La escafandra de Hualaihué
por Gonzalo Andrés @gonzaloandres
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La escafandra de Hualaihué
(Tercera versión)
Esa mañana el buzo escafandra tenía que embarcarse para llegar al puerto de Hornopiren. Seleccionó lo esencial, para que todo cupiera en el reducido espacio, enrolló la cuerda con el canastillo de alambre. Junto a los remos, se encontraba doblado el traje de tela importada, los plomos, zapatos y el casco escafandra. La chalupa se encontraba empotrada en medio de la embarcación, esos dos grandes aros de fierro oxidado que, al girarlos, permitía bombear el aire por la manguera del escafandra de turno.
Inspiró profundamente el aire marino, empujando la embarcación hacia la orilla hasta que finalmente flotó en la tranquila costa, con paso trémulo llegó su esposa con su bolso, donde transportaba alimentos y ropa para una estancia de quince días en el pueblo.
El silencio de la joven pareja, dejaba perplejo al destino, cada uno miraba la línea divisoria del cielo con el mar, parecía que el escenario natural los representara. El movimiento de los remos era rítmico y ondulante, la brisa acariciaba el rostro de la joven esposa, la embarcación se deslizaba suavemente sobre las aguas serenas, creando pequeñas ondas que rompían el silencio circundante. En ese vaivén, el sol comenzaba a declinar, pintando el cielo con tonos cálidos y dorados. Parecía que el tiempo se suspendía, como si el universo mismo quisiera ofrecerles un momento de reflexión.
A medida que avanzaba la pequeña embarcación, la guía de los remos perdía su ritmo; el vaivén se volvía errático. El escafandra, dirigió la mirada hacia el cielo y se percató de que las nubes estaban negras. En el intercambio de miradas, una confirmación se insinuó en la escena:
—Tendré que apurar el ritmo de los remos; ¡Se avecina una tormenta!
Dicha sentencia, provoco en la joven una fisura fría en su espalda, donde pudo calar el miedo con facilidad. Ahora la preocupación no era por su propia vida, sino por la pronta en nacer.
Y ya sin saber si el vaivén de la embarcación provocó la ira del mar o si la decisión apresurada del joven escafandra enfureció al viento, se desató la anunciada tormenta. La culpa cayó como un rayo, al joven escafandra, por no prever el momento adecuado el cruce al puerto. Para la joven esposa ver la inquietante mirada de su mocetón marido, la obligaba a proteger cada vez más, su vientre.
Ante el desespero, arremetió contra la marea, para llegar seguro al puerto de Hornopirén, pero las agitadas aguas decretaban entre Ayacara y Mechuque, como queriendo dirigir el destino por las caprichosas olas oscilante entre los extremos de la vida y la muerte. Pronto, el océano cobraría la demorada deuda: la vida de un pescador.
Nunca se entendió por qué el mar lo traicionó de esa manera ¿Acaso fue el tributo exigido por el oficio marino? Sin embargo, la rutina era simple y respetuosa, siempre eran tres marinos en el acto de sacar el producto: uno se encargaba de usar el buzo escafandra y sumergirse en las profundidades, el otro, maniobraba la chalupa; cuando faltaba el preciado aire, tiraba tres veces de una cuerda amarrada de su cintura a la embarcación, para que el asistente diera un bombeo extra a la chalupa. El marino restante, atendía al buzo, subiendo y bajando, mediante la misma cuerda, el canastillo de alambre cargado de cholgas, almejas y choritos, para finalmente repartir la ganancia entre tres. Al parecer, dicha ganancia que siempre se le arrebataba al mar, era el cobro anual unitario.
Dentro de la embarcación se encontraba lo más importante de su existencia: su esposa, la escafandra y su chalupa. Sin saber si la elocuencia llegaba desde la desesperación o la experiencia, convenció a su mujer de hacer uso de la escafandra; porque dos en la embarcación, solo apresuraría la tragedia.
Conocía el ritual del vestir: primero los entretejidos y el buzo de tela importada. Se ajustó el casco escafandra como una coronación, sellado en el collerín con mariposas de bronce al cuello de su esposa.
Así, como apremian los momentos cruciales de la vida, la joven escafandra se lanzó al lecho marino con la fe puesta en las instrucciones de su esposo:
—¡No hay que ir en contra de la corriente, debemos ser guiados por ella! —Exclamó con desesperación.
Al entrar en las profundidades, la joven escafandra ya no sentía el azote de la embarcación, sino más bien la protección amniótica de una profundidad atemporal. Encontrándose conectada mediante una oxigenada manguera, el dedo del destino le revelaba el artificio de un cordón umbilical. Cada paso lento que ella daba en el fondo marino, eran grandes tramos de avance en la superficie. Cuando faltaba el nutrido aire, se auxiliaba de la señal.
Mientras tanto en la superficie, al joven esposo le era de sumo, mantenerse a flote. Los remos fueron sus brazos que acomodaban la embarcación entre los vericuetos del mar; también se anclaba intermitentemente a la chalupa, sobre todo cuando la cuerda chicoteaba tres veces, cada giro a las volantes era un profundo «respirar por dos» (se repetía a sí mismo). A cada abrazada, más se acercaban a la orilla, pero la joven rompe fuente, este acto de incontinencia era como una ofrenda al mar. En cada zancada no podía evitar pujar, los peces la visitaban curiosos en el momento inevitable de dar a luz, ya en la quinta pujada pudo sentir alivio, solo faltaban una quincena de pasos para llegar a la orilla. Cuando llegó a destino, el esposo recogió la cuerda, como lo haría un asistente de buzo, subiendo a la joven escafandra de las profundidades.
Como ya era sabido por el mar, el destino era en el borde costero de Mechuque, donde se encontraba la partera Malén; que seleccionaba el huiro negro del luche. De súbito, escuchó llorar a un bebé en dirección costera; se acercó con pausada extrañeza a la sobreviviente embarcación encallada en la orilla; grande fue su asombro, al ver salir del traje escafandra a una bella joven con un límpido recién nacido dentro del traje, solo faltaba cortar el cordón umbilical; la partera utilizó como herramienta el Chuncuy, que siempre estuvo a la mano para sacar el valioso producto marino. Finalmente, anunció a los cuatro vientos, y más tarde a su descendencia; «El espíritu del mar quiso traer a la luz a un niño para marcar la historia marítima de un país».
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5 comentarios
gonzaloandres
Estimado Gustavo, disfruté el curso. Hace un tiempo escribí este cuento, gracias a sus consejos, realicé cambios importantes, quedo atento a sus comentarios, muchas gracias.
loretofernandezgrafica
Excelente texto. salud.
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gustavoescribe
Profesor Plus@gonzaloandres Hola, Gonzalo, gracias por tus palabras. Quizá puedas probar a gestionar mejor los datos, a no darlos todos juntos. Por ejemplo, tú pones: "dentro de ella se encontraba el buzo escafandra acompañado por su mujer con síntomas de parto". ¿Por qué no poner solo "su mujer", y que poco a poco nos vayamos dando cuenta de cómo se complica la situación?
Por otro lado, también pones: "En medio del caos, se sumergió en su apaciguado oficio". ¿Es creíble que en medio de los síntomas de parto uno se sumerja en su apaciguado oficio? Quizá quisiste describir como caos a la corriente, pero ya ves, aquí hay un nudo por no gestionar bien la información.
También siento que a veces la explicación del oficio atenta contra el flujo de la historia.
En otras palabras, Gonzalo: hazlo simple. No tienes que impresionar a nadie.
Un gran abrazo
gonzaloandres
@Gustavo Rodríguez Muchas gracias por darse el tiempo en leer mi cuento, tomaré en cuenta sus consejos, creo que lo reescribiré, le daré otro esquema, más simple y no contaré todo de una vez, poco a poco, como sería al iniciar una tormenta, veremos cómo sale, muchas gracias nuevamente y felicidades por el primer lugar en premio Alfaguara 2023!!
gonzaloandres
Estimado @gustavoescribe termine dos versiones tomando en cuenta sus consejos, traté de hacerlo más simple... Saludos desde Chile
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