Quedar juntos
de Fiamma Perazzo @perazzofiamma1
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La sombra en el piso me indica que una bandada de pájaros pasa. Cierro los ojos y disfruto el viento otoñal. De lejos se escuchan hojas rompiéndose con los pasos de la gente. Y casi por un minuto me olvido de la presencia de Max.
Son las 10 y, como fue prometido, tocan la puerta. Es Tobias, el ex novio de mi amiga. Es casi poético como, de un segundo para el otro, los dos pasamos a ser ex: ex novio y ex amiga. En la mano de Tobias hay una correa, la correa de un perro. La sigo hasta el final y descubro al perro de mi amiga. Max. Leo su nombre en su chapita.
Cuando lo miro y él me mira decido volver a casa. En el camino voy pisando las hojas, al igual que Max. Lo único que distingue nuestros pasos es la intensidad del ruido. Me mira sin mirarme. No lo tomo a mal, yo debo hacer lo mismo. Pero, con solo esa mirada, nos bastó para entender que los dos la extrañamos.
Max. No pasó ni una semana del accidente que ya le buscan casa nueva. ‘Yo no me lo puedo quedar, entendeme’, me dice Tobias. Mi silencio debe hacerle creer que lo entiendo porque me sonríe. Mi silencio me hace dudar si yo lo entiendo o si solo no quiero pelear. Me explica un poco sobre sus rutinas y sus gustos. ‘Sé que no te gustan los perros pero no es un perro cualquiera’. Lo acompaño a la puerta y cierro.
Volvemos al departamento, le saco la correa y se acuesta al lado de la puerta, como siempre. Siento que la espera. ‘No va a volver’, le digo. Y dudo si le hablo a él o a mí.
Se va Tobias y se acuesta al lado de la puerta, como si ya estuviese listo para irse. Decido ignorarlo; qué otra cosa puedo hacer, pienso.
‘No va a volver’, le digo de nuevo. Lo empujo apenas con la pierna. Lo quiero mover. No me hace bien verlo ahí. Su espera se transforma en la mía. Y su angustia por verla también. Logro moverlo y pongo un sillón ahí. Pero me gana y se pone del otro lado.
Pasa los días y las noches ahí sentado. Una semana después sigue ahí. Le doy un peluche viejo, una media, una zapatilla, cualquier cosa que pueda moverlo de ahí. Nada. Mi conocimiento y agrado a los perros siempre fue inexistente, y ahora no sé tratar con ellos. Menos con un perro triste. No sé lidiar con mi propia tristeza, menos con la de un perro.
Lo muevo de nuevo y pongo mis zapatos y mi bolso, pero se mueve a otro lugar; siempre mirando la puerta. Así un par de veces hasta que me resigno.
Agarro su correa, se la pongo y salimos del departamento. Es lo único que se me ocurre. Apenas salgo del edificio piso hojas, casi como un calendario me ubica en tiempo y espacio. Vamos hasta la plaza, nos quedamos un rato y volvemos.
Le tiro un peluche. Después otro. Y después otro. No se mueve. Ni los mira. ‘Jugá’, le grito pero recibo la misma respuesta que antes, ninguna. Corro hacia él. ‘No va a volver, ¿qué no entendés?, le grito. ‘No va a volver’, le grito de nuevo. Sigo hasta que pierdo la cuenta de cuánto y qué le grite.
Me siento en el piso y me pongo a llorar. Se me acerca. Lo abrazo. No es un perro cualquiera, una cosa nos une. La pérdida.
1 comentário
glamove
Uma triste história da vida cotidiana, muito bem narrada
gostei
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