Eres el motivo
por Zhandra Arévalo @zhandraarevalo
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Dejo por acá el primer capítulo de una idea que llevaba tiempo rondando mi mente, y que he podido desarrollar mucho mejor gracias a los consejos y aprendizajes obtenidos en este curso.
Espero les guste.
Capítulo 1– Te envié mi dirección. ¿No vemos hoy en mi piso? –
Me sorprendí al recibir aquel mensaje. Cameron siempre había sido muy cerrado con su vida privada. Cuando no nos veíamos en la Universidad o nos encontrábamos en algún restaurante o antro, terminábamos en mi piso.
Siempre sentí curiosidad por el lugar en donde él vivía. ¿Cómo sería? Llegué a suponer que podía ser muy desordenado, y por ello le daba vergüenza tener invitados, pero de alguna forma lo creía altamente improbable. Cameron siempre iba pulcro. Jamás lo había visto despeinado o con alguna mancha en la ropa.
Otra teoría que me había planteado era que vivía con algún familiar, quizás enfermo, que no estaría contento con las visitas. Pero tampoco lo creí correcto, Cameron nunca hablaba de su familia, nunca se excusaban diciendo “me esperan en casa”, ni cosas similares.
La última, y con la que había decidido dejar de lado mis teorías conspiratorias, era que Cameron en realidad era un delincuente, o tal vez un espía. Eso explicaría muchas cosas sobre él, pero, de nuevo, no encajaba con el hombre que había aprendido a conocer en los últimos cinco años.
A pesar de ello, debo admitir que me impresionó cuando finalmente conocí el lugar donde vivía.
El lugar era amplio y con grandes ventanales. Podía imaginarlo por el día, con mucha luz natural entrando por las ventanas. Tenía pisos de granito reluciente. Y todas las paredes pintadas de inmaculado blanco. Poseía un estilo moderno e impersonal.
Podía verlo reflejado en ese lugar, de la misma manera que, si no hubiese sabido de antemano a quién pertenecía, jamás lo habría adivinado. No había ni una sola fotografía familiar en todo el salón principal. Aunque, claro, yo no podría decir mucho al respecto.
Cuando vine a Cambridge a estudiar, decidí que no dejaría que la influencia de mi familia marcase mis relaciones con mis compañeros o profesores. Por ello, había solicitado al decano que, en todos los documentos no oficiales, se mostrase mi nombre con un apellido falso. También por eso todas las fotografías familiares que mi madre me había hecho empacar, habían terminado en una caja bajo mi cama durante todos esos años.
A mis 24 años, siendo miembro del Clan escocés MacKenzie, había sido toda una osadía mantener mi rostro en secreto. La sociedad en general conocía mi existencia y mi nombre, pero no se había publicado nunca una fotografía mía. ¿Cómo lo había logrado? Evitando tanto como podía a los camarógrafos y, principalmente, manteniéndome lejos de las redes sociales.
Cuando era pequeña, un paparazzi había provocado un accidente en el que habían muerto mi abuela y mi padre. Logramos sobrevivir mi madre, mi hermano, mi tío y yo. Mi abuelo, agradecía al cielo, no había ido con nosotros en aquella ocasión. Yo era muy pequeña para recordarlo, pero la preocupación de mi madre cada vez que mi hermano sufría ese acoso me llevó a evitarlo tanto como era posible.
Y yo podía ser una total desconocida para el mundo, pero el resto de mis familiares sin duda serían fácilmente reconocidos para cualquiera en el Reino Unido.
– ¿Tienes hambre? – Me llegó la voz desde la cocina, y la seguí.
Cameron estaba entregado a su labor. Sólo entonces reparé en el delicioso y familiar aroma. ¡Carne estofada! Era mi plato favorito, y él lo sabía.
Cada vez que íbamos a algún restaurante nuevo, era lo primero que pedía. Con la esperanza de encontrar alguno que le llegase siquiera a los talones al de mi tía abuela. Nunca lo hacía. Él había llegado a preguntarme por qué no me rendía, y simplemente pedía otra cosa. Yo también lo había pensado, pero estando tan lejos de casa, sentía nostalgia.
– ¿Tendré que simular que estoy encantada? – Aunque realmente tenía un olor exquisito, tras años de intentos fallidos, me había resignado. Igualmente agradecía su intento.
– Prepárate para sorprenderte. – Sonrió él.
No pude evitar pensar en lo distinto, y a la vez similar, que me resultaba ahora al compararlo con la primera vez que lo vi.
Era mi primer semestre en la Universidad de Cambridge. Llegaba tarde, como siempre, a la primera clase del día. Al entrar me extrañó verlo, él no había sido mi profesor inicial.
Nuestro profesor había sufrido un infarto, y él no era más que un profesor temporal. Lo cual hacía más sentido con lo joven que se veía. Recuerdo lo guapo que se veía en ese traje azul marino, con camisa blanca y sin corbata. Cuando se giró para encarar el pizarrón, más de una dejó escapar un suspiro. Admito que yo tuve que contenerme para no hacerlo también. ¡Tenía un trasero de infarto!
Al principio pensé que sería demasiado rígido, pero pronto demostró que estaba equivocada.
Su carácter afable y amigable hizo que todas las chicas en aquella clase desarrolláramos en distintas medidas una especie de fijación hacia él. Lo mío nunca se había desvanecido del todo en aquel tiempo, sin importar lo mucho por lo que habíamos pasado juntos.
– No sabía que cocinabas. – Mencioné de pronto, alejando aquellos lejanos recuerdos.
– No todos somos un desastre en la cocina. – Dijo él de manera burlona tras encogerse de hombros. A lo que respondí con un leve empujón.
– ¡Hey! Mi salsa italiana no es tan terrible. – La expresión en su rostro me indicó que sí lo era. Actué indignada, cuando realmente sabía la verdad. La cocina y yo no estábamos hechos el uno para el otro. Si era por mí, podía pasar hasta tres días sin comer. Por ello agradecía infinitamente por los delivery.
Sintiendo aquella extraña tensión que me embargaba cuando lo tenía demasiado cerca, decidí alejarme. Encontré la excusa perfecta al ver que tenía una copa de vino ya vacía en la isla.
– ¿Dónde guardas las copas? – Pregunté, sacando la botella de la nevera. Él disfrutaba el vino bien frío, y yo había aprendido de él. Saqué una copa extra del estante que señaló y serví para ambos.
Para amenizar el ambiente un poco, me aproximé a un equipo de sonido que se encontraba en un mueble junto al comedor que parecía no haber sido utilizado nunca. Lo encendí y, para mi mala suerte, una voz que conocía demasiado bien resonó desde el aparato. Lo apagué de inmediato.
Aquella voz pertenecía a un nuevo cantante de moda. Graham. Pero él no siempre había sido famoso. Un par de años atrás todavía cantaba por noches en algunos bares de la ciudad. Él había sido mi novio durante dos años. Mi encandilamiento por él rivalizaba incluso con el que había sentido por Cameron, sólo que más intenso.
Lo había conocido en uno de esos bares en los que solía cantar. No fue mera coincidencia. Su hermana Grace resultaba ser mi compañera de habitación por aquel tiempo, y me invitó a verlo. Esa noche después de su presentación, Grace se excusó vagamente, y nos dejó solos. Pasamos la noche hablando, y vimos juntos el amanecer. Después de eso, yo juré que había sido amor a primera vista.
Cuando me dejó en nuestro segundo aniversario para poder concentrarse en su carrera musical fue un gran golpe para mí. Yo sola me había imaginado un futuro a su lado, una vida tranquila, con hijos y muchas noches de quedarnos hablando hasta el amanecer. Evidentemente eso no es lo que él quería.
No debí sorprenderme cuando, sólo unas semanas después, lo vi del brazo de una modelo latina de piel canela y ojos almendrados.
El imbécil incluso tomó uno de los poemas que escribí para él y lo convirtió en la canción que lo lanzó al estrellato. Definitivamente lo único que tenía para agradecerle era que, gracias a él, había conocido a Cameron en una faceta distinta a la de profesor.
Cameron y Graham tenían casi la misma edad, siendo el último apenas unos años menor. Eran grandes amigos, y Cameron iba con frecuencia a ver sus presentaciones. Hasta donde tengo entendido, fue Cameron quien le prestó el dinero para poder grabar su disco. Graham simplemente lo tomó y desapareció.
El único motivo por el que no me derrumbé por completo en aquel entonces, es porque Cameron estuvo a mi lado. Fue el hombro sobre el que pude llorar, se convirtió desde entonces en mi consuelo y mi mejor amigo.
Sentí un par de brazos rodearme desde la espalda. No me di cuenta de lo tensa que me había puesto hasta que mi cuerpo se relajó ante aquel gesto conocido.
– Estoy bien. En serio. – Le aseguré, aunque él nunca me creía. Por doloroso que fue el rompimiento, creo que lo que más herido dejó Graham fue mi orgullo, no mi corazón. Pero Cameron parecía creer que, por las noches, todavía lloraba por él, o algo parecido, pues cada vez que alguien lo mencionaba en mi presencia, se tensaba automáticamente y me miraba como queriendo saber si me estaba afectando.
Si bien es cierto que todo se me revolvía al escuchar aquella canción en particular, no era por la pérdida. Simplemente me sentía estúpida por haberme enamorado de él.
Me giré y le rodeé la cintura con mis brazos, apoyando la mejilla en su pecho. Cameron era altísimo, y con mi escaso metro sesenta, apenas si lograba llegarle al hombro, con tacones.
Inspiré profundamente, llenándome con ese aroma masculino que lo caracterizaba. Ya reconocía a la perfección cada uno de sus perfumes, incluso les tenía un nombre en mi cabeza. El más común era el de diario, el que usaba con más frecuencia. Tenía un perfume de conquista, el que llevaba cuando tenía una cita, aunque ya hacía tiempo que no lo usaba, al menos no en un día que nos viéramos. Y, finalmente, estaba su aroma natural. Cuando salía apurado de casa o iba al gimnasio antes de encontrarnos, él simplemente olía a champú y, levemente, a sudor. A mi criterio, aunque todos me gustaban, este último era el más irresistible.
El de esta noche era su perfume de conquista. ¿Había tenido una cita antes de nuestra cena de los viernes? Incliné el rostro hacia arriba para poder verlo y molestarlo con el asunto. Siempre lo hacía pues, como con todo, él era muy discreto con sus conquistas.
No me dejó pronunciar palabra.
Tan pronto miré en dirección a su rostro, su boca asaltó la mía. No pude evitar el gemido de sorpresa que salió directo desde mi garganta.
Al principio fue un beso superficial, como si temiera que yo me alejara o lo rechazara. Con la sorpresa, aún si hubiera querido, no habría podido moverme. La verdad es que no quería.
Mis ojos se cerraron de forma automática, y me derretí en sus brazos. Él debió notarlo, porque enseguida profundizó el beso. Su lengua cálida buscó permiso para acceder a mi boca, ni corta ni perezosa, se lo concedí al instante.
Siempre me había preguntado cómo sabría su boca y, aunque lo había imaginado cientos de veces, mi imaginación no le hacía justicia a la realidad. Él era glorioso en todo sentido.
Cargándome con una facilidad pasmosa por la cintura, me sentó sobre la mesa del comedor y se hizo lugar entre mis muslos.
No sé en qué momento me aferré a su cuello, pero para ese momento yo le respondía con la misma necesidad con la que él me besaba.
Jadeé cuando se separó de pronto, justo cuando más lo estaba disfrutando, y me sonrojé violentamente ante el sonido necesitado. Todo mi cuerpo temblaba de deseo, y sabía que él me deseaba igualmente pues sentía la dura y caliente erección contra mi intimidad aún por encima de la ropa.
En él no había ningún signo de burla. Por el contrario. Me atrevería a decir que lo que veía en sus ojos era deseo mezclado con ternura. ¿Sería posible? No me decidí a preguntar.
– Será mejor que comamos, o me saltaré al postre. – Después de aquel insinuante comentario, simplemente depositó un beso rápido en mis labios y volvió a la cocina para servir la comida. Yo no pude moverme de ese lugar. Me sentí vacía, como si me hubiese dando la parte de mí que siempre sentí ausente, y me la arrancara de nuevo.Al momento de dar el primer bocado a la carne estofada, Cameron se concentró en observarme. Quería ver mi reacción ante el sabor de su receta de mi plato favorito. Realmente estaba delicioso. Incluso me recordaba al de la tía abuela Bethia, con algunas pequeñas variaciones.
De ahí en adelante la comida había fluido con total naturalidad, como si nada hubiera pasado. Yo quería saber tantas cosas, había tanto que quería preguntarle, pero al final me acobardaba y continuaba igualmente con la amena charla.
Las botellas de vino se fueron abriendo y acabando. Ya llevábamos tres, cuando se puso de pie y me tomó la mano y me llevó hasta el sofá, en donde me dio todo el espacio que no sabía que necesitaba hasta ese momento.
– Imagino que tienes muchas dudas. – Siempre me había sorprendido esa habilidad suya para leer en mí cosas que muchas veces me negaba a mí misma. Era como si pudiera leer mi mente. Él conocía todos mis miedos e inseguridades. Las había vivido conmigo en mis peores momentos.
– Llevas el perfume de conquista. – Fue todo lo que pude decir. Él pareció honestamente sorprendido. Al menos eso me daba la tranquilidad de que en verdad no leía mi mente, simplemente era perceptivo. Hasta que su expresión se volvió indescifrable. ¿Lo había ofendido?
– ¿Crees que eso eres para mí? – Sí, al parecer lo había ofendido. Se puso de pie como si quisiera liberar tensión. Yo seguía sin comprender el motivo de su repentino cambio de actitud. – ¿No te has dado cuenta en todos estos años? – La mirada que me dedicó en ese momento me hizo sentir que lo había lastimado de cierta forma. Eso me dolió más que nada.
– Lo siento, yo… –
Se giró de pronto y se puso de rodillas frente a mí, tomando una de mis manos entre las suyas bastante más grandes.
– Tú eres el motivo… – Lo que sea que fuese a decir, se vio interrumpido por el sonido de su móvil reclamando atención desde la cocina. Maldijo un murmullo y fue enseguida a tomarlo.
Mi corazón latía acelerado. Quería creer que sabía lo que él iba a decirme, pero mis inseguridades hacían que lo cuestionara todo. Cualquier gesto romántico que él había podido tener, dado que nunca me decía nada, terminaba convenciéndome que lo estaba malinterpretando todo. Y lo conocía, sabía que no es de las personas que se expresan con palabras, pero tenía miedo de salir herida nuevamente.
Me infundí algo de valentía, diciéndome a mí misma que era Cameron de quien estaba dudando, y tuve toda intención de hacerle saber que confiaba plenamente en él. Cuando llegué a la cocina su expresión había cambiado por completo. Había algo torturándolo.
Lo que le hubieran dicho en aquella llamada, lo había afectado. – ¿Estás bien? – Pregunté. El momento había pasado, pero sabía que más temprano que tarde tendríamos otra oportunidad.
– No podré llevarte mañana al aeropuerto. Debo tomar un vuelo esta misma noche. –
2 comentarios
cristinalopezbarrio
Profesor PlusBuena narración con tensión para el primer capítulo!
liakerana
Quiero saber cómo continúa 🥺
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