Libertad sabor a ceniza. Mi proyecto del curso: Introducción a la escritura fantástica y de ciencia ficción
by María Silva @masilv
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Renatus,
2 de noviembre, año 2267,
Pabellón de la Paz, en el Prado de la Unidad, territorio neutral.
Las luces cegadoras del salón de banquetes en donde se conocieron se mezclaron con la oscuridad del exterior en un incesante eclipse. Una opulenta fiesta, organizada bajo el pretexto de la celebración del cumpleaños de Kutsa y Akira, se desplegaba en el Pabellón de la Paz, que servía como escenario de la celebración. Ambas familias se mezclaban en una ocasión única, junto con algunos distinguidos invitados e importantes miembros del Consejo Unificador.
Las cámaras flotantes paseaban entre los invitados como burbujas, grabando y transmitiendo la velada a todos los rincones de Nova City y de Horizon como fiel prueba de la unificación de ambas ciudades, al menos, por una noche.
Dado que esa noche no sólo se celebraba la paz entre ambas ciudades sino que era la presentación de ambas primogénitas a la sociedad, los líderes del clan Battaglia y el clan Genji aguardaban en habitaciones separadas. Una sirvienta en cada habitación terminaba de arreglar a las mujeres, añadiendo un velo para cubrir su rostro hasta la revelación.
Antes de partir, cada padre le recordó a su hija.
— No estás aquí para celebrar. Esto no es por ti, es por nuestro futuro.
Los invitados se reunieron en torno a las mesas del salón principal en el Pabellón de la Paz en cuanto avistaron a los séquitos de Battaglia y Genji acercarse a través de la entrada principal. Ambos líderes caminaron delante de sus hijas hasta llegar a la alargada mesa situada en el frente del salón, un poco más alta que el resto de las mesas. Las mujeres, ataviadas con esos vestidos, joyas y esos velos, se situaron en las dos sillas restantes, una a lado de la otra.
Como primera muestra de la cooperación entre ambas naciones, ambos líderes ofrecieron un discurso que casi hizo reír a Kutsa debajo del velo. Un parloteo que duró algunos minutos sobre la historia de las naciones, la gloria y el honor, la sangre derramada por los ancestros y el futuro del que gozamos hoy gracias a ello. Después de esta noche, ninguna de esas palabras importaría.
Posteriormente la ceremonia inició. Sentadas como estatuas desde que llegaron, ambas chicas mostraron el primer indicio de movimiento al ponerse de pie, una frente a la otra, y acercaron sus manos al velo contrario para develar sus rostros. Los oídos de Kutsa registraron el leve sonido de los aplausos provenientes de los invitados, asombrados de poder ver al fin el rostro de los secretos mejor guardados de cada clan, pero nada más. Sus ojos se encontraban anclados al mar de oro frente a ella.
— Feliz cumpleaños, — Susurró Kutsa con un hilo de voz, sin poder evitarlo.
Akira no contestó, pero su rostro reflejó un nimio gesto de confusión, seguido de uno de recelosa gratitud, para finalmente murmurar una respuesta forzada.
— Feliz cumpleaños, Kutsa. — Akira tomó la pequeña daga de la bandeja que le ofrecía el asistente, y sin dar tiempo a Kutsa para reaccionar, se hizo un débil corte en la mitad de la palma de su mano con una sonrisa y luego tomó la mano de Kutsa para hacer lo mismo. Ambas chicas estrecharon la mano como señal de la fusión de ambas familias y la fiesta comenzó.
Después de lo que parecieron horas de saludar invitados y sonreír a las cámaras flotantes, ambas chicas regresaron a sus asientos para continuar con la velada. Bueno, al menos Kutsa lo hizo. Akira paseó como una ligera marea entre los invitados, moviéndose con una criminal elegancia, sin miedo a caminar entre el fuego. Cautivada con la manera en la que se movía, Kutsa se vio atrapada sin remedio admirando al diablo. Y con las miradas de sus respectivos clanes cerniéndose sobre ellas, los planes oscuros se gestaban, y parecía que la traición acechaba en cada sombra.
Apenas habían intercambiado palabra desde que comenzó la noche, pero la señal estaba cerca. Ya casi era la hora. Así que en una arriesgada jugada, Kutsa abandonó la mesa y se acercó sigilosamente a Akira en medio de la melódica sinfonía del baile. Con una sonrisa seductora, la invitó a compartir un paso más íntimo en la pista, y Akira, extrañada por la petición, aceptó compartir la pieza, casi riéndose en su interior de lo fácil que sería terminar el trabajo de esta noche.
La música envolvía sus movimientos apasionados mientras danzaban entre luces titilantes y sombras conspiradoras. En el ardor del momento, los cuerpos de Kutsa y Akira se entrelazaron en una danza que ocultaba peligros mortales. A mitad de un giro, un shock eléctrico se llevó las luces del interior del recinto durante dos segundos, antes de que la planta de reserva entrara en función.
Era la señal.
Un instante de shock y comprensión se reflejó en sus ojos antes de que la danza se convirtiera en un enfrentamiento mortal. En un giro repentino, Kutsa deslizó una daga oculta en su vestido, mientras que Akira desplegó astutas artes marciales aprendidas en las sombras de su clan. El caótico torbellino de giros y patadas ocultaba astutamente sus verdaderas intenciones ante los ojos del público desprevenido y las cámaras flotantes, que quedaron desactivadas con el previo corte de la corriente eléctrica. Cada movimiento calculado era un intento de asesinato, pero en la danza de la muerte, ninguna de las dos cedía.
Ambas mujeres luchaban por mantener las apariencias, por ocultar el caos que se desataba entre ellas, mientras los espectadores admiraban la danza apasionada, ignorantes de la letal coreografía que se desarrollaba en el centro del salón. En cada movimiento, la línea entre la pasión y la violencia se desdibujaba peligrosamente. La noche, que comenzó como un encuentro casual, se transformaba en un juego peligroso, un eufemismo de la batalla.
En un giro sorprendente de la danza mortal, Akira, en un instante de vacilación, cayó en los brazos de Kutsa. Entre respiraciones entrecortadas y agitadas, Kutsa aprovechó la oportunidad y, en un hábil movimiento, pasando su arma por los labios de su enemiga, deslizando su daga a través del vestido de Akira. Sin embargo, antes de asestar el golpe final, notó algo que la dejó paralizada.
El vestido rasgado reveló algo inesperado: Akira llevaba consigo una notable marca en su pecho. La mirada de Kutsa se encontró con la de Akira, y en ese instante, una sonrisa trepó por los labios de Kutsa con la esperanza de ocultar su creciente ansiedad.
— Linda cicatriz. — murmuró.
Pero en el interior de ambas, un eco del pasado resonaba en el presente, la mirada compartida entre Kutsa y Akira llevó consigo una sensación de familiaridad, como si hubieran compartido una vida antes de convertirse en enemigas mortales. Un misterioso lazo se formó en ese breve instante. El impacto de esta revelación resonó en sus almas, y en el silencio tenso que siguió, ambas mujeres se resbalaron, rompiendo la conexión efímera que habían compartido. Al levantarse con miedo reflejado en sus ojos, una decisión mutua se formó en sus mentes.
Sin intercambiar palabras, Kutsa y Akira decidieron retirarse de la pista de baile por caminos separados. La danza mortal había dejado un rastro de incertidumbre y una conexión inexplicable que persistiría en sus pensamientos mucho después de que la última nota musical se desvaneciera.
Cuando las cámaras flotantes volvieron a transmitir, no quedó rastro de nadie en la pista de baile.
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