Mi proyecto del curso: Creación de personajes para novelas
por segundodionicioarce @segundodionicioarce
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EL PENDULO DE LA VIDA ETERNA
JOHN ZIMLER
PREÁMBULO
—¿Qué nos pasó? —Preguntó Teobaldo.
Sus ojos estaban puestos en una gran tienda de alfajores; él estaba de pie, en la parte lateral derecha de la Plaza Colón.
—¿Qué pasó? —Volvió a preguntar.
Esta vez giró la cabeza hacia la chica, que se encontraba sentada en una banca de mármol; con su mirada fija en las aguas de la pileta, que emergían con fuerza y formaban un arco, impulsadas hasta el cielo y regresaban a la pileta circular; de aproximadamente siete metros de diámetro. Al escuchar la pregunta, carraspeó y volteó la mirada hacia donde estaba Teobaldo entristecido, mirándola de pie.
—Me cansé de ti —dijo.
—¿Te cansaste de mi amor?, ¿De todo lo que vivimos? —Preguntó.
—Si, me cansé de tu paciencia, de no saber cómo solucionar nuestros problemas. Me cansé de tu tranquilidad mientras los problemas nos estaban asfixiando.
Teobaldo se sentó al costado de la hermosa mujer, él en algún momento llegó a pensar, que sería su compañera de toda la vida; hizo el intento de abrazarla, ella de un salto se puso de pie.
—¡No! —gritó—, Hasta aquí llegamos Teobaldo, lo siento mucho; ya no siento nada por ti, dejé de amarte.
—¿Dónde está el amor, que hasta anoche decías tenerme? —inquirió.
—El amor ha muerto hace mucho, anoche solo tuve una necesidad fisiológica. Ya no te amo —concluyó.
Teobaldo sintió un sudor frío que le subía desde los pies hasta las manos, si se hubiera mirado al espejo; hubiera visto su rostro pálido como un muerto; sin palabras, para exigir una última oportunidad, para revivir aquel amor hermoso que ambos se juraron; hasta el día de ayer por la noche; y ella lo estaba aclarando de una forma grotesca, solo tuve una necesidad. Sus neuronas se negaban a creer lo que acababa de escuchar ¡Ya no te amo!, sintió ganas tremendas de vomitar, se le congelaron las manos y los pies los sentía húmedos; de sus ojos se descolgaron un sinfín de emociones y dos lágrimas asustadas, cayeron por sus mejillas. Su corazón estaba haciendo hasta lo imposible para no romper en llanto. Recordó su infancia cuando su madre iba al mercado, y le ofrecía traerle un rico pastel al regreso, y ella lo olvidaba por sus pensamientos puestos, en qué cocinaré hoy.
Ella se acercó a la banca, tomó su bolso negro, rauda se lo puso al hombro y dio media vuelta y sin despedirse, avanzó, sin mirar por última vez al amor de su vida; que, hasta anoche ella, le estuvo susurrando al oído palabras de amor; mientras tenían sexo. Sus pasos se perdieron por la esquina donde estaba ubicada la gran tienda de alfajores.
Teobaldo se quedó sentado con una indescriptible tristeza, su corazón se apretujaba como nunca lo había sentido, haciéndole daño, y continuaba arremolinándose como un torbellino en su alma; —“La misma que todos hemos sentido alguna vez, y no es raro volverlo a sentir; mientras estamos leyendo”—, de su triste corazón emergió una avalancha de sensaciones inquisitivas, queriendo salir a la luz del día, pero él las contuvo y se mordió su llanto.
Desde las cinco de la tarde en la Plaza Colón, y parecía que habían transcurrido solo cinco minutos; la noche llegó con una suave y gélida brisa, que atormentó sus sentidos; que congelaba sus emociones, sintió un voraz frío recorrer por sus venas y tuvo miedo de quedarse solo. La oscuridad tenue al comienzo, siguió creciendo, hasta querer asfixiar a los faroles de la plaza. Se puso de pie, miró sus zapatos brillantes y dirigiéndose a ellos, dijo.
—Es hora de caminar.
Él esperaba una respuesta de sus zapatos, como:
—Si jefe, es hora de caminar; primero deme una limpiada con su pañuelo. Sintió que los zapatos le hablaban, que le decían: no te sientas triste, esa mujer no te convenía.
Recordó las palabras de su bella amada, hasta hace algunos momentos: ¡Ya no te amo! Ese instante es el preciso para que la locura se apodere, de las personas que tienen claridad mental y en la vida diaria se les nota con carácter; nadie se fija que tienen un corazón débil a punto de estallar.
Al día siguiente, Teobaldo recordó que se durmió muy tarde, pensando en ella y llorando a ratos; buscaba motivos para esa separación, y no los hallaba porque no había; yo no di motivos, dijo, la amé demasiado, la mimé con exageración, la convertí en mi vida. No quería y no tenía ganas de levantarse, estaba completamente destrozado, toda su integridad había sido aplastada en un instante; su corazón lo sentía como una copa de cristal, que estaba desperdigado por los suelos convertidos en añicos. Recordó que, a las nueve de la mañana, era su última clase de “Construya su novela paso a paso”, dio un salto y sus cinco sentidos ya estaban bajo la regadera; rompiendo la incertidumbre de un falso amor, con el agua fría que le recorría como un bálsamo desde la cabeza a los pies.
A las nueve, en punto, estuvo frente a la pantalla de su laptop, una taza de café a su costado derecho; humeaba, llenando el ambiente de un agradable aroma; al otro costado un paquete de galletas, formando un círculo, sobre un plato rojo y en el centro un cuadrado de queso. Se acomodó en su silla giratoria, con una pluma y un cuaderno de doscientas hojas; forrado con papel brillante color verde, al abrir el cuaderno en la primera hoja, con letras grandes estaba escrito: “Cuaderno de Novela”.
Activó el curso entrando a su e-mail, se acomodó sobre su silla, con la pluma en mano, listo para hacer las anotaciones del curso que tanto había querido llevar. Se concentró desmedidamente; para atender lo que su hermosa profesora iba detallando, a ratos se perdía mirándola con devoción. Así transcurrieron cerca de dos horas, al terminar su clase y apagar la máquina; notó que sus ojos cansados estaban llorando. El cuarto estaba solitario, frío y sin el calor y aroma de la mujer amada; quien había sido su compañera por cinco años; por un instante, le pasó por la mente coger una soga y un taburete y acabar con ese dolor que laceraba sus sentimientos; recordó a su padre recientemente fallecido, la promesa hecha; no parar hasta triunfar para demostrarse a sí mismo, que en la vida hay una sola opción. Su padre le dijo, minutos antes de morir, —lo recordó nítidamente, como si lo estuviera diciendo en ese mismo instante—, “te estaré observando y me alegrará mucho verte triunfar”.
Se iluminó su rostro, con tremendos recuerdos vividos junto a su padre, hasta el día de su muerte; y todo lo que habían conversado lo tenía grabado, esbozó una sonrisa y se dijo internamente ¡Voy a triunfar! No habrá fuerza que me detenga. Él era peruano y estaba radicando en Córdoba, Argentina; por cuestiones laborales se encontraba en esa hermosa ciudad, con personas sumamente preciosas en todos los sentidos; pues, en su país no había oportunidades para todos.
Por la tarde y después de almorzar, con un nuevo semblante; por los recuerdos de su padre, se dijo, no te voy a defraudar padre; sé, que estás a mi costado, mirándome, desde esa otra dimensión y sé que sufres con nuestras erradas decisiones. Voy a viajar a Nolav dijo, la noche anterior se quedó hasta muy tarde buscando en internet, un lugar hermoso y mitológico, para empezar a escribir su primera novela y ya la veía fantástica. Teobaldo había escrito, desde pequeño, historias cortas sin sentido; y otros agrupados en versos al que llamaba poesía.
Escribiré mi primera novela, pensó como si lo estuviera diciendo, sonrío y caminando de regreso a casa, solo veía imágenes del sitio adonde iría; estaba entusiasmado con la idea de viajar, con escribir y hacerse famoso; ya tenía un nombre para su libro de fantasía, “El péndulo de la tristeza”, a raíz de lo que estaba sufriendo. El lugar a donde se propuso viajar, era una bahía con varias islas, todas a una milla de distancia en relación con las otras; la bahía se llamaba Nolav al sur oeste de Inglaterra. Echó mano a todos sus ahorros, vendió sus pertenencias domésticas, casi regaló sus herramientas de trabajo; hizo préstamos a algunos amigos, con la condición que les devolvería con un incentivo. Consiguió una cifra aceptable, exceptuando los gustos y gastos extra que demanda un viaje hacia otro continente.
Su mochila para cargar en la espalda era lo único que llevaría, aparte su laptop que cuidaba como su preciosa joya, y a su pequeña mascota que le trinaba todas las mañanas, como un precioso despertador; acondicionó su pequeña jaula en una caja de cartón forrado con minúsculos agujeros, la misma que había declarado vía internet, con las autoridades de aduanas. En silencio y sin despedirse de ninguno de sus amistades, llamó a un taxi que lo llevó, con dirección al Aeropuerto de la ciudad de Córdoba. Confiaba, plenamente, que encontraría el último boleto que lo llevaría, rumbo a la consecución y creación de su gran sueño; escribir su primera novela para regocijo de su padre, que desde la otra dimensión los observa en silencio; sin poder hacer nada para ayudarlos.
CAP I
El avión con salida de Córdoba Argentina hacia Londres, despegó a las cinco de la tarde del Aeropuerto Internacional Ingeniero Aeronáutico Ambrosio Taravella, también conocido como Aeropuerto Pajas blancas. Teobaldo estaba calmado, entre los recuerdos de su padre y el dolor del rompimiento amoroso; prefirió quedarse con la mirada en el rostro de su padre y la última palabra para triunfar en la vida; “solo hay una opción” y para conseguirlo, tienes que enfocarte en estos cuatro valores; que son la llave que te abren las puertas del éxito y de los corazones; aprende a ser cortés, humilde, valiente y a ser fiel.
A ratos leía un libro de desarrollo personal, al poco rato lo cambiaba por otro de fantasía, y después de un rato prendía su celular para contactarse con algún amigo, y contarle sobre su inesperado viaje; obligado por el rompimiento con la chica que había dejado una profunda huella en su corazón. Casi al borde de la locura o del suicidio, luego de recordar a su padre; como si lo estuviera mirando desde un costado, y con la mano sobre su hombro; decidió hacer realidad lo que tanto le apasiona, y para olvidar o engañarse que la olvidaría, decidió hacer este viaje para nunca más verla.
Diecisiete horas y media pegado al suave y cómodo asiento del avión, por primera vez es otra locura para soportar y no aburrirse; sacó su cuaderno de doscientas hojas color verde y se puso a escribir, con letras mayúsculas PREÁMBULO; empezó a recordar todo lo sucedido aquella tarde en la Plaza Colón, y como un autómata sin sentimientos; escribía a ratos haciendo un alto para pensar, en dos horas terminó de escribir más de 1500 palabras; todo esto porque había anclado en su subconsciente, la figura de su padre y las últimas palabras antes de fallecer; “te estaré observando y me alegrará mucho verte triunfar”.
El “Péndulo de la tristeza”, será un gran libro se dijo así mismo sonriendo; cerró su cuaderno de doscientas hojas color verde, y saco otro de cincuenta hojas también color verde, pero escrito en la primera hoja, el título de “cuaderno de ruta”; se puso a escribir nombres ingleses que iba buscando en su celular, hasta completar en total doce personas incluido él. Después los fue ubicando, en la función que cumplirían dentro de su historia; en los nombres había brujas, hadas o magas, entre buenas y malas. No sabía que le deparaba el destino al hacer su arribo a Nolav, pero él ya estaba escribiendo, modelando el destino que le esperaba al llegar a la Bahía, sin darse cuenta un sopor ocasionado por el tibio ambiente del avión lo hizo dormir, dejando el cuaderno sobre sus piernas.
Al despertar, recogió su cuaderno del piso y lo guardó dentro de su mochila, miró la hora en el celular; ocho a.m. pronunció levemente, en dos horas y media estaremos en Londres; todo me irá bien hasta llegar a mi destino, tu sonrisa está conmigo padre, pensó. Siguió investigando en el celular como llegar a Nolav, tenía aun un largo camino por recorrer; las azafatas comunicaron por el intercomunicador que en cinco minutos pasarían con el desayuno. Algunos pasajeros se pusieron de pie, se estiraron, y se acomodaron nuevamente, en sus respectivos asientos; para recibir el desayuno, que ya estaba repartiéndose desde el fondo de la cabina hacia adelante.
A las 10:30 am del día miércoles 7 de mayo del 2011 estuvo arribando al Aeropuerto Internacional Heathrow de Londres, capital de Inglaterra; preguntó a los guardias de seguridad como llegar a Nolav, estos le indicaron que tome un taxi, y que pida le lleven hasta la estación del tren, el box 20 es el lugar donde venden los tickets para ese lugar, su costo $100 concluyó el guardia. Así lo hizo, luego de pagar al taxista y con sus pertenencias en mano, se adentró hacia la estación del tren; sus ojos buscaron el box 20, al ver los primeros números en tamaño grande; siguió caminando en línea recta, hasta llegar al box requerido; se acercó a la ventanilla y pidió un ticket para Nolav, son $120 le dijeron, luego de pagar le comunicaron que el tren salía en media hora, miró su reloj y estaba marcando las 11:30; sacó un papel y un bolígrafo de su bolsillo y escribió, los kilómetros que estaban anotados en una gran pizarra blanca; Londres – Nolav 5731 km, recorrido en tren 14 h 21 m. estaré llegando como a las dos de la madrugada dijo, descolgó su mochila y se sentó en una banca de madera muy bien pulida, a esperar media hora a que el tren llegue y lo lleve a su destino final.
Estuvo a punto de dormirse esperando al tren, como todo latino creyó, que la media hora se haría mas de una hora de espera; pero lo bueno, es que en países europeos la hora es la hora. En menos de diez minutos, todos los pasajeros con destino a Nolav y a otras ciudades, que estaban en la misma ruta; el tren empezó su marcha con su característico sonido, que todos hemos visto en películas. Teobaldo puso sobre sus piernas a su mascota, que dentro de una caja llevaba y en las madrugadas de todos estos días de viaje; la escuchaba trinar, canto que tanto le encantaba. Así se quedó dormido, entusiasmado y cansado; ya estaba muy cerca de llegar al lugar que según las leyendas del rey Arturo, las islas aledañas a Nolav eran habitadas por brujas, todas hermanas, entre otras hadas; con poderes sobrenaturales, algunas eran buenas y la mayoría sin conciencia para hacer el mal.
El tren hizo sonar sus pitidos a las 2:30 a.m., los pasajeros sobresaltados despertaron limpiándose los ojos; al mirar por las ventanas vieron las luces de los faroles que se difuminaban con la tenue neblina de la madrugada. Estaban a una milla de Nolav, Teobaldo miró su caja donde dormía su canario, al que había puesto abundante comida, para los días de viaje; y en ese momento, dijo —¿y el agua?, lo había olvidado; ¿morirá sin agua un pajarillo?, —se preguntó—. El tren volvió a hacer sonar sus pitidos, avisando su entrada a Nolav; todos los pasajeros ya estaban despiertos con sus respectivos equipajes, pronto haría su ingreso a la estación de esa próspera ciudad. Nolav está ubicada al sur oeste de Londres, tenía un mar bellísimo y lo hacía más atractivo; la cantidad de islas dispersas, a donde los pescadores poco o casi nunca iban; porque en ellas pesaba, una suerte de hechizos que la estigmatizaron; cuentos mitológicos y maldades de las brujas que cohabitaron con el rey Arturo.
Eran las 3:00 a.m. cuando el novato escritor con su equipaje en mano, pasaba por el respectivo control del personal de la policía de la estación. Ya documentado su llegada a Nolav, se dirigió hacia la salida por una inmensa puerta; se paró en el umbral y mirando la oscuridad al frente de la estación, tétrica como la boca de un lobo a punto de devorarnos —se preguntó— ¿y ahora? A esta hora a dónde me dirijo—; los pescadores artesanales en grupos de dos a tres personas, iban bien encapuchados, a su faena diaria para guerrear con la mar brava, y arrancarle unos kilos de pescados; para la venta y un tanto para el consumo. Sin saber que rumbo tomar, se quedó parado mirando a todas partes sin atinar a nada; lo único que se le ocurrió fue sentarse, en una de las tres escalinatas que existían, para llegar al portón de la estación del tren.
Una hora estuvo así, dormitando a ratos y con miedo a que un ladrón se acerque y se robe sus pocas pertenencias; hasta que de pronto, como a las 4.30 a.m. sintió una mano que movió su hombro; al levantar el rostro y observar quien lo movía, vio unos hermosos ojos azules y su piel blanca; encapuchada de cuerpo entero.
¬—Hola, soy Jhudit —saludó la chica.
—Hola —contestó Teobaldo— recién acabo de llegar de américa, y no supe para donde ir.
—Mi madre y yo, vivimos cerca —continúo la chica—, te ofrezco mi casa hasta que amanezca y puedas descansar.
—No quiero molestar ¬—dijo el aprendiz de escritor— más por vergüenza, que por otra cosa. Hasta que cedió por el frío inmenso, que, a esta hora de la madrugada, crece como filudos cuchillos que penetran hasta su alma; este frío intenso le hizo recordar aquella tarde en la Plaza Colón; donde le sudaron las manos hasta congelar y destrozar su corazón.
Jhudit Archer, luego de dejar a buen resguardo a Teobaldo; regresó a su faena de los días martes, jueves y sábado; ella, una amiga y un compañero se dedicaban a la pesca artesanal; más como hobby que para ganarse la vida, y para recordar a su padre fallecido; quien se dedicó toda su vida a la pesca y que un fatal día, la bravura del mar se lo tragó; y nunca más volvió a ver a su padre. Esto sucedió, cuando Jhudit tenía un poco más de 15 años; ese es el motivo por el cual ella, no quería alejarse del mar e inconscientemente sentía que su padre estaba a su lado, cuando estaba en la lancha lanzando la red; siempre les ha ido bien, no hay un día que hayan regresado, con los cestos vacíos. Regresó a casa a las once y algunos minutos, al entrar por el patio trasero, lo primero que vio fue al canario y su canto agradable, le gustó y se acercó a imitar con silbidos al asustado pajarillo; que luego de varios días volvía a ver la luz del nuevo día.
La señora Jana salió al encuentro de su hija, que llegaba con un cesto de fresco pescado, y que lo prepararía para el almuerzo. Luego del respectivo abrazo de bienvenida, doña Jana se ponía muy feliz; al ver de regreso a su hija. Los riesgos de salir de pesca, son grandes y a pesar de los años transcurridos; no podía olvidar a su esposo, que nunca volvió y que se llegó a pensar, que las hadas que habitan esas islas; lo habían capturado y enloquecido para tenerlo bajo su dominio. Jhudit le comentó a su madre, del joven que había encontrado en la madrugada, en las escalinatas de la estación del tren; y que lo había traído a la casa.
—Ya lo conociste? —preguntó la chica.
¬—He visto la jaula del canario, pero no al dueño. —contestó la señora.
—Debe estar cansado y hambriento. —replicó Jhudit—.
—Iré a tocar su puerta para invitarle el desayuno. —dijo Jana.
—Voy yo mamá, tu prepara la mesa. —aseveró Jhudit.
La madre asintió con la cabeza y fue a donde su reinado, el lugar no permitido para otras mujeres, solo para las dueñas de casa. En el trayecto de unos cuantos pasos, hasta el lugar donde lo alojó; la chica recordó que, al presentarse, él no le dijo su nombre. Teobaldo, ya estaba despierto, aseado y leyendo uno de sus libros que siempre cargaba en la mochila; al sentir que tocaban la puerta del dormitorio, se deslizó ágilmente a abrir. Se sorprendió al apreciar la belleza inusual de la chica que anoche, con el cansancio y el frío, y el arropamiento extremo de ella no pudo distinguir en toda su magnitud; y hoy la vio completa, y sintió como si mirará el sol del medio día, lo cegó y sintió un aleteo de mariposas, en su obnubilado corazón; hecho añicos como una copa de cristal.
—Hola, gracias por todo, anoche no me sentí tan bien; no sé cómo hubiera llegado, hasta el amanecer. —mencionó como quien corre cien metros planos.
—¿Dormiste bien? —preguntó la chica.
—Como un rey, mi canario esta feliz. —contestó ya calmado—. Por cierto, mi nombre es Teobaldo Izquierdo, soy peruano con nacionalidad argentina, lugar desde donde hice el viaje a este hermoso lugar.
—¿A qué te dedicas, o solo viniste para hacer turismo y divertirte? —volvió a preguntar Jhudit.
—Estoy en este lugar, atraído por las hadas del rey Arturo. —respondió Teobaldo, con una sonrisa—. Y para escribir una novela donde incluyo personajes mitológicos y de la vida real.
—Que bueno, a mi me gusta escribir poesía; y leer todo tipo de narrativa. —aseveró la chica—. Vamos a almorzar y así te presento a la dueña de este hogar, —acotó Jhudit.
Teobaldo caminó detrás de la chica, admirando su belleza y ojos azules; luego de la presentación ante doña Jana, degustaron de un exquisito y saludable almuerzo; donde primó el rico pescado recién extraído del mar.
—¿Dónde te alojarás y cuánto tiempo estarás por estas tierras? —pregunto doña Jana.
—Dónde alojarme, no sé. Cuánto tiempo, esa pregunta también me la estoy haciendo; y no tengo respuesta. —contestó el escritor novato.
—Puedes quedarte aquí, ese cuarto está vacío; y conversa con mamá cuánto podrás pagar, así tendremos compañía y un dulce despertar, con el canto del pajarillo. —dijo Jhudit—. Con una mirada de aprobación de su madre.
—No. —dijo suavemente Teobaldo—. Necesito un lugar con pocas comodidades, y alejado del bullicio de la población. Buscaré una cabaña solitaria.
—Tenemos una cabaña en la isla más próxima, hace mucho que está abandonada; y posiblemente sea madriguera de alimañas y bichos raros. —acotó doña Jana.
¬—¡Esa me gusta…! La quiero. —dijo Teobaldo, casi a punto de saltar de alegría.
CAP II
Luego de acordar el pago de la cabaña por mes, y hacer el abono respectivo; Teobaldo les dice que mañana temprano irá a conocer el lugar y observar la cabaña. Jhudit se ofrece para ir a la isla, y ayudar en la limpieza de la cabaña; limpiar el jardín y todo lo que pueda hacerse para darle una nueva cara, a la cabaña abandonada hace mucho tiempo; todo esto bajo la atenta mirada de doña jana, sentada a un extremo de la mesa. Jhudit contrata a su compañero de pesca Gohan Baker, quien tendrá como misión ir tres veces por semana, a hacer la limpieza de la cabaña y los lugares aledaños que están llenos de maleza.
Entonces, al día siguiente, después de tomar un delicioso desayuno, los tres emprenden rumbo al embarcadero, donde Jhudit tiene una pequeña lancha; la que usaran para llegar a la isla de Nolav, al estar todos acomodados, Gohan prende el motor y en menos de media hora, ya están pisando tierra en la isla donde Teobaldo empezará a escribir su primera novela. El escritor novato está asombrado por lo hermoso que es cada rincón de la isla hasta donde sus ojos pueden ver; hay mucho trabajo por hacer, para darle nueva vida a la cabaña, hacer lo necesario para restaurar algunas partes de las paredes, para que el frío o algunas alimañas no ingresen.
Jhudit recordó todas las cosas bonitas, que vivió junto a su padre y hoy su ausencia le causó malestar en el estómago, y a sentir un poco de náuseas. Se alegró que, a pesar de las inclemencias del clima, del tiempo de abandono de las plantaciones, aún persistan los manzanos y algunos de los melocotones, sembrados por su padre. La neblina es abundante durante las madrugadas, hasta muy avanzada la mañana, esto dificulta todo trabajo a cielo abierto. Recordó también, que su padre le contaba historias de brujas, que habían habitado en esa isla; y ya no tuvo miedo como cuando era pequeña.
Entre los tres el trabajo de limpieza se hizo no tan tedioso, la cabaña estaba llena de telarañas, bichos, y ratas que abundan en el campo. Al terminar la faena, como a las dos de la tarde; Jhudit sacó una bolsa con pescado a la plancha, pan casero con abundantes pasas y una botella de vino, preparado por doña Jana; los puso sobre la mesa que, a pesar del tiempo, estaba manchada; pero sin muestras de picaduras de insectos roedores de la madera. Los tres empezaron a degustar este manjar, que se esperaba con ansias ya que sus cuerpos estaban a punto de ser doblegados por el hambre.
Es la primera vez que Teobaldo pisa una isla. Jhudit le cuenta historias de quienes vivieron allí, muchos siglos antes, en la época del Rey Arturo y todas las hadas, que algunas eran buenas y otras terriblemente despiadadas y sanguinarias. De pronto todos notan una atmósfera extraña en el ambiente, y en ese momento se siente que una sombra cruza la puerta; las cortinas están semi cerradas, no entra la luz del día por completo y una sensación sobrenatural acecha el lugar. Una presencia demoníaca invade toda la habitación, un orbe dorado como una bola de cristal, del tamaño de una pelota de futbol que emite centellantes luces, flota en el aire sobre Teobaldo, es la primera vez que sucede esto tipo de manifestación en la cabaña y todos lo han visto y sentido; en cuestión de segundos ha desaparecido dejándolos perplejos, sin saber que decir. Cuando Jhudit va a mirar por la ventana, descubre que el aire parece estar cargado de electricidad estática; y siente que algo la observa. Una anciana con cabello largo y negro aparece detrás de la cortina y los vidrios de la ventana, sobresaltándola, y luego desaparece ante sus ojos.
Teobaldo a quedado solo en la cabaña, está solo en una isla con mucha carga negativa de seres que habitaron esa porción de tierra; eso era lo que él estaba buscando para empezar su novela “El péndulo de la tristeza”; desde que llegaron a limpiar la cabaña para vivir en ella, ha sentido algo extraño, una rara energía y hasta sonidos en sus oídos; y no se los comentó a sus acompañantes. El cielo ya estaba completamente oscuro, cerró las ventanas por completo, abrigó a su canario dando una vuelta a la jaula con una de sus camisas; sacó el encendedor de su bolsillo para prender una lámpara de kerosene, y siente que alguien lo observa. Se acomoda en la mesa y extrae su laptop de su maletín, la extensión ya está conectada y prende la máquina, mientras carga espera unos segundos; abre unos archivos de Word y se distrae leyendo algunos escritos sobre el trabajo que empezaría; como si estuviera frente a un hipnotizador, siente un gran cansancio y el sueño lo vence.
Sueña que está entusiasmado escribiendo, y como título de la novela de fantasía escribe, lo que hemos mencionado anteriormente “El péndulo de la tristeza”, como preámbulo escribe: Poco después de haber llegado a la cabaña, he estado viviendo con la rara sensación de ser observado por una presencia benigna o maligna, no lo sé; hasta el momento solo ha sido eso, una rara sensación. No puede ser mi imaginación, porque no puedo deshacerme de la sensación sin importar cuánto lo intente. La soledad de vivir en esta cabaña tampoco ayuda, si sigo así no sé cuánto tiempo podré soportar; yo estoy decidido a concluir mi novela. No puedo compartir mis experiencias con nadie porque no quiero que la gente piense que estoy loco o que me lo estoy inventando. Es como si alguien me estuviera siguiendo, pero no hay nadie allí. Podría ser mi imaginación, pero ha estado sucediendo desde el instante que llegamos a la isla y está empezando a cansarme.
Todo era como años antes, mi vida llena de pesadillas y ningún sueño; por lo que decidí alejarme de mi patria natal y de mi segunda patria, por unos años; para vivir en soledad con la esperanza de escribir el libro que aún no tiene nombre, salvo los pensamientos que he tenido por el rompimiento sentimental que viví. Es mi primera noche en esta cabaña, está ubicada al costado oeste de una gran isla en la costa sur oeste de Londres. El propietario no lo ha visto en muchos años. La cabaña la describo como pequeña y vieja pero aún en buenas condiciones, tiene plantaciones de manzanos y melocotones; con abundante maleza, es como una pequeña selva de unos cuantos metros. La noche trae sueños desconcertantes, yo tengo pesadillas horripilantes; en este instante, la sensación de que alguien más está en el techo de la cabaña, observándome con sus ojos demoniacos; me hace sentir miedo, y a pesar de lo feo que se siente no quiero despertar.
Se miró así mismo prender la lámpara de kerosene, para observar el techo y todo era silencio; de pronto aparecieron ante sus ojos marcas rojas de sangre en las paredes y un agujero triangular cortado en la pared del que cuelga algo de piel y cuernos de venado. En cualquier caso, pasó más tiempo del que debería haber sido visto solo dentro de mí y comencé a perder contacto con la realidad que algunos podrían decir que ya estaba al borde del delirio. Teobaldo está experimentando una presencia sobrenatural dentro de la cabaña y en la isla que lo está derribando espiritualmente desde adentro, dejándolo en contra de sí mismo, cuestionando su cordura, siempre preguntándose si todo está en su cabeza por alguna razón.
Empezará a creerlo. Sus sueños y pesadillas surrealistas han comenzado a abrumar a Teobaldo. —Esto que está viviendo es el preámbulo de su novela que aún no empezaba—. Entonces el silencio y la oscuridad lanzan una bola espinosa y curva que duele. Una presencia fantasmal, como una alucinación, aparece en la cabaña y luego comienza a desaparecer lentamente de la habitación. No sabe qué hacer con eso, él no se siente a gusto con esta forma vivir en pesadillas, pero al mismo tiempo no quiere despertar; se ve gritando con espada en mano y derrotando a los seres de ultratumba que han despertado para quitarle la cabaña y su sueño de escribir. La pesadilla se desvanece con el trino del canario y la comprensión final de Teobaldo, de que no hay nada sobrenatural en él y en su vida en la isla, pero no entiende porque ha estado experimentando alucinaciones durante bastante tiempo.
Ya pasó su primera noche en la isla de Nolav, al despertar se sintió triunfador; aún estoy con vida —dijo mirando su canario— retiró su camisa, la sacudió y se la puso encima de la remera con la que había dormido. Estaba experimentando lo que se afirmaba en la casa de doña Jana, en la Bahía de Nolav no se siente ni otoño ni invierno; salvo por las hojas que caen de los árboles lo que nos indica una estación, maravilloso lugar para quedarse a vivir eternamente, volvió a decir como un susurro. Y cuando abrió la puerta se sobresaltó, había una vaga figura flotando justo delante de él con un cuerpo de niebla.
Teobaldo es un hombre apasionado, con fuerte carácter y el miedo que tuvo en su niñez; desapareció a la edad de 13 años, hace algunos días su corazón fue destrozado; por aquella mujer a la que idolatró, la amaba tanto, siempre lo decía y la tenía en sus más torpes pensamientos. Ese fue el motivo que lo obligó a irse lejos de Córdoba, donde laburaba como albañil; ahora él se siente destinado a vivir en esa isla con poco contacto, como un ermitaño. Disfruta de la soledad a regañadientes y su único compañero es un canario amarillo.
Teobaldo cerró la puerta de golpe, busco su encendedor y fue hacia la cocina de una sola hornilla, la prendió y en una olla puso agua vertiéndola de una botella de vidrio. Al rato estuvo degustando un delicioso café, no el que él hubiera deseado; pero era café, al fin y al cabo, sacó un paquete de galletas de su mochila; y listo el hambre de la mañana quedó atrapada en las neblinas de Nolav. Al salir de la cabaña el sol estaba llegando a su máximo esplendor, caminó rodeando la estancia, y se alejó un poco más hacia la orilla del mar; cuando sintió una resistencia, el ambiente estaba cargado de energía a punto de explotar. La fuerza se volvió más fuerte, hasta que fue literalmente empujado por una entidad que tenía una consistencia similar a la niebla.
Logró zafarse de aquella energía negativa y sus ojos pudieron apreciar a la luz del día, que eran dos fuerzas que luchaban sin hacer ruido; concibió en ese instante que en Nolav interactúan dos o más dimensiones, eso lo maravilló, pensando en la construcción de su narración; como pudo entre el miedo y la interrogante de lo que estaba sucediendo, subió a toda carrera el regreso a la cabaña. Ingresó y cerró por dentro con una llave antigua, se acercó a su canario y a través de las varillas de alambre, metió uno de sus dedos para acariciarlo; tratando de calmarse, tanto añoró las manos de su madre acariciando su cabeza; para calmarlo cuando llegaba llorando a casa, al ser maltratado por unos niños más grandes que él.
Por la tarde llegaron Jhudit, Gohan, y un chico de catorce años al que llamaban por su apodo el “lince”; dejaron sobre la mesa algunos víveres, Teobaldo agradeció por ello.
—Gracias Jhudit por todo, eso no está en el contrato. —dijo sonriendo— sonrieron los cuatro, mientras lince miraba asustado para todos lados, dentro de la cabaña.
—Esto te lo apunto a la cuenta, cuando termines tu libro y seas famoso, me lo cobraré. —dijo la chica— se escuchó un estruendo de carcajadas, mientras lince tocaba palmas.
—Antes de que cobres, ya estará en tus manos. —acotó el escritor.
—Eso espero y que sea pronto. —respondió Jhudit, mientras los acompañantes escuchaban en silencio—. ¿Cómo te fue la primera noche en la misteriosa isla? —preguntó la hermosa chica.
—No tan bien, como lo esperaba. —dijo Teobaldo.
—¿Por qué? —inquirió Jhudit— pasó algo —continúo.
—Ayer antes de dormir, se me ocurre prender la laptop y al leer unos archivos de Word me quedé dormido, como por arte de magia; y tuve muchas pesadillas, todas de hadas mágicas, para mi desgracia horripilantes y sanguinarias; querían atraparme y quitarme el alma, para ser su esclavo, eternamente. También he visto que tenían un esclavo en una sucia celda, a un hombre mayor de ojos azules, con un lunar por encima del ojo derecho, y barba blanca de unos 70 años, quizá un poco más. —terminó diciendo Teobaldo.
—Es mi padre, has descrito a mi padre. No puede ser posible. —dijo la chica—, con lágrimas en los ojos.
—Algo está pasando que quiere trastocar mi realidad y mi mundo. —acotó Teobaldo—, mientras Gohan y Harvey se miraban entre confundidos y asustados.
Teobaldo corrió hacia su maletín, retiró la laptop, la enchufó y acto seguido la encendió; abrió el archivo que supuestamente debería estar en blanco, por el inesperado sueño de anoche y que no pudo hacer nada; y grande fue su sorpresa que el preámbulo estaba completo, el primer capítulo ya tenía nombre; al volver la hoja para ver el título de su obra, no era lo que él había escrito, tenía otro nombre. “El péndulo de la vida eterna”.
CAP III
1 comentario
segundodionicioarce
Nunca en mi vida había recibido un curso de creacion literaria o novela, el curso con la Escritora Profesora me ha servido de mucho, cada clase he sentido que me impulsaba a escribir, así que el 17 de agosto empece con un titulo como lo detallo, luego mientras lo iba haciendo poco a poco lo cambie el titulo, EL PENDULO DE LA VIDA ETERNA, consta de 11 capitulos y un aproximado de 30 mil palabras; lo acabe de escribir el día sabado 24 de setiembre. Me he divertido escribiendo y en algunas partes me he sentido muy triste. He seguido los pasos indicados por la profesora. Mi trabajo o proyecto final esta en borrador tal y como lo he terminado, me aterra corregir... escuche a la profesora que ella en alguno de sus proyectos, ha tardado mas de 6 meses en corregir.
Lo hermoso de escribir es la investigacion que se tiene que hacer para ubicarse en el territorio donde se desarrollara el texto, primero lo ubique en Canada en una bahia de nombre Avalon; buscando en internet me llevó hasta Inglaterra y hablaba sobre el rey Arturo y las brujas, asi que me enganchó y cambien de lugar hasta las islas de Avalon donde se cree fueron enterrados los restos del rey Arturo. Yo cambien el nombre a Nolav; el otro tema fue buscar los nombre de origen ingles, mientras iba haciendo eso, fui cuadrando en un papel como seria la trama de mi texto, ya había seleccionado a algunas a algunas brujas para este texto y un mago inventado por mi quien ha fabricado un pendulo de la vida eterna, que era muy amigo de Merlín en mi libro, que al final de este texto despierta al mago Merlín.
Muy agradecido con la profesora Cristina Lopez. No he participado en el foro, siento que no tengo palabras para hacerlo, pido disculpas por ello.
No se si podré seguir publicando los capitulos que faltan, lo que se hace un poco dificil en el copiar y pegar.
Gracias.
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