Mi proyecto del curso: Técnicas de escritura creativa: conmueve a tus lectores: Peter Moon
por Jonathan Ponce de Haro @jonathan_ponce
- 59
- 0
- 0
Nota.
Lo que comenzaba como un relato o un cuento, está en fase de ser algo mucho mayor. Dejo el primer boceto como cuento individual, aunque se ha transformado en el eje de un nuevo proyecto de novela. Gracias por los consejos de este curso.
Espero que os guste.
------
La imagen que le devolvía el espejo no le parecía real. La miraba con gestos de incredulidad, mientras se llevaba las manos hasta las mejillas, apretándolas para deformarlas y buscarse de alguna manera. Palpó su piel como si fuese la primera vez que lo hacía, abriendo y cerrando la boca para notar la fricción producida por su mandíbula. Ladeó la cabeza y se observó de perfil, nada, rebufó insatisfecha. Negó visiblemente contrariada; luego se acercó un paso más para mirarse las retinas en un espejo de pié de madera: sí, seguían siendo marrones pero aquello no le parecía suficiente. Si tuviese que apostar, diría que su rostro no le pertenecía. Se giró para observar al “señor de los milagros”, ese individuo con el que acababa de cerrar un costoso trato.
—Dirás que soy una energúmena, pero has hecho un trabajo deplorable —le sugirió Amanda mientras el tipo la miraba tras una cortina de humo. Me dijiste que podrías traerme de vuelta, que tonta fui…
El hombre se levantó del sofá desde el que la observaba al final del recinto. Caminaba encorvado pero de no estarlo, podía considerarse un tipo muy alto. Su pelo blanco y las arrugas en su frente hablaban de su avanzada edad, aunque se desplazaba sin dificultades aparentes. Vestía una túnica que parecía un poncho, con símbolos de color granate que serpenteaban sin orden sobre la tela rasposa. La agarró de la mano y se la llevó de nuevo hasta la silla de madera dispuesta en mitad del habitáculo. La sala tenía las paredes pintadas en negro; no había ventanas pero el techo disponía de varios focos que ofrecían tonos suaves y cálidos.
—Te fías demasiado de los espejos —le regañó.
—Es lo que he visto, ¿miento al protestar?
—Depende de lo que esperes encontrar. Un gato es un gato, un oso es un oso, y en ocasiones olvidamos lo sustancial, lo que rezuma en nuestro interior.
—No me estarás hablando del alma, ¿verdad?… — contestó la mujer con desdén mientras se acomodaba en su asiento.
—Tú no tienes de eso. Las arpías son depravación y miseria. No eres la única que ha bajado hasta el sótano desesperada. El conserje no tiene filtros, debería despedirlo.
—Bien por él, aunque visto lo visto salgo perdiendo…
—El tiempo no es un juego. No se puede doblegar de forma alguna. He moldeado tu cuerpo para parecer más joven, es nuestro acuerdo. Juventud una vez más, puede que la última. Sin embargo, no podemos volver sobre nuestros pasos. Tu poso es octogenario.
—Me recordaba más esbelta.
—Trabajé con lo que me ofreciste —le contestó él a la vez que le ataba de nuevo con las correas.
—¿Qué harás ahora?, te he ofrecido muchísimo. No estoy del todo satisfecha.
—Puedo perfilar tus rasgos, aplanar los pómulos y volverlos rosados.
—¿Lo harás?
—Tendrá su coste.
—Tengo ochenta y dos años. ¿No pretenderás que te ofrezca otro año de vida? —preguntó horrorizada.
—No, para esta ocasión pagarás con la mitad de la visión de tu ojo izquierdo.
—¡¿Cómo dices?! —preguntó elevando su protesta.
—No te quedarás ciega, y además haré que tu rostro sea más atractivo.
Amanda asintió y cerró los ojos. El individuo se frotó las manos y las colocó frente a su rostro hasta que comenzaron a desprender un brillo sutil. Y ese pequeño resplandor lo envolvió todo. Luego llegó un fogonazo azul y la mujer convulsionó sobre su asiento, moviéndose violentamente frente al tipo que la trataba sin perder la compostura. De no estar atada se habría deslizado hasta el suelo de cemento. Un instante más tarde, todo estaba en silencio y a oscuras. El proceso había cesado.
—¿Puedes oírme? —le preguntó él con voz suave a la vez que soltaba las correas.
La mujer parecía otra persona. Con los rasgos más marcados y unos labios más carnosos. Abrió los ojos pero la nitidez tardó en llegar mientras su mundo se alzaba incoloro.
—¿Ya está? —se limitó a preguntar mientras se palpaba los labios. Se acercó de nuevo hasta espejo, y se le escapó una sonrisa cuando examinó su reflejo.
—¡Vaya!, soy un bombón después de todo. Tenía mis dudas, pero ha merecido la pena.
—Entonces debes marcharte. Tengo otros asuntos que atender.
—…un bombón de más de ochenta años… —dijo para sí misma mientras cruzaba la habitación para dirigirse a la puerta del ascensor.
Cuando Amanda se perdió en la oscuridad, Peter encendió un cigarrillo y se tumbó en su sofá con los ojos a medio cerrar. El humo ascendía libre, ausente mientras buscaba los halos luminosos de la habitación. Recostado, quiso partir su mente en dos y así lo hizo; entonces se visualizó en una especie de biblioteca cilíndrica, una ensoñación onírica con la que podía interactuar. Decenas de estanterías de madera se alzaban hasta una cúpula blanquecina con relieves decorados en tonos dorados. Los libros parecían encuadernaciones con distintos códigos en sus cubiertas, fechas y nombres escritos a mano. Recogió uno de ellos y lo abrió mientras dos nuevas líneas se grababan en una de las hojas en blanco:
“Un año de la vida de Amanda Satino”
“La mitad de la visión de su ojo izquierdo”
Y las palabras se grabaron en el manuscrito emitiendo un leve zumbido. Peter observó su pequeño universo. Aquellos eran todos los pagos de sus clientes, todo lo que había ganado gracias a sus dones. En ocasiones abría la azar algún manuscrito, y sopesaba darle uso a sus ganancias. No lo necesitaba.

0 comentarios
Entra o únete Gratis para comentar