San Valentín
San Valentín
von willemartinsebastian @willemartinsebastian
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Introducción
¿Tan alto era el precio que tenía que pagar?
No era justo, pero le tocaba afrontarlo.
Marcos respondía ante el amor, y San Valentín se lo hacía saber...
¿O era alguien más?

Materiales
Inspirado en ''La pata de mono''
Para este proyecto utilicé referencias de un cuento que utiliza un objeto maldito como punto de inspiración, entonces utilicé mi propia visión y así logré concretar mi cuento. También es un cuento que logré elaborar en un taller previo y que me gustaría compartir ya que, pude pulir con ayuda de las herramientas que adquirí en este taller. Espero les agrade.
San Valentín
Fue ese momento en el que vi sus ojos cerrados por completo cuando comprendí que todo había terminado para siempre. -Él ya no está, Marcos-, me repetí en la mente.
Comenzaba a extrañarlo y a desear sus abrazos, escuchaba su voz diciéndome que todo iba a estar bien, empezaba a sentir esa positividad tóxica que tanto me gustaba de él y de la cual me había enamorado poco a poco antes de que todo ocurriera. Sentía incluso dentro de mis entrañas el calor de lo inexplicable, cómo me inundaba de oscuridad y me decía que mi propio deseo era el causante del dolor que había sufrido.
Cuando salí de la sala velatoria me di cuenta de que debía deshacerme de aquel objeto obscuro. Tomé entre mis manos la cinta con la medallita de San Valentín que había sido bendecida por una antigua bruja pagana, según la leyenda, aquella que anteriormente me había entregado mi amigo. Entonces me pregunté: ¿Cómo iba a pensar yo que esto era cierto?
Deseaba muy en el fondo sentirme incrédulo, pero sabía que todo era cierto, que ese objeto tenía cierto poder y que las consecuencias eran inminentes. Cuando mi amigo Mauro me dijo que le pidió al Santo que quería una pareja para toda la vida, éste se lo cumplió, y al tiempo Mauro conoció a Gonzalo. Yo quedé extasiado por el poder del milagro, entonces no veía ningún inconveniente en pedirle una pareja.
Mauro me dio el objeto con la cinta y me comentó que debía pedir el deseo en luna nueva, ya que esto era fundamental para manifestar el amor. Eso hice, le pedí que quería que Esteban me mirara a mí y solo a mí. Yo estaba enamorado de él, y deseaba que fuera mío y solo mío. Al principio no tenía muchas expectativas, casi pensaba que lo dicho por Mauro eran puras falacias. Pero mi sorpresa se hizo presente cuando Esteban comenzó a buscarme. Empezó de a poco, primero un like en una historia de Instagram, luego un mensaje directo y a los días la invitación a un café. Así nuestra historia de amor empezó a florecer.
En retrospectiva, quizás debí creer porque lo que ocurrió luego me hizo dudar de mi propia cordura, incluso llegué a preguntarme si sabía lo suficiente sobre San Valentín. Qué condiciones tenía la medalla para cumplir tu deseo. Qué pedía a cambio; sin embargo, muy iluso me dejé llevar por las cadenas del placer ignorando que es injusto recibir sin dar algo a cambio...
Un día Esteban dejó de responderme los mensajes, nunca entendí por qué. Simplemente supe que algo andaba mal. En ese instante mi aliento entrecortado empezó a jugarme una mala pasada y entonces me aproximé a su casa, pero no encontré a nadie, ni a su madre, ni a sus hermanas, ni a su abuela que vivía con él. Solo una vecina logró decirme que Esteban había tenido un accidente de tránsito. Cuando pude recobrar el aliento y la mujer me dijo, -lo siento mucho-, logré recién entender que debía ir hasta el hospital. Pero nunca llegué, porque una llamada a mi celular había detenido mi andar. Era su madre, que me avisaba que Esteban había fallecido.
Instintivamente, lo primero que hice antes de llorar fue hablarle a Mauro. Lo llamé cuando estaba yendo hacia el centro de la ciudad mientras tenía la maldita medalla en la mano. Yo sabía que algo tenía que ver. ¿Qué me había ocultado mi amigo? Quizás pensaba que él no me había dado suficiente información. Quizás fue por mi llanto desbordado que decidió comentarme que su gato había muerto cuando él pidió el deseo. Me lo había ocultado simplemente porque era el gato de su hermana y él no sentía tanto afecto por el animal. Pero eso no era todo, también uno de sus sobrinos estaba en terapia intensiva en el hospital mientras él disfrutaba de su amor verdadero.
Corté el teléfono mientras mis lágrimas formaban una cascada en mi rostro. Ahora no solo sentía tristeza, sino que la culpa por haberle arrebatado la vida a Esteban me inundaba por completo y estaba totalmente horrorizado, entendiendo que este objeto me iba a perseguir para toda la vida. Si seguía viendo esta maldita cinta roja con la figura de San Valentín, recordaría a Esteban y su larga vida por delante, aquella larga vida que yo, por mi egoísta deseo de querer a alguien, le había arrebatado. Sin dudas tenía que deshacerme de ella, y ocultarla para que no causara más daño.
Pero no fue fácil. Lo había intentado por meses, incluso años. Cada vez que me deshacía de la medallita volvía a mi. Una y otra y otra y otra vez: Recuerdo la primera vez que lo intenté. Había acompañado al campo a mi padre, el pasto reseco me hacía cosquillas en la piel de los dedos y sentía el aroma del agua dulce recorrer mi garganta. El viento era exquisito, se respiraba cierta paz, pero mi misión era deshacerme de aquel objeto maligno. Si bien no me gustaba el campo, necesitaba una coartada y esto me venía perfecto. Me acerqué hacia la plataforma flotante donde se sostenían varias balsas atadas en la orilla de la laguna y desde ahí arrojé la medallita hacia el agua. Me acuerdo de la sensación de paz que me inundó por unos instantes, y pude sollozar por un momento.
Pero no todo fue tan fácil. Al llegar a casa decidí darme una ducha y dormirme temprano, al otro día tenía que trabajar. Cuando desperté por la mañana encendí el velador, y en ese momento sentí, en una fracción de segundos, la textura de la suave seda que reconoció al instante mi piel, enseguida deslicé mis dedos hasta sentir el frío de la plata que tenía pegada la figura de San Valentín. Sabía lo que era, estaba apoyada sobre la mesita de luz nuevamente, y enseguida volví a llorar. Comprendí en ese instante que haber ido al campo había sido una total pérdida de tiempo, entonces agarré de nuevo el objeto maligno y, sin mirarlo, lo guardé en el cajón de la mesita de luz. Intentaría tirarlo en otro momento.
Nunca dejé de hacerlo. Ni en vacaciones, ni en mis viajes, ni de paseo a Mar del Plata cuando iba a visitar a mis padres. Pero la medallita de San Valentín siempre volvía hacia mí. Hiciera lo que hiciera. Llegó un punto en que ella solo quería verme sufrir y llorar, haciéndome recordar a Esteban. Tal vez, este objeto se apoderaba de mis emociones y eso la alimentaba. No quería que hiciera daño a nadie. Estaba destinado a soportar ese dolor que ella me había proporcionado, estaba destinado a cargar con ese peso que tenía en aquella mochila. Estaba destinado a soportar todo ese mal que había causado, simplemente por desear el amor verdadero.
Pero cuando ya no podía soportar un segundo más de dolor, la viva imagen de la agonía vino a mí en forma de sueño. Supe en ese instante qué debía hacer; el olor del agua salada me llamaba como el canto de una sirena, su cabello en el viento me acariciaba como si fuera una musa inspiradora. Tomé la cinta con la medallita y la coloqué con un nudo en mi muñeca. Entonces me dirigí hacia el muelle siguiendo aquella melodía que me tranquilizaba. Los árboles se movían apenas con el viento, cantando una canción taciturna que anunciaba la llegada del final a cambio de un poco de misericordia. Y entonces, cuando estuve sobre el borde del puente del muelle abrí los ojos y comprendí lo que debía hacer. Observé aquel amuleto y pude notar cómo en la esquina se desprendía de manera muy imperceptible una puntita de lo que parecía un adhesivo. Pegué un pequeño tirón y la etiqueta salió, mostrando así la figura de San La Muerte que estaba tallada debajo del San Valentín.
Sonreí algo aliviado, sintiendo en mi pecho la auténtica paz que por fin había llegado. Sabía que el verdadero santo me iba a acompañar hasta mi final...

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