Un vaso de chocolate en la mañana
by Manuela Moore Rueda @manumoore
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Es la mejor forma de empezar el día. Luego de un largo sueño, un refrescante vaso de dulce chocolate es lo más esperado; la pareja perfecta de la flojera matutina.
Desde el momento en el que empiezan a oírse el abrir y cerrar de gabinetes y el reiterado sonido del batidor golpeando el vaso de vidrio, al mezclar las cucharadas de delicioso cacao procesado, el sueño termina: el momento más anhelado del día ha llegado. Se acerca el vaso a la cama y, sosteniéndolo a él, ella: la hacedora del manjar líquido. Una sonrisa se asoma en la flojera con forma de cuerpo, que se incorpora lo suficiente para alcanzar el vaso. La boca se hace agua mientras agradece. Los dedos sienten la frialdad del cilindro y el exquisito aroma llega rápidamente.
La superficie del deseado líquido es toda un cúmulo de diminutas burbujas de aire, a veces formando figuras o letras; generalmente simulando una circular y chata montaña.
Al momento de llevarse a la boca el cáliz, el aroma se apodera completamente del cuerpo; es imposible alejar la bebida. Entonces el mundo no existe, desaparece ante la redondez aparente del interior del cilindro desbordante de fría felicidad. Amargor y dulzor se enfrentan en la lengua; al principio parece ganar el dulzor, pero después de tragado el primer sorbo un sabor amargo recubre la garganta. Y entonces se entiende que nada importa el delicioso dulzor y/o amargor del manjar, porque en realidad el vaso de chocolate sabe a termo de lonchera, a risa contenida, a columpio oscilante, a divina ignorancia, a felicidad absoluta: a tierna infancia. Con la maravillosa bebida en la mano se tornan claros los difusos sueños, tan claros en su momento. Se hace notorio que en un vaso de chocolate se hallan todos los anteriores inmersos: los preparados con Nesquick, los preparados con Chocolisto, los preparados con Toddy, y los mejores: los preparados con Nescao, el pionero de los instantáneos, el extinto, el predecesor del Nesquick.
Luego de reconocer el mundo detrás del cilindro transparente, de haberse bebido hasta la última gota, hay un momento de reflexión en el que el catador saborea el último resquicio, siempre más dulce, siempre más concentrado: el premio final del buen amante del chocolate. Entonces el cuerpo se percata de que la energía contenida en el cáliz se va apoderando de su ser. Chocolate corre por sus venas: es hora de levantarse.
Se abandona la flojera, se abandonan los agradables sueños y el cuerpo acude al desayuno mientras el alma se estira y aguarda un minuto más en la cama, recordando el delicioso líquido y añorando el del día de mañana.
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