Mi proyecto del curso: Introducción a la escritura narrativa: KARIN

KARIN

Guardar como y enviar. Dos acciones sencillas que para ella suponían un gran alivio. Había acabado aquel tedioso reportaje sobre cotorras urbanas, encargo de su editor. Era el precio que debía pagar para poder tener libertad en investigar casos realmente interesantes. Esa era la vertiente del periodismo que le apasionaba. Pasión, aquella palabra que cruzó su mente la llevó, indefectiblemente, a ella: Karin, esa chica culta y enigmática que había aparecido casi de repente y que había dado a su vida un giro total. Curiosa, inteligente, audaz, pero con un lado oculto que jamás conseguía esclarecer. Unos insistentes golpes en la puerta la sacaron de sus pensamientos. Hasta que abrió, no supo quien era. No oyó el tintineo de la pulsera que siempre llevaba puesta, una baratija que le regaló en Turquía y se había convertido en el símbolo de su unión.
—¿Qué haces aquí? —dijo Karin sorprendida—. ¿No te has enterado? Ha habido otro robo, esta vez en el museo de Bellas Artes, ¡aquí al lado!
—¿Qué?, me voy para allí. ¿No has ido a trabajar? —preguntó mientras se ponía en marcha.
—Imposible con la que se ha liado en la ciudad, todo cortado y lleno de policía. Corre para allí, mantenme informada —dijo Karin eufórica.
En apenas unos segundos cogió lo que necesitaba y se dirigió al museo. Gracias a la moto consiguió llegar, todo se había convertido en un caos. Vio a un par de policías dando órdenes a todo el que pasaba por allí, reinaban los nervios y eso era bueno para ella. Karin era una apasionada del Arte y le enseñó una pequeña puerta en un lateral, consiguió colarse por ella. Era sorprendente que Karin lo supiera, en este momento daba gracias por ello.
Dar con la sala donde había ocurrido el robo fue sencillo, siguió el sonido de pasos y voces. No se esperaba lo que vio. El cuadro «Juego de niños» de Goya no estaba, había desaparecido, solo quedaban algunas partes del marco diseminadas por el suelo.
A su mente acudieron los gritos de su redactor, Tomás, recordándole la importancia de hacer fotos para la edición digital del periódico, para él era básico ser los primeros. Empezó a hacerlas y decidió subirlas directamente a la nube. En cuanto llegara a casa, las revisaría en el ordenador. Esperaba contar con la ayuda de Karin, siempre encontraba algo que a ella le pasaba desapercibido, tenía un punto de vista diferente. Como era de esperar solo un minuto, en cuanto la reconocieron, la invitaron «amablemente» a salir y no volver por allí.
De vuelta a casa, su cabeza iba a mil. Enviaría las fotos y hablaría con Tomás nada más llegar. Sin saber cómo estaba delante de la puerta de su piso, no había sido consciente de conducir o aparcar, todo le parecía increíble. Al entrar, percibió que algo había cambiado, el piso estaba como vacío, sin hacer demasiado caso desbloqueó el ordenador. Al principio, no entendió lo que vio. Una de las fotos estaba abierta y ampliada en la pantalla del ordenador, el resto habían sido descargadas.
—Karin, ¿estás en casa?, ¿has descargado tú las fotos? —se sorprendió al notar que casi gritaba.
Al sentarse y observar la foto, al fin lo vio. En la foto ampliada se podía ver claramente, entre los restos del marco, la pulsera de Karin rota. Su mente no podía gestionar aquella información, no sabía qué le dolía más: el engaño o la pérdida de Karin en su vida. Había aprovechado sus investigaciones para obtener información acerca de qué conocían o no periodistas y cuerpos de seguridad.
Las lágrimas acudieron a sus ojos, jamás la perdonaría. Necesitaba hablar con ella para entenderlo. Ahora sí, tocaba investigar en serio, dar con ella se había convertido en su prioridad.