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de Manu Saiz @manu_saiz
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Al borde del acantilado, arrodillada bajo aquella terrible tormenta, la joven observaba sus delicadas manos colmadas de gotas de lluvia. Ofuscada, no dejaba de llorar y entre murmullos le imploraba al horizonte que le devolviese la vida a su amigo.
- ¡Sandra, estas aquí! Joder mírate, estás empapada. Todos te están buscando. ¿A qué vienen esas lágrimas? ¡No podíamos hacer nada y lo sabes! Vamos, nos están esperando..
El zagal apareció de entre los matorrales con su pelo alborotado. Silencioso como un fantasma, le tendió una mano a la chica. Su mirada temblorosa se sumió entre los húmedos pliegues del vestido blanco de la joven, transparentando casi completamente sus suculentas curvas. Las finas gotas de lluvia resbalaban por sus pechos como fugaces ríos que desembocaban en sus tobillos, y durante los rayos de la tormenta se la adivinaba sin ropa interior.
- Debimos haberlo ayudado …
Por mucho que lo intentaba no conseguía quitarse de la cabeza la imagen de su amigo, tendido en el suelo como un muñeco roto. Con un pesado gesto, Sandra levanto la mirada por primera vez en toda la noche. Ver sus enormes ojos azules era como mirar al horizonte durante una puesta de sol sobre el mar. Su mirada era tan profunda que parecía que pudieras sumergirte en ella, como una extraña mezcla de una agradable templanza y suaves escalofríos.
La delicada chica tomó las ásperas manos del joven, y juntos dejaron atrás el tormentoso acantilado, desapareciendo entre los arbustos.
(…)
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