Mi Proyecto del curso: Introducción a la escritura narrativa
by Ana Karina Moreno @karimore
- 195
- 2
- 0
Ver sin creer
Una mentira será más verosímil que decirle la verdad a Manuela. Yo todavía estoy perpleja con lo que me sucedió esta mañana. Me cuesta entenderlo, y por supuesto, aceptarlo. Pero el incesante movimiento involuntario de mi párpado derecho me recuerda que eso ocurrió, porque mi cuerpo continúa conmocionado.
Es que, ¿cómo me lo voy a creer?, yo, que he sido la gran escéptica de todas las mujeres de mi familia. Soy la menor de cuatro hermanas, la que siempre me he burlado de sus mixturas de plantas hediondas para contrarrestar maldiciones, ese sin fin de ocasiones en que se convencieron de ser el blanco de alguna de ellas, “por pura envidia”, como decían. Me he mantenido alejada de sus juegos con la güija a medianoche que hacen para despejar sus incertidumbres. Nunca me he sentido tentada a usar sus potingues escatológicos para conseguir buenas parejas. Y jamás me he sentido tentada a participar en sus círculos de velas apagadas en las que murmuran ininteligibles invocaciones a espíritus.
Por eso me pregunto, ¿cómo yo, la más incrédula, voy a justificar mi mala suerte de hoy?¿Contar mi encuentro con un espanto? Nada de eso, mejor mentiré, y lo convertiré en un desencuentro con una cámara fotográfica.
Escucho el sonido de los caracoles que lleva Manuela -mi hermana mayor- como llavero, y noto cómo se escucha el palpitar de mi corazón. Estoy asustada. Ella entra en la casa y nos saludamos. Me acerco y agarro algunas de las bolsas de víveres que ha traído. Comienza a hablarme sobre lo costoso que estaban los aguacates, y de otros temas insípidos relacionados con las compras que había hecho.
Yo sigo esperando a que ella me pregunte cómo me fue con su bendita cámara, pero ella se mantiene enganchada a la perorata del mercado. Tengo que contarle lo sucedido en este momento. No puedo hacerme la amnésica, sabiendo lo importante que son para Manuela esos videos de sus sesiones de trabajo que debí haber descargado en su computadora, antes de haber salido de casa con su equipo fotográfico.
Aclaro mi garganta, respiro profundo, y cuando me dispongo a hablar, ella súbitamente deja caer la pregunta: “¿cómo te fue con las tomas, hiciste un buen trabajo con mi niña bonita?” –refiriéndose a su cámara.
“Justo te iba a decir que me vas a odiar por lo que me pasó. Y espero, querida hermana, que no me eches ninguna maldición”, le subrayo, mientras siento las piernas y mi voz temblorosas.
Veo las prominentes cejas de Manuela fruncirse y ensombrecer todo su rostro. Me cimbra el cuerpo al ver su expresión iracunda, pero sigo articulando la versión que había ensayado varias veces en mi cabeza: “Resulta que no descargué la memoria de la cámara antes de usarla, y cuando me salió el mensaje de que estaba llena la sustituí con la de mi celular. Al llegar a casa no encontré tu tarjeta de memoria. Revolví todo lo que llevaba encima pero no apareció. Me regresé al museo con la intención de buscarla, lamentablemente, cuando llegué ya estaba cerrado. Volveré mañana y recrearé mi paseo por las salas, a ver si doy con ella. También preguntaré en la recepción, quizá un alma buena la encontró y la haya entregado en la sección de objetos sin dueño”.
Me siento parcialmente aliviada tras completar la narración de la historia irreal, y de ver a mi hermana suavizar su entrecejo. Pero la muy arpía me confronta: “¿Por qué me mientes?”, dice.
Yo percibo esa frase, no como una pregunta sino como una certeza. Me parece que ella no tiene dudas sobre la falsedad de mi cuento. Pero yo, sin titubear, le contesto: “!no te estoy mintiendo!, ¿por qué no me crees?”.
“Si esa fuera la verdad no hubieras esperado hasta que yo te preguntara. Me habrías dejado tantos mensajes en el celular pidiéndome disculpas, que el buzón ahora estaría lleno, me hubieras estado esperando con mi pipa encendida procurando amansarme, y no tendrías ese tic nervioso sobre tu ojo derecho. Así que mejor me dices qué fue lo que pasó realmente, Maripía”.
“¡Eres una gran hija de bruja!”, exclamo, y las dos nos reímos de mi ocurrencia. Me di por descubierta, y me senté a narrarle los hechos.
“Esta mañana, antes de ir al museo, salí al jardín para hacer algunas pruebas con la cámara, no quería que mis compañeros se dieran cuenta que no manejo muy bien las funciones del equipo, porque es prestado. Entonces me puse a buscar mariposas, libélulas y otros bichos que pudiera fotografiar, pero no había nada. Me sorprendió lo desolado que se sentía el espacio, no hallé ni una hormiga con qué hacer unas pruebas. En fin, cuando venía de vuelta a la casa observé una telaraña cubierta de diminutas gotas de lluvia, que estaba completamente tejida entre dos arbustos. Me pareció perfecto capturar a la araña y a su obra de arte. Me acerqué y cuando miré a través de la lente creí ver una figura humana. Aparté la cámara y volví a ver directamente sobre la telaraña, no había nada más que eso y la araña. Pensé que había sido una ilusión óptica creada por la combinación de la luz del sol y el agua que había sobre la seda. Me moví de lugar para evitar ese efecto, y cuando enfoqué apareció nuevamente la lúgubre imagen, era de un hombre.
Disparé, y un segundo después corrí espantada hasta la casa, cerré la puerta, y miré por el ojo mágico para cerciorarme de que no me hubiera seguido. Después de recuperar el aliento, y de que mis manos pararon de temblar, busqué la imagen que había tomado. No estaba. Pensé que no la había capturado porque me había puesto nerviosa, pero luego me di cuenta que la tarjeta de memoria estaba completamente vacía. Hermana, esa es la verdadera historia, la que yo todavía no me creo”.
Manuela no me dice nada, pasan los segundos y sigue muda, estoy muy nerviosa a la espera de su reacción, sus ojos lucen perdidos hurgando en su cerebro las palabras que me va a soltar.
“¡Ese gran hijo de bruja!”, exclama.
No es lo que me estaba esperando. “¿A quién te refieres?”, le pregunto.
“Al ex marido de mi clienta de anoche. Él murió hace unos días trágicamente, y ella vino a una sesión porque quería ponerse en contacto con su espíritu. Ayer descubrimos que él había fingido su pérdida de memoria para dejarla, e irse a vivir con otra mujer. Ante la furia de la cliente no hicimos nada por su alma en pena, lo dejamos vagando. Todos los detalles de cómo lo desenmascaré, después de muerto, quedaron grabados en la cámara. ¿A quién más le interesaría que desapareciera el contenido de la tarjeta? ¡Sólo a él, qué miserable!”.
Muy sorprendida con la respuesta, le pregunto a Manuela: “¿Cómo podía comprometerlo a él ese video, de una sesión espiritista, si ya está muerto?”.
“Es que grabamos la video llamada que tuvimos con su actual pareja, la mujer con quien engañó a la esposa. Llegamos a ella porque su nombre apareció al tirar las runas y mi cliente la conocía, y buscamos su número a través de un tercero. La otra, muy afectada por la muerte del hombre, y al mismo tiempo, con la intención de colaborar con la paz de su alma, compartió toda esa información que podría haber utilizado mi clienta para recuperar algunos de los bienes que le había robado su ex marido”.
Después de toda esa explicación solo se me ocurre agregar: “es decir, el ánima del falso desmemoriado se vengó de ustedes, por no darle paz a su alma, borrando la memoria de tu cámara. ¿Y cómo pudo hacer eso?”.
Manuela me explica: “Es que como el alma quedó en pena, su baja energía queda en el ambiente y canalizándola a través de algún espíritu burlón es capaz de provocar interferencia sobre materiales susceptibles a la descomposición de la luz, como es el caso de las imágenes almacenadas en las memorias digitales”.
En este momento, para Manuela, lo mejor de la malicia del espectro, es que yo, la hermanita estoica, tuve que admitir haber visto un espanto y ser testigo de su venganza. Y para mí, la experiencia sobrenatural me demostró que no hay que creer para ver.
Con un brinco súbito, Cascabel, nuestro gato, se ha subido al hombro derecho de Manuela. Está tembloroso y su hermoso pelaje color humo pareciera estar en llamas, está completamente erizado, cualquiera diría que acaba de ver un fantasma.
Por: Ana Karina Moreno
talenteando.kariyogini.com
0 comments
Log in or join for Free to comment