CUANDO MI PAPÁ DICE: “BUENOS DÍAS”

Cuando es de día otra vez. he observado que para cada uno es diferente.

Para algunos, los días son plomizos y pesados.

Para otros están llenos de luz, unicornios y arcoíris.

Para otros son oscuros y soñolientos, una prolongación de la noche que se ha interrumpido.

Para papá…

—Buenos días —dice al salir, todavía con legañas en los ojos, de su cuarto.

Distraídamente, se pone a hacernos el desayuno en la cocina a mi hermano y a mí. Llena dos vasos de té con menta y deja caer una trucha en cada plato, que acompaña de medio tomate partido.

Sí, eso para él, es un desayuno.
Lo sé, mi padre es muy raro.

Me siento a la mesa y suspiro pero no digo ni una sola palabra porque sé que, cuando mi padre dice “buenos días”, es cuando precisamente no tiene ninguna gana de que sea de día. Antes os contaba que para cada uno, el tipo de día es diferente. Pues bien, para mi padre son una carga, un trajín, una lucha… Y no me extraña.

—¡Que no! ¡Que no quiero ir al colegio, que no pienso ir!

Son los gritos de mi hermano pequeño, que nunca quiere ir al colegio.

Antes de que se divorciaran mis padres, se conformaba más. Nunca le gustó el colegio, pero no protestaba tanto. Pero ahora es un espectáculo: se agarra a las sábanas, berrea, llora, patalea… Se resiste todo lo que puede, aunque sabe que al final tendrá que ir igualmente. Aunque,,. ¿seguro que irá?

Mientras se escuchan los chillidos de mi hermano, imagino que la tetera tiene una conversación con la hermosa planta verde de la repisa de la cocina.

—¡Buenos días! ¿Usted sabe por qué está otra vez ese niño dando estos alaridos?

—Bah, lo de siempre, no quiere ir al colegio —responde la tetera, resoplando y poniendo cara de aburrimiento.

—Ah, pobre… seguramente es porque echa de menos a su mamá, que era la que le despertaba y le llevaba al colegio antes.

—Su mamá se fue, creo que sus padres ya no están juntos.

—¿Por qué?

—Creo que los mayores nunca se entienden, no saben convivir los unos con los otros. Tiene gracia que luego digan que los que no saben de convivencia son los niños.

—Pobrecitos, pues será que no saben hacerlo mejor…

—Ay, señorita Sansevieira, usted siempre está disculpando a todo el mundo. De todas formas, que sepa que el motivo de que el niño no quiera ir al colegio es que se quiere quedar en casa tocando la flauta. Es lo único que le gusta.

Y en ese momento, se escucha:

—El colegio es insoportablemente aburridísimo. ¡Me quiero quedar en casa tocando la flauta!

“A mamá le encantaba que Borja tocase la flauta”, me pongo a pensar.

—¡O te levantas de una vez, desayunas y te preparas la mochila para ir al colegio o te quedas sin postre en la cena!

Igual parece una tontería, pero papá sabe que a Borja le encanta tomar flan tras la cena.

Pues bien, hoy ni por esas.

Echan una carrera por el pasillo mi padre y él y entonces, aunque sé que no está receptivo, pregunto a mi hermano si ha visto mi diccionario de inglés, que me lo tengo que llevar hoy.

—¡Ahí está! —me dice señalando a la mesa de comedor.

Y entonces pasa algo que pone a todo nuestro mundo boca abajo. Mucho más que cuando veo los extraños desayunos que prepara papá o que cuando mamá dijo que se iba y mis padres dejaron de estar juntos.

Borja pega un salto, en el salto se va haciendo cada vez más pequeño hasta que…¡Plof! ¡SE METE DENTRO DEL DICCIONARIO!

Y desaparece.

—¿Borja? —digo boquiabierta.

Nos quedamos en silencio un buen rato. No sabemos qué hacer.

Mi padre no reacciona. Sólo refunfuña. Tiene cara de estar muy, pero muy cansado.

Entonces entra la vecina Casilda, a la que mi padre dejó llave del piso, que viene a veces a ayudar, a regar las macetas y a traernos el pan.

Entra por la puerta de la calle, con su barra de pan y mi papá le dice:

—Buenos días.

Y es que cuando mi papá dice “buenos días” es porque las cosas no andan nada bien.