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Abres los ojos y se filtra una rendija de luz entre las cortinas. No, no estás en casa. No, no ha sonado el despertador. Oyes el canto madrugador de los pájaros, hueles el desayuno que alguien prepara en la cocina.
Te levantas, sin prisa; descorres las cortinas y abres las contraventanas de madera. Te asomas al paisaje, piensas en todo lo que te queda por descubrir…
Ruralidad es descanso
Es relax, olvidarse de horarios y del tráfico, del ruido de los cláxones y del metro que pierdes en el último segundo. Un libro junto a la chimenea encendida. Los pies remojándose en la piscina. Un cielo nocturno cuajado de estrellas. Que las agujas del reloj vayan al ritmo que tú quieras.
Ruralidad es autenticidad
Eso que es tan difícil de definir pero que descubres enseguida. Los detalles que te dicen: aquí es donde quiero estar. Lo que hace que las cosas sean únicas, diferentes, de verdad.
Ruralidad es naturaleza
Paisajes que te quitan la respiración, playas escondidas entre acantilados, senderos secretos entre montañas, volver a la infancia al acariciar el lomo de un caballo.
Ruralidad es arquitectura
La que ha visto pasar los siglos y aún resiste, pero también las construcciones modernas que respetan el entorno. Lugares que cuentan una historia o que están hechos para que vivas tu propia historia.
Ruralidad es cultura, es historia, es tradición
Es descubrir las raíces en una receta, en los matices de una palabra pronunciada con otro acento, en la solemnidad antigua de una fiesta local, en el empedrado de las calles de una ciudad por las que no te importa perderte.
Todo eso que sientes es ruralidad.