Una noche de azabache y botas.
de Jen Díez @jendiez38
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La noche se presentaba de un negro azabache como los ojos de una gitana. No sé, pero tengo que admitir que me sentía alterada ya desde que la tarde empezó a caer, parecía como si algo quisiese pasar pero no parecía tener razón de ser. Todo era tan tranquilo que empecé a sentirme la mujer más simple de este loco mundo al pensar tal estupidez.
Dormí una siesta muy larga, eterna, parecía como si quisiese chupar el colchón con mi sangre, no tenía pensado ir a ningún lugar concreto aquel día. De un golpe mis pies sintieron el frío suelo y me dirigí al cuarto de baño como si fuese la única cosa que había en el mundo en ese momento. Fuera hacía frío, mucho frío, pero el calor que yo sentía no era normal.
Abrí el grifo y el agua helada se deslizó entre mi pelo, bajó por mi nuca que hervía y mis manos tuvieron que detener el agua por un segundo, el dolor que sentía en mis entrañas no era lógico. “Solamente es agua”, eso es exactamente lo que pensé. Abrí de nuevo el grifo y de nuevo el mismo golpe de dolor en la boca del estómago. Salí de la ducha y me vestí rápidamente como alma que lleva el diablo. Sin rumbo, sí eso fue lo que hice, bajé a la calle y caminé sin sentido. Tenía prisa, mucha prisa, no sabía el porqué ni quería saberlo y aquel dolor seguía en mis entrañas. Cada vez era más intenso y las luces de los coches que iluminaban aquella noche hacían que mis pies caminasen aún más deprisa. Los semáforos en rojo se me hacían eternos y no esperaba a que cambiasen de color y de golpe mis talones me hacían cambiar de dirección, eran calles conocidas para mí pero esa noche todo era nuevo, parecía que era la primera vez que las veía… “Qué importa, pero qué diablos importa”, me repetía. No paraba de hablar una voz interior, no era otra voz que la de mis entrañas, ellas me ordenaban que no parase el ritmo. Me dolía el pecho cada vez más, yo solo quería llegar a donde mis atrevidos pies me llevaban. “Todo tiene que tener una respuesta aunque no tenga explicación”. Aligeré aún más mi paso, estaba confusa, muy confusa. En un instante pensé “deliro” pero seguía ese dolor en mí. No podía parar, empezaba a jadear y a llorar.
Mi cara me ardía y el dolor del pecho era terriblemente doloroso. No es que me importase, pero noté cómo los ojos de los desconocidos transeúntes de aquella noche azabache se clavaban en los míos. En mi espalda sentía cómo esos ojos de esos desconocidos con los que me iba cruzando seguían ahí y solté un grito de dolor tan aterrador que me hizo aligerar mi paso aún más, a nadie le tiene que importar. Una mujer mayor me intentó parar y sé que fui descortés, jamás había mirado a nadie con esa rabia que noté en mis ojos, no quería que nadie ni nada me detuviese y corrí aún más rápido, tanto que me di de bruces con una parada de autobuses y caí al suelo, resbalé y mi cuerpo cayó en la punta de unas botas y el éxtasis se convirtió en la más bella de las melodías jamás oída.
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