Mi martes en Shakespeare
Mi martes en Shakespeare
por mayramontesc55 @mayramontesc55
- 75
- 1
- 0
MI MARTES EN SHAKESPEARE
Los primeros rayos iluminan otra vez la cafetería Shakespeare en otoño, pero hoy no vine con los jeans ajustados ni con el sombrero negro del abuelo. Mucho menos traigo el espejito donde reviso mi aspecto “joven del futuro”, tan solo traigo un lápiz y hojas sueltas. ¿Qué diría mi madre si me viera, aquí, mirando por la ventana? No lo sé la verdad. Nunca la conocí.
¡¿Diablos, otra vez estoy llorando?!
¡No puedo creer que él…! ¡En verdad no sé qué esperar de él! ¡Si hoy es martes, no debería pasar esto...! ¡Estoy agotado!
Mis codos están apoyados en la madera rojiza de la mesa mientras que mi trasero calienta el asiento, la bienvenida perfecta para este desgraciado. En la ventana vidriosa de al lado, tengo la vista del parque en donde los niños corren al acecho de los acosadores, por el otro lado, se ven a los transeúntes desconfiados mirando a su alrededor y en el paradero, hay un grupo de mujeres bebiendo alcohol. Y vuelvo a donde estoy, mirando a la lámpara del techo siendo abrazada por una araña muerta.
Mi mirada baja a la taza de café negro y galletas frías que no comeré, más bien, las dibujaré. A los minutos, decido dejar el lápiz y arrugo las hojas por tercera vez…
¡No puedo! ¡Otra vez siento ganas de llorar! ¡Otra vez estoy perdiendo!
Es en eso que recuerdo la declaración que el antiguo yo escuchó una y otra vez con el fin de que se le quedará grabado. Lástima que no influyera en su manera de tomar decisiones.
— Tu y yo somos uno y lo seremos hasta padecer—me dijo medio seguro aquel hombre primerizo—. — Te amo, Barán —.
— ¿Cómo estas tan seguro? — dude con miedo—. Aún percibía las manos morenas y el jovial aspecto reflejados en el vidrio.
— Porque tú me la compartiste así que intentaré comprenderlo mejor, por ahora, no dudes de lo mucho que te amo — repitió una y otra vez el primerizo—.
Si es raro que un hombre te diga “te amo”, imagínate que uno mismo intente decírselo por los próximos días. Tuve que perder el miedo para empezar el tratamiento del espejo “aprender a amarte” como Barán Román, el hombre joven con miedo a vivir. Era muy torpe por lo que me rendí, pero volví a retomarlo después de siete años. Por desgracia, estoy atorado desde hace una semana en seguir con el día 3 de la terapia. Decidí darme un respiro y venir a Shakespeare, con el fin de alegrarme, aunque no resulta como tenía previsto.
Tomo un sorbito de la taza ya fría y vuelvo mi mirada hacia la barra, la joven nueva se coloca en pose soldado y camina a otra mesa. A pesar de su rostro masculino, usa tacones. Pasa por mi lado y atiende a la muchacha de atrás junto a un hombre alto con un niño. Una familia. Después del pedido, llamo a la muchacha Susana, nombre de su blusa, y le pido una tarta personal para llevar a lo que ella sonríe y se va.
Desde hace rato siento incomodidad en mi trasero, pero no sé qué es.
Voy al baño para averiguarlo por lo que cierro la puerta con seguro. El baño siempre iluminado con olor a jazmines y plantas falsas adornan la escena. Toco mi bolsillo de atrás para encontrar un papel doblado. Lo vuelvo a su forma y veo aquel chico. ¡Así que aquí estaba la foto! Me siento el suelo y la veo. Ahí tenía el cabello negro recortado a los costados, parte ondulada en el centro, de rostro cuadrado y ojos ovalados con pecas en el lado derecho. ¡Solo en ese lado!
— De niño me molestaban tanto que una vez golpeé a uno — dije una tarde en mi habitación frente al espejo—, me arrepentí después pero mi padre termino golpeándome, es por ello que tengo esta cicatriz en mi mano—. — Mi papá daba mucho miedo— continúe muy serio mirando al suelo —, aún no lo puedo perdonar. — No me atrevo a perdonarlo —repetía susurrando frente al espejo de mi habitación—, no sé cómo olvidar todas las palabras hirientes que me dijo.
Quejándome de mi niñez en el día 23 de la terapia del espejo. ¿Por qué no confesé más? ¿Por qué no volvió aquel valiente Barán del día 12 y siguió diciéndome “te amo”? ¡Tal vez no me hubieran tomado como un violento si me hubiera ayudado…! ¡Demonios, ¿Qué cosas hubieran pasado?!
Mis lágrimas me obligan a verme en el espejo del presente. “Un hombre no debería llorar” decía mi padre, pero ahora no tengo alegría. El nudo de mi garganta se ajusta que abro la boca para respirar, toser y volver a ver la fotografía, me odio tanto por haber despreciado mi reflejo tantas veces. En primer lugar ¿Por qué lo hice?
— En el día 12 me volví fuerte, en el día 65 me perdí tras ese duro fracaso. Lo había perdido todo, pero no era razón para decirme eso…— susurro recordando aquel suceso y cierro los ojos para meditar mis emociones—. Me siento en la nada con el saco negro y pantalones holgados que llevo.
Me levanto para lavarme el rostro marcado por la barba corta y los cabellos mojados de los costados. Quedo empapado así que tiro del papel higiénico de la pared y seco mis mejillas para salir, pero la puerta esta atracada. ¡¿Es en serio?!
Me posiciono y la abro de un tirón y salgo apurado cuando oigo un ruido fuerte de la esquina de la entrada al establecimiento. Al parecer dos sillas habían caído que… ¡Espera! La muchacha nueva ahora está llorando mientras que su compañera saca todo el dinero de la caja. Los pocos clientes dan sus carteras al joven de chaleco negro y a la mujer, incluso el niño recibe el celular de una señora estérica que ruega que no la maten.
Apenas son las ocho de la mañana y la policía no cumple su papel. Me escabullo bajo la última mesa, el típico lugar donde las meseras doblan las servilletas.
— ¡Entrégame tu celular! — le ordena el hombre a una señora con desesperación.
— No tengo nada …— dice balbuceando—.
— ¡Dinero! — ordena de nuevo—.
— ¡Nada! — responde llorando, pero esta vez él le apunta con el arma—.
— ¡¿Cómo no vas a tener nada?!— cuestiona malhumorado a lo que patea a la mujer y le quita el “celular inexistente”.
Siento indignación al verlo con esa arma, creyéndose el verdugo de quien no tenga nada, un pobre diablo que no sabe ganarse la vida, un violento. Gente como esa hace que pierda las ganas de intentarlo, de sentir esperanza. Como no quisiera seguir diciendo ello pues solo vuelvo a ser el mismo pesimista de aquel día.
— ¿Por qué te odias tanto? — me pregunté en aquella habitación como parte del día 65 de la terapia —. Ante el silencio, me obligué a levantar la cabeza y verme reflejado—. —¿Por qué tanta molestia con la vida? — volví a preguntar a mi reflejo otra vez siguiendo la voz de la terapeuta virtual—.
No respondí como debería.
— ¿Acaso quieres que te amé sabiendo lo que haces? — respondí muy violento—. —¡Estoy molesto contigo porque me estas presionando a que continúe con esto! ¡No hay solución más que vivir con los problemas y tú me dices que solo es mi ego! — reí y volví al ataque—. —Si dices amarme, ¡¿por qué todas las noches me mientes con el “todo está bien?! ¡Nada está bien! — le grité y corrí cerrando la puerta muy fuerte sin antes escuchar la voz de mi cabeza decir “eso no es cierto”—.
La tranquilidad se fue desde allí. El estrés solo es miedo me dije, pero lo terminé olvidando. Ahora este miedoso despedido, lucha por salir de esta cafetería, si es que vive.
Vuelvo arriba la cabeza y veo que la alarma ha comenzado a sonar. Los ladrones se marchan sin antes haber dejado a dos personas heridas, Susana es una de ellas, hasta acá puedo oír sus gritos lastimeros y la otra persona recién se ha levantado del suelo. Muchas maldiciones resuenan en el local; las luces son apagadas por la encargada mientras que una niña va corriendo al baño, es en eso que se me queda viendo.
La madre va hacia ella y me mira raro, no sé, pero se agacha y me ofrece un pañuelo.
— Tienes sangre en tu frente — comenta y se acerca para limpiarlo—, fuiste prudente al no pegarle, aunque ganas si hubieron — sonríe y se sienta para ver el cuadro—. Me siento nervioso al hablarle, pero no puedo ser mal educado.
— ¿Qué hacía usted aquí?
— Mi esposo debía llegar para el desayuno, pero su trabajo fue más importante así que traje a mi hija a comer algo. Aún sigue asustada, pero es lo normal en esta zona, es mejor que lo vaya olvidando — saca otro papel y se limpia el sudor—, ¿hace mucho calor o soy yo?
— Sí, en la cafetería Shakespeare siempre hace calor por la luz amarilla…—.
La madre se abanica con la mano y no para de sacarme una conversación. Hasta ahora no pregunto su nombre, aunque no me atrevo darle el mío. Es muy amigable. ¿Se siente felicidad cuando es otro el bueno contigo? ¿Por qué no la sentí cuando estuve solo si muchos dicen que la soledad es la clave para vivir?
Tal vez el otro Barán había intentado darme ánimos y no lo escuché ¿Para qué creí que todo era mentira?
Yo pude haberlo salvado. Pero no me atreví a hacerlo.
Otra vez estoy triste y procuro aguantar el llanto, pero reluce y la mujer al verlo, me da un pañuelo. Al parecer cree que el riesgo de perder la vida me ha conmocionado cuando eso no me es prioritario.
Desde hace días quiero perdonarme, pero me atasqué. Mi lunes fue horrible por lo que prefiero olvidar, aunque con lo sucedido hoy, dudo que pueda mantener los ánimos. Fue mala idea venir a tomar un café.
La señora y yo estamos sentados en el suelo, siendo reflejados en el gran espejo del frente (debajo del cuadro) adornado por las plantas artificiales en los lados. La mujer de aspecto jovial, con chompa negra y pantalones guinda holgados, de rostro blanco, nariz gancho y lentes negros, se mira al espejo, susurra algo y vuelve a mirarme.
— No estás solo, el espejo es nuestro amigo — había susurrado. — Más que nada, somos él—.
— Si somos él, ¿por qué nos hace tanto daño? — susurro a lo que ella voltea con sorpresa—, ¿ese “amigo” llevó a ese asaltante a amenazarnos con la muerte? ¿Qué será de ese niño con malos padres? — pregunto aún irritado y doy una última—. Dígame, ¡¿usted sabe cuál es la decisión correcta aún si escucha a la vez la voz de la mente y el corazón?!
Para mi sorpresa, la mujer no se había horrorizado, más bien, apoya su mano en mi hombro.
— No lo sé con certeza, pero te las responderé con gusto —sonríe amable—.
¡¿Qué dijo?! El paso era que se fuera.
— Dime, ¿que eso lo que arrugas con tanta fuerza? — me señala la hoja donde está el retrato a lo que lo me entra la vergüenza, pero su sonrisa me persuade y se la entrego—.
— Que curioso, mi tía también tenía pecas del lado derecho. Puede creer que recién me doy cuenta que usted también las tiene — opina riendo y vuelve a echarme un ojo—, ¿Cuántos años tienes?
— Acabo de cumplir los 27 años.
— ¿Y aquí? —me señala la foto preciada—.
—Tenía 18 años — le contesto y me devuelve la fotografía. Me veía bien a comparación de ahora.
Ambos volteamos a vernos al espejo. Al lado de ella, el Barán de barba corta, ojeras y el pelo largo amarrado en moño, vestido con una camisa arrugada está suspirando, todo lo contrario, al antiguo Barán que amaba a otros de manera superficial y con un trabajo exitoso.
Hoy es martes y al fin estoy siendo escuchado. Solo escuchado por una bella madre.
Al verme acompañado, me doy cuenta que decir las verdades a tu reflejo resulta muy difícil, más si son buenas. Si esta mujer es capaz de ver a su yo como amigo pues yo también puedo hacerlo. Sin más que pensar, tengo que levantarme y pedirme perdón si quiero volver a amarme, aunque tenga que decirlas 100 veces para que funcione, lo haré.


0 comentarios
Entra o únete Gratis para comentar