Mi Proyecto del curso: Cuento: EL REGRESO
Mi Proyecto del curso: Cuento: EL REGRESO
por Aníbal Misel @anibal_misel03
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EL REGRESO
Por: Aníbal Misel
Eran las 4:00 de la tarde, de un 24 de noviembre, cuando Roberto abrió la ventana panorámica de su apartamento. Divisó por encima de las montañas verdes el conjunto de nubes cargadas de agua que amenazaban con caer. Le llamó especial atención los rayos de luz que se filtraban a través del manto gris que se extendía sobre todo el valle.
—Como aquel día —dijo Roberto muy bajo, tan bajo, que sus palabras pudieron haberse confundido con un pensamiento.
La atmósfera estaba llena de humedad y el calor que —según había escuchado decir a algunos ancianos— anuncian una lluvia inminente, no le permitía mantener por más de dos segundos sus brazos pegados al cuerpo.
Las paredes del apartamento lo ahogaban, y de un momento a otro, empezó a experimentar una ligera sensación de claustrofobia. De tal manera que, venciendo el hastío e impulsado por el ambiente asfixiante, decidió salir a donde sea, a donde fuera; pero ya no podía seguir ahí, sin aire y pensando en Graciela.
Sin más dilaciones se puso el primer pantalón fresco que encontró, medias y zapatos deportivos. Bajó con desespero las escaleras, al punto que casi sale rodando peldaños abajo si no se hubiese sostenido a tiempo de la baranda; tomó una gorra, fue a la biblioteca y agarró las llaves de la casa junto con su billetera. Al hacerlo, sus brazos tropezaron con un libro de la estantería que estaba cerca. «¿Qué pasa conmigo?, hoy estoy demasiado torpe», se recriminó. Al recoger el libro, observa que algo sobresale entre sus páginas. Es una fotografía que había olvidado dónde la había metido; una fotografía que buscó muchas veces sin éxito.
Estaba dentro del Diario de Ana Frank, Justamente, señalando la vez que Harry, le afirmaba a Ana que «El amor siempre encuentra un camino». Y ocurrió. Por un instante, no pequeño, quedó secuestrado por la imagen y su recuerdo. En el fondo la fotografía mostraba la calle San Blas. Nunca estaría tan adornada como en aquella noche de navidad, cuando la sonrisa y la mirada de Graciela se combinaron para crear la más hermosa armonía. Roberto cerró los ojos por unos segundos eternos, y llegaron a él el olor a pintura fresca, pólvora quemada de las estrellitas, el sonido de la gaita, las risas de los niños y de manera curiosa, el de las ruedas de los patines contra el pavimento. «Esa noche fue perfecta», pensó.
Abrió los ojos y vio la foto, situada en el fondo estaba la panadería Don Rigoberto. En ese sitio se hacía el mejor pretzel con canela, y se le hizo agua la boca. Hicieron aquel descubrimiento cuando una llovizna les obligó a refugiarse en el lugar por un par de horas. «Los accidentes te pueden llevar a conocimientos valiosos», reflexionó Roberto en aquel momento. Un cintillo rosa recogía el cabello largo y liso de Graciela, que llevaba ese suéter azul rey que tanto le gustaba. Roberto recordó que conservaba esa prenda en su closet; Graciela se la dejó junto con un beso la noche antes de irse a España. La foto, su memoria y esa prenda, que todavía olía a ella, era lo único que lo unía a Graciela.
Ya habían pasado dos años que no la veía. Su familia debió irse del país y fue entonces cuando decidieron terminar. No volvieron hablar más. Roberto le llegó a mencionar que no la quería como amiga porque jamás podría tenerla tan cerca sin apaciguar la tentación de poder besarla o tan lejos y no poder abrazarla. Quedar como amigos era alimentar la esperanza de que alguna vez podrían volver. Esa incertidumbre acabaría con él. Dejar de hablarle a Graciela fue un acto de amor propio y de respeto hacia ella.
Por su parte, Graciela no estuvo del todo de acuerdo al principio y le escribía notas que nunca encontraron respuesta. Pero Roberto, de vez en cuando, revisaba furtivo sus redes sociales en busca de alguna señal de ella, un hábito que en principio se volvió una obsesión que fue mermando con el tiempo.
Una gota de sudor que recorrió la frente de Roberto, tuvo la fuerza suficiente para sacarlo de su embeleso y le recordó que estaba a punto de salir. Una vez devuelta la foto al libro, lo puso nuevamente en la biblioteca. «Si tan solo fuera así de sencillo engavetar los sentimientos como las fotos en los libros», repuso antes de dar media vuelta y salir.
Se dirigió al ascensor, entró y presiono el botón de planta baja. Al salir, fue cegado por el resplandor al punto que llevó sus manos a los ojos y un vaho ardiente le hizo creer que el sol estaba más cerca de lo normal ese día. «Con razón hay poca gente en la calle», se dijo así mismo.
Las aves también habían enmudecido, era común ver bandadas de loros y otras especies provenientes de las montañas cercanas. Miró el cielo, la masa de nubes grises se agolpaban a un lado del firmamento y el sol del otro, como si fueran contrincantes en un ring de boxeo. Roberto, odiaba la indeterminación de las cosas, de las personas, de los proyectos; el cielo le volvió a recordar a Graciela «¿Va a llover, o va a hacer sol?», pensó con amargura.
Se dirigió al carro y al abrirlo salió un aire caliente, como si de un horno se tratara. Adentro era irrespirable y para mitigar la molestia bajó rápidamente todos los vidrios de las puertas. Sin querer, volvió a él su recuerdo, «aún tengo el mismo carro con que la iba a buscar». Los asientos estaban tan calientes que el intento de no tocarlos con sus nalgas lo hacían tomar una postura más bien incómoda. Encendió el auto y arrancó. Salió del conjunto residencial y fue al primer parque cercano.
No había llegado aún al parque cuando se percató que estaba desierto y además cerrado, así que siguió de largo. Ese parque en particular era el lugar de encuentro con Graciela cuando su padre todavía no aceptaba su relación. El parque no estaba solo porque estaba cerrado; quizás lo cerraron porque se la pasaba solo. Y por eso era un sitio privilegiado para Graciela y Roberto, para sus encuentros furtivos, para los besos y las caricias prohibidas. Por lo menos, hasta que su papá apareció un día y casi los mata a los dos. Fueron días oscuros para ellos, nadie podría imaginar que pasados un par de meses de ese episodio, todo sería paz y armonía. El amor había encontrado su sendero…
La brisa a través de las ventanas empezó a llevarse el calor agobiante y sus nalgas ya reposaban de manera confortable en el asiento. Tras dar algunas vueltas sin sentido, Roberto, recibió una llamada de su madre.
—Hijo, hola ¿Cómo estás? ¡Ven te tengo una sorpresa!
—Esa sorpresa ¿Se come o no se come? —Sonrió por primera vez Roberto— ok, ya voy madre.
Roberto deseó que la sorpresa fuera Graciela. Pero era ilógico suponer aquello. Ese día había pensado de manera inusual en ella, quizás porque para esa fecha, fue que decidió terminar con la relación. Se lo atribuyó antes a eso, que a algún aviso premonitorio.
Doña Fausta, la madre de Roberto, era una mujer morena, de mediana estatura, risueña siempre. Era el tipo de mujer que le tenía fe al tiempo, decía tras cada dificultad: «Esto también pasará». Aquel mantra fue la herencia que le dejó a sus hijos, que vieron durante toda su vida la eficacia del mismo. Recibió a Roberto, como le era costumbre, con una taza de café y en esa oportunidad con un trozo de pastel de piña que era lo que había en el congelador. Nunca le daba el café solo.
Desde que llegó se pusieron a cuenta, hablaron de todo sumergidos en el delicioso aroma del café y el consuelo de una brisa fría que empezó a pasearse en aquella tarde que aún no se definía entre el sol y la lluvia. Cuando ya el calor se había espantado y el sol vencido por las nubes negras se ocultó, llegó Don Augusto a la puerta de la casa. En su mano traía una botella de vino español y Roberto, que estaba aún atornillado en su asiento, no podía creerlo.
—¡Feliz Navidad, familia! —gritaba Don Augusto. Fausta, apresurando el paso, gritaba al mismo tiempo de la emoción.
—¡Qué alegría de verte mi amigo! ¡Feliz Navidad! —y ambos en cuestión de unos pocos segundos generaron una algarabía.
El cuerpo de Don Augusto ocupaba casi toda la entrada. Pues era un hombre corpulento, grueso y alto. A Roberto siempre le causó temor aquel hombre, a pesar de que llegó aceptarlo algunos meses después de haberse enterado de que Graciela y él estaban saliendo. Su madre y Don Augusto se abrazaron y al separarse le extendió la botella de vino.
—Lo prometido
Pues “Doña Fustina”, como Augusto le decía por cariño, le dijo antes de irse: «¡No te atrevas a aparecerte aquí si no me traes un buen vino español!»
Hasta ese momento, para esos dos amigos no existía más nadie, sin embargo, acabada la primera impresión, Don Augusto miró con alegría a Roberto y se dignó a abrazarlo.
—¡Roberto, ven acá y abrázame! ¡¿Cómo estás tú, muchacho?! —Roberto soltó como pudo lo que se suponía era un saludo.
—¡Muy bien Don Augusto! ¿Cómo está usted? —todavía sin poder creer que le estaba hablando.
El papá de Graciela terminó queriendo mucho a Roberto; sin embargo, este fijó para siempre en su memoria la imagen de aquella inmensa mole que le perseguía lanzando improperios cuando los encontró a él y a Graciela besándose en el parque.
—¡Muy bien! Porque estoy aquí con ustedes, además no vine solo… —contestó mientras le miraba con picardía y dirigía su mirada hacia su auto.
Un relámpago alumbra el cielo, el trueno retumba en las paredes y el suelo, alguien se baja del auto. El corazón de Roberto late fuerte, sus manos sudan, una pequeña llovizna empieza a caer y Graciela lleva el mismo cintillo rosa de esa noche en San Blas.

2 comentarios
Hola, Aníbal. Muchas gracias por entrar al curso y felicidades por completarlo. Espero que lo que vimos te haya servido y te siga sirviendo.
Acabo de leer "El regreso" y te voy a dejar algunos comentarios. Como siempre digo en estos casos, aunque algunas de las observaciones no sean positivas o no se concentren en lo que más te interesa de tu propio texto, por favor no las tomes a mal. Considera que se hacen con la intención de ayudar a que sigas mejorando tu trabajo, y que en cualquier caso son opcionales. Tú decides lo que te parece útil, y lo que no, de cuanto se te recomiende.
En caso de que no los conozcas, en la lista que sigue te dejo enlaces a tres cuentos que, justamente, emplean la intriga de predestinación para reforzar el efecto y la lógica de sus finales. Ninguno es de amor, me temo, ni tiene final feliz, pero igual podrían servir como ejemplos para revisar tu texto (en lo que hace a ese aspecto técnico) o escribir otros similares más adelante.
Una vez más te agradezco y te deseo suerte y éxito en tus proyectos futuros.
@anibal_misel03
¡WAO! ¡Alberto, que emoción poder leer tus recomendaciones! Maestro, las tomo y las acepto con la mayor alegría. Gracias por haberte tomado el tiempo de leer mi texto. Estoy trabajando para mejorar y tus observaciones son como tesoros para mí. Gracias por los ejemplos que me recomiendas, los estaré estudiando.
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