móvil: ¿cuántas imágenes de ti mismo tienes a tu disposición? ¿Cuántas debes de haber borrado porque no habías salido bien? Seguro que tienes mucho donde escoger. Hoy en día no nos tenemos que preocupar por estar definidos por una sola imagen, pero en el pasado, lo tenían claro. Mark Twain, en una carta al Sacramento Daily Union, dijo:

"Una fotografía es un documento muy importante, y no hay nada más condenatorio para la posteridad que una sonrisa tonta capturada y fijada para siempre".
Fotografía de Mark Twain (1907)
Fotografía de Mark Twain (1907)

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