Mi Proyecto del curso: Iniciación a la escritura autobiográfica
por mittchiohidalgo @mittchiohidalgo
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Libertad Condicional
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En septiembre de 2019 conversaba con unos colegas psicólogos que también son excompañeros de universidad, en la reunión inicial de un trabajo -proyecto de investigación- en que me había embarcado más que nada para ganar experiencia, pues la paga era malísima. Uno de ellos, Franco, a quien profeso secreta antipatía, me hablaba de un caso clínico que no podía aceptar por líos de agenda. Me lo ofreció tras haberme recomendado con la madre de la paciente, y para su suerte -o más bien fruto de su comprometedora treta- acepté a regañadientes.
Encontraba varias complicaciones por haber aceptado, las cuales Franco fue solucionando. Le dije que no tenia un lugar para atender, y me mostró unas oficinas que arrendaban por hora. Mencioné que no sabia como emitir boletas de honorarios, y me envió un tutorial muy sencillo de seguir. Quizá simplemente debí decirle que no quería a su paciente, pero tal vez igual hubiera encontrado la forma de “solucionar” mis motivaciones.
Con los detalles arreglados y las coordinaciones hechas, llegó el día de la primera sesión. Llegué al edificio apenas minutos antes de la hora acordada. Abrí la puerta y me quité las gafas, momento en que mi mirada se cruzó por primera vez con la de Alondra, mi paciente de aquel día.
2
Es noviembre del 2021, y camino despacio por las calles del barrio de mis padres. Los pies se anteponen uno al otro por inercia. Recorro el sendero como un alma en pena, cargando en un pesado bolso las cosas que atiné a guardar luego de que Alondra me echara del departamento que llevamos compartiendo desde mayo. Por momentos no siento nada. Mi mente se protege y me hace ver como si estuviera en una tragedia que no es mía, en una vida que no me pertenece. Cuando la realidad me alcanza, me quiebro con disimulo bajo la mascarilla húmeda que cubre mi vergüenza y desesperación.
Ensayo que le diré a mis padres cuando llegue con ellos con la cola entre las piernas. Pienso en como explicar algo que aun no acabo de entender yo mismo. La verdad es que no tengo herramientas para lidiar con este suplicio, nada me podría haber preparado para este momento. Es el fin del mundo, o así se siente.
Llego con mis progenitores y sin decir nada me abro camino entre sus preguntas hasta mi antigua pieza, dejo caer mi bolso y mis ojos se derriten sobre mi rostro. Ellos entienden rápido. De pronto estoy cobijado en un par de abrazos. Intercambiamos pocas palabras, entrego un escueto síntesis, y me dejan a solas tal como se los pido. Las próximas horas y días, serán aún peores. Veré como las palabras otrora dulces de la mujer que amo se vuelven afiladas y mortales. Veré como las imágenes que había proyectado de mi futuro se desintegran violentamente. El castillo no era de piedra, sino de naipes.
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Desde que nuestras miradas se cruzaron por primera vez, la relación terapeuta-paciente quedó relegada a segundo plano. Lo que debió ser el abordaje de un duelo, se convirtió en una charla que en las semanas posteriores se trasladó del box a un café del barrio universitario, a un mirador en un santuario de la naturaleza, a las plazas y a los campus. Sentimos por primera vez algo que a esas alturas ya creíamos que no existía más que en películas o manuales diagnósticos, esa rara abstracción, ese curioso fenómeno al que llamamos amor.
Alondra en aquel entonces estaba en una relación de años, mantenida por un cariño tibio y una vergonzosa lastima. Su noble corazón fue incapaz de cortar de golpe el cordón que la unía a su pareja, por lo que tuvimos que mantener una relación puramente platónica por algunos meses, intercalando entre el jubilo y la tortura, llevándonos al límite una y otra vez, amenazando con destruirnos antes de llegar a ser algo. Pero finalmente el viacrucis solo aumentó el deseo, y cuando al fin pudimos unirnos parecía que la vida llegaba a su clímax, parecía el final perfecto de la mejor novela romántica. Pero, la vida seguía.
Una semana se volvió un mes, un mes se volvió un año, y el tiempo seguía corriendo. Durante los días de semana, Alondra trabajaba de sol a sol en otra ciudad. Entonces me decidí a buscar empleo en esas latitudes, y apenas lo conseguí di el gran paso de mudarme con ella. Extrañaba mis viejos espacios y a mi familia, pero lentamente me adapté a la vida en la costa, a las nuevas vistas y los nuevos roles. Con amor, unos pocos metros cuadrados en un departamento mal terminado, se convirtieron en un hogar. Y así mismo la extrañeza se volvió pedestre y se asentó la rutina, esa que nos da estabilidad, pero que a veces puede sofocar.
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Era mayo o junio del 2021, mis primeras semanas en el nuevo nido. Trabajo de 8am a 6pm, lo que deja unas 4 horas para compartir con Alondra, a las que se resta el tiempo dedicado a la cocina y al gran etcétera de asuntos domésticos. Además quiero hacer otras cosas, quiero salir, quiero escribir, hacer lo que hacia antes, pero no hay como, ni donde, ni con quien. Siento y que me pierdo, pero aún no sé que también a ella.
Deambulo en redes sociales en los tiempos muertos. Ahí todo es llamativo, todo es nuevo e intenso. Ahí todo es falso, frio y ajeno. Doy «me gusta» a una foto, luego a 5. Las notificaciones cruzadas se vuelven textos, los mensajes imágenes, lo trivial se vuelve intimo y comprometedor. Los limites de la confianza se traspasan peligrosamente. Me divierto, me excito, siento miedo y confianza exacerbada. Se mantiene la dinámica un par de días hasta que la conciencia pesa y pongo un alto a todo.
La vida sigue el mismo curso que había llevado. Las cosas marchan bien, estoy acostumbrado a mi nueva vida y aprendí a dar espacio a las cosas que amo. Las intrigas y escapadas virtuales no hacen falta, pero aún así un día recaigo. La dama de mi infortunio se aparece en mi scrolling de autómata y retomamos viejas costumbres. Solo son minutos, un pequeño desliz que rápido me hace sentir equivocado y me repliego. Pero no importa cuantas veces se percuta el arma, solo el daño que causa el disparo.
El despecho disfrazado de sororidad lleva a mi interlocutora a delatarme con Alondra. La preciosa confianza se ha roto, y no se como repararla. Las explicaciones están de más. Los contextos no justifican las faltas. La única persona en la que confía es quien más la daña, y quiero consolarla pero no puedo, porque soy su victimario. Tarde me doy cuenta de que las consecuencias nos alcanzan a todos, de que el pasado no se puede borrar y de que poco importan los sentimientos si las acciones dicen cosas distintas.
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Febrero de 2022. Casi 3 meses han pasado desde lo que en mi cabeza llamo “el incidente”, en un intento de alejarlo de mi presente, pero no es tan simple. Hubo reconciliación y perdón, volví a vivir con Alondra y por momentos que pueden durar semanas, las cosas se mantienen bien, como si nada hubiera pasado. Pero el recuerdo y los resquemores quedan, y en ocasiones aflora la crisis, el dolor, el llanto y la culpa. Es una nueva realidad a la que nos tratamos de habituar, con la esperanza de que de paso a una normalidad definitiva que aún no llega.
Vivo con el temor de que algo le haga recordar lo ocurrido y volvamos a cero. Ella con el temor de que la traicionen nuevamente. Se que no puedo asegurar que no la volveré a lastimar, después de todo, quienes queremos son los únicos con ese poder. Pero confío en mi arrepentimiento, en mi sabiduría mal ganada y en mi estúpido amor. Lo ocurrido jamás podrá tener lugar otra vez, esa es una promesa, pero el fantasma nos perseguirá por un tiempo que no se si será limitado.
Solo me queda amarla como se merece, disfrutar nuestros días y nuestras noches, y confiar en que el tiempo pague mi fianza. Entiendo ahora al convicto y al alcohólico, quienes por libres y sobrios no pueden borrar las manchas de su expediente, entienden que la normalidad es frágil y que lo que se gana se puede perder en un segundo de estupidez o debilidad.
2 comentarios
cesartejedaa
Profesor Plus¡Hola! ¿Cómo estás? Antes que nada, lamento mi demora en la revisión de tu proyecto. Agradezco mucho que te hayas inscrito a mi curso de Doméstika, espero que lo hayas encontrado útil.
Me pareció un trabajo muy interesante. La ruptura del tiempo lineal, con fines tanto dramáticos como elípticos, está muy bien lograda. El narrador, en vez de llevar a cabo un relato ordenado, decide utilizar fragmentos dispersos que provocan curiosidad persuadiendo la lectura de todo el texto. Por ejemplo: con excepción del narrador, no hay nada que vincule los fragmentos 1 y 2, y el lector se mantiene interesado en seguir adelante para descubrir, precisamente, cuál es el hilo conductor.
Otra de las fortalezas de tu texto es el uso de las escenas. Y para ello me gustaría referirme, de nuevo, a los fragmentos 1 y 2. En el fragmento 1 el narrador establece una situación, en apariencia, sencilla: cómo una conversación entre colegas lo llevó a conocer a una persona. En el fragmento 2, el narrador establece una situación más compleja: volver a casa envuelto en el desasosiego luego de una ruptura.
Considero que podrías fortalecer tu relato (y es solamente una sugerencia) haciéndolo un poco más largo, una o dos cuartillas más; es decir, que tenga más fragmentos, para que no recurras a los resúmenes y puedas desarrollar con más detalle la psicología de los personajes por medio de las escenas. El fragmento 3, por ejemplo, podría tratar sobre la primera consulta. El fragmento 4 podría tratar sobre el día que se mudaron juntos. El fragmento 5 podría tratar sobre lo que ocurre en redes sociales. El fragmento 6 podría tratar sobre la primera discusión. El relato, en este caso, estaría compuesto por "fotografías instantáneas", y el lector sería el encargado de intuir lo que ocurre entre ellas.
Felicidades por tu escritura, tienes oraciones realmente buenas.
Te envío un gran saludo y gracias de nuevo por inscribiste en este curso,
César T.
patsyvirg
Excelente relato.
Es muy difícil arreglar algo que se rompió. Es como clavar clavos en una pared: cuando se sacan, las marcas quedan.
Deseo que puedas reparar esa "pared" dañada
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