En el laberinto
por Jose Juan Torres de León @josej_torres
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Título: En el laberinto
2024
En la pared rocosa, impasible, se alzaba aquella figura. Miraba desde las alturas sin preocupación. Controlando en todo momento la situación. Encaramado al único lugar donde se podía instalar, nunca averiguamos cómo había sido capaz de llegar hasta allí. Me imaginé que bajo su pelo desgreñado era capaz de ocultar unas alas majestuosas. En un gesto casi de disculpa, ceremonialmente nos retiramos de allí.
El minotauro resopló contento y, cuando aquel ser agitó de nuevo la capa, empezó a danzar.
Por un momento sentí un temor descomunal, quería atrapar aquel momento pero la mirada era esquiva. Sin más me contagié del ritmo de su respiración de compás continúo y marcado, del sonido de su voz grave que apenas era capaz de emitir ondas perceptibles a mis oídos; me contagie de la percusión de los cuerpos contra las piedras.
Me contagié rápidamente y ahí comenzó su danza.
Ella no enseña, no discute, solo da pasos, y, con estos pasos, saca a la luz lo que está en lo más hondo de todas las cosas: no es voluntad ni poder, no es miedo ni preocupación, ni nada de todo aquello que se pretende imputar a la existencia, sino lo eternamente hermoso y divino. Ella es la verdad de lo existente y, en lo más inmediato, es la verdad de lo viviente.
Aquello crecerá y se reproducirá en su interior. Su cuerpo se preparó. No estaba dispuesto a olvidarlo tan fácilmente. Era un esfuerzo vago.
En el momento en el que la criatura viviente suelta las ataduras de lo cotidiano para dejarse seducir por las cadencias lentas o rápidas, sostenidas o apasionadas de los movimientos primordiales (…) ser uno y lo mismo con la vida del universo, dejar de ser individuo o persona para convertirse en el ser humano como criatura originaria que ya no se enfrenta a los avatares cambiantes , sino que forma parte del todo universal.
Al girar, ya había desaparecido. Solo el horizonte imaginado a través de aquella cúpula de petrificada. Un movimiento capturado del que ahora era testigo.
El minotauro daba vueltas a su alrededor danzando, palmoteando y golpeando el suelo con los pies. Danzaba la alegría de no estar ya solo, danzaba la esperanza de encontrar a los demás minotauros, a las muchachas y a los seres iguales a aquel con el cual danzaba ahora. Olvidó el sol danzando, danzando olvidó la maldición.
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