Cuento: Una ofrenda de Celia
by Kevin Rafael Araujo @raffaello_kr
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Introducción
Introducción
Cuando ví por primera vez a Celia, me causó inquietud. A medida que la iba conociendo mis sentimientos por ella fueron creciendo, pero finalmente entendería por que la llamaban en el barrio "La bruja Celia"
Materiales
Materiales
Documentos de google.
Primera idea:
Primera idea:
Una persona muy creyente de la santería y las supersticiones, para ella eso es parte primaria de su vida. Viendose a una edad demasiado madura decide ir a encontrar a quien fué su primer amor en su juventud. Decidiendo recurrir a todo por obtenerlo de regreso
Ficha del personaje:
Ficha del personaje:
¿Cómo se llama?
Celia Espinoza
¿Cuántos años tiene?
43
¿Tiene familia?
Hermanas que viven en su ciudad, ella vive sola.
¿Quiénes son los miembros de esa familia?
Tiene 2 hermanas.
¿Tiene pareja?
No tiene.
¿Qué tipo de carácter tiene?
Ella es alguien muy fácil de convencer e impresionable. Cree en cosas como supersticiones , horóscopos, etc. Y su devoción a este tipo de santería la ha llevado a la obsesión sobre esto.
¿Tiene manías u obsesiones?
La santería, remedios y pócimas caseras, horóscopo. Creyente de fantasmas y temas paranormales.
¿A qué le teme?
Ahora ha empezado a crecer su miedo de morir sola.
¿Qué o a quién detesta?
Detesta la felicidad ajena y el ser menospreciada por sus opiniones.
¿Qué piensa de sí mismo/a?
Cree que está en lo correcto, cree también que su forma de pensar la han llevado a perder la empatía de las personas, incluso de sus amores.
¿Cómo lo/la perciben los demás?
Una obsesionada, fanática y un poco loca.
Si tuvieras que definirlo con tres palabras,
Inocente, fanática, rara.
Si tuviera que huir, ¿qué llevaría en la maleta?
Llevaría además de ropa, su juego de tarot, su pedrería contra las malas energías.
¿Cuál es el acontecimiento de su vida o de su infancia que más lo/la ha marcado?
De niña creyó ver un fantasma que le habló, empezó a creer en temas paranormales.
Si hubiera un hecho que pudiera definir o cambiar el rumbo de su vida ¿cuál sería?
Enterarse que su primer amor la estuvo buscando durante años, y ahora saber que es su único modo de salir de la soltería.
¿Cómo reacciona?
Pensaría que es una señal del destino.
¿Qué hace a continuación?
No diría nada a las autoridades e intentaría describir porque ella es la escogida de tal acontecimiento. Creería que es obra de algo superior con un algún destino en particular.
Lo/la acusan de un crimen que él/ella no cometió (o no recuerda haber cometido).
¿Qué hace?
Se hace la desentendida, pediría a su bruja de confianza que le ayude a demostrar, a las autoridades, su inocencia.
Ajustes
Ajustes
En base a la ficha creada y las primeras ideas, comencé a escribir y una presentada la introducción fui ajustando los puntos claves de la historia hasta terminar con la versión que leerán a continuación:
Cuento: Una ofrenda de Celia.
Cuento: Una ofrenda de Celia.
El rincón más iluminado de la habitación de Celia era su altar. Una amalgama de elementos decoraba aquel espacio sagrado: cráneos artesanales, cartas de tarot, estampitas de santos y figuras religiosas. Pero lo que más impactaba, al menos para mí, era el aroma que impregnaba el aire. Esencias aromáticas, aguardientes con hierbas, el inconfundible remedio de aire, inciensos y velas de diversos tamaños, colores y fragancias se combinaban para crear un ambiente místico.
Una de las primeras veces que visité su casa, Celia tomó un frasco, lo agitó y me roció con su contenido.
—Para que las malas energías que traes no se peguen a este cuarto —me explicó.
Otra noche, al contarle sobre un problema que debía resolver, me ofreció una vela.
—Llévatela. Te ayudará en tu trabajo.
Por cortesía, acepté el regalo. Al día siguiente, el problema se resolvió con sorprendente facilidad. Recordé las palabras de Celia y su vela, pero no quise darle demasiado crédito. ¿Realmente me había ayudado o todo fue coincidencia?
Celia llegó al barrio cuando yo estaba por terminar la universidad. Su manera de interactuar con los vecinos era peculiar. Parecía tímida y algo recelosa, como si la ciudad de Loja fuera demasiado grande para ella. La primera vez que hablamos, yo regresaba de la facultad de artes una noche oscura, debido a los cortes de luz decretados por el gobierno. Caminé detrás de ella un par de cuadras antes de acelerar el paso.
—Buenas noches, vecina —dije, intentando no asustarla.
Se giró sorprendida, incluso alarmada, pero pronto reconoció mi rostro y se calmó.
—¿Va hacia la casa? Yo también estoy de regreso —añadí.
Me observó con una mirada profunda, como quien sabe algo que tú desconoces.
—No debes temer a los seres de luz que iluminan tus oscuros senderos —respondió, enigmática.
Aquella frase me dejó pensando. Decidí tomarla como un cumplido, aunque no entendí del todo su significado.
A partir de ese encuentro, nuestras conversaciones se hicieron más frecuentes. Celia empezó a confiar en mí, y yo en ella. Descubrí su fascinación por el esoterismo y, aunque no compartía ese interés, me dejé llevar por el juego. Me hablaba de mi signo zodiacal, leía mi mano y soltaba frases cargadas de simbolismo.
—Me temo que no tendrás una vida extensa, según esta línea —me dijo una vez, señalando una arruga en mi palma.
Sus palabras me inquietaban por momentos, pero no podía negar que me intrigaban. Otra vez comentó:
—La luna de aquel planeta te da luz para que tu espíritu observe más allá de lo que tus ojos ven.
—Curiosamente, estoy trabajando en pinturas abstractas —respondí, tratando de conectar sus ideas con mi mundo artístico.
Con el tiempo, nuestra relación se volvió más cercana. Mi hermano menor, David, se burlaba a veces.
—Parece que le gustas a la bruja Celia —dijo una noche.
Su comentario me dejó pensando. ¿Era solo empatía hacia Celia por ser nueva en el barrio, o había algo más? Reflexioné mientras un gruñido en mi estómago me devolvía al presente.
Durante dos semanas, Celia desapareció sin dejar rastro, y nadie en el vecindario sabía qué había ocurrido. Al principio pensé que quizás había vuelto a su parroquia por asuntos familiares, pero cada día que pasaba, la inquietud crecía en mí. La luz tenue de su cuarto, que solía brillar hasta altas horas de la noche, permanecía apagada, y el inconfundible aroma a incienso había desaparecido del aire.
Una noche, impulsado por una mezcla de preocupación y curiosidad, decidí entrar en su departamento. La puerta, para mi sorpresa, no estaba cerrada con llave. Entré con cautela, y lo que vi me dejó helado.
Todo estaba en su lugar, como si el tiempo se hubiese detenido. El altar seguía decorado con velas desgastadas, botellas de aguardiente con hierbas y un caos místico de objetos esotéricos. Sin embargo, algo nuevo llamó mi atención: un cráneo real, aparentemente de un mamífero de tamaño mediano, se encontraba entre las ofrendas. Pero lo más perturbador era una fotografía antigua en blanco y negro. En ella, un hombre de traje elegante y mirada sombría posaba frente a un paisaje montañoso. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al notar el asombroso parecido con mi padre, quien había desaparecido hacía varios años.
Mis manos temblaron al sostener la fotografía, pero antes de que pudiera analizarla, un ruido inesperado me hizo dejarla y salir apresuradamente.
Dos días después, Celia regresó. Era una tarde lluviosa, y al verla, noté algo diferente en su mirada: una intensidad que no recordaba. Me saludó con un tono más directo y, sin rodeos, me invitó a su cuarto.
—Estuve en Chuquiribamba —dijo, encendiendo un incienso con movimientos seguros—. Visitando a una vieja amiga. Aprendí y recordé cosas importantes, cosas que no puedes ni imaginar.
Mientras hablaba, preparó una infusión oscura y me la ofreció.
—Esto es para abrir tu energía. No tengas miedo.
Dubitativo, acepté su ofrecimiento. Apenas lo bebí, un sabor amargo inundó mi boca, provocándome una tos violenta. Antes de que pudiera articular palabra, el mundo a mi alrededor comenzó a distorsionarse. Las paredes ondulaban, el aire se tornaba pesado, y mis piernas no pudieron sostenerme más. Caí al suelo, sumido en una oscuridad opresiva, hasta perder el conocimiento.
Desperté atado de pies y manos. Las cuerdas raspaban mi piel, y el frío del suelo se filtraba hasta mis huesos. La luz de las velas proyectaba sombras inquietantes en las paredes, y Celia estaba frente al altar, murmurando palabras en un idioma que no reconocía. Su rostro, demacrado y sombrío, tenía una sonrisa torcida que me llenó de terror.
—Lo siento, Víctor —dijo sin mirarme—. Esto es necesario. Es la única manera de que tu alma sea una ofrenda digna.
Intenté gritar, pero la mordaza lo impedía. Moví la cabeza frenéticamente, intentando soltarme, mientras mis lágrimas brotaban sin control desesperadamente. Celia volteo y con cierta sorpresa me quitó la mordaza.
—Celia… no me hagas daño. Yo… te amo —logré murmurar entre sollozos.
Su expresión se suavizó por un instante, volvió a sonreír, pero esta vez con un aire aún más perturbador.
– ¿Amor? Preguntó para sí.
Su mirada se alimentó de su sonrisa siniestra y llevó a sus labios un líquido oscuro que goteaba por las comisuras de su boca y se inclinó hacia mí para besarme.
El contacto con su boca y el sabor de aquel líquido fue devastador. Mi mente se fragmentó en mil pedazos, y mi cuerpo sintió cómo era despojado de su esencia. Un denso vacío me atrapó, un estado físico y emocional desolador donde el tiempo y mi identidad no existían.
Cuando logré aferrarme a algo de consciencia, lo que vi no era lo que esperaba. Estaba en el cuarto de Celia, pero no en mi cuerpo. Era un espectro, un observador. Frente a mí, un muchacho atado ocupaba el lugar donde yo había estado. Mi corazón se hundió al reconocerlo: era David, mi hermano menor.
Intenté gritarle, advertirle, pero mi voz no existía. Desde mi estado incorpóreo, observé cómo Celia, ahora más siniestra, se acercaba a él con la misma sonrisa torcida. Comprendí que el ciclo no se había roto. Yo estaba atrapado en una dimensión de eterno tormento, condenado a presenciar cómo el horror que me había alcanzado ahora recaía sobre la sangre de mi sangre.
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