Las dos madres
by Daniela Corzo Prado @daasun_corpra
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Apenas sonó el teléfono lo supo. Entendió el motivo de la sensación que la había despertado esa mañana.
Había tratado de ignorarla, con todas sus fuerzas, como normalmente lo hacía. Esa asfixia en el pecho que le ocasionaba dificultad para respirar. Intentó distraer su mente con la lista de compras para aquel día y las actividades que la esperaban esa semana. Después de todo, Doris era una abnegada ama de casa, sus vacilaciones no tenían lugar, por lo menos no en ese momento de su vida.
Todo estaba donde debía estar. Ella estaba donde debía estar.
Solo había un problema: Su hermana.
Y mientras el teléfono sonaba, una voz en su mente le dijo lo que no quería escuchar: “Se trata de Dania, está en problemas otra vez”.
Doris vaciló un instante, pensando en que si obligaba a sus piernas a retroceder y a perderse en algún lugar de la casa en dónde el sonido del teléfono podría ser ignorado, nada de lo que estaba por pasar pasaría. Y casi lo consigue, si no hubiera sido por su bebé. El pequeño Tom consiguió trepar hasta el mueble principal de la sala, y tiró del cordón del teléfono llamándola insistentemente. Él era como una pequeña alarma constante, lleno de sonidos que muy pocas veces eran distinguibles. Pero a diferencia de otros ruidos, a él le era imposible hacerlo callar, a menos que hiciera lo que quería en ese momento. Y ese instante, su bebé le exigía que contestara el teléfono.
—Ya está, Tom. Contestaré, solo… —como solo una madre experimentada de tres hijos haría, Doris cogió a Tom con un brazo, alzándolo en el aire, lo acomodó en el sillón y se llevó el teléfono al oído con el corazón golpeando en su pecho.
La respiración que escuchaba al otro lado de la línea era agitada e irregular, y si no estuviera a muchos kilómetros de distancia, casi hubiera asegurado que la sentía a su lado.
—¿Dania?, ¿Dania, eres tú?
Pero no necesitaba preguntar, Doris conocía a su hermana tanto como se conocía a ella misma. Y no era para menos, ambas se habían formado en el vientre de su madre al mismo tiempo. Eran lo que científicamente se conocía como “Gemelas monocigóticas”. Compartían el 100% de su ADN.
Era fácilmente dos mitades de un todo.
Y ahora su otra mitad se estaba desmoronando.
—Ya no puedo más, Iris… Simplemente no puedo… —su llanto entrecortado resonó en los oídos de Doris, mientras intentaba calmar a su bebé que también había empezado a llorar.
Para Doris, aquella afirmación bastó para imaginarse el escenario en el que se encontraba su hermana. Trastornada, abrumada, completamente fuera de sí. Seguramente se había encerrado en un armario, como solía hacerlo de niña, de cuchillas en el suelo, hundiendo su rostro entre sus rodillas y abrazada al único recuerdo bueno de su infancia: la fotografía que una de sus tías les había tomado a ambas abrazadas en el jardín de la casa familiar, con aquellos vestidos rojos idénticos que hacían ver sus mejillas rosadas y sus ojos llenos de vida. Era también su fotografía favorita, el único bien valioso que habían tomado de aquella casa al marcharse. No obstante, Doris dejó que fuera Dania quien la conservara. Sabía que su hermana necesitaría una fuente de consuelo en momentos como ese, cuando sintiera que nada era lo que debía ser.
—Calma, Dan. Necesitas respirar hondo, ¿recuerdas lo que la terapeuta nos enseñó?
—No, esto no se arregla con una “respiración asertiva” Iris. Mi vida no se va recomponer por eso… —su voz sonaba cada vez más débil y Doris hizo un gran esfuerzo por entenderla. Sabía que las cosas andaban mal con Antony, la pareja de su hermana; ellos habían intentado tener un hijo por varios meses, pero el resultado era siempre el mismo. Y sabía también que el negocio de ventas de su hermana no estaba en su mejor momento. ¿Había algo más abrumándola?
Aunque claro, Doris sabía que eso bastaría para abrumar a cualquier, y más si era alguien como su hermana, que había experimentado una desgracia tras otra desde que era pequeña. De las dos, Dania se había llevado la peor parte al crecer; al morir sus padres, habían sido separadas y llevadas a distintos centros de acogida de menores. Doris tuvo suerte, estuvo en una casa hogar en donde la trataron con mucho cariño y respeto, no tuvo comodidades, pero difícilmente extrañó su antigua vida, a no ser por lo mucho que echó de menos a su hermana. Mientras que, Dania vivió un completo infierno en el lugar al que la enviaron.
Fueron dos años tormentosos, y cuando finalmente se reencontraron, Doris encontró a su hermana en un estado mental más desastroso del que había estado en un principio.
Quiso demandar a sus cuidadores, pero Dania la detuvo, insistiendo en que nada de eso haría que lo vivido se borrara. “Quería empezar de nuevo”, le dijo; y deseaba sobre todo concentrarse en hacer algo bueno con su vida. Doris difícilmente pudo estar en desacuerdo.
Ambas consiguieron lo que quisieron por mucho tiempo. Pero cada tanto, un nuevo periodo de crisis acontecía. Y hasta ahora, este parecía ser el peor.
—Solo necesito que pare, quiero parar esto de una vez por todas…
Doris temía preguntar cómo lo haría, así que se concentró en confirmar el paradero de su hermana y llegar allí lo más pronto posible. Era eso lo que siempre hacía, concentrarse en los problemas que tenían solución. Aquella era la mayor diferencia entre ambas. Mientras Doris era así de práctica, Dania siempre ocupaba su mente en las cosas que no podía reparar.
—¿Estás en casa de Antony? Puedo llegar allí en diez minutos… Solo espérame, por favor. Encontraremos una forma de… —el llanto de su hijo se hizo más fuerte haciendo que Doris perdiera la concentración.
De pronto, fue como si Dania se desconectara de ella misma. Dejó de hablar sobre lo que sucedía y comenzó a susurrar palabras tranquilizadoras para su sobrino.
—Está bien, bebé. Todo estará bien para ti, nunca tendrás que sufrir lo que yo sufrí. Serás feliz, hijo mío. Serás el niño más feliz… If I were a boy, even just for a day… I'd roll outta bed in the morning… And throw on what I wanted, then go…
Doris comprendió que su hermana estaba en una de sus fantasías, en una en la que Tom era uno de los hijos que había perdido, donde lo sostenía entre sus brazos, acurrucándolo. Quizás hasta estuviera meciéndolos ahora, a la vez en que le cantaba aquella canción de Beyonce que su hermana adoraba. Deseo que pudiera bloquear el sonido, era demasiado para ella en ese instante. No solo porque su hermana estuviera perdiendo la cabeza, o porque su hijo se sintiera ansioso, sino porque aquella era la canción que la transportaba hacia ese terrible momento.
El momento en el que ambas se condenaron.
Era esa misma melodía la que sonaba en el auto esa tarde, en el interior del auto, mientras su padre conducía y su madre les gritaba un insulto tras otro. Y fue esa melodía la que continuó sonando cuando el auto se estrelló.
—If I were a boy. I think I could understand. How it feels to love a girl. I swear I'd be a better man…
Mientras escuchaba a su hermana cantar, la realidad comenzó a esfumarse también para Doris y no pudo detener el lugar al que su mente se dirigía.
Solo cuando su esposo llegó, horas después, pudo despertar del sueño al que se había transportado despierta.
Cuando Doris reaccionó su esposo sujetaba al bebé, que hasta entonces seguía llorando. Henry la miraba enfurecido y le llamaba la atención por su descuido. Pero Doris no le prestó atención, se levantó del sofá apresurada, escuchando al teléfono golpear el piso, y como si estuviera poseída se dirigió hacia la puerta, con un único objetivo en mente…
Debía llegar con Dania antes de que fuera demasiado tarde.



1 comment
emily_barr
Teacher PlusThis is wonderful! Gripping and well written. Congratulations, and good luck for the future.
Emily
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