Le complot - Autorretrato de la niña
por Inés Castro @ines_castro
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AUTORRETRATO DE LA NIÑA (I)
A veces, cuando era niña, antes de venir a Madrid, mi madre se sentaba a hacer los deberes conmigo. Se le daban mal las matemáticas y creo que lo pasaba mal por si suspendía, por no haber sabido ayudarme. A veces se me gastaba la goma, o la perdía, y ella cogía una hogaza de pan y hacía una bola dura con la miga con la que borraba el lápiz. Nunca funcionaba, y yo me ponía nerviosa. Mi madre decía que quedaba bonito, pero ella tampoco se lo creía.
AUTORRETRATO DE LA NIÑA (II)
En verano en el pueblo hace calor y el campo está muy seco. Se llena todo de un polvo áspero que, cuando cae el sol, enturbia el cielo y hace que el atardecer sea naranja, largo y pesado. En verano hay más gente que durante el resto del año, y creo que eso fue lo primero que me sorprendió al llegar a Madrid ese año y verlo vacío, como si todos sus habitantes hubieran hecho el camino inverso al mío. Todos iban a mi pueblo a pasar las vacaciones, y yo me iba a su ciudad a prepararme para el resto de mi vida. El verano que cumplí 12, mi padre nos dijo a mi hermana y a mí que tenía un trabajo mejor y por eso nos íbamos a Madrid, que ahora iríamos a un colegio más grande y más bonito, pero yo sé que hacía años que se quería marchar del pueblo, desde que murió mi madre; y eso que fue ella quien se mudo ahí por él. La verdad es que yo también lo odiaba. Pasaba mucho tiempo sola y ya casi no veía a María, aunque vivía en la misma calle, porque cuando eres pequeña los amigos vienen y van sin explicación y un día juegas a la rayuela en la alameda y al siguiente no te saludas. Luego quince años después te despiertas en mitad de la noche y te preguntas porqué, pero en seguida te duermes porque aprendemos a olvidar. A los 12 años el pueblo ya no me gustaba y eso era lo que pensaba el día antes de marcharme mientras echaba la tarde con Pablo antes de entrar en casa para cenar. A Pablo tampoco le gustaba ese sitio y me miraba muy triste mientras nos balanceábamos con desgana en el subibaja. Desde hacía meses no se despegaba de mí y sabía que cuando me fuera al día siguiente se iba a quedar solo.
'No te puedes ir', me dijo.
'¿Por qué?'
Odiaba ese pueblo, y ahora también me estaba poniendo triste.
'Creo que me gustan los chicos', y me retiró la mirada, avergonzado.
Seguí balanceándome, sin entender por qué había dicho eso. Me encogí de hombros.
'Pues a mí también.'
Como nunca volví, no le vi más. Imagino que también se marcharía; eso espero. Habría sido tan infeliz ahí.
AUTORRETRATO DE LA NIÑA (III)
Claudio era el dueño de la tienda de ultramarinos del pueblo. María y yo íbamos siempre corriendo después del colegio y nos regalaba un bollo que teníamos que esconder al salir porque Esperanza, su mujer, se ponía en la puerta para vigilarle. Luego íbamos a comerlo al poyo que daba al valle y casi no hablábamos hasta terminarlo. A veces me dejaba una puntita y la ponía sobre el murete para ver cómo se convertía en una masa negra de hormigas en cuestión de minutos. Cuando era pequeña no me daban asco los bichos y ahora sí. A las seis menos cinco pasaba el tren de Cercanías y a veces bajábamos a la vía a colocar monedas; un viejo truco que nos había enseñado mi madre. Nos escondíamos para verlo pasar y volvíamos corriendo a recoger las pesetillas, ahora láminas finísimas y el doble de grandes. Una vez, María trajo unas cucharas de su casa e hicimos el juego con ellas. Cuando las recogimos parecían matamoscas, y mereció la pena la bronca cuando nos descubrieron. Poco después me moriría por escapar de aquel infierno de pueblo y ahora sólo tengo estos recuerdos. Sé que son falsos y que la nostalgia es mentira; que si volviera no vería el momento de salir corriendo otra vez. Elena me decía el otro día que echaba de menos su infancia, que la infancia es pura. Yo le dije que echaba el bollo a las hormigas, y luego le daba un pisotón.
AUTORRETRATO DE LA NIÑA (IV)
Javi se sentaba muy cerca de mí en clase y siempre olía bien. Me gustaba entrar en clase justo detrás de él para oler su colonia de niños. Luego le miraba de reojo desde mi pupitre. No quería que se diera cuenta, y si se volvía hacia mí en ese momento, fingía mirar algo por la ventana mientras notaba cómo se me aceleraba el pulso y me restregaba las manos contra la falda para secarme el sudor. Luego, en el recreo, siempre le veía correr de un lado para otro con sus amigos, y me fascinaba que fuera el único que nunca se despeinaba, el que al final de día se iba a casa tan impecable como vino. Mi madre me ponía cada mañana un vestido limpio y me recogía el pelo en una coleta muy fuerte pero, hiciera lo que hiciera, siempre volvía con la ropa arrugada y sucia, y los pelos revueltos. Y Javi siempre estaba tan bien peinado y olía tan bien... Una vez le pregunté por qué y me miró sin entender nada. Dijo 'no sé' y se marchó corriendo.
Un día, la profesora nos enseñó un baile. Ya no recuerdo cuál era, ni para qué lo preparamos. Sí recuerdo que había que ponerse por parejas, y que en cuanto recibimos la instrucción miré a Javi, emocionada. Supe de inmediato que ésa era mi oportunidad, quizás la única. No sólo podría estar muy cerca de Javi, tocándole incluso, sino que lo habría ordenado la profe. El primer paso casi lo habían tomado por mí. Salvo que seguía teniendo acercarme a él antes que nadie. Estaba a escasos metros de él, sin decidirme a cogerle de la mano, y le debía mirar con desesperación porque en seguida noté un golpecito en el codo.
-Oye, que con Javi yo, ¿eh?
Era María. Mi amiga María, con la que me comía el bollo todas las tardes, y ahora me dedicaba una mirada asesina. En ese momento me di cuenta de que ella estaba sufriendo lo mismo que yo, y quizá por eso, porque entendí qué estaba pasando y lo que estaba en juego, le dije:
-No.
Un secreto guardado a fuego y meses de silencio echados a perder con tan solo una sílaba. María me zarandeó mientras gritó que ella bailaba con Javi porque estaba colada por él. Recuerdo que usó esas palabras, 'colada por él', y ahora me hacen reír, pero en el momento sólo alcancé a balbucear un triste 'Pues yo más', y le di un empujón. Después estábamos rodando por el suelo, chillando, agarrándonos del pelo hasta que la profe nos separó y las dos nos levantamos hechas un desastre y nos echamos a llorar, cada una por su lado. Ese día nos castigaron sin baile, y nos obligaron a ver cómo el resto de la clase se divertía, pero nosotras no veíamos al resto de la clase, tan solo a Javi, que bailaba con otra, ajeno a todo. Dos niñas se habían zurrado por él, y ni se había enterado.
Esa tarde María y yo nos compramos el bollo juntas, como todas las tardes, pero cada una se lo llevó a su casa. Al día siguiente nos volvimos a encontrar en el poyo como si nada, y nunca volvimos a hablar de Javi.
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