Samara-Proyecto final Introducción a la escritura narrativa

Samara-Proyecto final Introducción a la escritura narrativa

Samara

Por Karen Sofía Rodríguez Cardoza

Era como si un brillo etéreo emanara de ella de forma natural. El color de sus ojos, que lo miraban con dulzura, parecía casi de cristal. Estaba seguro de que la sonrisa en sus labios era tan dulce como una manzana.
Sentía la tibia brisa acariciar su piel. Estaba desnudo. Ella no. Una blusa blanca cubría sus diminutos pechos y unas bragas protegían su inocencia del mundo exterior.
La niña comenzó a acercarse a él, gateando. Uno de los tirantes de su vestidura se deslizó suavemente por su hombro, haciendo que él sintiese su interior encenderse. Aquel diminuto desliz fue suficiente para que el deseo amenazara con apoderarse de él.
Esta vez, decidió no alejarse como siempre lo hacía. Decidió no apartar la mirada de ese pequeño cuerpo. Dejó que esas infantiles manos lo tomaran de las mejillas y esperó a que la jugosa manzana tocara sus labios.
La luz se atenuó, las paredes se tornaron grises. Estaba solo en su cama. Solo él y nadie más. Zacarías llevó sus ojos del techo al crucifijo de madera sobre su cama. Aquel sueño se había vuelto borroso, pero una extraña sensación en su cuerpo le hizo saber que debía arrepentirse.
Se sentó en la cama y pasó una mano por su rostro. Estaba avergonzado. No recordaba nada de lo ocurrido; sin embargo, un nombre rondaba en su cabeza: Samara. Eso le hacía estar seguro de que había pecado. Pero ¿qué podía hacer él contra la libertad de su subconsciente? La mente humana sigue siendo todo un enigma y ¿que no había sido Dios el creador de ella? ¿No significaba eso que ciertos pensamientos incontrolables podían ser perdonados?
Aún era temprano. Todavía tenía tiempo para encontrar la iglesia completamente vacía, perfecto para confesarse, para expiar todos sus pecados.

***

El padre Zacarías era diminuto frente a los ojos de los ángeles y santos que lo observaban desde la bóveda de la catedral. Un insignificante cordero a los ojos de Dios y Jesús, quien lo observaba desde la cruz mientras él se arrodillaba para expulsar sus impuros pensamientos.
Zacarías se persignó y se puso de pie. Observó el rostro de Cristo. Podía jurar que atisbó cierto prejuicio en su mirada enmarcada con sangre. No pudo soportar esos ojos acusadores, así que dio media vuelta y se dispuso a abrir las puertas del templo y esperar fuera a que todos los feligreses hiciesen acto de presencia.

***

―Al día siguiente, mientras ellos iban por el camino y se acercaban a la ciudad, Pedro subió a la azotea para orar, cerca de la hora sexta ―Zacarías miraba de vez en cuando a la multitud mientras leía las Sagradas Escrituras― Y tuvo gran hambre, y quiso comer; pero mientras le preparaban algo, le sobrevino un éxtasis…
De repente, sus ojos se posaron sobre su sueño; Samara. Aquellas trece primaveras lo observaban desde una de las bancas. No le sonreía, pero le regalaba la misma mirada dulce.
―… y vio el cielo abierto, y que descendía algo semejante a un gran lienzo, que atado de las cuatro puntas era bajado a la tierra; en el cual había de todos los cuadrúpedos terrestres y reptiles y aves del cielo.―Zacarías se concentró nuevamente en el texto. Intentó no levantar la cabeza otra vez. No debía hacerlo― Y le vino una voz: Levántate, Pedro, mata y come.
«Entonces Pedro dijo: Señor, no; porque ninguna cosa profana o impura he comido jamás.»
Pero no podía evitarlo. Cada que tenía la oportunidad, miraba a Samara; su pálido rostro, sus labios, los océanos en sus ojos y los hilos de oro en su cabeza.
Esa sensación cálida que tan bien conocía cosquilleó en su pecho y fue bajando lentamente. El éxtasis se apoderaba de su cuerpo, le hacía sudar y temblar. Sintió la mirada penetrante de Jesús y los santos sobre él. No le importó. Su cabeza daba vueltas en una sola cosa: Samara. Samara. Samara.
―Volvió la voz a él la segunda vez: ¡Lo que Dios limpió, no lo llames tú impuro!
Sin darse cuenta, Zacarías casi había gritado esa última oración. Respiró hondo, levantó la cabeza y soltó el aire como si con ello expulsara esa sensación que contaminaba su alma.
Miró a la multitud otra vez. Todos en silencio. Parecían extrañados por su comportamiento. Pero algunas ancianas lo veían con asombro, como si pensaran que Zacarías había actuado de esa manera por la devoción que le tenía a Dios y la emoción que le causaban las palabras sagradas.
Ahora, Samara le regalaba una sonrisa tierna, inocente. Una sonrisa de labios jugosos como una manzana roja.
Zacarías supo―temió― , entonces, que no podría controlarse mucho más tiempo.

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Nota de la autora: Ésta es solo una parte de una historia que se me ocurrió hace poco, creo que no me alcanzaría este espacio para escribirla toda.
De cualquier forma, espero que la hayan disfrutado y espero con ansias sus comentarios y crítica constructivas si es que las tienen.
También quiero agradecer a @albertochimal por su curso de Introducción a la escritura creativa. Realmente me ayudó a mejorar en mi habilidad de escritura y a encontrar la inspiración que hace tiempo había perdido.