«ÚLTIMO INVIERNO EN MADRID» (NOVELA)
por ANSELMO JORGE CARBALLO GARCÍA @ajorgecarballogarcia
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ANSELMO JORGE CARBALLO GARCÍA © 2024
1.
Abandono la ciudad el 20 de diciembre de 2022, decisión que tomé hace meses, la muerte de mi esposa Luisa me dejó en un estado de ánimo deplorable, una depresión que no he logrado superar, además de los asesinatos de los dos jóvenes abogados recién licenciados, Antonio y Jaime, que contraté como pasantes en mi despacho de Madrid, se me presentaron sin levantar ninguna sospecha por mi parte, planteándome la posibilidad de realizar la pasantía, bien vestidos, con carteras de piel, y la toga en los brazos de ambos, no me hizo ver nada extraño en ellos y menos que tiempo después me usurparan las contraseñas de mis cuentas y me dejaran mis finanzas muy mermadas, aunque disponía de otras cuentas a las que no accedieron, lo que me ha permitido llevar una vida holgada, además de poder vivir mi jubilación sin apreturas en Las Palmas.
Con sesenta y ocho años es el momento de cerrar todos los asuntos y marcharme, —juro que no volveré a pisar esta ciudad—, en la que vivo hace más de cuarenta años.
No solo se trata de la estafa, el miedo que he sentido, también lo que he vivido en los últimos meses de investigaciones y juicios.
Incluso antes de la fechoría de Antonio y Jaime, mi vida ya había cambiado, no daba los paseos vespertinos, no podía hacerlo sin ser empujado y arrastrado por el gentío aglomerado en las calles, que van y vienen por doquier, para adquirir cualquier bagatela, o haciendo
interminables colas para entrar en los monumentos históricos o museos, los mismos que conocía muy bien, pues mis visitas eran casi cotidianas, al Museo del Prado, al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, al Museo Thyssen – Bornemisza.
Resulta imposible seguir viviendo en el barrio de Salamanca, donde abrí despacho nada más acabé la carrera de derecho. Ya no reconozco a nadie, solo turistas, alojados en viviendas vacacionales y hoteles urbanos diseminados por las calles que más frecuento.
Hace diez años de la muerte de mi esposa, Luisa, a causa del cáncer, vi cómo se consumía muy rápidamente, desapareciendo la belleza, la lucidez y el brillo de sus ojos, eso que me enamoró de ella cuando aún estábamos en la universidad. Un dolor sostenido en el tiempo, que me dejó apagado y sumido en una profunda depresión sin superar del todo, pues además de estar muy enamorado y unido a Luisa, a pesar de los años que hemos estado juntos, su muerte me hizo más inseguro, vacilante y solitario.
Ella fue mi apoyo y soporte, con su gran sentido común y su amor me permitía sobreponerme a los problemas que la profesión genera en mi estado de ánimo, todo se me quedó suspendido, mi amiga y esposa desaparecida tan dolorosamente, daba sentido a mi vida, lo que ahora ya no encuentro en esta ciudad, como si con ella se fuera también todo lo que me unía a Madrid.
Gracias al trabajo he podido mantener ciertas relaciones con algunos compañeros, con los que tengo buena sintonía, aunque no puedo decir que sea una amistad cercana, conocedores de mi estado de
ánimo desde el fatal desenlace de Luisa. Tras su muerte me planteé volver a Las Palmas, y ahora con lo sucedido, la estafa y los asesinatos, ha sido el detonante final de mi decisión.
Si albergaba alguna duda, este episodio de la estafa puso el punto final para abandonar Madrid.
Afectó a parte de la fortuna que heredé de mi padre, alemán afincado en el sur de Gran Canaria, y parte de la que he ganado con esfuerzo durante tantos años de abogacía. No tengo ningún aliciente para quedarme en esta atiborrada ciudad que ya no me pertenece.
Ahora, casi sin fuerzas, afronto un cambio de vida, obligado además por ser casi esquilmado por dos crápulas valiéndose, quizás, de mi debilidad para tramar con total desfachatez su criminal canallada.
El frío seco y helador del invierno madrileño no me ayuda a reponerme de mi mala salud. Tenía que irme cuanto antes. La mayoría de mis amigos han muerto o han regresado a sus pueblos de los que partieron con la esperanza de una vida más digna, en una ciudad extraña, casi extranjera para ellos, provenientes de provincias, a los que les costó mucho hacerse un hueco en medio de la velocidad de la vida madrileña.
Amigos de provincias a los que he ayudado, siempre agradecidos, llegaban con miedo y desconcierto, mirando hacia arriba la cantidad de monumentos, en otro tiempo aristocráticos, y rascacielos de cristal, caminaban con el anonimato de sus caras entre la gente que pasa sin mirar.
Llego al aeropuerto de Barajas con suficiente antelación, con tiempo para un frugal desayuno en la cafetería. Sentado, no hay nadie de quien despedirme, junto a la cristalera frente a la parada de taxis, para observar una última vez el cielo azul invernal de Madrid, por mi cabeza pasa, como si de una película en blanco y negro se tratara, todos los años vividos, los más felices y los menos, los años con Luisa, tantos amigos en las cenas que los sábados organizábamos en casa, y las tertulias serenas sobre lo que surgiera, sin discusión y con las evidentes discrepancias de la política que transfiguró el país del dictador a una democracia incipiente, los cambios legislativos, la libertad de las calles atronadoras, y otros, los más lúgubres, para disparar sus pistolas asesinando sin piedad.
En la cartera del bolsillo de la pechera guardo un trozo de papel amarillento y desvaído por los años, y que tantas veces leo: “los recuerdos no ahuyentan la soledad, la hacen más presente”, una cita que saqué de un libro que leí tras la muerte de mi mujer, y que nunca olvido.
Canto, casi en susurro, una suite de Bach que a Luisa tanto le gustaba, me corre alguna lagrimilla, enseguida la oculto, la timidez casi patológica desde la infancia me impide mostrarme vulnerable, más en este ancho pasillo de Barajas, a punto de embarcar a la isla.
1 comentario
ajorgecarballogarcia
Éste es el borrador del primer capítulo de la novela que estoy intentando escribir. Es la primera y espero que siga adelante. Un saludo a todos desde Las Palmas
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