Charles Brewer: "Descubrir es descorrer el velo del tiempo"
by Manuela Moore Rueda @manumoore
- 308
- 0
- 0
Hay quienes una vez que conocen verdaderamente la naturaleza no pueden olvidarse de ella. Un encantamiento irreversible. Probablemente Charles Brewer es el venezolano más enamorado y conocedor de nuestra fauna y flora; un hombre que se sabe pequeño ante la imponente presencia de montañas y ríos; un excéntrico dedicado a explorar, descubrir y bautizar nuestros monumentos y especies naturales.
Empezamos el viaje. Subimos por una alta colina, dejamos de lado el cemento para adentrarnos en una verde y húmeda urbanización. En la cima de la colina, en su casa de estilo colonial, nos espera él, el hombre de las mil facetas: el explorador, el escritor, el fotógrafo, el odontólogo, el políglota, el padre, el esposo, el amigo. Nos espera un hombre con la experiencia de cien. Ahí está Charles Brewer, con su bigote de explorador del siglo XVIII, rodeado de animales exóticos y hermosas plantas; paredes llenas de animales disecados, mapas, dibujos, retratos y fotografías de descubrimientos; mesas llenas de machetes y cuchillos; y demás objetos llamativos para todo el que asoma un ojo en su casa.
Cuenta con un resumen de cuarenta páginas de su curriculum vitae –de más de trescientas si contamos la bibliografía publicada, que ocupa más de cien–. La entrevista comienza rápidamente. Charles hace un viaje al pasado, fuerza su memoria, intenta volver a los orígenes de su vida de explorador: “Cuando yo tenía catorce años –y debo decir que en aquel tiempo trabajaba en el Departamento de Arqueología de la Sociedad de Ciencias Naturales de La Salle limpiando piezas arqueológicas– en el terreno de al lado de mi casa, en ese momento en Valle Arriba, encontré una pieza de cerámica en la tierra; empecé a rasguñar y a escarbar un poco y encontré el primer yacimiento arqueológico del valle de Caracas. En aquel momento mis amigos me llamaban “el inquieto”. Después fui a Margarita, cuando tenía diecisiete años, a hacer una expedición para explorar sobre los métodos de pesca artesanales de la isla y se publicó un libro donde yo hice la fotografía; desde ahí empezaron a llamarme “el científico” y yo me tomé eso bastante en serio y todo mi trabajo, de ahí en adelante, consistió en documentar, en dejar documento. Después, inmediatamente, estudié Odontología (en la Universidad Central de Venezuela), pero no estuve contento con la Odontología nada más porque me parecía, si bien una carrera sumamente completa –y mi padre era odontólogo–, que habían muchas cosas más en la vida. Estudié Biología, Letras y Psicología (todas en la Central); no las terminé, pero todas ellas me sirvieron para formación –especialmente Biología–”.
Charles Brewer definitivamente está en contra de la especialización y a favor de la integralidad, entendiendo el término como el conocimiento más pleno que pueda tenerse de la cultura de una sociedad. Esta inclinación se acentuaría después: después de que alguien lo hiciera verlo todo desde otra perspectiva, entender que era prácticamente un ignorante.
Retomando la historia de su interés por la exploración, Charles prosigue: “En el año 60’, después de haberme graduado de Odontología y haber estado en Europa durante tres meses, quise irme a un lugar distante donde pudiera entender qué era la vida fuera del entorno al que estaba acostumbrado. En vez de irme a Katmandú, Nepal, me fui a vivir con los indios junto con unos misioneros que querían estudiar cómo montar una misión; fui al Alto Erebato (Venezuela) y el solo viaje a ese lugar, viajando con indios, tomó medio mes de navegación –más lejos que de aquí a Europa por mar, en el sentido del tiempo–, recorrimos como trescientos kilómetros de río.
Vivir en la selva con los indios, o simplemente adentrarse en el pulmón del mundo, podría parecerle demasiada aventura a cualquier persona común y corriente, pero no a Charles que, cabe acotarse, es todo menos común y corriente. ¿Y qué menos corriente para un venezolano de habla hispana que convivir con makiritares por casi un año y hablar su lengua?
“Cuando empecé a hablar makiritare, un amigo mío llamado Germán –uno de los indios que nos acompañaba mientras yo aprendía– me preguntó: «¿Cómo se hace para guardar alimentos en latas? Sardinas, por ejemplo». Yo le expliqué que la lata se metía en agua caliente y que las sardinas se metían calientes dentro de ella, que después se cerraba la lata y que al cerrarse quedaba al vacío y ese vacío conservaba las cosas; pero ¿cómo se podía hacer una lata? Bueno, le expliqué que podíamos coger chapas de lata que había por ahí y podíamos tratar de hacer una martillándola. Total: no lo pudimos hacer. Luego me dijo que quería hacer una olla de aluminio, una palangana, que cómo se podía hacer una; entonces le dije que el barro mismo que estaba ahí era un barro de bauxita que tenía mineral de aluminio y que poniendo unas grandes pilas –baterías– se podía recuperar el aluminio en el cátodo, ya que así se derretiría y se volvería metal. Tampoco pudimos hacer eso, claro está. Entonces me preguntó que cómo podíamos hacer una batería y yo le dije que las baterías eran una cantidad de cosas empapadas en vinagre y otras no, con metal, que producían la electricidad; y que era posible hacer una pila de voltios, pero que yo no recordaba cómo hacerla. Después me preguntó: «Para sembrar caraotas, ¿cómo se siembran y cuánto tiempo duran?», caramba… no sabía. Entonces me dijo: «Tú no sabes sembrar tu comida, no sabes guardar tu comida, no sabes hacer ollas para cocinar tu comida, ni tampoco puedes hacer nada para alumbrarte. Tú siempre hablas. ¿Tú sabes? Para nosotros eres como un niño». Me dio la espalda y se fue. Yo me quedé muy impactado con eso, tanto que me llevó, entonces, a estudiar qué hacían ellos cada día para ser sustentables, para poseer la totalidad de su cultura como un elemento de referencia permanente; que es la condición de ser un hombre, un hombre makiritare. Me di cuenta de que nosotros (los provenientes de la cultura occidental) no poseíamos nuestra cultura, sino que poseíamos objetos: consumíamos objetos. La televisión era una gran cosa, pero no sabíamos hacerla: ¿cuántas líneas por pulgada tiene un televisor?, ¿cuántas veces se repite por segundo?; ¿cuál es la emisión del tubo del rayo catódico? Son preguntas que no puedes responder, porque no posees esa información: simplemente compraste el televisor, pero no forma parte de tu conocimiento cómo hacerlo porque eso no es parte de tu cultura. Y dentro de tu cultura empiezas a darte cuenta de que eres una persona que no sabe nada. Eso me angustió mucho, así que empecé a estudiar la manera de ser de los makiritares; tanto los estudié que aprendí a hacer flautas de ellos mismos y a tocar su propia música. Ahora estoy haciendo una flauta de metal para un flautista que va a venir de Estados Unidos, Pedro Ustache; uno de los genios de instrumentos de aire del mundo –que está trabajando con Dudamel–; la pude hacer exactamente con las mismas notas de las flautas makiritares. Ellos (Ustache y Dudamel) quieren hacer, en base a una música makiritare que yo les toqué, una sinfonía; cosa un poco complicada, ya que esa música es pentatónica: trabaja en cinco notas y no en ocho. Al trabajar así yo no entendía la música que ellos tocaban –al principio, después tuvo sentido para mí–. Paso el tiempo, yo me vine de allá y un día vino el makiritare Germán a visitarme a mi casa, cuando vivía en Cumbres de Curumo; lo hospedé allá y le dije que le enseñaría algo, entonces saqué la flauta y empecé a tocar música makiritare –mucho mejor que él, claro está–; él hombre casi se pone a llorar. Al rato me dijo: «¿Tú sabes? Ahora estás más cerca ser un hombre como los makiritares» –en su lengua: «Amuade amunchade Soto edua»–.
Germán lo hizo bajarse de la nube de la soberbia occidental, entonces pudo darse cuenta de todo lo que no sabía, de todo lo que debía aprender. Charles Brewer tuvo la experiencia que pocos han tenido: poder ponerse en el lugar de otra sociedad para así observar la propia con otra mirada. Desde saberse un niño hizo todo lo posible para ser un adulto. Ahora Charles, como todo un hombre makiritare, puede sobrevivir perfectamente desnudo y solo en medio de una selva; hacer hamacas; hablar lenguas indígenas y modernas occidentales; seleccionar, guardar y preparar comida; etc., etc., etc. Sobre todo, como diría Jaime Jaramillo Escobar –el gran poeta nadaísta colombiano–: “Más etcétera que otra cosa”. Y es que Charles Brewer es, sobre todo, un generalista.
A partir de aquel encuentro emprende su primera expedición universitaria, de un mes de duración, al Alto Paragua, en el 61’, buscando la Ciudad de Guirior en la confluencia del río Paramishi con el río Paragua. San Vicente de Guirior era una ciudad que fue destruida en 1770 en una rebeldía que hubo contra las misiones. “Fui a buscar esa ciudad porque me puse en contacto con alguien al que había oído hablar en el consultorio de mi padre: Gustavo Jenin –que fue el que se estrelló junto a Jimmy Angel en el Auyantepuy el 9 de octubre de 1937– y a Carlos Freeman –uno de los exploradores de la comisión mixta que hizo la primera expedición oficial a La Gran Sabana en 1938; expedición realizada debido a la movilización de la opinión pública después del descubrimiento del Salto Ángel por Jimmy Angel, no por nadie más–. Ellos decían haber visto unas ciudades desde el aire y a mí me quedo la idea de ir a buscarlas. Fuimos a buscar San Vicente de Guirior y no lo encontramos. Regresamos en el año 62’ y estuve volando con el Capitán Harry Gibson alrededor del Cerro Autana y dentro de las cuevas del cerro me pareció ver unas pinturas rupestres, por lo cual decidí ir a explorarlas en el año 71’. Hicimos la primera expedición a la cumbre del Autana, descubriendo las cuevas más antiguas del mundo allí. En el año 72’ estaba volando hacia la misión de Kanarakune, en el Alto Caura, para llevarle bastimentos a la misión del Padre Daniel Barandiarán, que estaba allí, y en uno de esos vuelos con Salvador Mare y con el Capitán Harry Gibson vimos por primera vez las grandes simas del Sarisariñama. Me pareció que en esas simas podría haber restos de alguna “civilización desconocida”, así que hicimos una exploración allí en el año 74’, una expedición magna –una de las expediciones multidisciplinarías más grandes que se habían hecho hasta entonces– para buscar plantas, animales y cualquier tipo de cosa que pudiéramos ver. Y así hay como un hilo de búsqueda de una ciudad perdida en el que a cada momento aparecen cosas nuevas. Exploramos las cumbres de tepuyes como el Roraima, el Auyantepuy, el Chimantá, el Kukenán, el Aprada y el Ptari tepuy, hicimos las primeras expediciones de muchas de ellas y colectamos por primera vez la fauna y flora de varias de las cimas–”.
Además, nuestro ilustre expedicionario halló, en el Macizo de Chimantá –también descubierto por él–, la cueva más grande de Venezuela: la cueva Charles Brewer.
Interesada en saber más sobre sus hallazgos y tratando de saber sobre animales nuevos para el conocimiento público gracias a él, le pregunté sobre el asunto. Nos habló sobre el Tityus Breweri, el alacrán más grande de Venezuela, descubierto por él. Sin embargo, de pronto hizo una pausa, puso más cara de explorador del siglo XVIII de la que ya tiene, y dijo: “Acabo de descubrir un pez nuevo para el mundo, que no ha sido clasificado todavía, y tampoco podría decir que está descubierto sino que está visto y colectado; va a ser descubierto en el momento en el que los técnicos, los taxónomos, le den un nombre. Sabemos que es del género Ancistrus, que pertenece a la cuenca del río Cuyuni. Fue muy divertido cuando conversé telefónicamente con el ictiólogo y le dije que tenía un pez que creía que era nuevo. Él me preguntó cómo era y yo le dije: «Parece como un pulpo, tiene en la cabeza tentáculos como de pulpo; pero tiene ojos de calamar; tiene un chupón en la boca; tiene pintas que fluorecen debajo del agua; los ojos fluorecen rojo debajo del agua y el cuerpo es como de un cachicamo». Entonces me dijo: «¡Pero lo que me cuentas es imposible!». Y le mandé una foto. Después de verla me habló con entusiasmo: «Efectivamente, todo lo que me dices es cierto y claro que no podía entenderlo, porque es nuevo para el mundo». Eso me emocionó mucho".
Charles mira con ojos llenos de seria filosofía, de confianza en sí mismo y nos dice: “Todo esto se dio por el ansia de descubrir y documentar lo que vi en mi tiempo y de eso se trata: descubrir es descorrer el velo; descubrir el velo en el que el tiempo había guardado en el pasado una información y te toca a ti la responsabilidad de transmitir esa información hacia el futuro, a través de escritos que sean distribuidos y leídos y que, así, esa información trascienda. No se trata de ver y olvidar, sino de que el mundo recuerde que tú lo viste”.
Y ¿cómo no hacerlo? Charles Brewer es un nombre fundamental para la biología y la exploración de Venezuela, escrito en la notable lista de los más importantes exploradores de todos los tiempos.
Artículo publicado en julio de 2008 por Revista Ojo.
¿Deseas saber más sobre Charles Brewer? Ingresa a www.charlesbrewercarias.com
También puedes ver el documental, a continuación, que Cosmic Polymath hizo sobre Charles:
0 comments
Log in or join for Free to comment