THE FORGOTTEN TRILOGY
THE FORGOTTEN TRILOGY
przez Alejandro Ramírez @alejandroramirez
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Donde habite el olvido
Chus Tudelilla
De Matisse escribió John Berger que "entrechocaba los colores como si fueran platillos, y el efecto que conseguía era semejante a una nana". Cristina Savage Ramírez eligió una reproducción de La danza de Matisse para personalizar el cuaderno en el que escribía poemas y anotaciones. Entre las imágenes que decoran la habitación que ahora ocupa en una residencia de Londres, hay varias de bodegones de flores y frutas, uno de los desnudos azules de Matisse y La danza. La música acompaña a Cristina y su cuerpo responde al ritmo, aunque se sienta continuamente adormecida, como por efecto de una nana. Hace tiempo ya que el alzhéimer la precipitó hacia un lugar que desconocemos, donde el abandono, la desorientación y el progresivo deterioro quiebran su relación con el mundo. Hay quienes consideran, como David Le Breton, que las personas enfermas siguen teniendo subjetividad, sienten emociones, placeres, frustraciones e incluso emiten juicios de valor que expresan mediante un registro propio que somos incapaces de reconocer; Aitor Jiménez, por el contrario, cree que no existe subjetividad, personalidad o sujeto fuera del marco de lo social, que fuera de lo social solo hay gestos, actos, pero no subjetividad. El ser, como ser social, insiste, sucede en relación con el otro; de tal modo que nos reconocemos en el reflejo, en el diálogo. Suena la música. John, el hijo de Cristina, es músico. Toca el piano y Alejandro, su sobrino, la saca a bailar. Y Cristina, risueña, acepta. Bailan. Se baila siempre para estar juntos, ha escrito Georges Didi-Huberman. Bailar, dice, es convertirse en el otro, luego "bailar las soledades" equivaldría a perderse como persona en el espacio y el tiempo de los movimientos producidos. Alejandro saca a bailar a Cristina y, al hacerlo, sus cuerpos se confunden. Una tarde, en la habitación, Alejandro pregunta a Cristina si piensa en la muerte. "No", le responde. "Es normal. No hay nadie por ningún sitio. Por hacer nada". Y todo se precipita. Cristina está sumida en un proceso de desaprendizaje que le impide reconocer a sus hijos John y Katy, a su marido Mike, y a Alejandro. Ni siquiera es capaz de identificarse en el espejo o en el álbum de fotografías familiares que Alejandro le muestra en un intento de hacer brotar los recuerdos. Un breve gesto es suficiente para pensar que incluso el esfuerzo de recordar le incomoda. Todo le es ajeno. Excepto la música. Silba, canturrea, mueve el cuerpo y baila. Y Alejandro graba en vídeo la memoria de esos instantes congelados para construir la historia que Cristina dejó incompleta. La memoria, que no el olvido, es el tema de su proyecto. Pero el olvido habita en todas las imágenes. En los movimientos compulsivos de las manos de Cristina que insisten en ponerse unos guantes invisibles, en arreglar las mangas de la chaqueta doblando y desdoblando para volver a doblar, en sacudirse de encima algo muy molesto que no sabemos qué puede ser, quizás el polvo que acompaña a todo hundimiento, o en frotar, casi arañar, las imágenes de un libro de fotografías en un intento desesperado de entender lo que los ojos miran sin comprender, casi sin ver..., sentimos el derrumbe de la historia que daba coherencia al relato de su vida. Es entonces cuando compartimos su extrañamiento. Y el de Mike, su marido, y el de su hijo John; y el de su sobrino Alejandro, testigo del desplome. Dice Le Breton en su libro Desaparecer de sí. Una tentación contemporánea, que desde hace un tiempo me acompaña, que la perturbación de la memoria personal arrastra consigo el deterioro de las historias individuales de los familiares más próximos, que cuando la madre deja de reconocer a su marido y a sus hijos, la conversación cede ante el contacto físico y se instala el silencio. Apenas hay silencio en las imágenes de vídeo que Alejandro ha grabado en la habitación de Cristina y en la sala de visitas de la residencia. La música le acompaña siempre que están juntos. Música francesa y clásica. De fondo, el ruido producido en los pasillos por el ajetreo de habitaciones, y el que se cuela desde el exterior. Lo que apenas hay es conversación. Solo gestos. Cristina mira la calle a través del cristal de la sala, mientras su hijo John toca el piano y justo antes de que Alejandro la saque a bailar. Momento mágico. Fragmento de memoria flotante que diría Le Breton. Tras la visita diaria, Mike, el marido de Cristina, regresa a casa. Y Alejandro deja que hable para escuchar su silencio, mientras con la cámara atiende a las habitaciones y a los numerosos objetos que ocupan las estanterías de las diferentes estancias. Un hogar, cito a Hortensia Mínguez y Carles Méndez, no solo refleja topográficamente nuestra forma de habitar y el estatus psicológico, sino también las estrategias a través de las cuales enfrentamos el ocaso del existir. Los objetos detonan la memoria y también el olvido de nosotros mismos, una memoria ineludible para territorializar el espacio afectivo que llamamos lugar/hogar: es decir, el escenario de la memoria personal, que resulta ser, de acuerdo con Juhani Pallasmaa, el mediador complejo entre la intimidad y la vida público: un refugio del cuerpo, la memoria y la identidad. El silencio y la soledad dan entrada al olvido en la casa de Mike. Muchos objetos se perderán porque no habrá nadie que los busque. Alejandro recupera el cuaderno de Cristina y elige algunos de sus poemas para incorporarlos en el relato de su exposición.
"Let me losse my-self / amongst the shadows / let me melt away into / the sounds of birds, / let the twilight / though! / I am by my thougts / destroyed". ["Deja que me pierda / entre las sombras / déjame fundirme / con el canto de los pájaros, / ¡deja el crepúsculo / sin embargo! / Mis pensamientos / me destruyen"].
Si tuviera que recordar, el primero y casi el único recuerdo que ha permanecido en la memoria de Germán Ramírez, padre de Alejandro, se lo contó su hermana Cristina. Le gustaba el ruido del chocar de cacharros con un tenedor, y solía repetir que todo era suyo. Pienso en lo que escribió Berger sobre la pintura de Matisse. Con enorme acierto Alejandro elige el blanco en el vídeo dedicado a su padre. Vestido con albornoz blanco, el paisaje cubierto de escarcha y el interior de la habitación vacío, y silente. David Le Breton llama blancura a un estado de ausencia de sí mismo, más o menos pronunciado, a un cierto despedirse del propio yo provocado por diferentes motivos; como la resistencia al imperativo de construirse una identidad en el contexto del individualismo democrático de la sociedad actual. Germán Ramírez insiste en no tener recuerdos. No hace ningún esfuerzo por recordar. Y tampoco le importa no recordar. Solo le importa estar, vivir el presente. Sin memoria, una invención construida a la medida del deseo por la que no manifiesta el mínimo interés. Elige aislarse. No participar. Ni intercambiar. Permanecer indiferente. Alejandro, su hijo, que tan bien le conoce, sabe que debe permanecer al margen y no entrar en el campo de la imagen, un territorio exclusivo del padre. El silencio y la soledad perseveran en la decisión de olvidar. Por no recordar ni siquiera recuerda las fotografías que Alejandro selecciona de su archivo, exponentes del declinar que acompaña a la suspensión de relaciones con el mundo. Un mundo extraño que Alejandro conjuga en la secuencia de la imagen borrosa de gente, junto a las de un pájaro, de una montaña negra y de una mujer joven. El formato se desborda en la fotografía del trapero. "Mientras haya un mendigo, habrá mito", escribió Walter Benjamin. Para Reyes Mate la resistencia del espíritu que practica el trapero benjaminiano, la figura más provocadora de la miseria humana, está capacitada para poner en entredicho al poder del vencedor. Germán Ramírez fotografió al mendigo. No tiene interés en explicar cuándo ni cuáles fueron los motivos. Pero en la decisión de su hijo Alejandro de monumentalizar la imagen, se evidencian las razones del trapero de Benjamin: salvar lo que la cultura desecha y desechar lo que salva. Así al menos lo entiende Reyes Mate, y nosotros con él.
Las palabras se enhebran con ritmos quebrados, sin orden lineal, dejando al descubierto espacios vulnerables, vacíos, en los poemas y anotaciones de Cristina Savage Ramírez. El tiempo lento de la escritura permite sedimentar aquello que el tiempo amenaza. Un proceso que Alejandro activa en la serie de dibujos hechos de palabras, de gestos y de colores frescos y espontáneos, de gozosa proliferación, ricos en no saber. Muy cerca, el cuaderno de Cristina a resguardo del tiempo.
La memoria es el tema del proyecto de Alejandro. No el olvido, perturbación del recuerdo. Y, no obstante, ante la imposibilidad de construir una historia completa, solo cabe enhebrar breves relatos con imágenes de su archivo familiar. Preciosos fragmentos para el recuerdo.
1 BERGER, John, Sobre los artistas, vol. 2, Barcelona, Gustavo Gili, 2018.
2 LE BRETON, David, Desaparecer de sí. Una tentación contemporánea, Madrid, Siruela, 2016.
3 JIMÉNEZ, Aitor, "El recuerdo del poder: olvidar en tiempos de Google", en Olvidar/Forgetting, Madrid, Brumaria, 2018.
4 DIDI-HUBERMAN, Georges, El bailador de soledades, Valencia, Pre-Textos, 2008.
5 MÍNGUEZ, Hortensia y MÉNDEZ, Carles, "Un lugar para olvidar", en Olvidar/Forgetting, op. cit.
6 PALLASMAA, Juhani, Habitar, Barcelona, Gustavo Gili, 2018.
7 MATE, Reyes, Medianoche en la historia, Madrid, Trotta, 2009.

































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