KALÍ
di ferchi @ferchi
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En el año de 2017 yo había decidido que haría una pausa en mi vida pues el trabajo y los problemas personales me habían acorralado como una fiera; así que renuncié al trabajo, llené una mochila de excursionista con algo de ropa y sin olvidar mis camisetas favoritas, compré un boleto a la India y partí al día siguiente. Como a todo mundo el país me deslumbró con sus colores, su cultura y su extravagancia. Vagué y vagué por semanas, comí en los mercados, caminé muchas veces hasta el anochecer y dormí en cálidos hostales en los que alguna vez soñé con tigres. Me dejaba aconsejar por gente local sobre qué lugares visitar. A veces me unía a grupos de turistas errantes como yo, y a veces otros se unía a mí.
Un día de aquellos montado en camiones desvencijados y alguno que otro ride había llegado al sur de la India y me había adentrado en la selva de una provincia llamada Karantaka. Ahí había perdido un poco la brújula y me había dejado llevar por mi instinto. Recuerdo que caminé hasta que la noche me alcanzó y tuve que pedir asilo en una pequeña choza sumergida entre la vegetación e iluminada desde el exterior por guirnaldas que destellaban luces color naranja. La familia Prakash me recibió como si me estuvieran esperando; con sonrisas dulces, gestos amables y toda clase de atenciones que para mí eran como un crème brûlée para el alma.
Aquella noche cuando terminamos de cenar Alisha la hija mayor de Rajnit el padre de los Prakash se levantó, atravesó una cortina de seda que daba a una de las 2 habitaciones y regresó trayendo entre sus brazos un bulto formado con cobijas color guinda, tomó un biberón que había puesto a baño maría en una humilde parilla y descubrió el núcleo de aquel bulto.
Una pata robusta y peluda se asomó, 5 afiladas garras trataban de asir el biberón, Alisha inclinó un poco el cuerpo en mi dirección y ahí estaba:
Recostada boca arriba entre sus brazos había una cachorra de tigre de aproximadamente 3 meses de edad. Los Prakash me platicaron que se había extraviado en la selva mientras cazadores furtivos intentaban dar muerte a su madre. Como todo cachorro de mamífero dependía de la leche materna, y tras varios de días de deambular hambrienta había caído agonizante junto a la humilde choza de la familia, ellos al verla débil y maltrecha la levantaron de un recoveco con ropa sucia en donde se había acurrucado.
Habían pasado 3 semanas desde que la rescataron y gracias a la leche de una de las vacas de los Prakash ahora era una cachorra fornida, rechoncha, bien dotada, con ojos grandes y vivaces, con orejas cortas y peludas, uno sabía al verla que estaba en presencia de la semilla de una fuerza de la naturaleza y nada menos.
Sus franjas negras brillaban sobre el color naranja de su manto
Naranja como un atardecer bengalí que no olvidaré
naranja intenso como el de la Genda, la flor santa de Gujarat que vi colgando del cuello de un sabio y flotando en el Ganges creando constelaciones
pelaje naranja de seda fina
naranja cempasúchil con rayas de pimienta
naranja cúrcuma que aroma el medio día de Karantaka
naranja sagrado de los mandalas
naranja bindi que me miró desde la frente de una anciana
naranja ardiente como el sol de la india y su hijo el tigre.
Entre los brazos de Alisha yo estaba observando algo eterno y ancestral. La habían nombrado Kalí como la diosa protectora, la hija de Durga, la que mantiene a raya al mal, a la que temen los demonios por sanguinaria e implacable. Ellos, los Prakash, la consideraron una bendición en sus vidas.
En un momento Kalí miró mi camiseta, en ella estaba impresa en sublimado de alta definición entre serpientes y flores la imagen de un tigre rugiendo y zarpeando. Quedó hipnotizada. Sin soltar el biberón sus ojos verde olivo se pusieron alerta, sus pequeñas garras pulsaban, se retraían y se asomaban mimetizándose con la pose del tigre de mi camiseta. Estaba recordando, estaba conectando con su propia naturaleza, se le estaban borrando de la mente esas 3 semanas en las que había pensado que era humana. Movía milimétricamente su nariz y se acordaba del olor a pelo y tierra húmeda de su madre. Sus pupilas se dilataban y alentaba la velocidad con la que succionaba el biberón. Alisha me ofreció cargarla y no dudé un segundo. Era pesada, de huesos anchos, el pelaje era suave como el terciopelo. Siguió mirando con intensidad mi camiseta mientras yo le sostenía el biberón, cada tanto y sin quitar los ojos de la imagen en mi pecho intentaba un tímido ademán de zarpazo, como recordando que había sido tigre y sabiendo que tarde o temprano volvería a serlo.
Al día siguiente partí de regreso a India central y de ahí de regreso a casa. Mantuve contacto con Brahim el hijo mayor de Ranjit, quien me dijo que a las 3 semanas de mi partida una noche tranquila y despejada, Kalí se había puesto inquieta; olisqueaba las paredes de la choza y soltaba pequeños rugidos que más parecían los graznidos de un ave. No sabían qué le ocurría hasta que escucharon unos bramidos profundos y cortos afuera de la choza, se asomaron por la ventana y ahí estaba: una imponente Tigresa. Debía ser su madre. Con mucho cuidado abrieron una rendija de la puerta y dejaron salir a Kalí. Ésta se acercó lento a la enorme tigresa, cuando estuvo a unos pasos se agazapó como si fuera a cazarla y brincó hacia su nariz. La tigresa evadió el ataque y cuando Kalí cayó al suelo comenzó a lamerla. Después de un rato de mimos y juegos se perdieron en la maleza, volvieron a estar juntas, volvieron a ser tigres.
2 commenti
karenvilleda
Insegnante PlusÈ un ottimo testo!
Mi è piaciuto incontrare Kali!
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ferchi
Oh, grazie mille, @karenvilleda , mi è piaciuto molto il corso e ho imparato cose super utili!
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