Conectar con los clásicos

Mi hermana, cuando era adolescente, estaba obsesionada con la película Ten Things I Hate About You. Sí, esa que casi seguramente se recuerda porque sale un Heath Ledger jovencitito y más desharrapado que nunca, con su acento australiano intacto, y cantando “Can’t Take My Eyes Off You” a una Julia Stiles que era Kat, la muchacha rebelde que se niega a apegarse a las rígidas normas y expectativas de su padre viudo, y con ello le hace la vida imposible a su hermana, la angelical y popular Bianca. Lo que poco se recuerda —si acaso, es un dato que atesoramos los nerds de los noventa para sorprender en las fiestas— es que es una adaptación de una obra de Shakespeare, La fierecilla domada.

“No se escribe en el vacío”, decía el poeta y traductor mexicano José Emilio Pacheco (cuya pieza narrativa más conocida, Las batallas en el desierto, es la base argumental de una canción de Café Tacvba). Y basta asomarse a cualquier librería para comprobarlo: adaptaciones de la Ilíada, versiones a novela gráfica de obras de Tolstoi, musicales basados en óperas clásicas que a su vez abrevan de la tradición griega, latina, china, egipcia… Los seres humanos no inventamos nada, y sin embargo vivimos —y creamos— con la ilusión de que podemos recontar una historia mientras contamos la nuestra. No sólo nos definimos como las únicas criaturas capaces de narrar, somos la única especie capaz de experimentar una historia y volverla a contar con nuestras propias palabras, y de ahí que valga la pena rodearnos de buenas historias. De eso que llamamos los clásicos.
Antes de seguir, vale la pena reconocer un par de problemas con este asunto: el primero, que los clásicos es un término jabonoso y resbaladizo como pocos, pues, como sucede con todas las listas de grandes éxitos, depende de quién la esté elaborando y desde qué posición geográfica, lingüística, cultural e histórica. Tecnicismos y minucias aparte, la definición de clásico puede ser muy sencilla: ese texto que logra trascender fronteras temporales y geográficas para llegar hasta sus lectores, y que una vez que viaja en el espacio y en el tiempo, logra decir algo, conservar su sentido, compartir el universo que contiene con alguien que pertenece a otro mundo. Tan clásico puede ser, entonces, Peter Pan como Cien años de soledad, o el Quijote como El libro tibetano de los muertos; cada vez que una lectora toma un libro que leyeron sus abuelas, o que se escuchó en la Grecia antigua, y logra hacerlo propio y entenderse a través de él, habrá descubierto un clásico. Su clásico.
El segundo problema con este término es que, dado que la especie humana está en constante evolución, y aprende y desaprende cosas todos los días (que ninguna forma de esclavitud es tolerable, por ejemplo, o que invertir en educación para todas y todos es de las mejores decisiones que puede tomar una sociedad), los libros que se leían ávidamente en otros tiempos pueden no resultar tan fáciles de digerir ni tan atractivos varios siglos después; la misma Fierecilla domada, que inspiró esa película que en mi casa se veía una y otra y otra vez, guarda en su interior varios discursos machistas que seguramente brincarán a cualquier lector de nuestros tiempos.

Y, sin embargo, una vez que se comprenden los elementos indeseables como propios del contexto en que se crearon, si el texto es verdaderamente un clásico, nos seguirá llamando. Porque algo tienen esos textos que siguen gustando, que siguen apelando a nuestra humanidad, a nuestras emociones y sentimientos; algo tiene la Ilíada, con sus cantos de dioses y héroes, que todavía nos mueve, y que hace que autores tan disímbolos como Alessandro Baricco o Madeline Miller la tomen y la dividan en todas sus partes, tratando de atisbar entre los versos del poema lo que el texto original deja sin decir, sin explicar. Asomarse a una historia que sabemos que funciona porque ha sido contada y recontada durante siglos seguramente nos dará, como escritores, infinidad de material, de recursos, de tramas, de personajes, de los cuales tomar desde algo pequeñísimo —el comienzo, un personaje secundario cuya historia nos intriga, una situación, una solución para una historia que llevamos años tratando de terminar— hasta una constelación que servirá como guía en la escritura de nuestra próxima obra.
Porque los clásicos son así: tramposones. Nunca sabes en qué momento te van a tomar por las solapas y no te van a soltar hasta que no entiendas que la solución que estabas buscando para tal o cual problema en tu escritura está ahí, frente a tus ojos, lista para que la tomes y corras con ella hasta donde te lleve. Un minuto, como me pasó a mí, estás viendo una puesta en escena rarísima de Madama Butterfly, y al siguiente ya estás pensando “¡claro!, ¡esa actitud exacta es la que necesito para mi protagonista!”, y empiezas a darle lata a tus acompañantes porque sí me prestas mi bolsa, por favor, para sacar mi pluma y mi cuaderno, que acabo de tener una epifanía.

Esto, por supuesto, no siempre es tan evidente. Hay ciertas obras que, por más que generaciones enteras digan que son maravillosas e imprescindibles, pueden resultarnos absolutamente indescifrables; difíciles, oscuras. Comenzamos su lectura y rebotamos como mosca contra el vidrio, digamos. ¿Mi consejo? Hay que seguir, siempre que sea posible, hay que seguir: como escritores que están en constante evolución, como creadores, siempre debemos estar dispuestos a aprender, y qué mejores maestros que esos escritos que le han hablado a los seres humanos desde hace siglos.
Hagamos de la lectura una actividad… activa, digamos, no pasiva; leamos con calma, anotemos, interroguemos al texto hasta que nos revele su secreto, y tomemos prestado de ahí lo que nos conviene. En mi curso sobre apropiación de narrativas "Literatura y cultura escrita" hablo sobre cómo para mí las historias son como mecanismos, y cómo podemos desarmarlas para tomar lo que nos ofrecen, y es algo que siempre recomiendo a mis alumnos: leamos no como cualquier persona, sino como profesionales; de ser necesario, tomemos las herramientas que ya otros han creado (como esta plantilla que te dejo para descargar) y veamos qué elementos componen el mecanismo, cómo interactúan y cómo podemos integrar algo similar en nuestro trabajo.
Los clásicos son nuestros, son de todos: continuemos la obra de siglos y contémoslos de
nuevo.
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Plantilla para escena y esquemas.zip
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