Cacosmia
by Alida Domínguez S @alidomso
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C a c o s m i a
Alida Domínguez Sosa
Desde el segundo mes, Mariana sintió repulsión por casi todos los olores. Las grasas y el aceite de oliva, en particular, le causaban arcadas incoercibles. Abandonó su trabajo y limitó sus salidas. Era raro que las náuseas se prolongaran durante tanto tiempo, pero el obstetra lo consideró aceptable, les aseguró que acabarían en pocas semanas y les pidió paciencia. Al término, nació su primera hija, una nena delgada, sana, de ojos vivaces. Todo cambió. Su sentido del olfato se agudizó en forma acelerada, reportando ventajas insospechadas a la primeriza. Mariana se levantaba aturdida por el cansancio, pero podía, a distancia, decidir entre el cambio de un pañal o la necesidad de un baño inminente. El dulzor en el aire le avisaba la hora precisa para amamantar. El salitre de una sola lágrima apresuraba el arrullo que conseguía dormir a la nena y salvarlos de un largo desvelo. Se aminoraron así los sobresaltos y el desgaste de los primeros meses. Mariana vivía su «condición» con normalidad y su esposo, German, entre dos trabajos y una tesis, tampoco tuvo tiempo de reparar en esa «particularidad». A pesar de estas ventajas, los jóvenes, inexpertos, en pocos meses se encontraron batallando con el peso de forjar una familia, con rutinas que plancharon sus alegrías, silencios que se alargaron y besos y cosquillas esfumadas.
Un viernes el ring del teléfono trajo una excusa mal elaborada, agrietada, de novato. German no llegaría a cenar. Tartamudeando, explicó que el sistema se había caído, que varios procesos se detuvieron, que los números no cuadraban y, aunque no formaba parte de ese equipo, debía quedarse para resolverlo. Por primera vez, German rompía con lo habitual y Mariana atribuía su nerviosismo al disgusto por el imprevisto pues él vivía en el rigor. Decidió aguardarlo despierta. Organizó los juguetes de su hija, retiró algunos adornos del cuarto ideando una nueva decoración, encendió la tele para sentir compañía de fondo y recogió la mesa, regresando la cena resignada a un tupper y el tupper resignado a la nevera. Una vez en cama trató de dormirse, pero no encontraba acomodo, le era indispensable el cuerpo lejano de German dándole la espalda en el borde izquierdo. Al final, luego de un par de rounds contra el sueño, cayó rendida.
Un soplo leve de brisa fría, matinal, impregnada en humo carburado, le sacudió de golpe. Despabilándose corrió hacia la puerta y una nube con partículas de lluvia y freno gastado le confirmaron el regreso de German. Lo vio bajarse y, al tiempo que abría los brazos para inspirar profundo, fue embestida por un torbellino de preguntas. Inspiró de nuevo, descubriendo un aroma de tabaco, de spray de menta que intenta ocultar el aroma del tabaco, de perfume de mujer, de fluidos alcalinos, de jabón de avena que trata de ocultar el perfume y los fluidos. Abrazó a German sin reproches, rastreando su nuca, su solapa, su mejilla. Se encontró excitada como no lo había estado en mucho tiempo. Olfatear el misterio, la trama, los giros y posibilidades, le volvían a la vida. Se acostó mordiendo el deseo, abrazada a su espalda, repasando las marcas de jabón, los tipos de tabaco.
De allí en adelante, las semanas se convirtieron en la antesala de los viernes, en una espera impaciente por el ring que iniciaba el intercambio de excusas y respuestas.
Pasaron los años y, sin saber cómo ni cuándo, retomaron la armonía conyugal. Se hallaron cómodos y lograron centrarse. Mariana, disfrutando de nuevas oportunidades, abrazó su «condición» y se creyó bendecida. Amplió sus curvas, tiñó su pelo y ganó confianza y no es que fuese el alma de las fiestas, pero recibía invitaciones y se hizo popular entre los niños quienes, retados por su hija, ocultaban caramelos en sus manos o bolsillos para que Mariana adivinara dónde estaban y cuáles eran sus sabores. También se hizo de varias amigas, organizando meriendas y catas, donde se lucía como experta sommelier. Fue controlando su don. Aprendió de discreción y disimulo ante las vidas que su olfato desnudaba con tan solo un beso en la mejilla o una breve estancia en un apartamento. Aprendió a someter sus sorpresas y sus ascos, a moderar el agobio y la saturación. Aprendió también del respeto y del perdón, cuando de vez en cuando reconocía el perfume de la traición.
Germán se sentía pleno, se convirtió en un académico exitoso y pronto cambiaron de estatus y de barrio. Su vida social se enriqueció y se hicieron asiduos a algunos locales de moda. Los jueves iban fijo a «Le Canard», al día especial de la semana, con cobro de boletos para fines benéficos, menú de degustación y un performance único, fascinante, de «adivinación». El grupo que se reunía era selecto, la entrada restringida y el ambiente animado. Entre el postre y el pousse-café sonaba un timbre estruendoso que capturaba la atención de los comensales. El mesonero traía varios cálices de cristal, cerrados, portando pócimas retadoras. Haciendo una media reverencia, acercaba, de una en una, las copas abiertas a Mariana. Se iniciaba el juego con las miradas congeladas y un silencio total. Ella, vestida de largo, apartaba su cabello, serenaba su rostro y movía sus manos con gracia, acercando el aire para disecarlo. Los aplausos rompían antes de que pronunciara siquiera el primer ingrediente: «amargo de angostura, nuez moscada, ron blanco… un toque de pimienta rosada». Con sonrisa pícara extendía su mano al retador y, el chef, nuevamente vencido, la besaba, avivando aún más los aplausos. Los tragos corrían por casa y las apuestas se cobraban bajo el mantel.
La pareja, con su complicidad reanudada, recibió un nuevo embarazo con entusiasmo. Esta vez no hubo náuseas, pero el parto se prolongó. Sangraba de vez en cuando pero no dilataba. Los médicos ordenaron prepararse para una cesárea, pero Mariana se resistía, siempre había temido a la anestesia y jamás había entrado a un quirófano. Una vez resignada a la cirugía, su mente escaló del miedo al terror que quedó sumida bajo una fuerte jaqueca que le desconectó del todo. La operación transcurrió sin contratiempos y un varón sano, rollizo, radiante, llegó al mundo para llamarse Lucas. Al despertar, Mariana se encontró aliviada, recibió a su hijo en un corto abrazo y tras besarlo sucumbió de nuevo al efecto residual de los sedantes. Ya de noche, en duermevela, reclamó en voz baja por un olor a basura, inadecuado en un ambiente aséptico como aquel. Al no ser atendida reclamó de nuevo, subiendo el tono; algo agrio, putrefacto estaba inundando la habitación sin que nadie más lo notara. Se incorporó descompuesta y revisó al bebé con esmero. Exigió que se apersonaran enfermeras y bedeles, que cambiaran su cama, limpiaran el baño, abrieran las ventanas. Todo empeoraba. Con una mano apretó a Lucas contra su pecho y en forma violenta se puso de pie ignorando el dolor agudo, lancinante, que se expandió desde su vientre hacia la espalda. Con la otra, tomó una revista de modas y comenzó a abanicarlo todo. Abanicaba entre tos y arcadas, abanicaba entre almohadas y rincones, abanicaba entre lágrimas. Betsy, una joven enfermera de guardia, con diligencia frotó su nuca y su frente con alcohol y, mientras retiraba al bebé con disimulo y lo resguardaba en la cuna, le entregó el frasco entero en intento de bloquear sus sentidos. Mariana se aferró a la botella con ambas manos y aspirando a fondo se derritió de espaldas a la pared, encontrando alivio en cuclillas frente a quienes la observaban desconcertados.
Esa misma noche, convocaron a neurólogos, otorrinos y psiquiatras. Todas las causas parecían graves: tumores cerebrales, daño neurológico, psicosis. Fue sometida, por varias semanas, a pruebas complicadas y reevaluaciones que solo desembocaban en nuevas pruebas y más evaluadores. Nada concluyente, todo los regresaba una y otra vez al punto de partida. Frustrada ante un caso tan complejo, la jefa del servicio dio por terminado su trabajo:
—Lo siento mucho. Solo sabemos que Mariana, al igual que los sabuesos, tiene un olfato privilegiado, casi cien veces superior al de cualquiera de nosotros. Quizás su embarazo le haya puesto hipersensible y ahora el olor le desagrada, le duele, el aire se le hace irrespirable. Lo llamamos «cacosmia». Un síntoma infrecuente cuya causa, en su caso, nos ha sido esquiva. Debemos mantenerla bajo estricta observación, y nos reservamos su pronóstico. Intérnenla, sepárenla del niño, su orina o incluso su aliento meloso, pudiesen desencadenar respuestas impredecibles.
La especialista se retiró dejando a todos en ruinas.
Acordaron ingresarla en un cuarto privado del Hospital Psiquiátrico de Friburgo, considerado el mejor de la zona. Varios meses de inapetencia, aislamiento y psicotrópicos opacaron su pelo y la sumieron en una delgadez extrema, pero cuando el cielo cambió de luz y el otoño enfrió las paredes, las mejoras asomaron. Poco a poco recobró su capacidad de relacionarse con otros y a diario inquieta y curiosa se proponía descubrir el mundo sin su olfato. El día del alta recibió sus hijos en un abrazo doble: Luego los recorrió por separado, con disimulo, por largo rato. Sollozando confirmó aliviada que nada en ellos le desagradaba y los besó de nuevo, mil veces, sabiendo que estuvo perdida y al fin los reencontraba. También se abrazó a German, buscando algún rastro en su pelo, en su cuello, en sus manos, pero lo halló inodoro, irreconocible. Sin saber cómo lidiar consigo misma, entró en el carro, deseando regresar pronto a casa.
Betsy, la joven enfermera, fue contratada como niñera para facilitar su recuperación. Después de un par de años se había hecho cargo de todo. Le medicaba, restringía sus visitas y llamadas, le peinaba con paciencia y combinaba su pijama con el edredón. Cada mañana en el jardín le alentaba a ejercitarse y a recuperar su peso, pero se mantenía apática y delgada. Al anochecer le bañaba con productos neutros y como a una chiquilla le recompensaba con una mota empapada en alcohol para acariciar su frente y su nuca antes de dormir.
Aquella madrugada Mariana despertó sobresaltada, como antes. Déjà vu. Sigilosamente superó la escalera y, ya en el resquicio de la puerta, inspiró con fuerzas. Notó acercarse un hilo de humo carburado discurriendo en la bruma de enero. Abrió despacio e inspiró de nuevo y allí llegaba, serpenteando, el leve olor a tabaco, un tenue aroma de menta, de esa que oculta el olor a tabaco, un levísimo aroma a jabón y a fluidos, un perfume desconocido de mujer. Cerró la puerta y subió a su cuarto antes de ser descubierta. Oyó los pasos de German acercarse y luego cambiar de rumbo hacia la puerta del cuarto vecino. Mariana se cubrió entre sábanas y enlenteció su respiración, encarcelando cada partícula que intentaba escapar. Fue recordando de a poco, descifrando entre el tipo de hojas de tabaco, decidiendo entre las marcas conocidas de jabón. Volvían a ella, en minúsculas gotas, las historias infinitas que su olfato podía desvestir capa a capa como si de una cebolla dulce se tratara. Volvía a ella también el dolor y la carga de toda vida singular. Se durmió extenuada, aprisionando el secreto, como si fuese una mota empapada con alcohol.

8 comments
aidasedano47
I liked the story, it made me remember the pain of betrayal. I'm a fanatic reader of narrative novels (sorry for the spelling horrors, my tablet doesn't give me a choice of accents)
Thank you and much success
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alidomso
@aidasedano47 Thank you very much for your comment, very kind! It will be a pleasure to find your project to read you.
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aidasedano47
Also for me to follow you
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tatcher169
Very interesting the whole plot and the cause of it. Review the development of a marriage with its ups and downs and lies alongside submission. Congratulations
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alidomso
@tatcher169 Thank you very much for your comment!
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albertochimal
Teacher PlusHi Alida. Thank you very much for entering the course and congratulations on completing it. I hope that what we saw has served you and continues to serve you.
I just read "Cacosmia" and I'm going to leave you some comments. As I always say in these cases, even if some of the comments are not positive or do not focus on what interests you most in your own text, please do not take them the wrong way. Consider that they are made with the intention of helping you continue to improve your work, and that in any case they are optional. You decide what you find useful, and what not, how much is recommended.
If you do not know them, I recommend two interesting books about the lives of women that I have recently found: Little labors by Rivka Galchen and Empty houses by Brenda Navarro. Maybe they may interest you.
Once again I thank you and wish you luck and success in your future endeavors.
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alidomso
@albertochimal Thank you very much for your valuable comments and advice. I will evaluate them and try to give a better anchor to the story.
I have really enjoyed this course, it has seemed very educational, generous and enjoyable.
Take good care of yourself in the pandemic!
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albertochimal
Teacher Plus@alidomso Thank you very much! Take care of yourselves there too and that everything goes very well.
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