Agua
Agua
di sasaraperezd @sasaraperezd
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La casa estaba fría, aun no habían llegado los primeros rayos de sol, ni de la mañana ni de la primavera. Tampoco había mucho que calentar en el fuego. Los niños más grandes habían salido a trabajar y la niña llevaba al bebé a cuestas por el pueblo, aun sin ser consciente que esa mañana se acabaría su infancia, y que al poco tiempo tendría que ponerse a trabajar también. ¿Acaso existe infancia cuando no hay nada que comer, o cuando todo un pueblo parece estar lleno de fantasmas? Y olía a cebada, que era lo único que se podía desayunar, y que era tan gris como las paredes de la casa. Dos estancias igual de lúgubres, separadas apenas por un pequeño tabique y dos escalones en el lado derecho, y poco mas abajo el hueco para el fuego. Una mesa en el medio y un banco donde se sentaban todos a la hora de cenar. Patatas, siempre, como en aquel cuadro de Van Gogh, con los nudillos marcados por el hambre y el trabajo. La parte exterior era totalmente diferente. Unas escaleras para subir a la entrada y una higuera que empezaba a crecer, que un día llegaría a subirse al techo y que ellos apenas llegarían a ver ni a disfrutar. La casa era blanca, como lo son todas las casas en los pueblos, y un corral al lado derecho, realmente nada especial, pero era diferente. Era diferente también, porque dentro de la casa había libros. De fabulas, de cuentos, algún tebeo que no se sabe muy bien como llegó hasta allí y que quedarían olvidados, que nadie pensó en llevarse y que años mas tarde seria motivo de arrepentimiento y de búsqueda y de conversaciones porque nadie se había olvidado de aquellos libros. Aunque olía a cebada, en la habitación olía a sudor, a enfermedad y a cansancio. Y a miedo. Miedo a la soledad, al rechazo, al hambre ya no, a eso estaban acostumbrados.
Entonces él pidió agua. Había vuelto hacía años de la cárcel pero ya estaba enfermo entonces. Por supuesto, nada que hacer. Uno de sus hijos cada vez se parecía más a él, en una extraña conjunción entre el rostro serio del padre y los gestos femeninos de la madre y la forma cuidadosa de llevarse la cuchara a la boca. Pidió agua y ella se fue a buscar un vaso y cuando volvió ya había muerto, sin beber el agua, sin poder refrescarse, quizá con el sabor a cobre de la enfermedad en la boca, pero ahorrándole a ella una última mueca de dolor. Se murió en silencio y sin saber quien le delató, sin saber quien quiso salvarle.
Y volvieron a trabajar al día siguiente cuidando animales, después de todo, quitando la ganadería y la agricultura no había mucho mas en lo que trabajar. Era una generación cansada antes de tiempo, defraudadas por algo que no habían conocido, como si se tratara de un órgano fantasma que se siegue sintiendo una vez amputado. Había una pequeña tienda de ultramarinos donde comprar galletas maría, quizá vino y aspirinas. El pescadero iba una vez por semana con sardinas o jureles. Nadie sabia de la existencia de otros pescados. Ni de la pasta.
La primera vez que la familia probó la pasta fue en una celebración, que ya nadie se acuerda si fue en un bautizo o comunión de algunas de las primas dolorosamente mas acaudaladas. Fueron unos macarrones con tomate frito y pequeños trozos de cordero. Los cuatro niños no sabían que esperar, y como todos los críos acabaron con la cara llena de tomate y la barriga llena de alegría. Ese sabor les acompañaría toda la vida así como el recuerdo de pasar una noche sin hambre. No recuerdan de donde salió la pasta. Suponen que alguien la traería de Almería, y se cocinó al aire libre, mientras el cura y el alcalde rondaban por la mesa principal con su vaso de vino en la mano, eternos invitados a todas las celebraciones, les incumbiesen o no. Y nunca mas la probaron, hasta bien pasados unos cuantos años, ya en Barcelona, igual que el cordero. Así eran las cosas en aquella casa. Migas y una sardina por persona a la semana. No estaba mal, había gente con menos. Por eso el día de los macarrones era recordado de vez en cuando en alguna reunión, como un día de alegría, una salida de la rutina en un sitio en el que todos los días eran simétricamente iguales.
La casa continúa gris, ya nadie la visita ni se sabe de quién es. Las casas que precedieron a esa casa se llenaron de libros que ahora a nadie se le ocurriría abandonar y el mismo niño que plantó una higuera, volvió a plantar otra que ya tiene cuarenta años y da sombra y alegra todos los veranos a unos niños que no llegaron a beber agua con su padre.
La familia se pudo permitir algunos placeres mundanos con el pasar de los años, pero creció con la lección de cuidar lo que se tiene bien aprendida.
La importancia de valorar cada cosa buena que te trae la vida, y la importancia de cada vaso de agua.
2 commenti
@sasaraperezd Sara! Un vero piacere leggere un'altra delle tue storie. Adoro il modo in cui si sente connesso all'altra storia, quella della torta, e anche il modo in cui si muove così fluidamente tra l'infanzia e l'età adulta. Mi piace come sembra autobiografico ma anche fittizio allo stesso tempo! Anche il mistero del suo odore di orzo è potente. È un dettaglio convincente.
"El día de los macarrones" potrebbe essere un buon titolo :) Anche se è un piatto base, c'è sempre un senso di abbondanza nella pasta, credo, che fa un forte contrasto con la povertà della famiglia. Più di ogni altra cosa, è la scrittura stessa che porta la storia. Ha un meraviglioso tono lirico, nostalgico ma anche onesto e diretto. Ci sono così tante belle frasi, e questa mi ha fatto sorridere: "No recuerdan de donde salió la pasta. Suponen que alguien la traería de Almería..." – quel dettaglio crea un'immagine così vivida delle vite che stai descrivendo. Spero di leggere altro del tuo lavoro. Nos vemos en el próximo curso. Un abbraccio!
Grazie!!! Cerco di imparare ogni giorno!
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