Mi Proyecto del curso: Técnicas de escritura creativa: conmueve a tus lectores
por Gustavo Rodríguez @gustavoescribe
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(A la manera en que un repostero muestra paso a paso la edificación de un pastel, para este curso decidí empezar de cero con la escritura de un relato, como quien parte del trigo para la harina hasta que remata los últimos detalles, compartiendo las principales decisiones que un escritor debe tomar.
Aquí puedes ver parte del resultado).
La mitad de un segundo
Gustavo Rodríguez
Cuando escuchó la lejana corneta del panadero, Aidilio Meza supo que era hora de alistarse. Apartó el libro que estaba leyendo y caminó a su ropero. Se puso el pantalón negro y la camisa blanca, verificó que sus zapatos reflejaran la claridad que entraba a su cuartito y salió al baño a peinarse con una zanja en el costado entrecano. Sin embargo, no terminó de completarse el atuendo. Se abrigó con una chompa en lugar de ponerse la chaqueta y la introdujo en un maletín portasacos, no sin antes asegurarse de resguardar en un bolsillo la corbata de pajarita. Antes de partir, realizó dos acciones imprescindibles: cogió el estuche con reverencia y se despidió de su hermana. La encontró en la salita, con las piernas varicosas levantadas, viendo un programa de concursos.
–¿Ya te vas? –redundó ella, por decirle algo con afecto.
Aidilio Meza se acercó a darle un beso en la frente y ella aprovechó para quitarle una pelusa a esa chompa que le había tejido hacía tanto.
–Que el tráfico te sea leve –sonrió la mujer, antes de volver a posar la mirada en la pantalla.
–Uy –se permitió él una interjección.
Volvió con paso más ligero a su habitación y cogió el libro que se estaba olvidando: no imaginaba el trayecto que le esperaba sin tal escape.
–Ahora sí –le dijo a su hermana a la volada, antes de cerrar la puerta de roble.
La tarde lo recibió precipitándose entre las montañas áridas. Mientras caminaba al paradero al vaivén de su leve cojera, las calles se le mostraban vacías. Para cuando llegó al terminal de colectivos solo se había topado con un cuarteto de chiquillos peloteando en un pasaje mientras cantaban los primeros mirlos. En vez de sentarse y esperar en la banca empolvada, decidió preservar la pulcritud de su pantalón y el tiempo le dio la razón: a los dos minutos apareció la combi mugiendo. Cruzó los saludos de siempre con el conductor y el cobrador, se agachó bajo el techo de lata y ocupó su asiento junto a la ventana acostumbrada.
La combi arrancó. Aparte de él iba una pareja de ancianos que, seguramente, visitarían a algún retoño en la ciudad. Antes de abrir su libro, Aidilio Meza esperó a que los últimos baches del pueblo dejaran de zamaquearlo: atrás quedaba esa villa que en tiempos de sus abuelos había sido un refugio burgués para buscar el sol en invierno y que hoy era un lejano satélite urbano. Cuando la casona de los Enríquez, hoy convertida en hotel, pasó ante su ventana, se cercioró de tener asegurado su estuche entre las piernas y por fin abrió su libro en el marcador. Los siguientes kilómetros acompañó a Mendelssohn en sus viajes a Inglaterra, antes de que fundara el conservatorio de Leipzig y, más aún, de que fuera minimizado como un romántico conservador y, encima, judío. Durante su lectura no se perdió de nada que sus ojos no se hubieran grabado en los últimos años a través del vidrio: los pocos sembríos del valle que se resistían a ser urbanizados, los cerros a ambas márgenes del río mostrándose más poblados conforme se acercaba la ciudad, las mototaxis que surcaban las transversales polvorientas, los letreros que anunciaban los paraderos de Morín, Puentesolo, Sauce Roto, Zapallitos, Roca Roca, Puquial, La Fontana; la luz que había ido cediendo y los pasajeros que habían ido subiendo.
Cuando había transcurrido cerca de una hora –Mendelssohn ya estaba por fundar el primer conservatorio alemán– notó que sus ojos ya no podían seguirle exprimiendo lectura al papel. Cerró el libro, tanteó que el estuche siguiera entre sus piernas y descansó los ojos durante cuatro compases. Cuando los volvió a abrir, la ventana le mostró los primeros postes encendidos del mercado de frutas de la metrópoli. En tanto los comerciantes mayoristas cerraban sus negocios, los vendedores de comida y emoliente encendían sus lamparines. Se sobresaltó: ¿llegaría tarde?
(Te invito a entrar a mi curso para que veas cómo terminé este relato, mientras explico paso a paso las decisiones más importantes sobre su escritura).
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