"Está lindo el barrio, ¿viste?"
by Malén D'Urso @malendurso
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El olor a pasto cortado da la bienvenida al barrio mucho antes de que se haya ingresado completamente. Las voces de las personas mayores que se conocen de toda la vida pero siguen dialogando sobre los mismos temas y los gritos de la juventud jugando al fútbol en la vereda también funcionan como un imán para cualquier visitante. Parecería que los molestos bocinazos, los ensordecedores caños de escape de las motos se anularan completamente al cruzar la calle Baigorria. Los carros tirados por tristes caballos también se vaporizan al pasar por allí y son reemplazados por las silenciosas y pacíficas bicicletas que se pasean plácidamente por las anchas calles asfaltadas. Una vez a la semana, unos pocos camiones alteran el tranquilo tráfico del barrio pero esto no incomoda a ningún vecino. “Los viernes a la mañana vienen a juntar los reciclables”, explica con el mate en la mano Aurora García, una mujer que tiene tantos años en el barrio como azaleas en su hermoso jardín.
Aurora es una de las más de 600 personas que integran la Asociación de Residentes de Parquefield y la orgullosa “socia número 13 del club”. Los casi cincuenta años que lleva en el barrio se traslucen en la mirada amable que lanza a través de sus lentes redondos, en la sonrisa acogedora con la que recibe a las visitas y en la ordenada cocina con puertas plegadizas que se esmera por convertir en la mejor recepción. Lo único que rompe la prolijidad de la sala es una revista pequeña con hojas impresas en blanco y negro que reposa abierta de par en par sobre el mantel a cuadros de la mesa redonda. “La vecinal hace una revista mensual y gratuita con noticias sobre el barrio. Mirala si querés”. Mientras paso tímidamente las páginas de la edición de septiembre, Aurora, con la mirada perdida en un punto fijo, recuerda su llegada al barrio. “Cuando vine todavía eran de tierra las calles y éramos muy pocos vecinos”. Hoy Parquefield cambió: las amplias calles están asfaltadas y son casi tres mil parquefielinos/as que disfrutan de la vida en el barrio y de las actividades de la vecinal. “Hacen yoga, talleres de pintura, deportes, contratan policías adicionales para la seguridad, organizan la recolección de basura…”
Parquefield se destaca por su autonomía. Por eso, recién en el año 2007, la municipalidad integró al barrio en el recorrido de los camiones recolectores de residuos reciclables gracias al pedido de la Asociación de Residentes. Durante casi siete años el servicio se mantuvo sin problemas, a pesar de que el interés por el medioambiente no creció estrepitosamente como se esperaba. “Yo no separo la basura porque es un lío y tampoco tengo tanta basura”, comenta aurora mientras vacía el mate en el tacho amarillo de su cocina, provocando que la yerba mojada caiga sobre una botella de plástico que desechó esa misma mañana. Un tiempo atrás, según uno de los avisos de la revista barrial “En marcha”, la vecinal recibió “un pequeño llamado de atención de los recolectores”, quienes denuncian que en el mes de junio el camión estaba prácticamente vació cuando terminó su recorrido y que si esto vuelve a ocurrir se cortará el servicio. Como es de esperar, las quejas se hicieron oír. Como no es de esperar (o tal vez sí), estas quejas no se dirigieron a aquellas personas que todavía no participan comprometidamente en la división de desechos, sino a los carros que “ya les tomaron el tiempo y fueron recolectando dichos materiales para sus propios intereses personales”.
Sin embargo, una de las características de Parquefield, junto con la generosidad de su gente para con la vecindad y la limpieza de las calles, es la ausencia casi total de vehículos tirados por caballos. “Hará unos cinco años que empezaron a pasar cada vez menos, y ahora casi no hay carros”, señala Diego, el hijo de Aurora. Una de las causas de esta desaparición está impresa descaradamente en letras mayúsculas en la revista: “y en caso que veamos estos carros, llamemos y alertemos a nuestra policía para que colabore con nosotros…”.
Preocupada, apoyo la revista en la mesa. Una mano delicadamente se acerca hacia mí con un mate con yerba recién cambiada, al mismo tiempo que una voz amena y pacífica me despierta del trance de mis cavilaciones comentando: “Está lindo el barrio, ¿viste?”
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