La Culpable
La Culpable
par Karent Bravo @karenbramu
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Introducción
Desde siempre, la escritura ha sido una gran compañía tanto en los buenos momentos como en los malos. Siempre me acostumbré a escribir, casi diariamente. Sin embargo, esta es de las primeras veces donde escribo relatos basados en experiencias personales. Espero les guste como ha quedado :)

Materiales
Para esto, usé principalmente word y otras páginas para la creación de la Línea del Tiempo. Además, usé mi cuaderno de escritura para planificar y plasmar ahí las ideas básicas de los personajes, el storyline, el concepto del cuento, el tipo de narrador, etc.

Proceso de escritura
Mi proceso de escritura fue uno bueno pese a ser corto.
Seguí paso a paso las instrucciones del curso para hacer todo (el storyline, los personajes, la línea temporal, etc). También utilicé estos consejos para salir de bloqueos creativos, cosa que permitió que mi escritura fluyera más y me diera al final un resultado con el que quedaría satisfecha.
Al escribir, me demoré aproximadamente dos/tres días planeando todo, y dos días escribiendo. Siento que estas pausas que tomé de verdad me ayudaron a que las ideas fluyeran mejor, y me dieron un producto final del cual estoy completamente satisfecha.
En conclusión, gracias a los consejos y recursos del curso pude tener un proceso de escritura que se desarrolló de manera sencilla y divertida.

Proyecto final:
LA CULPABLE
María Victoria Benavides Bravo
No, no soy inocente. No soy inocente, porque sí, sí logré matarla. La maté, y no me importa.
No me importa.
No me importa el veneno del arrepentimiento intoxicar las purezas de mi alma blanca infinitamente condenada a danzar los hipnóticos bailes de la falsedad, de la desgracia; soy indiferente al veneno negro que emana de mi corazón cual sangre emana de una herida. No merezco el privilegio de sangrar, porque solo los humanos han de hacerlo.
Los monstruos como yo no merecemos sangrar.
No merezco sangrar, y no merezco ser más que un reflejo; solo queda en mí una condenada carcasa de persona perseguida por los rojos demonios de su muerte, siempre privada del privilegio del olvido. Así que no, no he de mentir más sobre tu muerte. Todos han de saber la verdad.
Todos.
—Sí, yo la maté.
—¿A quién?
—A ella, al zorzal.
Una pregunta, una respuesta. Con cada palabra que se me escapa, solo pareciera alimentar la eterna curiosidad de la figura enfrente mío, de aquella psicóloga vestida de sombras. Nunca conoceré sus motivos para escucharme, para darse cuenta de mi existencia y darme apoyo incluso con mi crimen al aire. Siempre esto será y ha de continuar siendo un enigma.
Siempre.
Una mirada, una señal. Dirijo mis ojos de roble hacia aquella mesa alejada en la esquina del restaurante de mi colegio. Una mezcla sentimientos y más miradas me contemplan.
Las miradas se clavan, se escabullen. Las miradas se asombran, expectantes, ante la esperada llegada de noticias sobre mi conversación actual. Noto centenares de preguntas adornar sus cabezas, mi cerebro mareándose de solo pensar en ello. Volteo la mirada, con ganas de vomitar.
Su hipocresía me da náuseas.
Nunca entenderé su razón para esperarme, para alentarme a confesar mis pecados a aquella mujer que yace a mi frente, tan curiosa como sus palabras. Las personas de la mesa de la esquina me siguen mirando. Yo no puedo evitar resentirlas momentáneamente.
“Negativamente curiosas”, “ambiciosas”, “oportunistas”, “ilusas” … Una infinidad de nombres atropellan mis pensamientos al pensar en ellas, pero las personas insisten en llamarlas mis “amigas”. Suspiro.
Sigo sin poder evitar resentirlas momentáneamente.
—¿Por qué mataste al zorzal?
Otra pregunta de la mujer me saca de mis pensamientos, y yo no puedo evitar perder mi cabeza en los nublosos caminos de los recuerdos frescos. No, no puedo evitar preguntarme lo mismo todos los días.
¿Por qué la maté?
Recuerdo ver aquel líquido carmesí que me ahoga por mi sed deslizarse, putrefacto, por el cadáver de ella, condenada a mi existencia bajo los esquemas maquiavélicos de mi propia muerte.
¿Por qué la maté?
Recuerdo ver aquellos sentimientos nuevamente encontrados en sus ojos, en las ventanas de su alma dolida ante los esfuerzos de su asesinato condenado a mi sufrimiento inmortal que siempre ha de retornar a cazarme.
¿Por qué la maté?
Recuerdo ver aquel aullido ahogado por el silencio inhumano que empezaba a inundar su garganta llenarse de un canto mortal, llorando los grandes ruegos esperanzados por una misericordia de la cual la he de privar y nunca otorgar.
¿Por qué la maté?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¡¿Por qué?!
¡¿Por qué lo hice?!
Nadie más que ella, el zorzal, parecían notar mi sufrimiento interno; nunca nadie me daba la misericordia de la duda y la merced de las palabras, de aquel susurro reconfortante que me arrulla en las noches donde la tiniebla se alza entre los bosques de mi piel. Nadie más que ella, lograba, sin embargo, detestarme por eso; nunca nadie me llegó a despreciar por el simple hecho de llorar como lo hacen los inocentes. Todo era un enigma con ella. ¡Todo!
No había palabras, no había motivación. Todo era un enigma; un gran misterio nunca resuelto por el que siempre me he de desesperar buscando la respuesta de aquella pregunta que siempre me ha de atormentar: ¿Por qué?
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¡¿Por qué?!
¿¡Por qué la psicóloga vuelve a mirarme, a detestarme internamente pese a la sonrisa que se ilumina en su expresión al hablarme?! ¡¿Por qué mis “amigas” solo miran, observan todo sin dar intervención a salvación alguna?! ¡¿Por qué yo al zorzal tuve que matar, privar su vida de la alegría de la existencia?! ¡¿Por qué al zorzal!? ¡¿Por qué?!
Todo vuelve y se revuelve en torno al zorzal, a su pecho blanco y figura café. Todo gira entorno al zorzal y su mirada tan naranja como su estómago. Todo es zorzal, porque zorzal es infinidad, muerte, vida, sangre, alegría, tristezas, ojos, manos, aves…
Es, simplemente, zorzal. Suspiro. Las reminiscencias me vuelven a inundar.
. . .
El cadáver me observa, sereno, pero no como alguien que estuviera vivo. Los restos de macetas lo adornan, unidos, pero no como algo que está puesto ahí por decisión. La muerte del zorzal no fue una decisión.
Al menos, no de ella.
—Ya deja de mirarme así.
Hablé sin pensarlo. O tal vez sí pensé, pero no como alguien que estaría cuerda. Ya no sé qué es la cordura.
—Sabes que no tenía otra opción.
Tintes emanan de su cabeza, carmesíes, pero el hedor putrefacto que nos intoxican a través de ellos es muy fuerte como para no reconocer los tintes como sangre inmortal. La muerte era inevitable con toda la cantidad de sangre que emana de tu herida.
—Estabas gritando mucho. No aguantaba más.
Tus ojos condenados a estar abiertos para siempre aún se mantienen inamovibles, recordándome siempre la razón de tu caída: la maceta que tiré.
—Nunca parabas de discutir. Tenía que detenerte de alguna manera.
Los ojos de tu cadáver solo me contemplan, me observan con la misma expresión ilegible con la que me veían mientras aún respirabas. Yo solo veo mis manos. Tu sangre está en ellas.
—Lo lamento.
Me doy la vuelta mientras me disculpo, dedicándome ahora a tocar música solemne con el piano a mi costado. Intento olvidar tu caída con cada nota, pero no puedo. Caíste sin luchar. O tal vez sí luchaste, pero no como alguien que quisiera vivir.
—Perdóname, querido reflejo.
“Nunca seremos dos”, me dijiste antes de morir sin tu voz temblar. O tal vez sí tembló, pero no como alguien que quisiera detenerse. Yo no puedo evitar suspirar, recordando tus palabras mientras miro tu cadáver. Tal vez tenías razón, zorzal.
Tal vez, nunca seremos dos.
. . .
Una voz indescriptible me devuelve a la realidad; la melodía emanante de la boca de la psicóloga me libera de las garras de los recuerdos.
—¿Todo bien?
No, nada lo está. Nada lo está, y nada lo estará sin el zorzal en mi oído, en mi mente. Aún así, me niego a aceptar mi vulnerabilidad; miento con un suspiro y expresión indescriptible ante la cara de la psicóloga.
—…Sí. Lo lamento.
—No te preocupes. Está bien.
Otra palabra, otro silencio. Vuelvo a relajarme ante la dulce melodía del silencio, libre de sonrisas falsas que solo muestran pena y palabras vacías que solo muestran entrometimiento. No me gusta el silencio. Me recuerda a la muerte del zorzal. Pero, ahora, ya no hay nada que ocultar. Al silencio, tampoco.
Nunca he de seguir ocultándolo.
—¿Quieres continuar?
—Sí.
—Está bien. ¿Por qué lo hiciste?
Vuelvo a callar, a susurrar las palabras en mi cabeza y escuchar los gritos del zorzal en mi corazón. Esta vez, sin embargo, no me pierdo en las inesperadas garras de las remembranzas, ni en el acosador recuerdo de la sangre corriendo por mis manos y el zorzal muriendo a mis pies. Esta vez no es igual. Esta vez, sí me digno a responder.
—Estábamos discutiendo.
—¿Discutían mucho?
—Sí.
Noto a la psicóloga cambiar de posición, sus piernas abrazándose con el cálido tacto de ellas mismas. Ella, sin embargo, solo me sigue haciendo preguntas.
—Dime de nuevo, ¿quién era ella?
—Un zorzal.
—¿Y tú?
Una última pregunta, una última respuesta. La psicóloga me tira dagas con la mirada, ecos vacíos exiliándome al abismo de su propia crueldad. Su mirada es obscena; conocedora de mi secreto, pero paciente ante mis falencias inmortales, imperdonables. Su mirada es justa, y yo solo puedo recordar la mirada del zorzal.
No, no pudo vivir. No pudo vivir más, porque sí, sí lo primé de hacerlo. La primé de hacerlo, y no voy a callar.
No voy callar mi crimen, mi autodestrucción y mis confesiones sobre mis falencias. No, yo nunca pude ser más que tu reflejo; un espejo quebrado entre dos mundos opuestos, sus sucios cristales esparcidos por los mares de nuestra dividida existencia. Así que no, no pude separarme de ti, pese a haberte matado. Todos hoy sabrán que el zorzal no era más que una parte de mi mente, de mi personalidad.
Todos hoy sabrán que su asesinato no fue más que mi suicidio.
—¿Quién eres tú? —repite la psicóloga, nuevamente.
Suspiro. “Nunca seremos dos”, recuerdo. Parece que tenías razón.
—El zorzal —respondo yo—. Yo soy el zorzal.

Agradecimientos y comentarios finales
Muchísimas gracias por este curso, y por esta experiencia. Siento que mi escritura pudo mejorar, y usaré estos consejos en futuros proyectos.
Me gustaría saber sus comentarios sobre esta historia (La Culpable). ¿Qué tal les pareció? ;)
Quedo atenta a sus respuestas. ¡Muchas gracias!

1 commentaire
J'espère que vous aimez mon histoire :)
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