El Gran Viaje de Iena
El Gran Viaje de Iena
von Manuela Rubio Avila @manuela_rubioa
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Introducción
Mi historia está basada en la pérdida de una de mis mascotas, Iena, y mi idea principal, aparte de ser un proceso de sanación, fue el como poder de una manera dulce y humana, explicarle la muerte a un niño de una manera mágica y no tan trágica.

Materiales
Word, papel, lápiz
El Gran Viaje de Iena
En lo más alto de la torre para gatos, donde el sol de la mañana pintaba manchas de colores en la pared, dormía Iena.
Iena era una gatita negra y sedosa, con ojos tan verdes como las hojas en primavera. Su vida estaba llena de siestas tibias, juegos con colas de peluche y los ronroneos más dulces del mundo.
Como todas las mañanas, Iena despertó. Pero esta mañana, algo era diferente. No era solo el sol que entraba por la ventana. Era una luz suave, casi un susurro de muchos colores, que bailaba en el aire y parecía llamarla por su nombre.
Iena bajó de un salto de su torre. Sus patitas la llevaron, como si tuvieran voluntad propia, hasta donde dormía Olivia, su hermana y mejor amiga, una perrita de gran tamaño y de dorados pelajes.
—Hoy es el día, Olivia —dijo Iena en voz baja, frotando su cabeza contra las patas de Olivia.
Olivia abrió un ojo, grande y color miel, y soltó un bostezo que movió sus orejas. —¿El día de qué? ¿El día de cazar un ratoncito?
—No —respondió Iena, mirando hacia la ventana, donde la luz de colores seguía brillando—. El día de mi gran viaje.
Olivia, que era muy sabia, se sentó. Entendió que Iena no estaba jugando. —Ese es un viaje de suma importancia, ¿estás segura? —preguntó suavemente. Iena asintió con firmeza.
Aunque no sabía cómo llegaría, ni qué encontraría, sentía en su corazón que era el momento de empezar aquella aventura.
Llegó la hora de la despedida. Fue el momento más difícil. Iena se acurrucó por unos segundos en Olivia, hundiendo su cara en el pelaje dorado que olía a sol y a hogar.
"Cuida de nuestra familia", susurró Iena, aunque solo salió un pequeño "miau".
Luego, fue de puntillas a la cuna de Nina, la bebé de la familia. Nina dormía con su cabello esparcido sobre la almohada. Iena le dio un toquecito suave con su nariz húmeda en la manita que se salía de la cuna. Después, se deslizó en silencio hasta la cama de sus padres y les dio un toquecito igual de suave en los pies, que asomaban bajo las sábanas.
Con un último vistazo a su torre, su plato de comida y su querida Olivia, Iena se dirigió a su pequeña puerta, la cual daba al jardín. Un sentimiento agridulce le apretó el corazón. "Ay, ¿y si extraño demasiado? ¿Y si me olvido del olor de casa?".
Apenas salió del jardín, el mundo cambió. Se sintió muy, muy pequeña.
El césped conocido se convirtió en un bosque. Los árboles eran gigantes con brazos de madera que tapaban el sol. Las plantas crecían tan altas que parecían querer tocar el cielo. El suelo olía a tierra húmeda y a hojas viejas. Los ruidos eran nuevos y extraños: el "crujido" de una hoja seca, el "zumbido" de un insecto desconocido.
Iena caminó y caminó, siguiendo la luz de colores que apenas se filtraba entre las hojas. Pero después de un rato, los árboles se volvieron tan espesos que la luz desapareció.
Todo se veía igual. Cada árbol era idéntico al anterior.
El pequeño corazón de Iena empezó a latir con fuerza. Estaba perdida.
"Ya no puedo oler mi casa", pensó, asustada. "Ya no puedo oír a Olivia". Se acurrucó debajo de un gran hongo rojo, temblando. "¿Y si este bosque no tiene fin? ¿Y si nunca debí haberme ido?".
De repente, oyó un ruido. Un "crack" de una rama al romperse. ¡Alguien la estaba siguiendo!
El miedo hizo que se le erizara todo el pelo, desde la nariz hasta la punta de la cola. Se escondió más profundo bajo el hongo y contuvo la respiración.
La sombra volvió a pasar, olfateando el suelo. Iena, aunque muerta de miedo, recordó que era una valiente exploradora. Se llenó de coraje, saltó frente a la criatura y siseó con todas sus fuerzas, arqueando el lomo. —¡Alto ahí! ¿Por qué me estás siguiendo?
Frente a ella no había un monstruo. Había una perrita pequeña y de un brillante color amarillo, que movía la cola tan rápido que parecía un abanico. La perrita, en lugar de asustarse por el siseo, soltó unas carcajadas que sonaron como campanitas.
—¡Tranquila, valiente! ¡No te quiero atrapar! —dijo la perrita con una voz alegre—. Te estoy cuidando. ¡Te diste la vuelta en el roble equivocado! El camino es por allí.
Iena bajó el lomo, pero seguía sin fiarse. Estaba sola en un bosque desconocido. —¿Cómo sé que puedo confiar en ti? ¿Por qué me espías?
La perrita amarilla se sentó y ladeó la cabeza, con una mirada amable. —Te estaba cuidando, no espiando. Y sé que puedo confiar en ti, porque sé de dónde vienes. Sé de Olivia y de su pelaje dorado, y de Nina y su risa suave. —¿Me... me conoces?
—¡Claro que sí, Iena! —dijo la perrita—. Mi nombre es Sami. Yo también viví con alguien de tu familia, mucho antes de que tú y Olivia llegaran. Fui la primera mascota de nuestra mamá. Yo hice este mismo viaje hace mucho tiempo.
—Pero... ¿cómo?
—Todos hacemos este viaje cuando la luz del arcoíris nos llama. Y cuando vi que empezabas tu camino y te perdías, supe que era mi turno de ser la guía.
—¿Entonces tú sabes a dónde debo ir? ¿Sabes cómo es... el otro lado? —preguntó Iena, con la voz temblorosa—. ¿Extrañaré mucho a mi familia?
Sami se sentó y la miró con ojos tiernos. —Es un lugar maravilloso, Iena, ¡te encantará! Está lleno de sol y pelotas que nunca se pierden. Y sobre tu familia... hay un secreto mágico. Aunque ya no podrán tocarte ni tú a ellos, podrás visitarlos cada vez que quieras.
—¿Visitarlos? ¿Cómo? —preguntó Iena, ilusionada.
—Acurrucándote en sus sueños —guiñó un ojo Sami—. Ahora, ¡vamos! ¡El puente nos espera!
Iena se sintió mucho mejor. Con una nueva amiga, el bosque ya no parecía tan aterrador. El simple hecho de caminar al lado de alguien le devolvió el calor a sus patitas.
Caminaron juntas, siguiendo el sendero que Sami conocía tan bien. De pronto, un obstáculo apareció. Un arroyo ancho y ruidoso les bloqueó el paso. El agua corría con mucha fuerza y sonaba enfadada.
—¡Oh, no! —maulló Iena, retrocediendo de un salto—. ¡Detesto el agua! ¡Está mojada y fría! ¿Cómo cruzaremos?
—No te preocupes —dijo Sami, olfateando la orilla—. Mira, la luz nos ha dejado un camino. Usaremos ese viejo tronco como puente.
Iena miró el tronco. ¡Se movía un poco con la fuerza del agua! Sus patitas temblaron. —Yo no sé si... —Yo voy primero —dijo Sami con calma, y con paso firme, cruzó el tronco sin dudar. Ya al otro lado, se dio la vuelta y ladró—. ¡Vamos, Iena! ¡No mires abajo, solo mírame a mí. Un paso a la vez!
Iena respiró profundo y puso una patita en la madera húmeda. Resbalaba un poco. Luego la otra. A mitad de camino, se paralizó. El ruido del agua era ensordecedor. Pero entonces escuchó el ladrido alegre de Sami. —¡Ya casi llegas! ¡Desde aquí ya puedo oler el lago! Con los ojos fijos en la cola amarilla de Sami, Iena dio los últimos pasos y saltó a tierra firme. ¡Lo habían logrado juntas!
Al otro lado del arroyo, el bosque empezó a cambiar. Los árboles ya no eran tan espesos y oscuros. La luz del sol comenzó a filtrarse de nuevo, esta vez más dorada y cálida que antes. El aire olía menos a tierra húmeda y más a flores dulces y agua fresca. Iena sintió que el miedo se iba del todo, reemplazado por una curiosidad impaciente.
De repente, el bosque se abrió y llegaron a un hermoso lago. El agua estaba tan tranquila que parecía un espejo de cristal que reflejaba el cielo.
Y allí, saliendo del centro del lago y subiendo hasta tocar las nubes, estaba el arcoíris.
—¡Hey! ¡Las he estado esperando! —ladró alegremente, poniéndose de pie—. ¡Pensé que nunca llegarían!
—¡Ella es Jenny! —dijo Sami, corriendo a saludarla—. ¡La conocí al otro lado! ¡Ella fue la mascota de nuestro papá!
—Vaya, ¡parece que seremos muchos en este nuevo lugar! —dijo Iena, sorprendida y maravillada.
—¡Y los que te faltan por conocer! —rio Jenny—. ¿Lista, pequeña? El viaje es divertido.
Iena miró hacia atrás una última vez, en dirección al bosque. Un último pensamiento para su familia. Las amaba con todo su corazón y las extrañaría, sí. Pero de repente, lo entendió. No era un "adiós". Era un "hasta luego".
Se llenó de valentía y puso sus pequeñas patas en el arcoíris.
No era sólido ni mojado. Se sentía cálido, suave y lleno de paz. Era como estar envuelta en el abrazo más amoroso y escuchar un millón de ronroneos a la vez.
Iena dio un paso, luego otro. Con cada pata que ponía en un color nuevo, sentía que algo cambiaba. El cansancio de su largo viaje desapareció. El miedo que sintió en el bosque se derritió como un copo de nieve al sol. Ya no era una gatita perdida; era una exploradora que había llegado a su destino. Miró a Sami y a Jenny, que caminaban tranquilamente a su lado, y vio que sus pelajes brillaban con los siete colores. Era un paseo, no una carrera. Un paseo tranquilo y feliz hacia la luz.
Una gran calma y felicidad la invadieron. Juntas, Iena, Sami y Jenny, caminaron por el puente de colores hacia su nueva aventura.
Al poner la última pata en el final del arcoíris, este se difuminó en millones de chispas de luz. Lo que vio la dejó sin aliento. Estaban en un prado inmenso, bañado por una luz dorada. La hierba era del verde más suave que jamás había sentido, y el sol brillaba con una calidez perfecta, como la de su rincón favorito en la ventana al lado de su torre. A lo lejos, vio a otros perros y gatos corriendo y jugando, todos sanos, fuertes y alegres.
Iena vio una mariposa de un azul brillante, más brillante que el cielo. Sintió un impulso juguetón, ¡uno que no sentía desde que era una gatita! Dio un salto ágil y feliz, tratando de atraparla, y aterrizó en la hierba suave, rodando sobre su espalda, panza arriba, en pura felicidad. Ya no había miedo, ni dolor, ni soledad.
—Bienvenida, Iena —dijo Jenny, dándole un suave empujón amistoso. Sami movió la cola. —Ves, te lo dije. Es un lugar maravilloso.
Iena miró a su alrededor y, por primera vez desde que salió de casa, su corazón no sintió ni una pizca de miedo, solo una paz inmensa.
Sabía que algún día, cuando llegara el momento, volvería a ver a su gran amiga Olivia y la ayudaría a cruzar aquel colorido puente, que tanto le había costado encontrar.
Esa misma noche, mientras se acurrucaba en la hierba suave junto a sus nuevas amigas, Iena cerró los ojos. Y en ese instante, estaba en casa de nuevo, solo por un ratito. Nina soñó que un copo de algodón negro le hacía cosquillas en la mano. Y Olivia, en su sueño, sintió el calor familiar y el ronroneo profundo de Iena acurrucada contra su barriga. Y sus padres sintieron, en sueños, un leve cosquilleo en los pies, como si una suave colita negra los hubiera rozado.
Y así, noche tras noche, Iena cumpliría su promesa. Se deslizaría en los sueños de su amada familia como un suave susurro, un recuerdo cálido, velando por ellos desde su prado de sol, hasta el día en que, por fin, volvieran a estar todos juntos para siempre.

1 Kommentar
Zunächst einmal vielen Dank, dass Sie Ihre Geschichte mit uns geteilt haben.
Herzlichen Glückwunsch zu Ihrer einfühlsamen und kreativen Geschichte.
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