Roy Ewolf

Cuando mis amigos me riñen, suele ser porque me aventuro a probar algo nuevo. Otra vez. No es que lo haga mal, ni que sea un irresponsable que no se plantea las consecuencias; lo que se transforma en un meme bien extendido es el hecho de que soy incapaz de no crear.
Novelas, largas y cortas. Juegos de rol, actuación, improvisación. Guiones cinematográficos. Cómics. Videojuegos. Incluso narrativa transmediática. Crear es mi modo de conectar con el mundo exterior, algo tan interiorizado que ni siquiera apunto tres cuartos de lo que se me ocurre. Actualmente, estoy produciendo y dirigiendo mi primer largometraje, liderando un grupo de más de 40 personas.

Siendo Asperger, ¿cómo no voy a sentir interés por la interacción entre personas? La relación entre humanos me apasiona; las preguntas y sus respuestas, los mecanismos ocultos que usamos para conectar un ecosistema con otro. Tengo la fortuna de haber usado mi supuesta discapacidad como fortaleza y motor de mi curiosidad, no como lastre de mis expectativas. De hecho, tras años de ir a campamentos y campus inclusivos para gente con diversidad funcional, buscar esa diferencia conmigo es algo que hago por defecto. También me sucedió en la época viviendo en Brighton, Reino Unido, asentando mi recién estrenado B2 con personas de culturas tan diversas y fascinantes. Me estimula ver los sistemas que rigen y estructuran nuestros pensamientos, moverme entre ellos, buscar el misma origen de la expresividad que canaliza el arte.

¿Significa eso que también soy hiperactivo? Por suerte, no. De hecho, dentro de estar cargado de energía, también soy alguien bastante templado y constante. Muestra de ello no sólo son mis proyectos personales; también sucesos como cuando en 2016, una amiga tuvo un ataque epiléptico en una piscina, justo en mis brazos, y pude sacarla y estabilizarla antes de que llegasen los profesionales. No daré más ejemplos porque ya he sido demasiado cargante. Me gusta escuchar y pensar las cosas antes de hacerlas; sé dónde acaba la imprudencia.