EL COCODRILO-Sebastian Farid Valladares Mendoza
par Sebastian Farid Valladares Mendoza @faridvalladares
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El Cocodrilo
I
La primera vez que lo vi o recuerdo haberlo visto, fue regresando del trabajo. Aunque si recuerdo … apareció en una temporada de lluvia. Estaba listo para dormir y apareció. El clima lo habrá ayudado a meterse a mi apartamento. Apenas era una mancha, una criatura diminuta de color negro-verdoso. La lluvia había vuelto muy cansado el regreso a casa, así que un inquilino inesperado; no me iba a quitar el sueño, pues mañana había que hacer lo mismo. Lo ignoré, como muchas cosas pequeñas que se suelen ignorar para hacerse cargo de ellas más tarde.
II
No me importaba tener un inquilino. Mi apartamento no era la gran cosa, ni siquiera la pequeña cosa, pero era mío … y del cocodrilo … por ahora. Me habían dicho antes que mejor debí comprar un carro en vez de aquel cuarto de escobas en el que duermo, por su puesto se me dijo en tono bromista, como debería ser cualquier insulto para no volverse una grosería y mantener cierta elegancia. Entre los comentarios más mordaces que me vienen a la mente cada vez que abro la puerta de mi apartamento y que siempre logra sacarme una sonrisa fue aquel de mi hermana “Mejor te comprabas un coche, tiene casi el mismo espacio, aire acondicionado y si te da hambre cocinas en el motor”. El tiempo transcurría sin más, el tiempo en el que no estaba trabajando o durmiendo, limpiaba un poco y salía rumbo a casa de mis padres a visitar la vida que había dejado allí. Cada fin de semana que pasaba en casa de mis padres (muy a pesar de que me dijeran que también era mía y de mis hermanos) lo primero en recibirme era “El gazpacho” siempre extasiado de verme y yo contento de verlo a él. Llevaba lo que les pudiera faltar y le dejaba algo de dinero a mi mama y otro poco para “El gazpacho”. Era un lugar cómodo, cálido y por lo mismo no me podía quedar y tenía que volver a la vida que quedo en mi apartamento en más de un sentido.
III
Las lluvias no paran. La criatura era curiosa con las lluvias crecía y con el sol se reducía. Mi ánimo funcionaba exactamente al revés. Al acostarme lo veía, me imaginaba cuando tendría que deshacerme de aquella criatura que se metió a mi vida sin que lo notara. Llegue a pensar que aquella mancha en el blanco tirol de mi cuarto, no era más que una de esas esponjas con forma de dinosaurio que se hinchaban con agua al cabo de un par de días y solía suplicar a mis padres porque me compraran uno. Tal vez el hijo de los anteriores dueños lo había pegado ahí, como recordatorio de que ese había sido su cuarto.
Mi inquilino paso de tener el tamaño de un cachorro. Ya no me preguntaba como había aparecido, si no como había crecido tanto. Supongo que se alimentaba de bichos o sueños voladores y fugaces, que para el caso son lo mismo. Se ven tentadores por fuera, pero es probable que estén amargos.
IV
Mi habitación poco a poco se estaba volviendo un pantano. El cocodrilo ya había expandido su territorio a la pared. El agua parecía más violenta con cada día que pasaba. Y una noche sentí sus dientes fríos y húmedos en los dedos de mis pies, tratando de arrancarme de mi descanso. En la mañana quedaban rastros de que algo había compartido mi cama. Si me hubiera mordido talvez no me hubiese levantado tarde ese día y tener que fumarme el regaño de recursos humanos. Durante dos semanas aquel desgraciado se atrevió a bajar de aquel lugar que amablemente mi indiferencia le cedió. Ya estaba harto a veces bajaba a mitad de mi sueño y a veces al final, muchas veces trate atraparlo infraganti en cuanto sentía un frescor extraño. Torpemente buscaba mi celular y prendía la lampara del mismo. No llegue a pensar realmente que haría si lo lograba ver babeando mi cama. Solo pensé:
¡Tengo que hacer algo! ¡Tengo que matarlo ¡
V
Ya lo tenía planeado. Mi investigación arrojo que una cubeta de mata cocodrilos no es tan cara, unas semanas de ahorro serían suficiente. Lo haría en cuanto el clima me sonriera. Lo haría rápido y sin levantar sospechas. No podía dejar que mis padres o conocidos se enteraran de que no podía cuidarme solo y mucho menos de que tengo un cocodrilo en mi apartamento ¡Debo arréglalo solo! El sol tardo mas de lo esperado en llegar. Al fin llego. Ahora solo falta ahorrar un poco más, y tal vez pueda disfrutar del buen clima que ha tardado tanto en aparecer. El cocodrilo puede esperar un poco, además no parece que se vaya a ir a otra parte.
El sol me cegó y aletargo. La seguridad que me dio poder solucionar problema, me hizo olvidarme del mismo. Y así siguió el tiempo parecía que duraría para siempre. Pero una criatura comenzó a formarse, no en mi cercanía sino en un esquema más grande. “La criatura” consumió mi trabajo y mis ahorros y supongo que el de mucha gente más. Hasta dónde tengo entendido “La criatura” abarco el planeta. Me dio coraje que ese dinero se hubiese gastado en otro monstruo, que no era el mío.
VII
Las lluvias llegaron nuevamente, con una fuerza y constancia que no se mostraban en varios años. El cocodrilo y su pantano se rehidrataron, así como mi temor. Cada día el pantano crecía y crecía, crecía en la pared, crecía en el baño, crecía en el suelo, creció en el techo de mi vecino e incluso en mi cabeza. Poco a poco comencé a llevar el pantano conmigo. Lo notaba en las expresiones de las personas. En las noches que no llovía los hongos en mi cuarto comenzaban a brillar y pequeñas luciérnagas embelesaban mi mirada quitándome el sueño. En las noches de tormenta la cosa no era tan hermosa, lo escuchaba reptar, lo escuchaba corretear a los gatos en el techo, sentía su saliva caer, supongo que saboreaba el día que iría por aquella presa mas grande. Paso por mi mente que tal vez si atrapaba algún animal grande, se calme y se vaya. En las mañanas de aquellas terribles noches, veía signos alarmantes de lo que se avecinaba, pequeños y a veces grandes guijarros aparecían en mis cobijas. Si puede masticar piedras, puede desgarrar carne y probablemente quebrar huesos. ¡Tengo que hacer algo!
VIII
Me mude al comedor, que no esta muy lejos de mi habitación … ex - habitación de todos modos.
Mis ahorros casi se acaban y los trabajos eventuales no bastan. No sé qué más hacer, todo menos pedir ayuda. Los pensamientos ociosos rondan mi cabeza, incluso llegue a pensar en traer al “Gazpacho” de la casa de mis padres, para que ahuyentara al cocodrilo o sirviera de sacrificio para apaciguar a tan cruel criatura. Al siguiente día fui a casa de mis padres. Llevaba mis mejores ropas y sobres de comida para perro. Estuve con el animal casi todo el día lo meditaba, lo sopesaba. Si lo hiciera no sería más que otro cocodrilo. Un depredador cruel, paciente y salvaje, tal vez ya lo era. Gazpacho me mostro su panza en un signo de total confianza. No pude. No pude hacer nada. Mi madre me vio soltar un par de lágrimas y me hizo la pregunta obvia. Les dije a mis padres de mis problemas, pero no les conté del cocodrilo. Me ofrecieron asilo en lo que lo que sea que me no les conté se calmaba.
IX
Comenzó a llover. Me despedí y fui rumbo a mi apartamento, a pesar de la insistencia de mi madre para que me quedara. Al ir por el transporte las cosas ya no eran las mismas que vi en mi primer viaje. Todo me parecía más fluido que en los últimos días. Seguía percibiendo mi olor a pantano, pero tenía de consuelo de que en la Ciénega que era el metro en un día lluvioso no se notaría. Después de 2 horas de viaje y quedarme dormido llegué a la parte de atrás mi calle. Un par de hombres se encontraban platicando mientras señalaban en dirección a mi departamento. No me pudo importar menos, pero aun así pase cerca de ellos. Y los escuche: ¿Cómo ves, Juan? - No pues ta cabrón- Sí, no-Pero cuando cayó el techo de tu baño estabas tu. Al escuchar esto me detuve en seco y para no levantar sospechas saqué mi celular y me hizo menso, mientras fingía que escribía. Al parecer no les pareció sospechoso que un joven sacara su celular en medio de una llovizna ligera y se pusiera a pretender que escribía. Continuaron: No, por suerte, si no me mata y olía a pura agua estancada de la chingada, resulta que se hacía una laguna ahí cada vez que llovía. Y te han reclamado los vecinos de que ya les humedeciste la pared y el techo. No, creo que lo que está más pegado es una bodega.
X
Al llegar a la puerta de mi apartamento el musgo de las orillas me parecían escamas. Dude en abrir la puerta. El tiempo se volvió lento en el momento que comencé a meter la llave, pensé en todo ¿Qué tal si ya no tengo techo? ¿Qué tal si le reclamo a mi vecino por ayudar al cocodrilo? ¿Y si en cuanto abra la puerta una sierra de dientes me toma por las piernas y me arrastra hacia la oscuridad? Nadie me ayudaría, por lo que escuche la gente piensa que esta aquí es una bodega y después de una semana de no reportarme mi madre vendría a buscarme y compartiría mi destino. No podía dejar que eso sucediera. Termine de entrar. No había criatura dispuesta a devorarme, el techo seguía en su lugar y si planeaba reclamarle al vecino. No cené, no tenía energía, pensar estupideces me agotó. Preparé mi cama de la cocina y traté de que ese día terminara. En la mañana siguiente lo decidí. Con luz de día era un menos tenebroso entrar al cuarto del cocodrilo. Recogí mi ropa húmeda y mi colchón enmohecido y con inquilinos indeseados. Lo saque todo de la casa, lo rescatable lo rescate y lo que no pues quien lo quiera es libre de llevárselo. Reclame a mi vecino y logre sacarle algo de dinero (Lo bueno que me reconoció del día anterior y eso ayudo a amedrentarlo un poco). Ese mismo día tomé una camioneta y transporté mi vida a casa mis padres. Vendí el apartamento. No me dieron mucho por él, después de todo un inquilino se negaba a abandonar la vivienda. Debí hacer algo cuando solo era una mancha y no cuando era ya un cocodrilo.
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