Mi proyecto del curso: Laboratorio experimental de escritura creativa
por Ayla Sanz Peiró @aasanzzp
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Stuart nunca ha sido un mapache normal. Nunca ha querido tener la vida que tenían los de su especie. No quería buscar comida entre la basura, aunque tenía que hacerlo, ni quería tener que entrar a robar a las casas de los humanos si quería comer algo que no estuviera podrido ni contaminado por el resto de elementos que había en el contenedor.
Él quería sentir el calor de un hogar, al que atribuía el color naranja, no vivir en el frío de la calle, al que atribuía el color negro.
Tenía un pelaje largo y sucio, así como las uñas y los bigotes.
Tenía también el pelo marrón, gris y negro, y unos ojos oscuros, entre el marrón y el negro. Y lo que más destacaba de él, era la mancha en forma de media luna que tenía en la espalda, más negra que el hollín.
Stuart vivía en Edimburgo, perteneciendo a una de las dos camadas de mapaches que habitaban en la ciudad. Por lo que su pelaje no lo protegía del frío lo suficiente.
Stuart sentía pasión por coleccionar objetos que encontraba, pero siempre se los acababan robando sus hermanos y amigos.
Así que no tenía nada que le perteneciera, y eso le entristecía.
Por eso un día decidió marcharse del lugar en el que vivía su familia, y se fue a la otra punta de la ciudad asustando por el camino a las personas que lo veían, sin pretenderlo.
Recibió varias patadas y escupitajos que alimentaron el odio que sentía hacia los humanos por haber asesinado a su madre.
Los odiaba aunque no le gustara hacerlo, pero no podía perdonarles lo de su madre.
Él sabía que los mapaches tenían fama de ser repugnantes, pero él no lo era. No por gusto. Ni quería serlo.
No quería odiar a los humanos, le habría gustado poder vivir con ellos en paz desde un principio, pero parecía que no los iban a aceptar jamás.
Tres días después de mudarse, Stuart encontró el que sería su tesoro más preciado: un anillo.
Estaba oxidado y la piedra azul que tenía era de plástico, pero no le importaba. Era suyo, y nadie podría quitárselo.
Continuó viviendo solo dos semanas, comiendo basura y robando, hasta que un día fue a un parque y encontró a una humana leyendo en un banco.
Le sorprendió que estuviera ahí con el tremendo frío que azotaba la ciudad, así que se quedó observándola desde un árbol, asustado por lo que le podría hacer si le veía.
Transcurridos diez minutos, la humana dejó de leer y levantó la vista hacia el cielo.
De pronto giró la cabeza y fijó sus ojos en el árbol en el que estaba él y lo vio.
Stuart no supo cómo reaccionar y se quedó quieto a esperar el siguiente movimiento de la humana.
Ella sonrió y los ojos comenzaron a brillarle.
Stuart no entendía qué significaba esa reacción así que se tapó los ojos.
La humana procedió a hacer sonidos y a silbarle para llamar su atención y lo consiguió.
Stuart la miró y apreció como poco a poco se iba acercando a él.
Él, con miedo, inició su descenso lento del árbol, preparado para salir huyendo, cuando ella sacó un paquete de galletitas saladas del bolsillo y le preguntó si quería una.
Stuart le enseñó los dientes y le gruñó, asustándola pero sin hacerle irse.
-Vamos, no te voy a hacer daño.- Le aseguró.
El mapache no comprendió el por qué pero creyó sus palabras. Así que se acercó cauteloso y cogió la galletita de la mano de la humana.
Se la comió deprisa para poder huir pero el sabor le cautivó, nunca había comido algo tan sabroso.
Ella notó su entusiasmo así que le dio más.
Stuart sintió como poco a poco comenzaba a confiar en ella, y eso le confundía.
Después de un rato ella se disculpó y le dijo que tenía que marcharse, pero que volvería al día siguiente.
Y así lo hizo. Volvió al día siguiente y todos los días durante un mes.
La confianza y el amor que se tenían el uno al otro hizo que la humana le propusiera tenerlo de mascota.
Stuart no podía creerlo, su sueño se iba a hacer realidad.
Alguien le quería tanto como para llevárselo al naranja, a un hogar. Alguien iba a sacarle del negro.
Así que aceptó su propuesta.
-Pero antes tenemos que ir al veterinario para que te revise y me diga si puedes seguir comiendo galletitas.
Al día siguiente fueron al veterinario donde le ducharon por primera vez(cosa a la que se acabaría acostumbrando) y revisaron que no tuviera enfermedades ni pulgas o infecciones.
Desgraciadamente, después de desparasitarlo, notaron que tenía un bulto bajo la axila y que tendrían que operarlo. Stuart creía que eso haría cambiar a la humana de opinión pero no fue así, ella iba a pagar la operación porque lo quería. Ah, y podía seguir comiendo galletitas, cosa que le alegró.
Dos días después de la operación lo llevó por fin a conocer su hogar. Una casa cálida, con chimenea y llena de color.
Al día siguiente, la humana le regaló un collar.
-Tiene forma de media luna por la mancha que tienes en la espalda. Me pareció preciosa cuando la vi y es muy especial para mí ahora.
Por eso te voy a poner este collar, para mostrarte cuánto te quiero.-Le dijo.
Stuart lloró de la emoción que le provocaba ese acto y quiso regalarle algo también, pero no sabía qué. Hasta que recordó su preciado anillo.
Saltó del sofá y salió corriendo hacia el parque donde se conocieron. Lo había enterrado allí.
La humana gritó su nombre mientras se marchaba, asustada, pensando que no iba a regresar. Así que lo persiguió hasta el parque y lo vio escarbar en el suelo.
Al principio no entendía qué estaba haciendo, pero cuando vio el anillo se emocionó y entendió que él correspondía ese amor con un anillo preciado para él.
Un anillo que representaría una promesa entre ellos, el amor eterno.
1 comentario
karenvilleda
Profesor Plus¡Es una gran historia! Podría tener una segunda parte. ¡Gracias por escribirla!
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