Mi Proyecto del curso: Introducción a la escritura narrativa
por Raquel Muñoz Pérez @reki_7
- 63
- 1
- 0
CERAS
“1 - Dibujando un círculo, la puerta abrirás en lugar oculto de miradas.
2 - Cuando regreses, bórrala, nunca dejes una puerta abierta.”
Solo dos sencillas reglas. Solo dos. Fáciles de recordar, sencillas de entender. Porque algo que empezó siendo tan divertido, terminó de ese modo.
Aquellas misteriosas y a la vez curiosas reglas leyó en voz alta Mollie. Estaban escritas en la parte de atrás de una caja de ceras de colores, con letras irregulares. Se la encontró mientras curioseaba en una estrambótica y extraña tienda que había ¿encontrado por casualidad?, la cual no recordaba haber visto nunca por el barrio. Pues estaba segura de que si la hubiera visto, se acordaría de ella al instante. Paredes multicolores, puertas y ventanas azul cielo. Escaparates llenos de todo tipo de objetos que despertaron su curiosidad. Aquella tienda tenía cosas que la pequeña Mollie jamás había visto. Todas le fascinaban y a la vez le hacían poner los pelos de punta. Una cinta para el pelo larga hasta el suelo llena de plumas purpuras como la de los jefes indios, unas zapatillas de bailarinas rojo brillante, mariposas gigantes colgadas del techo, tapices de dragones que decoraban las paredes, …
Sin embargo, sin saber el porqué, aquella caja parecía que la estuviera llamando, como si la atrajera. Mollie no pudo resistir cogerla y abrirla. Parecían unas ceras de colores normales y corrientes, aunque los colores que en ella se encontraban, no eran para nada normales. Había un verde lima electrizante, un rosa chicle delicioso a la vista, un naranja calabaza, un blanco tan puro como la nieve recién caída y el negro más intenso y oscuro que hayáis visto jamás.
La pequeña acariciaba las ceras con la punta de sus dedos dudosa. Entonces, apareció el que parecía ser el dueño de la tienda. Si hubiera una palabra que lo describiera, sería, raro. Era muy alto, exageradamente delgado y vestía un traje tan llamativo como la tienda.
— No lo dudes más pequeña. Esta caja de ceras es idónea para ti. Si te la llevas, estoy seguro que pasaras una experiencia inolvidable. Solo debes seguir las instrucciones de la caja.
Aquel hombre le hacía poner los pelos de punta y cada vez que decía una palabra, le recorrían escalofríos por la espalda, pero aquella extraña caja de ceras le hizo no pensárselo por mucho tiempo y finalmente se las llevó.
Se fue derecha a su casa. Subió las escaleras a toda prisa y se encerró en su habitación. Sacó la caja de ceras, la abrió y aspiró su aroma. Le encantaba el olor de las ceras. Las miró detenidamente, pensando con cuál de ellas empezaría primero a pintar. Sacó unos folios de su escritorio y se decidió por el rosa chicle. Empezó a pintar lo que parecía una nube. Entonces, recordó lo que estaba escrito detrás de la caja. ¿Sería verdad? Si dibujaba un círculo con aquella cera, ¿Se abriría una puerta que la llevaría a algún sitio? No, imposible. “Menuda tontería” se decía en su cabeza una y otra vez. Pero,… ¿Y si fuera cierto?
Mollie miró la cera rosa chicle que sostenía entre sus dedos. Miró a su alrededor. Justo al lado del armario había pared suficiente para dibujar un círculo tan grande como ella. ¿Se atrevería a hacerlo? Después de dudar un poco, por fin se decidió y lo hizo, un círculo casi tan grande como ella, de un rosa chicle que daban ganas de comérselo. Como por arte de magia, este se rellenó solo. Creando una espiral roja y blanca, parecida a una piruleta gigante. Un pomo en forma de caramelo apareció, brillante y del color de las manzanas verdes.
La niña giró el pomo algo insegura. En cuanto abrió la puerta, un dulce olor inundó la habitación. Mollie aspiró aquel delicioso aroma profundamente y terminó de abrir la puerta. Detrás de ella encontró otro mundo. Era como un bosque, pero completamente distinto a los que Mollie había visto.
La hierba era regaliz verde, pequeñas piedrecitas de turrón y biscocho, altos árboles de tronco de neula y en sus copas, grandes pomposidades de nubes de azúcar. Crecía una especie de flores cascabel y piruletas al lado de arbustos de hojas de chocolates que daban pequeños y redondos chicles de colores. Y al fondo, podía verse un rio de gelatina de limón con un puente hecho de galletas de canela para atravesarlo.
Mollie no podía creerse aquel fascinante mundo que se encontraba frente a ella. Se dio el placer de pasear por aquel lugar mientras iba probando cada dulce que en él crecía. Entonces, notó una presencia, una mirada. Fue recorriendo poco a poco con la mirada, para ver si descubría quien la espiaba entre las sombras. Fue cuando lo vio. Mollie nunca había visto un ser como aquel. Le recordaba a un pájaro grande. Sus largas patas eran del mismo color que los troncos de los árboles, su plumaje del color del chicle, un enorme pico, pequeños ojos chocolate y unas plumas abultadas y despeinadas en lo alto de su cabeza.
Ese enorme ¿Pájaro? Estaba comiéndose una gran piruleta roja y verde, mientras la miraba fijamente. La niña no tenía miedo, es más, le pareció que su aspecto era bastante divertido. Intentó acercarse a aquel ser, pero cada vez que lo hacía, este se alejaba. Si ella daba tres pasos, tres pasos daba aquel extraño pájaro. Eso sí, sin dejar de mirarla ni un momento y sin dejar de comerse su piruleta. Finalmente, cansada de aquella persecución absurda, Mollie decidió que ya era hora de volver a casa. Buscó la puerta por la que había llegado a aquel lugar y regresó a su habitación.
Estaba a punto de irse a dormir, cuando recordó la segunda regla. Así que cogió un trapo que tenía y borró el círculo. La puerta se desvaneció.
A la mañana siguiente se fue al parque con la caja de ceras en la mochila. Buscó un rincón solitario. Sacó la caja y miró las ceras divertida. ¿Cuál de ellas utilizaría ahora? Se decantó por la verde lima electrizante. Dibujó un círculo en el suelo y esperó a que apareciera la puerta. No tuvo que esperar mucho, antes de que apareciera una puerta de forma de rombo, que parecía una cristalera con diferentes tonalidades verdes. Un pomo de metal en forma de hoja de nenúfar se fue creando, de un verde intenso. Mollie la abrió y pasó por ella.
Llegó a un prado con olor a hierba fresca recién cortada. Estaba lleno de flores de varios colores, que se mecían con el suave aire. Todo le hubiera parecido normal si no fuera, porque las flores, la hierba, todo era gigantesco.
- O todo aquí es enorme, o yo me he encogido. Ya le decía yo a mi madre que me acabaría encogiendo de tanto bañarme –dijo entre risas.
Se paseó entre la sombra de aquellas enormes flores, disfrutando de los rayos de sol que de vez en cuando se colaban entre ellas y calentaban su piel. Aspirando el delicioso olor a polen. Aquel paseo estaba resultando muy relajante. Sin embargo, cuando la flora es de ese tamaño, uno se puede imaginar cómo serán los insectos del lugar, ¿cierto? Fue algo en lo que Mollie no pensó, hasta que se encontró con una enorme mariquita que la miró algo confusa.
A Mollie le pareció increíble encontrarse una mariquita de ese tamaño. Era uno de sus insectos preferidos, así que estaba encantada, hasta que la mariquita parecía que intentaba ¿comérsela? Mollie salió corriendo perseguida de aquella hambrienta y gigantesca mariquita. ¿Pero porqué? ¿Por qué intenta comerme? Se preguntaba mientras buscaba donde esconderse.
¿Quizás la mariquita la confundió con un pulgón? Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos, es que a Mollie le costó encontrar la puerta para regresar. Puede que por ser del mismo color que los tallos de las flores y mantenerse camuflada o por el miedo a ser devorada por una mariquita gigante.
Finalmente consiguió encontrarla, tras despistar al enorme insecto mientras se escondía detrás del tallo de una amapola. Cruzó la puerta rápidamente, la cerró y borró el círculo con la mano frotando algo frenética, por miedo a que a la mariquita le diera por cruzar la puerta también. Cuando hubo terminado, se quitó el sudor de su frente mientras suspiraba aliviada.
Después de comer, decidió probar suerte con otra de las ceras, esta vez con el naranja calabaza. Iba a hacerlo en su cuarto, pero entonces recordó a la aterradora mariquita. ¿Estaba segura de dibujar una puerta en su habitación? Cogió la caja de ceras y salió de casa, mientras su madre le gritaba desde la cocina, que no regresara muy tarde.
Se fue a la parte trasera de la escuela. Ahora estaba vacía por las vacaciones, así que no pasaría nada si algo intentaba seguirla. Dibujó el círculo naranja, este cambió de forma en una gran calabaza de madera anaranjada. Se notaban los nudos de la madera que hacían pequeños remolinos. Luego aparecieron unos triangulares ojos y una enorme sonrisa de dientes picudos. El pomo tenía la forma de una gominola de maíz, con sus respectivos colores, blanco, amarillo y naranja. Giró aquel blandito pomo y abrió la puerta.
Se encontró en medio de un campo de calabazas de halloween. Mollie iba cautelosa, mirando por todos lados, temerosa de lo que se pudiera encontrar. Después de varios minutos sin que nada sucediera, respiró tranquila y se relajó. Entonces contempló más detenidamente aquel lugar. Había calabazas por todas partes, de todos los tamaños y de todas las formas y tonalidades posibles. Incluso había calabazas blancas y verdes con motitas amarillas. Eso sí, todas con caras talladas, con diversas expresiones. Algunas escalofriantes, otras divertidas, intrigantes, curiosas, originales y otras incomprensibles.
Mollie se agachó para observar una que estaba tallada sacando la lengua. Le pareció que le guiñó un ojo. Se incorporó sorprendida. Meneó la cabeza varias veces, se frotó los ojos y volvió a mirar a la calabaza. Nada. “Me lo habré imaginado” pensó. Se puso a reír ante la idea de que una calabaza pudiera guiñarle un ojo, cuando empezó a oír una melodía. Empezó con un tono suave, ligero, como un susurro, luego empezó a hacerse más y más fuerte. Era una especie de música festiva. Después, las calabazas se fueron iluminando una a una, hasta que todo el campo estuvo lleno de una cálida luz anaranjada. La niña miró hacia todos lados, intentando encontrar el origen de aquella música.
- Nada por este lado, y nada por este otr…
Mollie se interrumpió cuando al darse la vuelta, se topo cara a cara con ¡UN FANTASMA! Salió corriendo para esconderse detrás de una enorme calabaza bizca. El fantasma por el contrario, se quedó allí, mirándola. Entonces, empezaron a aparecer muchos más fantasmas y se pusieron a ¿bailar?
Todos los fantasmas se pusieron, sí, sí, a bailar al son de la música. Mollie les miraba desde su escondite. Parecían estar pasándoselo muy bien. El fantasma de antes se acercó a ella y le hizo un gesto para que lo acompañara y se uniera al baile. Ella dudó un poco, pero luego pensó ¿Cuándo voy a tener la oportunidad de bailar con unos fantasmas de nuevo? Así que acompañó al fantasma, se juntaron con sus compañeros y se pusieron a bailar.
Estuvieron bailando hasta que el sol empezó a salir de nuevo. Luego, la música cesó y los fantasmas se despidieron de la niña mientras iban metiéndose dentro de las calabazas del huerto. Mollie se fue hacia la puerta para regresar, habían pasado muchas horas, seguro su madre la regañaría. Su sorpresa fue cuando al volver vio que apenas habían pasado unas horas. “¿Quizás el tiempo no pasa del mismo modo en otros mundos?” concluyó.
Feliz y despreocupada, se fue en busca de otro lugar donde dibujar un nuevo círculo. Como tenía intención de usar la cera blanca, pensó que sería buena idea hacerlo sobre un fondo oscuro, para que se viera mejor, así que se fue en busca de alguna pared oscura.
Recordó que la pared del recinto de la piscina era de un azul marino con pececitos y burbujas dibujados. Como si fuera el fondo del mar. Seguro que si dibujaba un círculo blanco, nadie se daría cuanta. Se fue hacía allí a toda prisa, cogió la cera blanca y dibujó un gran círculo con ella.
El círculo empezó a soltar un vaho frío, la parte interior se fue escarchando hasta convertirse en una esfera helada y medio traslucida. El pomo se fue creando despacio, hasta que apareció un precioso copo de nieve. Mollie no podía esperar de emoción por ver que le aguardaría aquella preciosa y cristalina puerta. Abrió de golpe y una gran bocanada de aire helado congeló sus mejillas. Todo era nieve y de la blancura más pura cuando se asomó por la puerta. Era una imagen realmente espectacular y preciosa, aunque muy fría. Mollie decidió ir a casa a coger su abrigo más tupido para poder ir a explorar aquel paraje helado.
Su madre se sorprendió cuando la vio entrar por la puerta a todo correr y salir de nuevo con un anorak, la bufanda, el gorro de lana y los guantes.
- Es que hace mucho frío –le contestó la niña antes de salir con una enorme sonrisa y un portazo.
- ¿Frío? Pero si estamos en pleno verano.
Mollie se colocó bien el gorro, la bufanda y se adentró en aquel helado paisaje. No se percató cuando volvió al lugar de la puerta, que todo el alrededor de esta estaba llena de nieve y parte de la pared había empezado a helarse.
No sabe cuánto tiempo se paso jugando en la nieve, construyendo pequeños muñequitos, tirándose colina abajo, intentando hacer formas con el vaho que salía de su boca y haciendo ángeles de nieve. Cuando ya se sintió cansada, decidió que ya era hora de volver a casa. Después de pasar por la puerta, se sacudió la nieve de su ropa y se fue a casa para cenar con una sonrisa de oreja a oreja.
El día parecía ser perfecto. Había bailado con fantasmas, jugado con la nieve en pleno verano y para cenar su madre había hecho uno de sus platos favoritos, macarrones con mucho queso y de postre ¡FLAN CASERO! ¿Podría el día ser mejor?
Pensó Mollie, ya estirada en su cama. Estaba tan emocionada por todo lo ocurrido durante el día, que no podía dormirse. Empezó a recordar todo lo que había visto y lo bien que se lo había pasado. Entonces, recordó la caja de ceras. Aún quedaba una que aún no había utilizado. Mollie dudaba. ¿Era mejor usarla ahora o esperarse a mañana?
- Mejor usarla hoy, así el día acabará siendo aún mejor –se dijo a sí misma.
Pronto descubriría que no había sido una buena idea. Se fue sin hacer ruido hacia su escritorio y abrió la caja de ceras. Solo quedaba la de color negro. La cogió y buscó donde hacer el círculo. Esta vez sería debajo de su cama. Se deslizó por debajo hasta situarse justo en el centro. Dibujó el círculo despacio, dándose su tiempo, imaginando las maravillas que se encontraría. Cuando estuvo terminado, este empezó a rellenarse como había pasado con los demás.
Pero esta vez, no cambió de forma, solo se rellenó de un negro profundo. Un pequeño pomo peludo y redondo apareció. Ella intentó girarlo, estaba bastante duro. Pero siguió intentándolo hasta que por fin consiguió girar el pomo y abrir la puerta. Al hacerlo, no sintió ningún aroma, ningún aire frío o caliente saliendo de ella, como había pasado con las puertas anteriores. Solo oscuridad.
Aún así, Mollie estaba decidida a explorar aquel mundo, a fin de cuentas, todos los otros habían sido divertidos. Cogió una linterna y atravesó la puerta.
Nunca podría describir con exactitud las horribles cosas que Mollie descubrió en aquel lugar. Los escalofriantes sonidos que allí escuchó, que pondrían la piel de gallina incluso al más valiente de los seres.
Salió de aquel horrible lugar tan pronto como pudo. Apenas fueron unos minutos los que pasó allí dentro, pero a ella le pareció que habían sido horas. Se fue directa a la habitación de sus padres en busca de protección.
- ¡HAY MONSTRUOS BAJO MI CAMA! –gritó asustada, despertando a sus padres.
- No puede haber monstruos bajo tu cama cariño –intentó tranquilizarla su madre mientras le acariciaba la cabeza.
- Los monstruos no existen –le dijo su padre mientras se levantaba de la cama- ahora iré a tu cuarto y te lo demostraré.
- ¡No, no vayas! –quiso detenerlo la niña mientras le cogía de la manga del pijama.
Pero su padre reía mientras se calzaba las zapatillas. Luego se fue hacia la habitación de su hija. Abrió la puerta del cuarto que la niña había cerrado de un portazo al salir. Nada. La habitación era de lo más normal. Miró dentro del armario, nada.
- ¿Ves? No hay nada en tu habitación –le dijo entre risas a su hija que se escondía temblando detrás de su madre desde la puerta.
Nada detrás de las cortinas. Ni en la caja de los juguetes. Entonces se agachó, retiró las sábanas de la cama y miró. Solo una gran oscuridad. Solo una peluda garra saliendo de un agujero. ¡UNA PELUDA GARRA SALIENDO DE UN AGUJERO!
El padre de Mollie se echó hacia atrás aterrado. Algo gruñó de debajo de la cama. Algo se movió debajo de la cama e intentaba salir.
Mollie y sus padres salieron corriendo de la casa. Mientras atravesaban la calle, fueron abordados por fantasmas que empezaron a danzar a su alrededor. Se oyeron gritos de gente saliendo de sus casas perseguidos por fantasmas y monstruos, mientras iban cayendo al suelo. Les costaba caminar sin resbalarse, pues el suelo estaba algo helado.
Todos los habitantes de aquel pequeño pueblo huyeron. Mollie también, en brazos de su madre, miró como dejaban atrás cada casa conocida, cada lugar donde había jugado, y… un momento. Allí. Allí donde tenía que estar la tienda donde compró las ceras. Ahora solo había un enorme hueco entre dos casas.
Algunos aseguran que aquello nunca sucedió, otros que es solo una historia para asustar a los niños. Otros, en cambio, dicen que fue así como los monstruos y fantasmas llegaron a nuestro mundo.
¿Y TÚ? ¿QUÉ CREES?
0 comentarios
Entra o únete Gratis para comentar