Mi proyecto del curso: Introducción a la escritura de historias de terror juveniles
Mi proyecto del curso: Introducción a la escritura de historias de terror juveniles
di Liz LS @lizysusgatos
- 159
- 2
- 2





Primer borrador de la escena:
Llegó el momento. Después de una semana preparándose, finalmente era su turno. Lucas y Fabiola se levantaron de sus lugares y pasaron al frente de su salón, pero Ángela no. Ella se quedó en su lugar. Incapaz de moverse, de pensar, casi de respirar.
—Ángela —dijo miss Clara—, acompaña a tu equipo.
Lucas y Fabiola no dijeron nada, pero no apartaron los ojos de su amiga.
Ángela quiso asentir, pero su cabeza se quedó estática. Sin embargo, una cuerda la jaló y la levantó, sus piernas se movieron y la llevaron al lado de Lucas y Fabiola. La llevaron al frente de su salón.
Ángela escondió la mirada, pero los ojos de todos sus compañeros la recorrieron como hormigas que la comen viva. Quiso gritar, pero no pudo; hasta sus cuerdas vocales habían dejado de ser suyas.
La exposición comenzó. Primero Lucas dijo su parte, luego Fabiola. Sus palabras le llegaron como bajo el agua, inalcanzables y borrosas. Hicieron juntos el trabajo, ella sabía qué les tocaba decir y, no obstante, no pudo entender nada.
De pronto hizo calor, mucho calor. Pero no el tipo de calor de su pueblo, que te hace sudar, sino un calor que te quema. Ángela pasó sus manos por sus brazos y la resequedad la invadió, seguida por el ardor y un extraño olor. Ángela se quemaba. Se quemaba viva. Ardía.
—¿Ángela?
Abrió los ojos. ¿Cuándo los había cerrado? Frente a sí seguían sus compañeros. El silencio del salón la estrujó y le susurró que era su turno. Tenía que decir su parte de la exposición.
—El templo… —comenzó, pero se detuvo.
Su lengua se trabó y ninguna palabra pudo salir. Sus compañeros de clase susurraban. Una risa se escuchó.
—¿Ángela? —Miss Clara preguntó otra vez, pero en lugar de palabras, ruidos ilegibles salieron.
De nuevo una risa.
Siempre era lo mismo. Por más que intentara, por más tiempo que pasara, no se volvía más fácil. Seguía siendo una tortura pasar adelante, una humillación hablar, un castigo intentarlo.
Era suficiente. Quería desaparecer. Una lágrima de frustración resbaló por su mejilla. Luego otra. Y otra. Al principio no se dio cuenta, porque era sutil, pero después de unas cuantas lo sintió: el ardor. Las lágrimas hervían, quemaban la piel de Ángela a su paso. Gritó de dolor, quiso detenerlas, pero ya no pudo.
Sus compañeros ya no reían ni susurraban, Miss Clara ya no le pedía continuar, Lucas y Fabiola ya no esperaban por su turno para hablar. En lugar de eso, gritos de horror llegaron a Ángela y fue lo último que escuchó hasta convertirse en ceniza.
Segundo borrador de la escena:
Gruesas gotas de sudor resbalaron por las mejillas de Ángela y chocaron con su pupitre. Otras recorrieron sus manos y brazos, piernas y abdomen, dibujaron caminos interminables y bifurcaciones sin parar. De pronto fue como si el salón de clases se convirtiera en un sauna, pero la única que sudaba era ella.
Alrededor de Ángela, todos sus compañeros prestaban atención a la exposición de Toño, Gerardo y Patty, o, al menos, fingían hacerlo. Las voces del equipo golpeaban las paredes, las mochilas, los pupitres, el escritorio de miss Clara, todo, y rebotaban de vuelta y repetían el proceso. En los oídos de Ángela las sombras de lo que alguna vez fueron palabras retumbaron y ningún atisbo se asomó. Entre aquel caos, solo una frase llegó con claridad a la mente de Ángela: “Ya casi, ya casi, ya casi”. Era su propia voz que se adelantaba al temible hecho.
Por eso Ángela no se dio cuenta cuando Toño, Gerardo y Patty terminaron de hablar y se sentaron en sus lugares, tampoco cuando Lucas y Fabiola (sus compañeros de equipo) se levantaron y se dirigieron al frente, mucho menos cuando miss Clara la llamó. Lo único que hizo que regresara al presente fue la mirada de los demás alumnos; sus ojos la recorrieron como el sudor a su cuerpo. Al fondo, una risa sonó. Solo una. Pequeña. Un diminuto recuerdo que apareció como mala broma, que decidió quedarse para atormentar.
—Ángela —dijo miss Clara cruzada de brazos—, cuando gustes.
Ángela contuvo la respiración por unos cuantos segundos y se levantó, pero sus brazos y piernas se habían pegado al pupitre. Cuando quiso ponerse de pie, simplemente no pudo. Los ojos de sus compañeros y de su maestra permanecieron fijos en ella, sus intentos de levantarse continuaron y las gotas de sudor siguieron su recorrido. Desesperada y con el corazón haciendo ecos en su pecho, Ángela intentó levantarse dos, tres, hasta cuatro veces más, pero no lo consiguió. El sudor, pegajoso, la mantenía adherida al pupitre.
—Ángela —volvió a llamar miss Clara.
El rostro de Ángela se puso rojo, pero no tan rojo como sus brazos y piernas cuando, de un jalón, se despegó con fuerza de su lugar y galopó con tropezones hasta el frente de su salón. El dolor donde alguna vez estuvo pegada fue grande, pero no tanto como la vergüenza que pasó por estar pegada y, mucho menos, como la vergüenza que estaba a punto de vivir.
Lucas y Fabiola compartieron una mirada fugaz, llena de dudas. Vieron otra vez al frente y, después de aclararse la garganta, Lucas comenzó la exposición.
—A nosotros nos tocó la Plaza Grande. Aquí está. —Levantó la maqueta para que sus compañeros vieran mejor. —En el siglo XVI…
La risa apareció de nuevo, esta vez más fuerte y clara. Ya no era un pequeño recuerdo, sino que estaba presente en el salón. Pero ¿de dónde venía?
No era Lucas, quien seguía exponiendo y de su boca en movimiento salían palabras silenciosas a los oídos de Ángela. Tampoco era Fabiola, que esperaba su turno para hablar. ¿Algún compañero? Algunos dibujaban en su libreta, otros tenían los ojos medio cerrados o la vista al techo, unos cuantos intentaban pasarse un mensaje en un papel. ¿Miss Clara? Tampoco, tenía la vista fija en ellos y, de vez en cuando, apuntaba algo en su libreta. Nadie se reía, pero la risa cobró fuerza y retumbó en los oídos de Ángela. Nadie se reía, pero los recuerdos de exposiciones pasadas llegaron a Ángela. Nadie se reía, pero la sensación de haber fallado sin siquiera haber empezado la invadió.
Ángela se pasó las manos sudorosas por la frente también sudorosa. Tremendas gotas llegaron al suelo y se unieron a las otras gotas que se habían resbalado por sus piernas. Un charco de sudor se formó a sus pies y en él las ondas retumbaron por el temblor de la risa. “Tranquila”, se dijo Ángela y quiso llenar los pulmones de aire fresco, pero no pudo; el aire, pesado y caluroso, se mantuvo a su alrededor y no hizo por entrar a su nariz. Se llevó las manos a la garganta, pero temblaban, al igual que todo su cuerpo. La vista de Ángela se nubló, pero supo, a pesar de la oscuridad, que todos los ojos estaban fijos en ella, que la risa venía de todos, aunque sus labios estuvieran inmóviles, porque se reían en la mente y la mente gritaba más que cualquier boca.
Aquel pensamiento regresó: “Quiero desaparecer”. Lo tuvo en su exposición anterior y la anterior a esa y la anterior a esa también y en todas las anteriores. “Quiero desaparecer”. De pronto, en su interior algo se movió. No pudo sentir exactamente dónde, si en su pecho o en su cabeza o abdomen, lo que sí pudo saber fue que jamás había deseado algo con todas sus fuerzas. “Quiero desaparecer”, repitió por tercera vez, pero ya no como un grito desesperado, sino con seguridad. Abrió los ojos. ¿Cuándo los había cerrado? Frente a ella estaban sus compañeros. El silencio la estrujó y le susurró que era su turno de hablar.
Quiso tragar saliva, pero su garganta estaba seca. Su deseo, pensó, quedó como eso: un simple deseo protegido por su mente y cuerpo. Un deseo que se guarda en lágrimas que no quiere mostrar. Un deseo sin cumplir que la obligaba a seguir con la exposición.
—Se dice que la Catedral fue… —comenzó, pero se detuvo.
Su lengua se trabó y ninguna palabra salió. Sus compañeros murmuraron entre sí. La risa regresó.
—¿Ángela? —Miss Clara preguntó otra vez, pero, en lugar de palabras, a Ángela le llegaron ruidos ilegibles que nada se parecían a su nombre.
—Se dice que… —lo intentó una vez más, pero la risa se enroscó en su garganta y no pudo continuar.
Una lágrima de frustración resbaló por su mejilla. Luego otra. Y otra. Al principio no se dio cuenta, pero después de unas cuantas lágrimas fue difícil de ignorar el ardor que dejaban a su paso. A diferencia de las gotas de sudor que eran pegajosas, las lágrimas hervían y quemaban la piel de Ángela. Gritó de dolor y opacó a la risa. Sus ojos se abrieron tanto que la mirada de ninguno de sus compañeros ni de miss Clara tuvo peso más en ella. Ángela sufría y las lágrimas no se detuvieron; al contrario, cada vez salían más y más. A pesar de eso, no quiso detenerlas. ¿Para qué? Después de todo, era su deseo que se hacía realidad.
Le dolía, se quemaba, pero también desaparecía. Su piel se convertía en un polvo suave, ligero y oscuro. Se convertía en ceniza. De poco a poco fue desapareciendo, primero su cabeza, luego sus brazos y torso, por último, sus piernas. No fue hasta que sus pies que se convirtieron en ceniza que Ángela dejó de preocuparse por la exposición, por sus compañeros y la risa. A este punto, ¿qué más importaban? Cuando la brisa entró por el salón de clase y la esparció, entendió que no había desaparecido realmente. Aquí seguía, pensando y consciente. Pero al menos era libre de tener que hablar enfrente de los demás.
Mi proceso
Realicé los pasos que el curso me indicó sin tener algo concreto en mente, al menos al inicio, porque no sabía de qué podría tratar mi cuento.
Cuando planeo mis historias y creo a mis personajes, sigo métodos diferentes a los mostrados en el curso (por ejemplo, no uso las plantillas); lo mismo sucede con el primer borrador, que lo suelo escribir directo a computadora y no a mano. Creo que el tener todo en unos cuantos documentos hace el proceso más ordenado y el escribir a mano hace que no regreses y edites lo que ya llevas una y otra vez. Me gustó. Intentaré escribir el primer borrador a mano más seguido; las plantillas (el documento como tal) no sé si las usaré otra vez, pero sí la información/preguntas que tienen.
Digo que me encantó escribir a mano y es verdad, pero eso no lo hizo fácil. Sí fue un proceso difícil, porque mi inseguridad me decía que lo que había escrito estaba mal y lo quería corregir, pero intenté seguir adelante y terminé el primer borrador. Luego lo leí y tomé nota de los cambios que me gustaría hacerle. El segundo borrador ya lo escribí directo a computadora y repetí el proceso de tomar apuntes de los cambios y hacerlos.
Algo que me gustó mucho del proyecto es que Raquel iba comentando los ejercicios que realizaba. Igual me dio sugerencias que me encantaron, como cómo mostrar el ambiente que yo quería lograr. En el primer borrador no lo logro (la verdad porque se me olvidó el ambiente) pero ya en el segundo borrador sí lo hice.
En general estoy muy contenta con el resultado y espero escribir las demás escenas para terminar el cuento.
2 commenti
Ciao Liz! buona scena, vorrei scrivere così un giorno, saluti :)
@geminis_arana Grazie! :D
Accedi o iscriviti gratuitamente per commentare