Historia de la Ilustración Botánica

Descubre cómo la ilustración botánica pasó de ser una herramienta médica a una manera de conectar con la naturaleza
Las flores forman parte de nuestro planeta, pero también de nuestra sociedad y nuestra cultura. Las usamos para decir "lo siento", "te quiero", "mejórate" y "adiós". Decoran nuestros cuadernos, nuestra ropa y nuestras casas y son, probablemente, una de las primeras cosas que aprendimos a dibujar, incluso antes de aprender a escribir.
Pero, aunque parezca que llevamos pintando flores desde siempre, en realidad la historia de la ilustración botánica empezó hace relativamente poco. De hecho, se podría decir que no pintamos prácticamente ninguna planta durante casi toda la humanidad. ¿Cómo empezó esta disciplina? ¿Y qué dicen las flores que hemos pintado a lo largo de la historia sobre nosotros? Descúbrelo en este vídeo.
Los inicios de la ilustración botánica
El comienzo de la agricultura fue el cambio que inspiró por primera vez a los humanos a plasmar las plantas en ilustraciones. Sin embargo, no fue por su belleza o por algún motivo estético, sino por su capacidad de curarnos o hacernos daño.
Para comprobarlo, basta mirar uno de los ejemplos más antiguos del uso de la ilustración botánica, un libro de Dioscórides llamado De Materia Médica en el año 50 d. C., que realizó gracias a los estudios de filósofos de la antigua Grecia como Aristóteles o Teofrasto. En este libro, las plantas se clasifican según su uso: medicina, veneno o alimento.

Esta manera práctica de abordar la ilustración botánica fue la que dominó la disciplina hasta que la corriente del Renacimiento en Europa trajo consigo una nueva manera de entender el mundo natural y el arte. Fue durante esta etapa de la historia comprendida entre el siglo XV y el XVI en que los artistas se dieron cuenta del potencial expresivo que ofrecía la naturaleza, que iba mucho más allá de su uso médico. Artistas como Leonardo Da Vinci convirtieron sus pinturas religiosas en la excusa perfecta para crear estudios y bocetos útiles a la vez que hermosos, y las flores y las plantas empezaron a hacerse un hueco en el arte.

Plantas que valían su precio en oro
Cuando los imperios europeos empezaron a crecer y expandirse a tierras lejanas, las efímeras plantas y las flores se convirtieron en verdaderos símbolos de poder y prestigio. Para presumir de tus riquezas y poder, no hacía falta utilizar oro y joyas: una flor podía comunicar tu estatus de la misma forma.
De hecho, la primera antología del mundo de ilustraciones florales ornamentales que se conserva es un libro realizado por Basilius Besler que documenta las plantas exóticas del príncipe obispo Johann Konrad. Ese libro, que tardó unos 16 años en completarse, es esencialmente un códice de las plantas que adornaban los preciosos jardines que rodeaban su palacio, Willibaldsburg.
Aunque estos jardines fueron destruidos en una incursión de tropas suecas en el siglo XVII, su contenido quedó preservado para siempre en las ilustraciones de Basilius Besler.

Por primera vez en la historia, las plantas se pintaban simplemente por su belleza y esto despertó un apetito insaciable. En los Países Bajos en el siglo XVII, la tulipomanía (o crisis de los tulipanes) provocó que el precio de los bulbos de tulipán alcanzara niveles desorbitados debido a la euforia especulativa del momento. Fue en ese contexto en el que el artista Jan Brueghel vio una oportunidad, y se convirtió en la primera persona en pintar bodegones compuestos exclusivamente por flores.

En vez de actuar como decoración superflua, las flores eran las protagonistas de sus pinturas. Brueghel, a quien apodaban “Flor” Brueghel debido al sujeto de casi todas sus pinturas, viajaba constantemente para encontrar nuevas flores que pudieran aparecer en sus bodegones. Además, en los arreglos florales que pintaba, se aseguraba de que las flores no se superpusieron para que todas pudieran apreciarse por igual.

La época dorada de la ilustración botánica
Aunque el afán por los tulipanes acabó decayendo después del final de la burbuja especulativa en el 1637, la fascinación por las plantas y las flores no desapareció. De hecho, en Francia los reyes exigieron a los mejores artistas del país que pintaran el mundo natural. A lo largo de dos siglos, se pintaron casi 7000 vitelas que capturaban la gran variedad de flores que se valoraban en la época: rosas, girasoles, lirios y flores y plantas de cualquier tipo han pasado a la historia gracias a esa iniciativa.

Pero sería un alemán quien definiría la época dorada de la ilustración botánica, y un sueco el que le acabó dando forma. El artista Georg Dionysius Ehret, botánico y entomólogo alemán, empezó su carrera trabajando como aprendiz de jardinero en el siglo XVIII, pero acabó pintando y estudiando la naturaleza en lugar de trabajarla. Ehret aprendió de los maestros franceses a plasmar las plantas con sus pinceles, y tal fue su contribución que un género de plantas con flores perteneciente a la familia Boraginaceae fue bautizado Ehretia en su honor.
Pero a pesar de su huella en la historia de la ilustración botánica, fue el sueco Carl Linnaeus, considerado padre de la taxonomía, quien le enseñó a Ehret exactamente qué pintar en sus composiciones. Linnaeus ideó un sistema en el que los detalles científicos importantes de una planta o flor se pintaban junto a las ilustraciones principales.
De hecho, es posible que este estilo de representación te suene bastante: eso es porque su éxito lo ha llevado a perdurar en el tiempo y a aparecer, incluso, en los libros de texto de hoy en día.

La naturaleza en un mundo industrializado
Las flores y plantas en el arte pronto empezarían a expandirse más allá de los marcos de los cuadros. A finales del siglo XIX y principios del XX, el "Art Noveau" floreció e intentó traer de vuelta la naturaleza a la vida moderna. Desde el arte hasta la moda, el diseño o la arquitectura, en un mundo en que la industria y el metal empezaban a ganar terreno, la naturaleza y sus formas orgánicas se convirtieron en un descanso para los artistas, y en una importantísima fuente de inspiración.

Incluso después de que la fotografía facilitase la captura imágenes botánicas detalladas con lentes macro, los artistas no pararon de plasmar la naturaleza con sus pinceles. Un ejemplo de ello son los ilustradores botánicos del siglo XX, como Margaret Mee, que combinó el arte con un mensaje ecologista. Esta pintora dedicó su vida a registrar la flora de la selva Amazónica, y sus pinturas se han convertido en el testamento de un ecosistema en peligro.

Aunque la humanidad tardó milenios en intentar capturar la belleza de las plantas por el puro placer de hacerlo, desde que comenzamos, nos fue imposible parar. La ilustración botánica nos ha enseñado, nos ha prevenido, nos ha inspirado, y es ahora una manera crucial de estar conectados a un planeta que podría desaparecer pronto.

De hecho, a pesar de que todos llevamos una cámara en el bolsillo y tenemos un archivo infinito de imágenes de cada tipo de flor y hoja a nuestra disposición, es muy revelador que todavía queramos capturar el mundo natural a través de nuestros ojos, pincelada a pincelada.

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1 comentario
jimenaz1763
Gracias por la información fue muy interesante. Ya quiero comenzar luego el Curso con Cori Craf