De repente, sin pedirlo, las nubes se abren, y agradezco el sol brillando con todo su aplomo en el infinito lienzo de azul profundo. El viento sabe que mi pelo esta creciendo de nuevo, y se empeña en peinarmelo, suavemente, con las púas saladas de su brisa templada. Y, así, dejo que el baile incesante de la barca me adormezca, al compás de las olas hambrientas de madera, mientras se me escapa la sonrisa, freqüente compañera, de esos placeres naturales y mínimos, dejando que la piel se tueste bajo la calidez del verano.
0 comentarios
Entra o únete Gratis para comentar