El juego del caos.
de Antonio del Hoyo Ventura @hoyoventura
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EL JUEGO DEL CAOS
Las palabras son un conjunto de signos que en muchos casos sólo puede dar vueltas en círculo a cierta distancia de la realidad que tratan de describir. El lenguaje constituye un sistema organizado, y se basa en una estructura que lo hace manejable. Sin embargo, la revelación que yo recibí a mi pesar, era monstruosamente caótica. Mi lucha diaria es para no utilizar la única lengua que podría expresarla con toda su potencia, una lengua igual de caótica. Escribir sobre lo que pasó el día que me fue revelado el caos, me ayuda a conservar la cordura, así que vuelvo a redactar el relato. Trato de no desenganchar el ancla del mundo ordenado que voy dando por perdido. Trato de no dar rienda suelta a lo que aprendí ese día.
“Es martes, y cada martes y jueves, el horario de la oficina me permite visitar a mi padre. Además de los tres cuidadores asignados por el seguro social, los dos hermanos nos turnamos para pasar por su casa varias veces por semana. El resto de huecos los cubrimos con otros terapeutas especializados en ese tipo de demencias. Quizá sea un prejuicio contra las residencias lo que nos decidió a que acomodar sus últimos años en la casa de nuestra infancia. El dinero de ambos hermanos nos permite tener bien atendidas sus necesidades. Conseguimos que el mundo en proceso de desintegración de nuestro padre vaya deshilachándose de forma amortiguada, como las plumas que abandonan la funda de una almohada rota.
Esa mañana, cuando llego, lo encuentro peinado y limpio como un pincel; afeitado y mimado por las sabias manos de Ernesto, el terapeuta. Sonrío. Sonríe él también.
—Cada día estás más guapo, papá. Muchas gracias Ernesto, ya me encargo yo. Mañana te releva mi hermano.
Acompaño a Ernesto a la puerta de la calle para despedirlo, no puedo evitarlo. Esa costumbre de niño bien educado es la que mi hermano aprovecha para martirizarme, colgando la foto de la abuela en la pared del hall, entre los cuadros de mi padre. Cuando acompaño a los terapeutas hasta la puerta, recorro el pasillo cabizbajo, o entro en el hall fingiendo rascarme los ojos. Cualquier cosa que me valga para no mirar la pared. Ver el retrato de mi abuela colgado, aunque sea de reojo, me da casi tanto miedo como ver a mi abuela en persona cuando era niño. Me avergüenza reconocerme a mí mismo que tengo un miedo supersticioso a coger el retrato y tirarlo a la basura, así que me tengo que conformar con descolgarlo de la alcayata, guardarlo en el cajón y entrar por la puerta de servicio el siguiente día, para esquivar el hall. Sé que mi hermano sacará la foto del cajón de nuevo mañana y la volverá a poner en la pared, cuando venga él a cuidar a nuestro padre. No sé si lo hace motivado por la cercanía que tenía él con la abuela, o por el placer de atormentarme. Siempre es un placer atormentar al pusilánime del hermano mayor.
—¡Ayer hablé con tu abuela! —dice mi padre con su sonrisa de octogenario— La he llamado para que venga a tocar el piano conmigo un rato.
Le acaricio el pelo mientras me siento a su lado. La abuela murió hace veinte años.
—Cada semana me dices lo mismo, papá, y al final, cuando me tengo que marchar, nunca ha empezado el concierto.
Pero mi padre ya no me escucha, está otra vez perdido en su mundo de cuadernos y garabatos. La magna obra a la que mi padre se entrega casi en exclusiva estos últimos años, llena de cuadernos más de medio armario. Es, por supuesto, la obra de un loco. Su obra empezó a demenciarse a la vez que lo hacía él mismo. Yo, personalmente, no encuentro mucha diferencia entre el arte que hacía antes y ésto, pero está claro que hay algo que yo nunca he sido capaz de apreciar su carrera artística. Aunque ya hace años que los críticos y los galeristas han desaparecido de su alrededor, y ahora solamente Carmen, Ernesto y Daniela, le proporcionan cada semana papel y material de dibujo sin fin. Mi padre llena hojas y hojas de garabatos, quizá interpretables sólo por su mente trastornada. Un mensaje destinado únicamente a su propio autor, a la única persona que sabe descifrarlo. Un delirio que cuida con mimo y que me va a dar pena tirar cuando… en fin, cuando por fin lo abandone. Mi padre se agarra al lápiz como a un tablón de madera en el océano, y garabatea sin seguir ningún orden ni proporción, suponiendo los trazos, tachando sus propios garabatos, rasgando, apenas distinguiendo entre una hoja y otra… Intuyo que le ayuda a concentrarse y que le mantiene despierto, así que nunca le interrumpo. Creo que mi hermano tampoco. “Padre es un genio, a mí me encanta todo lo que hace. Yo le animo: ¡Dale caña, dale!” En realidad prefiero no pensar lo que hará mi hermano las tardes que se pasa aquí.
El jueves, en un despiste imperdonable, aderezado con una pizca de arrojo racional, entro por la puerta principal, arriesgándome a encontrarme de frente con el retrato de la abuela en el hall. Me arrepiento nada más entrar, y, tratando de enmendar la profanación, busco con la mano la foto de la abuela en la pared. Tanteo, evitando mirar directamente, tratando de descolgarla sin tener que verla, tan cobarde soy a veces. Sin embargo, mi mano se encuentra sólo con la alcayata desnuda. Saludo a la cuidadora, según avanzo hacia la habitación de mi padre.
—¡Buenos días Carmen! ¿No ha venido ayer mi hermano? — Cada vez que mi hermano falta a su momento semanal de buen hijo, le acuso mentalmente de estar metido en el peor de los líos. El tono de voz de la cuidadora me alerta de que pasa algo en la habitación.
—¡Hola! No, no; me dijo Daniela que no vino en todo el día. Hoy no me hago con Fermín, está muy inquieto, y ya no puedo darle más medicación…
Entro en el dormitorio y me encuentro a Carmen luchando con mi padre, que se debate a brazo partido, medio desnudo, con un mar de hojas de cuaderno garabateadas que inunda el dormitorio. Carmen me dice que no atiende a razones, que está entregado a una actividad que parece la escritura automática de un médium desbordado. Sujeto suavemente por los hombros a mi padre, que detiene en seco su furor creativo para mirarme. Tiene los ojos de un niño que acaba de marcar un gol en el recreo. Me dice: “Ha estado tocando el piano. He llamado a la abuela y ha venido”. No puedo evitar sentir un escalofrío, a pesar de que es otra variación de la cantinela que le oigo contarme siempre que vengo a verle. Consigo acostarle con ayuda de Carmen, y me quedo un buen rato a su lado, sentado en la cama, con su mano cogida entre las mías, mientras le susurro palabras de calma. La terapeuta me ayuda a poner todo en orden, y dejamos a mi padre durmiendo con la luz apagada. Acompaño a Carmen a la puerta y le doy las gracias. Hoy la visita consistirá en velar el sueño de mi padre hasta la noche.
Mientras acompaño a Carmen por el pasillo, los ojos fijos en el suelo, veo por el rabillo del ojo algo imposible. Mejor dicho, creo ver, a través de la puerta del salón, algo más que improbable, pero no quiero detenerme y entretener a Carmen con una cosa así. Además me da miedo. Sigo andando hacia la puerta de la calle mientras intento digerir lo que he atisbado. El retrato de la abuela está puesto de pie encima del teclado del piano del salón. Hablo y despido a Carmen sin escucharme ni escucharla, diciéndome a mí mismo que mi mente y la semioscuridad del pasillo me han jugado una mala pasada, debido a las palabras que mi padre ha pronunciado. Cierro la puerta de la calle y miro a la pared del hall. Por una vez habría deseado que el retrato estuviera colgado allí. Entonces oigo sonar el piano en el salón. Suena alto y desafinado, a través de la oscuridad del pasillo, después de treinta años en silencio. Es una música es atroz, como si las cuerdas que se mueven en el interior del piano estuviesen torturando un universo. Es una canción que me llama, como llamaba la abuela al niño de cinco años que fui.¬ Mi primer impulso es el de huir a la calle, igual que corría a esconderme en la despensa cuando, de niño, veía el salón de la casa llenarse de pájaros surgidos de las paredes. Me tapo los oídos, como cuando la abuela bailaba, la piel casi incandescente, haciendo girar el mobiliario en el aire. Pero me acuerdo de mi padre, y sé que no puedo dejarle aquí. Corro hacia su cuarto, prometiéndome no mirar dentro del salón al pasar, pero la visión de la escena me arrolla según paso al lado de la puerta.
Maltratando las teclas, más que tocando el piano, ojos en blanco, piel incandescente, cantando con una voz de anciana que reconozco bien, mi padre, casi desnudo, interpreta su propia partitura. Las paredes del salón, el techo, el suelo, la ventana, los muebles, están empapelados con sus dibujos demenciales, que son a la vez la letra y la música. Mi padre canta su propia canción, y no puedo librarme de escucharla a través de las manos con las que aprieto mis orejas. Vuelvo a tener cinco años, los pájaros vuelan desde las paredes, los muebles dan vueltas. Empiezo a levantarme en el aire, y mi piel empieza a arder de mentira, como en un juego. Creo oír la puerta de la calle y el paso firme de mi hermano acercándose por el pasillo. Puedo ver cuando mi hermano, amoral, decidido, pone fin al aquelarre de un manotazo seco que acaba a la vez con la canción y con la vida de mi padre. El silencio y la oscuridad caen como si se hubieran fundido los plomos.
—Ya te dije que padre era un genio. —Me dice— Su arte era brutal, en todos los sentidos. Todo y todos le valían como materia prima. Mató a la abuela con sus juegos y ni muerta la dejaba descansar en paz. Llevaba unos días raro. Yo sospechaba que te quería utilizar también a tí en algún juego nuevo. Se le había ido la pinza. Pero me encantaba.
Salgo aturdido la calle, consciente de que nunca voy a olvidar esa partitura. Veo una nube que atraviesa la luna llena y recuerdo una imagen que vi en una película: una cuchilla rebanaba un ojo que era la luna. Comprendo la metáfora a la perfección, aunque tengo que hacer un esfuerzo para entender qué es en realidad la luna. Intento llegar a casa conteniendo el impulso de desatar el juego de las metáforas con las personas con las que me cruzo, tal como me enseñó la canción de papá.”
3 comentários
mariafernandamp
Professor PlusGosto muito da dica e de como você transforma a realidade em algo mais sinistro. O que eu recomendo é que você corte um pouco mais a história para que ela tenha mais tensão narrativa, para que não nos desviemos com detalhes desnecessários para a trama. O que você acha? Você tenta?
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mariafernandamp
Professor PlusTe mandei uma pequena mensagem sobre o texto :)
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hoyoventura
@mariafernandamp ótimo, muito obrigado! :)
O que me custa é descobrir o que é desnecessário para descrever a situação ou avançar na trama! Viro-o e desligo-o novamente. Muito obrigado pela rapidez em responder :D
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