El árbol

Detenerme era mi única opción. Durante muchos años anduve como rueda suelta por el mundo tratando de recorrer caminos a ciegas y con los oídos tapados. Vendada por los miedos y ensordecida por la necesidad de estar huyendo, sabía que necesitaba algo que me ayudara a ver todo de una manera diferente. Con el paso del tiempo y después de haber deseado tanto ese cambio, la vida me lo concedió de la manera menos esperada. De repente se me cayó la venda y empecé a escuchar. Al principio veía borroso, casi no podía identificar o diferenciar lo que me rodeaba. Miré hacia abajo y con sorpresa, vi mis zapatos llenos de lodo y mis medias llenas de barro. No entendía nada. Levanté la cabeza y empecé a llorar, no sabía qué estaba sucediendo. Lo único que veía era el tronco de un árbol inmenso lleno de marcas infinitas que yo había hecho, una y otra vez, para guiarme y no volver a pasar por ese lugar, pero todo había sido en vano.

A mi alrededor no había nada más que tierra y algunos arboles pequeños que yo había palpado en mis recorridos. El clima era gris, frío y lluvioso. Al parecer la única salida era escalar aquel árbol para poder ver en dónde estaba y hacia dónde debía caminar. Con esfuerzo intenté saltar para alcanzar la rama más cercana, pero estaba tan alta que ni siquiera la pude rozar con mis dedos. Después de varios intentos e innumerables días de frustración, empecé a recorrer el territorio en busca de algo que me sirviera para poder llegar al menos a esa primera rama. Miré a mi alrededor y escuché cómo el viento silbaba entre las ramas de un árbol, me acerqué a él para ver con claridad lo que en sus raíces ocultaba. En él reposaba una maleta llena de cuerdas y lazos que me servían para crear un arnés, había una linterna, comida enlatada, gomitas ácidas y dulces (mis favoritas), agua… lo tenía todo. Lo único “malo” era que estaba sola, no había nadie más. De esta manera, tuve que enfrentar mis miedos, recordar mis mejores habilidades y desarrollar otras que jamás había imaginado que las tenía.

Escalé el árbol con paciencia. Todos los días empezaba de cero hasta lograr un paso más. La experiencia de cada intento me permitía subir cada vez más rápido y más lejos. Por supuesto, había días en los que me caía desde muy alto, se me reventaban las cuerdas o se rompía una rama y eso me obligaba a cambiar de estrategia o a rediseñar mi plan. Al llegar a la cima, me di cuenta de que había mucho camino por recorrer para poder llegar a la ciudad. Con el lápiz y papel que encontré en la maleta, dibujé el mapa, bajé del árbol y empecé a caminar hacia la dirección correcta. La sombra de aquel árbol se alejaba cada vez más y los rayos de sol empezaron a abrazar mi piel.

Lina Marcela Bravo Pedreros.