Nadie se llama Gregorio
por Eric Gilberto Ortiz Bravo @ericorb
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Nadie se llama Gregorio.
—¡Nadie aquí se llama Gregorio… solo tú! —La uña larga de la maestra Torina apuntaba hacia Gregorio, quien, atemorizado, trataba de encogerse más y más. Si hubiera podido hacerse tan pequeño como una nuez, lo habría hecho simplemente para meterse en su mochila y que nadie lo encontrara.
¡¿Por qué tenía siempre la mala suerte de ser el único al que descubrían haciendo alguna travesura en el salón?! Una vez, cuando la maestra no estaba, Dylan y Cristian empezaron a romper a karatazos sus lápices y justo cuando Gregorio gritó alegre: “¡Hey, rompan este!”, todo el mundo se quedó callado. No hacía falta preguntar el porqué de tanto silencio, Gregorio sabía que, detrás de él, se encontraba una mirada amenazante esperando a que se diera la vuelta.
En otra ocasión, la maestra lo dejó como encargado del grupo mientras iba a la dirección. La orden fue clara: No podía salir N-A-D-I-E. El tiempo pasó sin novedad hasta que Toño se acercó para preguntarle si podía ir al baño. No se sabe cuánto insistió Toño, pero en todas las veces Gregorio se negó a dejarlo salir. El llanto de Toño y un charco de pipí hicieron que Gregorio se hiciera merecedor de un regaño digno de un premio.
—¡Nadie aquí se llama Gregorio… solo túúú!
Gregorio pensaba que su nombre tenía algo que ver con su mala suerte con la maestra. ¿Por qué nunca había sorprendido a Mateo o a Melanie mientras robaban el almuerzo de sus compañeros? Hubiera querido llamarse Kevin o Luis, los traviesos a quienes la maestra nunca había descubierto, pero:
— Gregoriooo… Gregoooriooo… ¡Gregoooorioooo!
Gregorio se levantó de la cama asustado, creyó que se había dormido en clase, pero… no, era su mamá que lo estaba despertando con un grito, señal de que se le estaba haciendo tarde para ir a la escuela.
Iba caminando despacito, como cuando tenía que ir al doctor o a ver a su tía Norma, pero en esta ocasión, vería a su maestra, famosa por que, según decían, podía empujar ella sola el coche averiado del director Bolaños, hasta decían que era luchadora los fines de semana. Se preguntaba de qué lo acusaría en esta ocasión mientras repetía, en voz baja, nombres que le hubiera gustado tener en lugar del suyo:
— Cristian, Rubén, Armando… José, Max, Alex… Carlos, Andrés…
Sonrió antes de entrar a la escuela, pensando que esa sería su última sonrisa de la mañana.
Todo pasó tranquilo hasta que llegó la hora del recreo. Aunque a Gregorio le gustaban más las matemáticas, era bueno que lo tomaran en cuenta para jugar fut, aunque fuera por que hacían falta jugadores.
¡Gregorio le puso muchas ganas! ¡Y no lo hacía tan mal! Se quitó a uno, luego a dos, se acercó lo suficiente a la portería que estaba sola para él. Tenía solo una oportunidad antes de que tocaran la campana, así que le pegó al balón lo más fuerte que pudo.
«¡¡¡GOOOOOOOOL!!!»
Era el grito que imaginó Gregorio cuando le pegó al balón. Lo malo es que el balón pasó a toda velocidad por encima de la portería.
Gregorio nunca pensó que podría pegarle tan duro a un balón de cuero. Esto era bueno, porque podría de los primeros en ser elegido en los próximos partidos; era malo, porque el balón pegó a la espalda de… la maestra Torina.
Ella no solo tiró su almuerzo, sino que se fue para adelante y empujó al director Bolaños, quien tiró sus lentes; al no poder ver, se tropezó con una silla tirando a otra maestra que traía cargando muchos paquetes de hojas; las hojas al caer, empujaron un montón de tiliches que hicieron un ruido terrible.
«¡¡¡NADIE SE LLAMA GREGORIO EXCEPTO TÚ… GREGORIO!!!»
Fue lo que Gregorio podía ver en la cara de casi toda la escuela que se acercaba a él, lentamente. Pensaba que no solo ganaría el premio al niño más regañado, sino también al mejor castigado de todo el país. Se imaginaba su clase de historia en donde castigaban a las personas dejándolas en jaulas y pensó que lo dejarían en una jaula colgado del asta bandera.
—¡Esperen todos! ¡La maestra! —. Dijo una niña señalando a la maestra Torina.
La maestra se levantó despacio del piso, como si hubiera tenido que empujar diez carros juntos. Todos se quitaron del camino cuando avanzó para acercarse a Gregorio. Era muy raro, pero a cada paso que daba, su rostro se veía cada vez menos enojado, es más, parecía haber perdido esos músculos enormes que le daban fama de luchadora.
Gregorio se dio cuenta de que, en realidad, la maestra no era tan musculosa, ni tenía las uñas tan largas ni el rostro tan enojado, de hecho, se acordó que su verdadero nombre era “Victorina”.
El balonazo en la espalda de la maestra le ayudó a sacar un trozo de comida de la garganta. Se estaba ahogando.
Gregorio no fue el niño más castigado ni regañado, si no que fue aplaudido y abrazado por la maestra y sus compañeros. Ahora lo llaman “Goyo” o “Goyito” y nunca había estado tan contento con su nombre y, lo que era mejor, al fin su mala suerte le había traído algo bueno.
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