Artículos Gambia
by Adriana Garay @agarayaranda
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VELO SÍ, VELO NO
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Cuando hace algo más de un mes en España se celebraba el puente de la Constitución, a más de 5.000 kilómetros de distancia, en Gambia, su presidente se sacaba de la manga de su ancho kafkán blanco una nueva ley que una vez más, se pasaba por el forro a su propia Constitución.
La República de Gambia pasaba, a partir de ese día a ser declarada como República Islámica de Gambia. La Constitución de Gambia recoge que es un país laico pero al contrario de lo que en España ocurre, los gambianos están ya demasiado acostumbrados a encender el televisor a las 8 de la tarde para ver las noticias nacionales y enterarse así de nuevas leyes promulgadas unilateralmente por su Presidente. Las noticias se repiten a las 22.00 horas, todo son facilidades por aquello de que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento.
La reacción de los gambianos, sobre todo en la Diáspora, no se hizo esperar. La red y la “libertad” que da el estar a miles de kilómetros del país africano ha hecho proliferar los activistas anti Jammeh, el presidente, en la red. Blogueros, diarios online, políticos en el exilio y gente anónima, en su mayoría desde Europa y Estados Unidos, ponían el grito en el cielo ante una declaración que no va con el sentir de la mayoría de sus ciudadanos.
Un 90% de los gambianos son musulmanes pero si algo ha caracterizado a Gambia durante su historia es su espíritu tolerante, abierto e integrador. En un país donde conviven más de cinco etnias diferentes, cada una con su propia lengua y costumbres la mezcla y el respeto por lo diferente es el pan de cada día. Cristianos y musulmanes conviven con total normalidad y sus festividades están reconocidas en el calendario festivo Nacional.
Como cuando en el Tobaski, la fiesta musulmana por excelencia, invitan a su vecino cristiano a comer con él y su familia y en la misma medida, cuando hemos celebrado la Navidad y los vecinos pasan a cenar a la tuya.
La declaración del Presidente se recibió en Gambia con un “ a ver qué es lo siguiente”, porque es cierto que al día siguiente de la noticia nada parecía haber cambiado en el país.
Y así, como si el arte de la espera se hubiese ya convertido en deporte nacional del país, los gambianos quedaban expectantes ante cualquier medida venidera que hiciese realidad tangible ese camino hacia la República Islámica.
De lo que se hablaba en petits comités y en casa, como siempre que se habla de política en Gambia, es que la declaración del Presidente no es más que un intento de buscar financiación en países árabes ahora que casi todos los puentes con Europa están ya casi dinamitados, causa de su aparición en la lista de países con más deficiencias en materia de Derechos Humanos.
Pasaron las fechas navideñas, días en los que los hoteles de la costa se llenan de turistas que buscan pasar las fiestas a 30 grados y, de nuevo a las 8 de la tarde y través del televisor se anunciaba que a partir del siguiente día, todas las funcionarias del Gobierno debían llevar velo en horario de trabajo. Por ley.
En un país donde muchas mujeres optan por el sector público como medio de asegurarse el saco de arroz que dará de comer a su familia la nueva ley afectaba a miles de mujeres.
La gambiana es coqueta, mucho. Las pelucas y el arte de trenzar el pelo son para muchas uno de los pocos recursos que tienen para cambiar de look y expresar su feminidad así como su estilo personal y diferenciador.
Diez días. Poco más de una semana ha durado la ley velo. El 14 de enero y mediante comunicado de prensa de la oficina presidencial se informaba de la revocación de la ley.
En el transcurso de esos días, la campaña en internet “Not in my Name” ha ayudado a meter presión aunque ese no ha sido el principal motivo. Las gambianas que de un día para otro se vieron obligadas a cubrirse la cabeza por imperativo legal estaban cabreadas. Las mujeres han sido desde hace ya muchos años el sector de la población “a mimar” por su Presidente. Sabe que con el apoyo de las mujeres tiene mucho camino ganado y así como los jóvenes que allá por el 94 le apoyaron pero que rápido se convirtieron en oposición al ver los derroteros que tomaba su política, las mujeres han tardado más en despertar. Las políticas de empoderamiento de la mujer, creación de trabajos con preferencia para ellas, educación para todas las niñas y grandes campañas publicitarias con rostros femeninos como protagonistas son las razones de este lento despertar. Jammeh reculó con urgencia y declaraba, palabras textuales que revocaba la ley porque hacía “infelices” a las mujeres gambianas, y que, como todo el mundo sabe, “las mujeres y yo somos mejores amigos”.
Y velos fuera y trenzas de colores de nuevo, pelos afro y tráfico de pelucas entre amigas de nuevo. ¡Esto es Gambia!
DESTINO EUROPA
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Durante mis primeros meses en África no podía evitar tratar de convencer a todo joven que sacara el tema de coger patera y embarcarse a Europa de que no lo hiciera.
Mi recién estrenada experiencia africana y la enorme paz interior que ella me aportaba no me daban para entender cómo aquellos jóvenes, que si bien es cierto tenían pocas oportunidades de futuro en su país, podían ilusionarse con un viaje con meta Europa. Lo achacaba a la desinformación de lo que realmente significa el vivir en el Viejo Continente, más allá de sueños, ilusiones e historias de amigos, primos y hermanos que ya se embarcaron a la aventura y que en la mayoría de ocasiones maquillan su experiencia europea por vergüenza, orgullo personal y a fin de cuentas, por no sentirse más humillados. Y me empeñaba con esfuerzo en explicarles que no es oro todo lo que reluce. En hablarles de trabajos mal pagados, poco valorados, en horarios que no dan para la vida social, en la deshumanización, en mentes dormidas por el televisor y el consumismo.
La novedad siempre ilusiona, aquí o allí, y maquilla la realidad dejando en segundo plano aspectos negativos que sólo florecerán si pasas el suficiente tiempo en un lugar determinado.
A Gambia se le llama la sonrisa de África. Es un país de caras amables, de puertas abiertas y de darlo todo aunque no se tenga de casi nada. De playas kilométricas llenas de palmeras y atardeceres de película, de caminos de tierra roja y un río que te transporta a tiempos de exploradores y viaje a lo desconocido. De niños más adultos que la mayoría de treintañeros europeos, de la cultura del respeto y dedicación a la familia.
Gambia es también desnutrición, pasarlas canutas para alimentar cuatro bocas a base de arroz, de sueldos que no llegan a 20 euros al mes, de hospitales en peores condiciones que los corrales de mi pueblo, desapariciones de periodistas, de susurros con los amigos si se quiere hablar de política. Gambia es una dictadura que se viste de democracia. Es un presidente que gobierna al estilo feudal y déspota y con tintes surrealistas. Él manda y el pueblo calla. O calla o muere.
Estábamos desayunando cuando nos enteramos de que Musa había emprendido camino a Libia. Desde allí cruzaría hasta Italia para intentar llegar hasta Suecia, donde su hermano Bob vive desde ya hace años. Ponerle cara a la inmigración africana y vivirla desde el otro lado me hizo replantearme muchas cosas. ¿Por qué no intentan emprender en su país? Si con muy poco se pueden hacer muchas cosas. Más tarde entendería que ni siquiera gozaban de ese “poco” y que, al igual que los jóvenes españoles salimos de nuestras fronteras con ansias de conocer mundo, en su caso, esas ansias están más que justificadas.
Musa fue el primero pero no el último. Un goteo constante de chicos jóvenes que cada mes desaparecían del vecindario y emprendían el “backway”, viaje a Europa de manera ilegal. Yo seguía esforzándome por darle toda clase de motivos para que no lo hicieran, aunque a medida que pasaban los meses, los años, me iba quedando sin argumentos. Mi propia experiencia en el país cambiaba y se enriquecía con el paso del tiempo, y con él, un mayor entendimiento de lo que significaba estar en la sonrisa de África. Una sonrisa congelada, inquietante y que escondía auténticos dramas familiares. No hay muchas oportunidades de trabajo en Gambia. Taxistas, militares, policías, profesores, turismo y poco más. Y todo se reduce a supervivencia. Supervivencia en el sentido estricto de la palabra. Hoy tienes un euro para comer y mañana Dios dirá. Es cierto que existe una clase alta que vive bien, pero eso es otra historia.
Así que se embarcan, se lanzan a la mar que a veces es muerte, y es que muchos dicen que prefieren morir en el mar que morir en vida.
En 2014 el fantasma del ébola golpeó fuertemente la región. Aunque en Gambia no hubo ni un sólo caso el efecto fue devastador. Empezaba la temporada turística que se espera como agua de mayo y ni rastro de los blancos. La calle turística por excelencia vacía, bares vacíos, hoteles que echaban el cerrojo, taxistas que esperaban a unos clientes que nunca llegaban. Las expectativas de poder hacer algo de dinero en la temporada se desvanecían a medida que pasaban las semanas. El ambiente, aunque vacío, era pesado. De desesperanza y resignación. Muchas familias dependen del dinero que puedan hacer en esos meses de temporada turística y la mirada al futuro dolía más que nunca.
Dejé de convencerles sobre lo podrido que está Europa. Yo misma, quien había decidido emprender un pequeño negocio turístico esa misma temporada estaba moralmente por los suelos. Mi dinero estaba puesto en un barco de madera que tenía que llevar a las pieles blancas de excursión por el río.
DESTINO EUROPA
Empecé a pensar como ellos. Salvando todas las diferencias y es que una es europeita y tiene un pasaporte que abre todas las puertas del mundo. Pero sentí la necesidad de que había que salir de allí y hacer dinero en Europa. ¡¿Dinero en Europa?! Y amigos y familiares con ánimos grises por la nube de la crisis ahora trataban de convencerme a mí, como yo había hecho con los gambianos, de lo mal que estaba el Viejo Continente.
Llegué a sentir la necesidad de Europa y aunque mi corazón se resistía a dejar los caminos de arena roja, sabía, como Musa y muchos otros, que el continente europeo no es el destino sino el medio. No es el dinero por el dinero, es hacer ese “muy poco” que allí es mucho. Es un exilio con la mirada siempre puesta en África como destino final. Es un producir aquí para construir allí.
Y es sin duda esa generación que se embarcó en pateras la que va a construir un nuevo futuro en África. Una generación viajada de mente abierta y que lleva a sus pueblos, aldeas y ciudades africanas la lección aprendida de Europa.
- [*]EL ÁRBOL DE LA VIDA
El “never die” o “nebedaye” es un árbol que se encuentra fácilmente en Gambia. Aunque antes, “toda la carretera que cruza Brikama estaba lleno de ellos”. “Pero estos políticos no saben; hubo una época en la que cortaron y deforestaron parte del país para hacer carreteras más anchas”.
-“Nebadaye is good”, reitera otro.
En África conviven los remedios naturales y la fe en las pastillas, sobre todo en las procedentes de Europa o América. Pero los primeros y sus herboristas están, para muchas familias, mucho más accesibles y al alcance de sus bolsillos. También más arraigados a sus tradiciones y cultura que la química.
Malick sale del hospital con su cartoncito de pastillas para combatir la malaria. Pack especial África, con dibujos explicativos para ilustrar las tomas diarias. Luna, noche, sol día, tantas rayitas, tantas pastillas. De camino a casa se detiene para arrancar una rama de Nebedaye, también conocido como Moringa o Árbol de la vida.
Dosis de química y dosis de hierba.
En este caso, las dos accesibles. Y es que el cartoncito con 24 pastillas para la malaria es gratuito en los hospitales públicos del país. Entras, pagas un tiquet de 10 dalasis, unos 25 céntimos de euro, te hacen el test de sangre, diagnostican malaria y para casa con la cartulina llena de pastillas.
Malaria en Europa suena a país pobre. A muerte. A asunto feo feo. Y lo es. Pero aquí la gente está tan acostumbrada a ella que la palabra es parte de la vida diaria.
Me cuenta Malick que no hace mucho, el “Presidente” -llámalo X y despeja- emitió un bando en la televisión nacional para prohibir la venta de Coartem (la cartulinita de pastillas producida por Novartis) en las farmacias. Los hospitales públicos deben administrarla, y gratis.
Aquí casi todo se compra en su justa medida. En las farmacias venden los medicamentos en las dosis justas para tratar cualquiera que sea la enfermedad o dolencia que padeces. Tienes fiebre y el doctor te ha recetado dos días de paracetamol, pues seis pastillas en bolsita de plástico transparente y escritas a boli con letra de médico. Porque, eso sí, la letra de médico no sabe de fronteras ni de razas, sigue siendo letra de médico también en Gambia.
En la farmacia de la zona turística, en “Senegambia”, en cambio sí que saben de cajas de medicamentos enteras y de marca y de test de sangre a 300 dalasis; 30 veces más caros que en el hospital público. En la farmacia de senegambia, si te descuidas hasta te llevas una caja enterita de pastillas para la malaria aún cuando el test que te acaban de hacer ha salido negativo. “Por si acaso”.
Los hospitales en Gambia se llenan de telas de colores y mujeres durmiendo en el suelo. Cerca de la capital, son muchas las que vienen desde pueblecitos del interior y hacen de cualquier zona de hierba, arena o sombra su improvisado dormitorio mientras sus maridos están ingresados. Y digo maridos porque sólo son mujeres. No sé dónde están los maridos que venidos de pueblos del interior esperan el alta médica de sus esposas. Quizás no son tan “venidos” como pienso.
El nuevo Hospital de Serekunda luce más organizado y limpio que el de Banjul. Los primeros meses andaba desnudo de esas mujeres sentadas en el suelo con la espalda bien recta y los pies cruzados pese a su avanzada edad. Sólo paredes bien blancas, zonas ajardinadas y baldosas limpias. Pero poco a poco, como en el resto, las grandes telas colgadas al sol para secarse de la última lluvia dan color al blanco aséptico.
Mientras, en la segunda planta del edificio de Adminstración, estudiantes de la primera universidad privada del país asisten a una clase de telemedicina. Los docentes están en la otra punta del mundo pero su rostro invade el aula en la pantalla de proyección y gracias a la videoconferencia.
Una de esas estudiantes, María, venida desde Nigeria, mira hacia abajo a través del cristal mientras el profesor indio de la pantalla habla de ketamina. La mujer de cuerpo enjuto que saludo cada mañana desde hace una semana recoge sus telas al sol y algunos bártulos desperdigados a su alrededor. Quizás el marido ya tiene el alta. Quizás ha sido una baja. Quizás la química le ha ayudado, o quizás el Nebadaye que cada mañana, después del primer rezo, ha hecho en infusión y ha intentado colar en la sala del hospital.
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