Jugando a la ruleta rusa
Jugando a la ruleta rusa
de Manuela Moore Rueda @manumoore
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Un lugar donde hay lugar para la seducción, el amor y el sexo. Es el hogar del todo y la nada, una versión digital de la vida.

“Ven a ver esto”, dijo mi compañera de cuarto con tono risueño. Un chico moreno nos miraba curioso y expectante desde el otro lado de la pantalla; click a next: en su lugar había un pequeño pene siendo masturbado; next: un repentino close up a la cara de una mujer blanca de cabello oscuro; next: un inesperado y enorme órgano sexual masculino; next: una aliviante versión veinteañera de David Beckham con una franela de Ghost Busters. “¿Qué página es esta?”, pregunté. Y desde ese día chatroulette.com se quedó resonando en mi mente.
Jamás habría creído que un chico de diecisiete años hubiera podido idear algo como eso. Pero sí, así fue: Andrey Ternovsky, un estudiante ruso apenas mayor de edad, creó esta web en noviembre de 2009; tomó las propiedades de Skype –chat con cámara web, audio y texto– las combinó con el peligroso juego de la ruleta rusa, y a cambio de la muerte decidió otorgarle a los usuarios la oportunidad de conocer a cualquier persona en el mundo, de manera aleatoria, con solo “clickear” next.
Cada día “chatean” en medio del azar más de un millón y medio de personas: un universo de posibilidades donde cada usuario puede encontrar algo de su gusto.
Chatroulette es una ventana a otras realidades, otras lenguas, otras culturas; un espacio para todo y para todos: gays, lesbianas, bisexuales, transexuales, heterosexuales; adolescentes, adultos, viejos, ni tan viejos; conversaciones inocentes, planes románticos, cibersexo; parejas, tríos, orgías; personas vestidas, semi-vestidas, desnudas, potenciales streepers; rostros, troncos, cuerpos enteros, senos, vaginas, falos, falos: demasiados falos. Una multiplicidad de mundos posibles para aquellos mayores de dieciséis años.
Por supuesto, existe la opción de denunciar a los participantes considerados ofensivos. A partir de tres acusaciones el usuario es bloqueado entre diez y cuarenta minutos.
Poco después de esa primera experiencia, y con una enorme curiosidad latente, decidí meterme por mi cuenta pensando que por ningún motivo haría algo que me pusiera en ridículo; y antes de lo que yo misma hubiera creído estaba bailando el mix “Halo / Walking on sunshine” de la serie musical Glee ante un carcajeado rubio.
Al final terminé con el Facebook de un gringo guitarrista; la sorpresa de encontrar un mexicano que buscaba a una alemana; la repulsión de haber visto a un señor de la edad de mi abuelo masajeándose los testículos; y el messenger de un adolescente australiano inventor y difusor web de la palabra “shindiglet” que, según él mismo, significa “hairy buthole” –ano peludo–.
Esa noche estuve conociendo y “nexteando” gente hasta las cinco de la mañana; suficiente como para practicar inglés hasta dejar de pensar lo que escribía y ser capaz de hacer reír a más de uno con juegos de palabras.
Tengo una amiga que, a través de internet consiguió tener una relación de ensueño. Ella una argentina, él un venezolano. A veces los cuentos de hadas traspasan la ficción: desde hace años vive en Venezuela, con anillo en mano y apellido de casada.
Páginas así representan la posibilidad de jugar, experimentar o hacer lo que no todos se atreven frente a frente. Allí hay lugar para la seducción, el amor y el sexo: es el hogar del todo y la nada, una versión digital de la vida.
Crónica publicada el 30 de mayo de 2012 por Tal Cual Digital: http://www.talcualdigital.com/Nota/visor.aspx?id=71320&tipo=AVA
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