Lucrecio
par Fausto Ruvalcaba @faruvalcaba
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Era un día especial para la más pequeña de mis hermanas. Cumplía 5 años y yo, su hermano mayor, había llegado con un perrito como regalo. No tenía ni un día en casa, y justo antes de presentárselo a mis padres y pensar en un discurso para justificar su adopción, el perro ya tenía nombre. “Se va a llamar Lucky, que significa ‘suertudo’, porque eso es lo que es al haber caído en nuestro cuidado” – expliqué.
Mi hermana instantáneamente quedó enamorada de aquel chihuahua de pelaje negro sin brillo y un gran lunar blanco al centro de su diminuta cabeza; que, como única gracia, tenía el mover la cola cuando se acercaba alguien, y comía como si no hubiera mañana: si le llenabas el plato de croquetas, en un abrir y cerrar de ojos desaparecían. Mi hermanita lo amaba muchísimo, todo el día lo traía cargado, lo dormía entre sus peluches, e incluso en la noche lo dormía a su lado. Mis papás, enternecidos al ver cómo la más pequeña disfrutaba de la compañía de aquel animal, pronto accedieron a adoptarlo formalmente con la condición de que nosotros nos hiciéramos cargo de sus cuidados.
La relación de mi familia con Lucky no era la misma que la de mi hermana con dicho animal. Pronto nos toco limpiar sus orines; parecía hacerse a propósito en los lugares menos indicados: en un sillón, en el tapete, entre los peluches de mi hermana y pronto nos dimos cuenta de que el desgraciado animal venía con compañía.
Un día, me senté en el batiente que separa la cochera de la casa y me puse a jugar con Lucky y mi otro perro. Lucky no era de su agrado y constantemente lo trataba de morder cuando se acercaba, así que el pobre perro se consolaba jugando conmigo. En una ocasión bajé mi mano a acariciarlo y descubrí algo horroroso. Escarbando su pelaje con mis dedos, me percaté de que había partes en la que las pulgas ya habían carcomido su piel. Lucky comenzaba a darme asco. “Es un champú, yo puedo pagarlo” – pensé. Pronto fui por un champú para las pulgas y se lo rocié abundantemente. Lo bañé, lo restregué con fuerza. Esto lo hice varios días hasta que su pelaje quedó muy limpio.
El perro, muy limpio, se pavoneaba por todos lados en la casa, pero sólo unos días nos duró el gusto. Al recoger las heces del animal con una bolsa que protegía mi mano, unas lombrices gigantes se comenzaron a mover de un lado a otro y al detectar la luz de un ambiente distinto al que vivían, se retorcían y querían huir a buscar refugio. La escena era asquerosa y mi instinto fue simplemente correr a avisar a mi mamá.
“Yo no voy a poner ni un centavo para aliviar a ese perro. Te dije que no trajeras animales a esta casa porque a la hora de acariciarlos y jugar con ellos ahí están, pero para alimentarlos, bañarlos, recoger su suciedad y curarlos cuando se enferman, se me desaparecen” – mi mamá molesta se desahogó y me hizo saber que este problema lo iba a solucionar yo, un adolescente de 15 años, sin ningún tipo de ingreso económico.
Mi primera idea fue pagar un veterinario; pedir prestado a mis papás y pagarles con el dinero que me daban en mis domingos, como a forma de crédito familiar, pero no accedieron. El perro todavía se veía bien como para gastar en un veterinario. A ojos de mis padres, un veterinario era un gasto enorme que no valía la pena. En vista de que no era posible, la siguiente opción que se me ocurrió fue ir con mi vecina que siempre ha tenido muchos animales: perros, gatos, conejos, aves, peces. Después de explicarle la situación de Lucky, le pedí un consejo para aliviarlo.
“¡A ver Lucrecio!, ¿ahora qué te pasó?” – se dirige al perro pensando que ese es su nombre completo – “Albendazol, dale una tapita de ese jarabe y verás que con eso se alivia. Ponlo en una jeringa, trábale la mandíbula para que se la puedas dar y poco a poco ve soltando el medicamento” – me explica – “la dosis que le tienes que dar es, mmm, media tapita, una vez al día por dos días. Yo pienso que es esa cantidad porque los adultos tomamos una tapita entera” – asevera convencida de que el medicamento y la dosis son correctas y yo regreso satisfecho a casa.
Por suerte teníamos el medicamento de la ultima campaña de desparasitación que emprendió el gobierno. Como había visto los parásitos tan grandes que habían salido del pequeño animal, le di tres cuartos de tapita de medicamento y esperé al siguiente día para ver como había reaccionado.
A la mañana siguiente, noté que Lucky se veía mejor pero su panza había crecido un poco. Lo ignoré por completo, me fui a la escuela y cuando regresé, mi mamá, asustada, me puso al tanto: “El perro estaba llorando muy fuerte, fui a ver que tenía y noté que estaba queriendo hacer popó. ‘Ha de estar estreñido’ – pensé. Has de creer que no dejaba de llorar y me asomé nuevamente a ver qué traía. Lo levanto de la cola, como para enderezarlo, y ahí me doy cuenta de lo que tenía el pobrecito: ¡un ramillete de lombrices saliendo por su cola! Fui por una bolsita, me la puse en la mano y jalé las lombrices para sacarlas. Pobre Lucky gritaba de dolor, pero cuando salieron todas se vio más aliviado. ¡Nunca había visto cosa tan más asquerosa!”
Le di una vez más el medicamento. Mi pensamiento era que íbamos en la etapa más crítica de su desparasitación, así que le di una tapa entera. Pensaba que valía la pena arriesgarse y liberar al pobre animal de sus parásitos que dejarlo vivir en ese estado decrépito. Me arriesgué con esa dosis elevada a forma de hartazgo. Quería eliminar por completo los parásitos pero aún más ese asco que me provocaba verlos por doquier y pensar que en algún punto nosotros podríamos ser sus siguientes anfitriones.
Al siguiente día, Lucky amaneció con la panza más inflada que de costumbre y sin apetito y energías para levantarse. Todos nos pusimos muy preocupados. “Tal vez lo que necesita es hacer del baño, mira la panza qué inflada y dura está” – mi madre supuso. Después de suplicarle apoyo a mi madre para que me diera dinero para llevarlo al veterinario, accedió y por fin lo llevamos ese día por la mañana.
“Lo que parece estar pasando es que el perro está estreñido y con la cantidad de medicamento que le dieron, los parásitos están buscando salir. Son dos fuerzas complementarias actuando en su intestino que pueden terminar en peritonitis… Lucky tiene suerte de seguir vivo, pero necesito que sigan las instrucciones para que lo podamos salvar. Sin embargo, las expectativas de vida que les doy son muy bajas” – el veterinario concluyó.
Por la tarde, Lucky lucía muy mal: estaba tan débil que no podía mantenerse en pie y sólo quería beber agua, así que lo acostamos cerca de su bote con agua. Lucky estuvo acostado todo el día y todos estuvimos muy tristes por él.
“Mira cómo está Lucky, no se mueve, no se quiere parar y ya se ha orinado encima” – le dije a mi mamá. “Pobrecito animal, no queda mas que hacer lo que nos dijo el veterinario y esperar hoy a que se mejore, pero hay que tenerle paciencia” – me respondió.
Por la tarde llegó mi hermana, y cuando notó que la más pequeña estaba llorando por su Lucky, se acercó a ella. “Ya no llores, vas a ver que se va a curar” – le dijo mientras se acercó al perro y lo sostenía en sus manos. “¡Vengan, corran, vean cómo el perro le está haciendo!” – mi hermana nos convocó y nos acercamos. El perro comenzó a inhalar y exhalar aire muy fuertemente, parecía como si se estuviese ahogando. “¿Qué te pasa Lucky?, ¿qué tienes? Tranquilo” – mi hermana comenzó a masajearle su pancita pero esto no pareció ayudar en nada. “Lucky por favor, tranquilízate, todo va a estar bien” – mi hermana le decía en un tono de cariño y preocupación que inmediatamente nos puso a tensos a todos. De pronto Lucky inhaló cinco veces, una tras otra sin exhalar, y dejó de respirar.
“¡No, Lucky, Lucky, no nos abandones, te queremos mucho, no nos dejes!” – mi hermana le decía y todos comenzamos a llorar con ella. Mi madre, aunque pretendía que no quería al perro no pudo contener su llanto. Mi hermanita corrió a encerrarse a su cuarto a llorar y yo, llorando también, me dediqué a buscarle una caja en la que cupiera para luego sepultar su cuerpo en el monte que quedaba cerca de nuestra casa. Pretendía sentir mucha tristeza al ver a Lucky en esa caja de cartón envuelto en una chalina vieja de mi abuela, pero la realidad es que sentí un alivio al ver que por fin el problema de Lucky estaba resuelto, aunque el costo había sido su propia existencia.
1 commentaire
albertochimal
Professeur PlusBonjour Faust. Merci beaucoup d'avoir participé au cours et félicitations pour l'avoir terminé. J'espère que ce que nous avons vu vous a servi et continue de vous servir.
Je viens de lire votre projet final et je vais vous laisser quelques commentaires. Comme je le dis toujours dans ces cas, même si certains des commentaires ne sont pas positifs ou ne se concentrent pas sur ce qui vous intéresse le plus dans votre propre texte, merci de ne pas les prendre dans le mauvais sens. Considérez qu'ils sont faits dans l'intention de vous aider à continuer à améliorer votre travail, et qu'en tout cas ils sont facultatifs. Vous décidez de ce que vous trouvez utile et de ce qui ne l'est pas, de la quantité recommandée.
Au cas où vous ne les connaissez pas, voici des recommandations de trois histoires qui pourraient servir d'exemple lors de l'examen de la vôtre. Ils ont tous à voir avec les affections et/ou l'innocence infantile.
[*]"Cosas peores" par Margarita García Robayo
[*]"La rama seca" par Ana María Matute
[*]"La langue du paradis" par Verónica Murguía
Encore une fois, je vous remercie et vous souhaite bonne chance et succès dans vos projets futurs.
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