Sobre mi padre: el rol de la imagen en la sociedad
de Luisa Ramírez Bernal @luramirez9624
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¿Qué papel cumplen las imágenes en nuestra sociedad? Tratar de dar respuesta a esta pregunta no resulta ser tan fácil como parece. Cuando tenemos contacto con un escrito que cumple con ciertas características (está compuesto por una estructura definida de párrafos, estrofas, versos) nos es fácil tener contacto con su contenido: sólo basta con sentarse y leer para comprender su sentido e intencionalidad, sus ideas centrales. Sin embargo, al tener contacto con una imagen, una figura captada por el ojo, entramos en un estado de incertidumbre. Una imagen es un texto que no consta de palabras: es una representación visual. En el momento en que el lector dialoga con una imagen, este no tiene herramientas para situarse en el contexto y lugar que esta muestra. Muchas veces sucede que el resultado de este ejercicio es el silencio de la persona que tiene contacto con la imagen, puesto que se siente en una encrucijada al no saber cómo interpretarla. Existen imágenes como una radiografía o un plano de una casa, que sirven para probar si existe una enfermedad o imaginar algo que se va a crear. No obstante, otras muestran una visión recreada del mundo sujeta a múltiples interpretaciones, tanto para el que la produce como para el que la mira.
Como bien dice John Berger “lo que sabemos o lo que creemos afecta al modo en que queramos ver las cosas.” En otras palabras, las imágenes no pueden ser explicadas fuera de un marco dado por un fotógrafo y el instante que quiso capturar y, a su vez, por el contexto o medio en que se exhibe o se intercambia. A pesar de que toda imagen materializa un modo de ver, nuestra percepción de ella también depende de nuestro modo de ver; y nuestro modo de ver se liga a nuestro contexto cultural y experiencia cotidiana. Todo lo anterior debe tenerse en cuenta cuando respondemos a la pregunta ¿qué muestra “esa” imagen”? Por tanto, este escrito tendrá como propósito reflexionar acerca de nuestra relación con las imágenes, sobre cuál es el efecto que tiene ellas sobre nosotros y cómo podemos verbalizar aquello que sentimos. Pero todo lo haré a través de una foto de mi padre que encontré en su álbum de matrimonio que yace debajo de su cama.
Empecemos, entonces, con la descripción de la foto. A simple vista, la foto muestra el instante en que un grupo de hombres que montan una lancha que aparentemente se aleja de la costa en un lugar que no muestra mucha alegría por las casas que se ven en la costa y el cielo gris y profundo que se ve a lo lejos. Lo que más se destaca de ella son los tres muchachos que sonríen con picardía y una especie de “cruz” que se atraviesa en el momento en que el fotógrafo captura el instante. Parece ser que fue un buen día para ellos. Sin embargo, esto no basta para comprenderla en su totalidad. Esta fotografía fue tomada en la ciudad de Buenaventura, Chocó, en el año 1980 durante un viaje esporádico que realizó mi padre de 20 años de edad, Ricardo, junto con dos compañeros de trabajo con el propósito de visitar a Jorge, su hermano. Jorge trabajaba en Comercio Exterior y, por cuestiones de trabajo, tuvo que viajar al puerto de Buenaventura para recibir una carga que venía del exterior que necesitaba entregar su empresa. Esta es la razón por la cual Ricardo estaba en un lugar poco habitual para él, puesto que su familia y su trabajo se encontraban en Bogotá.
En la imagen, Ricardo es la persona que se encuentra ubicada en la parte izquierda de la foto que viste una camiseta cuello polo color blanco y lleva cabello abundante y rizado. A su lado derecho se encuentra su hermano Jorge, quien se encuentra con sus ojos cerrados, sonriendo y sacando su lengua al fotógrafo. En la foto se ve que su brazo se encuentra apoyado en una parte de la lancha, lo que permite detallar lo que viste, una camiseta blanca manga corta con franjas color azul oscuro. Tanto la sonrisa de Jorge como la de Ricardo se muestran como un gesto de genuina alegría, tranquilidad y frescura. No obstante, mientras que la lengua de Jorge muestra cierta picardía de haber comentado una broma o contar un chiste con intención sarcástica, la sonrisa y la posición del cuerpo de Ricardo encarnan jovialidad, la jovialidad que en su caso permanece sólo en esa foto como un recuerdo de algo que fue pero que no va a volver a ocurrir jamás. Hoy, año 2015, ya no se le encuentra así de sonriente como en aquel instante. Si a Ricardo no se le encuentra felicidad, a Jorge no se le encontró nunca: años después de la foto durante una noche capitalina, Jorge fue asesinado por un taxista en frente de su madre por un altercado que se presentó por el pago de la carrera. Al parecer para Jorge fue injusta. Sin embargo yo nunca lo conocí, murió de 26 años y escasamente lo conozco por la fotografía de su pasaporte de viaje que mi papá tiene guardado en su maletín de trabajo. Por eso pude reconocerlo en la fotografía. Al lado derecho de Jorge se encuentra una persona que no reconozco, que no me es familiar. Esta persona viste una camiseta roja con unos jeans. Su rostro y su sonrisa reflejan la posición incómoda de su cuerpo, puesto que está acostado en lo que aparentemente es el techo de la lancha y esto hace que se vea forzado a cruzar sus manos a manera de apoyo en su abdomen para aparecer a la vista de la cámara.
Por otro lado, la foto no revela mucho acerca de la posición del fotógrafo, es más, escasamente podría decir que revela una posición incómoda porque al verla me generó la sensación de que en cualquier momento él podía caer al agua dado el movimiento de la lancha. Tras investigar un poco acerca de cómo fue tomada esta fotografía, (mi papá quiso explicarme a través de un dibujo) el fotógrafo se encontraba del otro lado de la lancha, puesto que esta tenía techo en su mitad. Entonces, él tuvo que recostarse en sobre el techo justo en el otro lado donde ellos estaban para capturar el momento. Esto explica la existencia de “la cruz blanca” que aparece en la parte inferior a la izquierda la fotografía, ya que dicha cruz no es más que la antena de la lancha que obstruye la vista completa del cuerpo de la persona que no reconozco (acá mi papá me preguntó “¿si detallas el “palito” de metal que sale encima de ella?” Eso la hace una antena). La fotografía muestra que el fotógrafo tuvo que forzarse a incluir la inminente presencia de la cruz. No había remedio de quitarla. A diferencia de los personajes en la fotografía, esta cruz se lleva un protagonismo particular en tanto que es un objeto inanimado de primera mano enfocado que da la sensación de estar “fuera de lugar”, un elemento discontinuo que no pertenece al mismo mundo de la foto pero fue un estorbo para capturar el instante. Por último, la foto muestra un hombre con bigote detrás de Ricardo, su mirada parece estar dirigida a algo que había en la lancha pero no es muy claro determinarlo. Aparentemente, este hombre es ajeno a la situación, no está en conexión con la situación que enmarca la fotografía.
Ahora describiré el momento en el que, por primera vez, tuve contacto con la fotografía. A diferencia de las personas que una y otra vez observan la foto de su ser amado gracias a que está en su billetera o en su biblioteca, yo no había visto la fotografía que he estado describiendo. Aunque aquellas personas naturalizan su presencia gracias a una práctica repetida hasta el punto en que pasa inadvertida, la presencia de la foto de mi padre se encontraba debajo de su cama junto con algunos zapatos, unos viejos juegos de mesa y dos carpas de camping perfectamente empacadas por él mismo: para mi estuvo escondida. Cuando Alessandra, nuestra profesora, nos planteó a los estudiantes el ejercicio de mirar y describir el efecto de las fotos que causan en nosotros, pensé en muchas posibles imágenes que me servirían para describir el ejercicio. Pero una de ella siempre estuvo presente en mi cabeza y era la foto del carné del club de fútbol estilo “banquitas” del que mi padre era miembro. Es una foto de estudio en la que Ricardo se le ve bastante joven, vestía una chaqueta de cuero negra y una camisa con formas de círculo y su cabello es aún más abundante en comparación con la fotografía de la lancha. Quise indagar un poco más sobre las fotografías en las que él aparecía, puesto que siempre ha sido de mi interés ahondar en tiempos pasados de los que sólo he escuchado en historias familiares. Y una de esas historias es la vida de Ricardo. A este punto volveré cuando aclare el efecto que tuvo la fotografía de la lancha sobre mí.
En una noche en la que debía estudiar para una evaluación de la clase de 7 de la mañana, pregunté a mi madre dónde se encontraban los álbumes familiares. Para mi sorpresa, me dijo que estaba debajo de su cama al lado derecho donde ella se acuesta. Me dirigí a su cuarto, me metí bajo la cama y encontré aquella bolsa color vino tinto con rayas blancas de marca Sisley que recordaba de tiempo atrás cuando mi hermana Ana y yo sacábamos la bolsa del closet de mis padres con el propósito de mirar fotos que habían dentro. Acto seguido, puse la bolsa sobre la mesa del comedor y saqué tres álbumes gruesos, pesados y con un olor fuerte por la descomposición del papel y vi que el primero de ellos era el álbum de matrimonio de mis padres. Me tome un tiempo y comencé a observar cada una de las fotos: en ellas aparecía mi madre vestida de novia, con su vestido largo y cabello corto y mi padre con un traje color café y una corbata café a rayas rojas, algunos familiares como mis abuelos, mis tíos y algunos primos sonriendo en la iglesia durante la ceremonia y el festejo. Eran días felices. Cuando llegué a la última página, vi que era diferente a todas las demás, puesto que había tres fotografías, dos de ellas fueron tomadas en un puerto de carga donde aparecía un gran barco con muchos contenedores en su interior y la última era la foto de Ricardo junto a sus amigos. La foto llegó a mí en el momento menos esperado. Tal vez ya había tenido la oportunidad de verla tiempo atrás, pero no tenía recuerdo de ella. “Es diferente” pensé porque las otras fotos contaban una historia de amor y regocijo, mientras que esta foto se salía de este común denominador. Si en las otras fotografías Ricardo aparece con una sonrisa cordial, en esta foto en particular aparece con una sonrisa espontánea en su totalidad. Esa sonrisa y la presencia de Jorge captaron mi atención de manera inmediata.
Después de ver la fotografía comencé a reflexionar sobre la vida de mi padre y las tensiones silenciosas que existen dentro de mi hogar. A pesar de que Ricardo es un hombre ordenado que siempre tiende a reírse de sus errores, a ser cordial y siempre ayudar a la gente cuando más lo necesita, él ha tenido que cargar con el peso de todos los errores que ha cometido en su vida. Venido de una familia humilde, Ricardo es el cuarto de seis hijos que tuvo mi abuela con tres hombres diferentes: dos han muerto por enfermedades en su cuerpo y el último le abandono dejándole una niña en brazos. De golpe se podría decir que su nombre, Soledad, pueda describir la frustración de su vida emocional. Junto a sus hermanos, Ricardo tuvo que trabajar de muy joven debido a la situación económica de su familia. Luego, pasó el tiempo y mejoraron las cosas. Gracias a Jorge, Ricardo conoció a mi madre y se casaron. Vivían felices en una pieza de una pensión hasta que compraron una casa en el barrio Minuto de Dios y tuvieron a su primera hija, Susan. Las cosas comenzaron a funcionar poco a poco y en cuestión de años Ricardo, sin haber terminado su bachillerato, ya era un hombre de esos que llaman “de éxito”, puesto que creó su empresa de Asesoría en Comercio Exterior con sucursales en otros dos países. Pero parte de ese éxito se le atribuye a las manías del contrabando.
A medida que adquiría grandeza, la importancia por su familia se reducía a un sostenimiento económico, por lo que su importancia comenzó a decrecer gracias a una mujer que hacía sus trámites de aduana. La infidelidad de Ricardo permeó con dolor el bondadoso corazón de mi madre y plantó las raíces de dolor y dureza en las relaciones familiares. Este hecho ocurrió cuando la familia ya se componía de cuatro miembros: los padres y sus dos hijas. Entonces, para Ricardo, su relación de pareja terminó siendo un faltante de aventura, juventud y adrenalina en su vida. Pero existían momentos de melancolía donde el dinero no lo valía todo y siempre recurría a mi madre en busca de afecto a pesar del tiempo en que estuvieron separados.
Ahora, al ver cómo contemplaba la fotografía aquella noche de que me percaté de su existencia, concluía que ya no sonríe como en aquella foto, que lo que ha construido hasta ahora también ha sido estructurado a partir de sus errores, errores llenos de ira, rencor, dolor. Debe cargar con el peso del pasado que afecta su presente, debe lidiar con personas de su trabajo que le recuerdan la delicia y la ganancia de entrar en lo ilícito y le dicen “¿usted me haría este torcido?” con referencia a los tramites que se deben hacer para que una carga de cualquier cosa pueda entrar al país. Ricardo ya no compra a los jefes del puerto “para que le dejen pasar la carga”, ahora piensa en hacer lo correcto y para él es estar con su familia. Pero para Ricardo implica nada más que un compromiso moral con sus hijas y con una esposa de la que solo siente estima.
Por tanto, el punctum, mi agujerito, mi pinchazo es su sonrisa en la foto de la lancha, porque el efecto que me genera al verla se reduce al rencor y a la melancolía que me hacen recordar sus errores y las peleas que se generan porque el dolor no ha sido sanado. Además, este dolor es un dolor incomprensible para mí porque yo nuca estuve presente. Mi enojo se convierte en dolor y mi dolor en incertidumbre. Sin embargo existe otro punctum, uno que es visto con ojos de observador externo. A este lo nombraré el efecto premonitorio a partir de una fotografía. En la imagen, Ricardo es joven y se encuentra en una lancha con sus compañeros de trabajo. Él nunca iba a saber lo que iba a pasar en el transcurso de su vida ni los errores que podía cometer. Por esto, para Ricardo el acto de mirar la fotografía donde aparece resulta centrarse en un paralelo entre no saber lo que pasaría y vivir las consecuencias de lo que pasó. La imagen en sí misma evoca un instante del pasado en el presente que a su vez se convierte en el futuro de la foto de la lancha.
Barthes habla acerca de la fotografía de alguien que es sentenciado a muerte como la convergencia entre el “esto será y esto ha sido” , es decir, la imagen muestra a una persona que ya no existe, pero evoca que de una u otra manera, morirá. En el caso de la fotografía que estamos observando yo no hago referencia a la muerte como el fin de la vida biológica, sino a la muerte como el apaciguamiento de vivir sin miedo al futuro. Es imposible prever lo que pueda pasar en el futuro. Nadie es una especie de pitonisa que pueda ver cómo actuará una persona, pero sí es seguro que la juventud es vana tanto como lo es el tiempo. Por esto, cuando Ricardo mira la imagen de la lancha como un instante que ha sido separado del lugar y el instante que apareció por primera vez, está evocando el acto de recordar momentos que no fueron malos y que en el transcurso de la vida, hubiera deseado que estos perdurasen o que pudieran ser mejores. Por tanto, valora la cuestión de posibilidad, de algo que pudo ser, pero no fue, o fue en pequeños instantes de su vida.
Bibliografía:
Berger, John. Capítulo 1, de Modos de ver, Gustavo Gili, Barcelona, 2007, pp.13-42
Barthes, Roland, La cámara lúcida, Paidós, Barcelona, 1989, pp.58-67, 89-93, 164- 167.
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