Mi proyecto del curso: Introducción a la escritura de ficción comercial
Mi proyecto del curso: Introducción a la escritura de ficción comercial
di MARIA FLORENCIA FERNANDEZ @mflorfernandez_23
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Prólogo
Émile es mi amigo de la infancia. Desde siempre. Fuimos a la escuela desde el primero al séptimo año. Durante ese período no éramos tan unidos, hasta que cada uno fue a una secundaria diferente y ahí, contradictoriamente, nos acercamos más.
Para ese entonces que éramos unos adolescentes, ya éramos "culo y calzón" como decía mi mamá, y pese a la mirada negativa de mi papá, que terminaba diciendo que “era peor verme de novia”, aceptaron nuestra amistad, aunque vivíamos negando a todo el pueblo que fuésemos novios.
Él estuvo a mi lado en todas las situaciones, incluso compartimos el aburrimiento. Estaba en las buenas y en las malas. También las situaciones que eran exageradamente importantes para mí, aunque de hecho no significaban nada. Siempre fue un chico empático, dulce, inteligente y por supuesto... lindo. Sus ojos azules y su cabello castaño eran algo que no se veía con frecuencia, aunque había mucho gringo de campo o personas originarias, ese mestizaje tan bien hecho, era digno de admirar. Aunque mi amigo siempre fue distante con las chicas, nunca faltaba alguna que quisiera llamar su atención.
Una vez, nos encontramos antes de misa, mi mamá me llevaba casi obligada a la iglesia, porque no ir a alguna iglesia en mi pueblo, era como ser un rebelde y salvaje sin educación.
Ese día lo tengo muy presente, él llevaba una camisa celeste y, aunque cortara su cabello metódicamente cada dos semanas, no podía contra sus rizos desobedientes. Me gustaba que su semblante siempre fuera el de una persona seria. Porque sabía que entre nosotros, además de no existir secretos, teníamos un sentido del humor parecido, y siempre estaba para darme un fuerte abrazo cuando lo necesitaba.
Me encantaba que esa faceta no la conociera casi nadie.
Me encantaba que fuera algo solo mío.
-¿Qué venís a hacer vos por acá, si no gusta venir a misa? -Exclamé con burla cuando lo vi entrar a la iglesia, yo era monaguilla y siempre iba más temprano para ayudar.
-Vine porque mi abuela me comentó que ibas a leer una cosa de la Biblia. -Dijo, mientras miraba el interior de la iglesia como un turista. Quien no lo conociera hubiera asumido que lo decía con displicencia, pero yo sabía que provenía de su timidez y aunque lo intentara, nunca encontraba las palabras adecuadas.
-Se llama “Evangelio”, tonto. Y... Gracias por venir. Sabés lo nerviosa que me pongo al pararme delante de la gente.
-Bueno, hacé de cuenta que me estás leyendo algo a mí. Como cuando me lees esas cosas íntimas de las revistas que me ponen nervioso.
Lo miré con incredulidad, pero con una sonrisa, ambos entendimos las cientos de veces que pasamos a la luz del velador, yo leyendo artículos de revistas de belleza y él oyendo pacientemente, aunque rojo como un tomate.
-Mirá, si te reís te voy a dar una patada en el culo en cuanto te vea de espaldas que vas a volar hasta la punta de la capilla ¿Me oíste? -Dije con tono inquisidor.
-Dale, de acuerdo. Pero no deberías decir malas palabras en la Iglesia ¿No es ilegal o algo así? No me voy a reír, anda sin miedo… Te quiero, loquita.
Ese día pude leer sin trabarme, relajada, sin ningún problema. Émile dijo que me quiere, y está acá para verme enfrentar un miedo ante un público de viejas chismosas que todo critican, y sabe que para mí es un montón que esté cerca.
Al cerrar el papel donde tenía escrito mi discurso que el Padre Saturnino me ayudó a hacer, levanté la mirada y vi a mi amigo de pie, al final de los bancos, con las manos en los bolsillos, mirando con la frente en alto y expresión de suficiencia. Yo creo que estaba orgulloso de mí.
Siempre me pasaba a buscar a la salida del colegio, pero nunca esperaba en la entrada, nos encontrábamos en el camino, para que mis profesoras no pensaran que andaba noviando, eso hubiera ofendido a mi papá. Pero él siempre me acompañaba, porque sabía que tenía terror de andar sola.
-Mis papás se van a divorciar. -Atinó a decirme uno de esos días de regreso a casa. Yo no sabía que era uno de los últimos, hasta que un día me vi volviendo sola, llorando su ausencia, como si hubiera muerto. Y ahora que lo pongo en palabras, quizás el miedo de estar sola fue lo que me impulsó a ponerme de novia con Juan.
-Milito... Qué... Lo lamento muchísimo. -No dije más nada, solo me detuve para darle un tímido abrazo. No había abrazado a muchos chicos y me resultó extraño, pero creo que él lo necesitaba. Cuando el abrazo terminó, nos quedamos mirando nuestras bocas, él se acercó unos centímetros, pero yo me alejé rápidamente y él no dijo nada al respecto.
-¿Cómo llevas eso? -Continué, luego de un largo silencio.
-Lo llevo como puedo, quiero decir, quiero que sean felices. Pero se llevan como perro y gato ¿Sabes? Todo es motivo para discutir y las peleas duran muchos días, ya no es como antes. Antes, si estaban cansados, abrían un vino fino y miraban una película o se sentaban al borde de la piscina y arreglaban sus problemas. Ahora, cada uno va por su lado. Papá varias veces no ha dormido en casa. Eso es... Doloroso para todos.
-¿Te dijeron que se divorcian o es una intuición tuya?
-No, Marga, me lo dijeron.
Volvimos en silencio. Le di su espacio, siempre lo hacía.
Un día (un funesto, triste, gris y horroroso día) vino a casa para avisarme que se iba a Francia, a vivir con su madre, ya que ella era de allá. Me dijo que decidieron que era lo mejor para él y que con dieciséis años no tenía edad aún para decidirlo. Yo no lo podía creer, lloré y supliqué que se quedara. Pero era una decisión tomada.
El día que se fue no quise despedirlo.
Se cansó de enviarme e-mails. Y yo me cansé de verlos y no responderle. Lo bloqueé de todos lados, incluso cuando me escribió de su nuevo número, un número con una extraña característica, que me recordó lo lejos que estaba, y lo mucho que lo quería. Cambié de número, lo culpé por todo, y luego me culpé por ello.
Y pasó tanto tiempo que ya me avergüenzo de solo pensar en cruzarlo.
Debe odiarme.
DIEZ AÑOS DESPUÉS:
Una de las cosas que hago por la mañana es ir a saludar a mis padres. Ellos viven a unas cuadras de donde estamos nosotros y se levantan muy temprano. Son de las pocas personas que disfrutan de cada etapa que vivan, ahora están jubilados, mamá era maestra y papá manejaba el camión recolector de basura del pueblo. Lo cierto es que siempre me transmitieron el orgullo por lo que hacían, aunque a diferencia de ellos, yo le huyo al trabajo estable.
A ambos les gusta y disfrutan de la vida de casados: Riegan las plantas, se hacen mates mientras miran a la gente pasar y de vez en cuando se dan una escapada a algún lugar del país que no conozcan.
Hoy, aunque es un poco tarde, voy tranquila a verlos, el sol está asomando y el aire fresco abandona paulatinamente el ambiente. Es pleno verano y cientos de pájaros cantan en los frondosos árboles... O son chicharras, algo así.
Amo madrugar, y también amo dormir. Amo ver a mis papás sentados en la vereda que acaban de regar. Amo comer las masitas con anís que hace mamá. Amo verlos sonreír y también discutir, ya que siempre lo hacen con el fin de restablecer su dulce diálogo.
—Buen día, paso a tomar UN solo mate, se me hace tarde para ir a la biblioteca. No me entretengan si no Alfonsina me mata ¿Eso es pan casero?
—Buenos días, mi Amarguita ¿Descansaste bien? Nos quedamos sin anís, cuando vuelvas, pasate por la dietética y traete un poco. —Dice mi papá mientras me da una rebanadita de pan. Siempre me dice que soy una amarga, porque sabe que me molesta.
—Sí, papá, descansé todo lo mejor que pude. Dale, traigo cuando vuelva, seguro será a la tarde... A la tarde muy tarde ¿Ustedes, bien? ¿Qué van a hacer para almorzar?
Me desperezo en una extensa elongación, sin dejar de masticar y sin soltar el mate.
—Solo voy a hacer unos sándwiches, acordate que tu papá tiene un torneo de bochas al mediodía. Voy a verlo y a llevarle eso,, si llegás, avisame y nos vemos allá.
—Dale, creo que llego, pero solo un ratito. Ah, y Juan no podrá ir, tiene un almuerzo con la administración de la empresa.
—Seguro Juan sigue durmiendo, roncando más fuerte que motor nuevo. Vos no te preocupes, tratá de estar y solo si podés, hija.
Mi papá y sus bromas hacia mi novio.
—No creo, pa. Yo lo desperté, aunque me fui rápido, calculo que debe estar desayunando, para salir.
—Yo ya le dije que tiene que hacerse ver eso de los ronquidos, cada vez es peor, y vos descansas menos. Mira, Irma, la vecina de al lado de tu casa, me dijo que a veces Juan ronca tan fuerte, que su perrito se pone a ladrar y aullar, y una vez, sonó la alarma del auto que estaba dentro del garaje.
—¡Ma! No es tan así... A veces lo empujo para que duerma de costado, porque comprobé que ronca menos. —Digo, sonriendo con maldad..
—Tiene que hacerse ver eso, porque puede ser grave. —Responde mi papá sonriendo para sí, vaya uno a saber qué otra cosa quiso decir con eso.
—Hablando de chismes ¿Viste quién volvió al pueblo?
—Ni idea, contame. —Respondí, concentrada en el pan calentito que tan bien le sale a mi mamá.
—Émile ¿Te acordás de él?
Al oír su nombre después de tantos años, di un sobresalto y me ahogué. Me puse a toser mientras mi papá me daba unas palmadas en la espalda. Mi mamá me cebó otro mate y me preguntó si estaba bien. No puede ser cierto.
¿ÉMILE ESTÁ ACÁ, en Argentina? No, quiero desaparecer. Quiero...

1 commento
Hai iniziato alla grande! Spero davvero che ti sia sentito ispirato a continuare: grazie mille per aver condiviso! Mi dispiace che ci abbia messo così tanto a leggere!
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